miércoles, 22 de marzo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (14º parte)

El chico gato me olfateó, su bella melena negra giró lenta y simétricamente sobre su cráneo, cubriendo parcial y momentáneamente el rostro, clavó los ojos rasgados sobre mí con una mueca de hastío, un involuntario e insignificante movimiento de sus pupilas me provocó un escalofrío, allí estaban uno junto al otro, yo era su único objetivo, el resto del mundo no existía, la vieja tenía la cabeza ligera y estúpidamente doblada recordándome el reprobable hecho, el viejo no había perdido la mueca de asombró con la que perdió la vida, con pasitos torpes y lentos se acercaban, grité y grité, hasta que una mano me zarandeó el hombro con violencia.


--¡Ah! chillé – notando un escozor en la garganta, Rufo, ladraba a todo pulmón --.
--¡Señorita, señorita!. ¿Qué le ocurre? ¡Señorita! – me gritó una cara extraña intentando abrirse camino entre los míos--.
Me sentía absolutamente desorientada, notaba el  palpitar del corazón en las sienes, los oídos, las yemas de los dedos. Luchando entre el revuelo de gente que rodeaba el coche, salí a comprobar si los tres viejos estaban o solo era producto de un horrible sueño, ocupé de forma atropellada el asiento del conductor, puse el coche en marcha y acelerando con furia salí de la gasolinera, la gente se apartó a lo justo. 

La mirada se fijó en el espejo retrovisor, las manos de aquellos samaritanos se alzaban increpándome por una salida tan desconsiderada, provocando casi un atropello, pero en esos momentos nada importaba, nada era normal la situación estaba fuera de control y yo también. Volví sobre mis pasos y la carretera se me antojó inacabable, la torre de la iglesia estaba aunque iluminada, envuelta por una extraña sombra oscura, el cielo cubierto de nubes negras y un murmullo rellenó el silencio, un cántico monótono cansino, que provenía de todas partes y que me llamaba introduciéndose en el cerebro, no podía pensar, el hombre gato se blandía cual suave bandera al viento de la noche, en lo más alto del campanario, me señalaba con el dedo acusador, dirigiendo hacía mí una maldición imposible de deshacer, sin saber de que manera la dirección del coche se bloqueó, noté un fuerte golpe en la cabeza y la sangre corrió por el párpado nublándome la vista. Había estrellado el coche contra el frondoso chopo que engalanaba la entrada al pueblo, pese al aturdimiento comprendí lo peligroso de la situación, abandoné el vehículo y continué a pie, Rufo me seguía con la fidelidad que le caracterizaba pero temía por él, en esas condiciones estábamos a merced de aquella locura y aunque los hechos eran recientes, tenía la  impresión de que la distancia en el tiempo era grande, necesitaba acabar ya con todo esto. La suerte estaba echada, alguien tenía que perecer y yo estaba dispuesta a no ser la elegida.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario