jueves, 30 de noviembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (49º parte)

La mecedora donde la amamantaba, acariciaba el aire, incluso cuando ya no la ocupaban seguía bailando al viento, cerraba los ojos y oía el liviano irrumpir de la madera zas, zas, zas, más y más lento hasta que enmudecía.
Duli que en nuestra ausencia quedó al cuidado de Eloisa, ahora queriendo que se la resarciera del abandono, se comportaba como un cachorrillo latoso, mostrándose muy celosa, pero encantada a la vez de la nueva habitante de la casa. Le olisqueaba los pies mientras la dormían, adoptaba la postura de felpudo, sintiéndose la proctetora de la familia. 

La casa siempre tenía cierto aire festivo, cuando me ausentaba un par de horas, al volver contemplaba sus manos regordetas, las rosadas mejillas, las largas pestañas a pesar de su corta edad y esa boquita de puchero constante. A veces las encontraba placidamente dormidas en el sofá. La pantalla formada por goteantes lágrimas de cristal, difuminaba su luz sobre la habitación acunando a mis dos niñas.

En la elección del nombre el consenso fue total. Eva como la primera mujer, así sentíamos a nuestra niña, como la primera, la única, nuestro retoño, lo más preciado y valioso de nuestras vidas. La madrina también estuvo de acuerdo, cosa que aunque no fuera un impedimento, siempre es agradable que sea del gusto de todos los implicados y una madrina es importante.
Eloisa por aquel entonces ya no compartía su vida con ese chico huraño y posesivo que viera de soslayo hacia más de un año, cosa que me alegró, tratándola llegué a descubrir un callado pero agradable y generoso carácter. Pensaba que ningún bien podía sacar de esa relación, en estos momentos mantenía un romance con un colega de Lucía, un chico prometedor y bohemio con el que se le auguraba un futuro bastante más halagüeño.
Aunque la vida como decía la abuela de un niño que conocí. –“ Es un melón sin calar y hasta que no empezabas a comerlo, era imposible saber si seria dulce, desabrido o incomestible”--.
Pero lo que quería decir, que por muy bien que le fuera en su relación, para nosotros resultaba un perfecto desconocido e inadecuado para padrino de nuestra hija.
Después de mucho pensar se encendió la bombilla. ¿Por qué no mi albacea?. Hombre de confianza y que siempre había sido amable y cariñoso conmigo, sin  dudarlo lo telefoneé, comunicándole la buena nueva. Halagado por la petición me mostró su agradecimiento, aceptando enseguida de buen grado.


Los primeros meses de la vida de Eva los pase prácticamente con ella, pedía los apuntes para no tener que ausentarme, los cuales iba a recoger con mi pequeña cargada sobre mi pecho en una mochila, se convirtió en la mascota de la Universidad de derecho, nos mandaban peluches a casa y siempre que necesitábamos un o una canguro con una llamada se conseguía en pocos minutos, un mensaje al correo electrónico de algún compañero y si el no podía, se mandaban en simultaneo unos a otros y en cuestión de minutos se solucionaba.
Incluso cuando le salió su primer diente apareció con letras enormes en el tablón de anuncios, como gran acontecimiento. Aquello resultaba alucinante para mí, yo que hasta ahora solo había sido una sombra, un fantasma al que todos desconocían, ahora no podía hacerlo sin que alguien me preguntara por Eva y me saludaran por mi nombre.

Reanudamos nuestra vida intima todo lo rápido que nos fue posible, las manos volaban como mariposillas alocadas y deseosas de sentir el contacto de la piel del otro, durante el siguiente mes al nacimiento de la niña, pasé mas tiempo en la ducha que entre las sábanas.
El primer día de nuestras retomadas relaciones, rememoró las erupciones de algún enfurecido volcán. Recuerdo estar en la cama acariciando su brazo, cuando me volví para besarla, suavemente como siempre lo hacia, paseándome por sus labios emulando el batir de unas alas cadenciosas y suaves, la virilidad estaba tan encendida como todas y cada una de las noches anteriores, pero resignada a morir en el olvido. La poca luz que se filtraba por la ventana iluminó unos ojos llenos de deseo, cuando el cielo brillaba entre dos luces, las sábanas que separaban nuestros cuerpos fueron retiradas con suavidad, descubriendo la desnudes de Lucia, la única diferencia sus pechos hinchados por la leche que la hacían más deseable y tentadora, nos torturamos con lentitud premeditada, acariciándonos hasta volvernos fieras enloquecidas por la lujuria, en ese momento nos poseímos el uno al otro, una y otra vez hasta que sentimos miedo de sufrir un infarto. Saciados y felices contemplamos a Eva y en un pacto de silencio mutuo, con la unión de las manos, los ojos hablaron por nosotros, jurándonos un amor tan profundo y sincero que llegaba a doler y la confirmación que nunca bajo ningún concepto ese precioso bebé fruto del amor, jamás sufriría el dolor de la perdida, el abandono moral o físico, la tristeza del desamor o cualquier necesidad del alma, siempre estaríamos a su lado en lo bueno y en lo malo, aceptándola tal cual fuera y prestándole nuestro apoyo.
Continuará...

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