jueves, 6 de diciembre de 2012

Luciferos


Queridos amigos lectores y seguidores de mí blog, la cajade luciferos: Deseo subsanar un olvido, creo que debería de haberos contado la historia de la caja de luciferos, que aunque nada tiene que ver directamente con el conocido Lucifer, si es una historia de muerte por ignorancia. Cuando hablamos de una caja de luciferos, nos referimos a una caja de cerillas, seguidamente os contaré la historia que me parece muy interesante.

Nos remontamos al primer intento en 1669,un alquimista de Hamburgo llamado Hennig Brandt, consiguió el fósforo, procesando la orina, ante la complejidad del tema se abandonó la idea volviendo a la piedra de sílex(pedernal).

Caja de Luciferos Original


En 1817 se hizo otro intento por parte de un químico francés. Tampoco paso de una mera curiosidad. Tuvieron que pasar nueve años para que la casualidad volviera a darnos otra oportunidad.

En 1826 John Walker, farmacéutico que trabajaba en un nuevo explosivo, al remover el compuesto y frotarlo contra el suelo,este prendió. Cometió el error de no patentarlo. 
Un visionario llamado Samuel Jones, después de presenciar una demostración, intuyó el potencial del hallazgo, creando un producto que denomino, "cerillas lucifer", ( y aquí llegamos a lo anecdótico, se les denomino lucifer, por qué prendían en medio de una gran explosión y provocaban una humareda espesa, lo que se asocio rápidamente con el diablo, de ahí. Cajas de luciferos). Y como algo premonitorio con su nombre, surgió un grave problema, el fósforo era más perjudicial que el tabaco. Un fósforo raspado en una caja podía matar a una persona.

Hasta el 28 de enero de 1911 no se creo la cerilla no venenosa, cuando la Diamond Match Company, sustituyo el fósforo por sesquisulfuro de fósforo. Esta empresa cedió generosamente la patente, para que desapareciera la cerilla asesina. 

Caja de Luciferos


Naciendo unos cerillos que nada tenían que ver con lucifer, ni con sus diabólicos planes de acabar con la humanidad entre nubes de fósforo. Las cajas de luciferos ahora conocidas por cajas de cerillos que todos tenemos en casa y miramos con indiferencia. Quizás deberíamos de mirarlas con más recelo, o no je,je,je.  

domingo, 18 de noviembre de 2012

ETERNA AMISTAD

--¡Ella sabrá lo que hace!, --Si no viene, se perderá una romántica cita.
--Tú siempre tan sabihondo, no puedes callarte y dejar de emitir sonidos por esa boca pestilente.
Se dio la vuelta para encarar a su amigo, que se veía bastante nervioso por el plantón de su cita, cada vez más evidente.
--¡Eh!, No te enfades conmigo que yo no soy el que te está dejando plantado. Como pudiste pensar que ese bombón de pómulos huesudos, enormes ojos verdes y piernas que se pierden en el tiempo, podía fijarse en un tipo bajito y sin sustancia como tú.
--¡Eh, tú!, Sin insultar que yo siempre fui un rompecorazones.
--¡Rompecorazones!, --siempre fuiste un idiota y un engreído--. No sé, cuando te vas a enterar que eres bajito, pesadito y las mujeres se alejaban de ti, como de la peste bubónica.
Otra cosa que no te he dicho, pero que hoy te voy a decir, ese traje harapiento y desgastado que llevas, es barato, de saldo de grandes almacenes.
 --¡Mira, ojos saltones! --No te traigo más a una cita y para tú información, este es mí mejor traje.
Te daría un puñetazo pero me pegué la mano  hace apenas una hora y no quiero que se me caiga, merluzo, que eres un merluzo. ¡Es que no te soporto!
--¡No te lo crees ni tú!, -- seguro que los mejores harapos los empeñó tú parienta para sacar una perrillas--. Lo que faltaba era que insultaras a mi mujer, que es una santa.
--En eso estoy de acuerdo, aguantar un tipejo como tú, durante diez años, cada día, es para concederle la santidad.
--¡No te soporto! ¡Me vuelvo a mi ataúd para disfrutar del descanso eterno!
--¡Venga! --No te lo temes así, es que me aburro mucho, todo el día en esa caja de pino, sin nada que hacer--; --pienso en la eternidad y me entran ganas de suicidarme--.
--Pues a buenas horas te acuerdas del suicidio.
--No seas malo conmigo. ¡Mira!. Ya se me ha salido el ojo, con tanta discusión, me pongo nervioso y mira lo que pasa. Ayúdame a ponérmelo en su sitio, ayer se me cayó el dedo índice y no me lo he pegado todavía.
--Te ayudo, si retiras lo de bajito y pesadito.
--¡Vale!, --lo retiro, amigo--.
--¡Que asco das, por Dios! ¡Dame, af... que asco!
--Gracias amigo, volvamos a los ataúdes y te cuento un chiste mientras te duermes.
--¡Vale!, --es que esto de estar muerto es muy aburrido.
--¡Buenas noches!
--¡Buenas noches, amigo!

martes, 30 de octubre de 2012

miércoles, 3 de octubre de 2012

CARTAS DE HORROR A UN FÁNTASMA

La primera campanada de las doce ha roto el silencio, ya te acercas, oigo de fondo el tintinear de las cuentas de cristal de la lámpara del salón y la piel la noto rígida y encrespada, decretamos una tregua pero tú no la respetas y vuelves una y otra vez para atormentar  mi alma quejumbrosa, lames con tu presencia las pareces de la casa y las velas titilan como queja a la invasión no deseada, pero eres ajeno a mis deseos y me impones tu presencia, me quieres engañar con ese falso aroma a rosas, pero se que estas podrido y por eso me atormentas. La última campanada ha sentenciado el reloj y yo estoy condenada a revivir el horror de anoche en la madrugada y la del mes anterior.

Recuerdo el primer día que entre en esta casa, el frío inundo mi cuerpo y el corazón se encogió como si una mano grande y fuerte intentara exprimirlo, pero fingí indiferencia como si tú pudieras ser ignorado, me puse mi mejor sonrisa para ocultar la sensación de angustia, el sol entraba por los ventanales iluminando muebles, lámparas, cuadros hasta ahora habitantes únicos de tan bello lugar. Dibujé al contraluz la silueta de mi marido y el amor me inundó el corazón y le quite importancia a esa horrible sensación que me ahogaba la garganta, durante algún tiempo te mantuviste alerta a nuestras costumbres y poco a poco minaste la felicidad de nuestras almas, ese fue el momento de marcharme cuando percibí las primeras aptitudes extrañas, pero me quede ignorando una y otra vez las advertencias claras de tú presencia malvada y la casa se volvió un lugar triste parado en el tiempo.

Te acercas, ya huele a rancio y las cuentas de cristal se golpean entre ellas como peleándose por anunciar tú repugnante presencia, siento esta tristeza que no acaba nunca, no me importa lo que te hizo la vida, tomaste tus decisiones y vivirás en la eternidad con ellas, eres sicario del diablo y yo aborrezco tú presencia, no permitiré tus caricias, no quiero que te acerques, rompe todo lo que quieras, así es como quieres mostrarme la furia que llevas dentro y que no te deja descansar en eso que llamamos eternidad.
Crees que no puedo luchar contra tus ataques, pues te equivocas,  has destruido mi vida y no seré el juguete con el que te diviertes todas las noches, noto la fuerza que te dan mis palabras, sentada ante este espejo veo materializarse la asencia de la que estas compuesto, ya no me das miedo, pienso en la primera vez que a mi espalda en el espejo adivine la forma difusa y desdibujada de la antigua figura humana que poseías y que pretendes recuperar a todas costa.
Eso, enfádate, tira otro candelabro, ni siquiera me sobresalta el ruido, gasta la energía que te doy en cosas tontas que no sirven para nada, recorremos el camino largo y tortuoso que nos conducirá a la destrucción, sí tú ganas eso te llevas, sí ganó yo solo serás un espíritu vencido, el reloj canta de nuevo dong, dong, ya son las dos, el tiempo se va volando.

Vamp.


jueves, 27 de septiembre de 2012

Videos publicitario

Quiero compartir con vosotros el nuevo video promocial que hemos puesto en youtube de la caja de luciferos.

Espero que os guste.

Vamp.


martes, 18 de septiembre de 2012

EL INTRUSO

Totalmente a oscuras  corro con la insensatez propia de una niña pequeña, atropellando a mi paso cualquier mueble u ornamento que decora la casa, por fin llego al lugar deseado, escudriño aterrorizada  a través de los cristales de la ventana, olfateo como si fuera un sabueso el exterior de la casa, intentando percibir el menor cambio, en lo que apenas hace unos minutos reinaba una calma total,  ahora en cambio el viento parece haberse instalado azotando con cierta fiereza árboles y follaje, el corazón me late con tanta fuerza que empiezo a sentirme incapaz de convencerlo para que permanezca en su lugar de origen, respiro con tal agitación que no consigo escucharme más que a mi misma.

--¡Dios mío!, grito sin poder contener un gemido de terror, un leve y extraño sonido a llegado hasta mí, algo así como el roce sutil y accidental con no se que. Estoy totalmente histérica, vuelvo de forma precipitada a los ventanales del salón, --me paro a pensar por el motivo que me gustó esta casa--, parecía echa de cristal, el sol y la luz entraban a raudales bañando lo animado y lo estático con su cálida lengua, tan alejada de todo el estrépito de la civilización, en estos instantes me siento tan vulnerable, que las lágrimas acuden raudas a inundarme los ojos, con las pupilas clavadas en el exterior me deslumbra una luz activada por el censor de movimiento, de un manotazo oculto los cristales tras las cortinas, como si ese movimiento pudiera salvarme la vida.

--¡Piensa, piensa!,-- me grito a mi misma y el timbre de mi propia voz me encrespa hasta el último pelo del cuerpo--.
Un fuerte vendaval salta sin previo aviso y las ramas de los árboles golpean sin piedad los cristales del piso superior.
--¡Llamaré por teléfono a Alberto seguro que está en casa!,-- vuelvo a hablarme en voz alta, gritándome a mí misma--.
Los ruidos crecen como setas en otoño, miro erráticamente intentando controlar el perímetro que me rodea, aferrada al auricular cual naufrago al más pequeño objeto que lo haga mantenerse a flote otra décima de segundo, otra vez ese arañazo casi inaudible  en la puerta de la cocina, no tengo valor para ir a comprobar si está perfectamente cerrada.
La televisión sigue con su charla sin fin, ajena e imperturbable al terror que siento, no quiero llamar a la policía, si resulta una falsa alarma me sentiré avergonzada, pienso que es mejor idea llamar a Alberto, el me socorrerá.

Estoy a punto de descubrir un hecho aún más espelúznate el teléfono suena igual que si intentara hablar por un zapato, está muerto y yo no doy crédito a lo que está pasando.
El arañazo el la puerta surge de nuevo, esta vez acompañado de un lamento perdido en el aullante vendaval y un fuerte golpe en la madera me hace pegar un grito y romper en un sollozo desconsolado.
Tengo ganas de gritar.¡Quién está ahí! ¡Qué quieres!, pero me falta el valor y la voz se me ha quedado enganchada en la garganta, las manos me tiemblan tanto que apenas si puedo sostener el auricular, que cae al suelo como el objeto inanimado en el que se ha convertido
--¿Para qué sirve un teléfono que no funciona?, pues yo os lo digo, en la peor de las circunstancias, para nada.

El aullido vuelve a escucharse precedido de arañazos más definidos en la dichosa puerta de la cocina.
La casa se me antoja una trampa mortal, temblorosa y jadeante apenas puedo poner en orden alguna idea, el terror azota todas y cada una de las neuronas que poseo, solo deseo gritar y esconderme, pero eso no resolverá la situación en la que me encuentro.
--¡El teléfono móvil!, -- grito—como si hubiera descubierto la pólvora, al fin he logrado interceptar una idea en mi cerebro.

--¿Dónde, esta ese artefacto infernal?, --me pregunto una vez más a mi misma, la respuesta llega casi de inmediato pero no me gusta nada la respuesta.
--¡En la mesita de noche del piso superior!, --me vuelvo a gritar a mi misma en un acto desesperación.
--¡Dios mío!, pero esta vez apenas lo digo en un susurro, saco el valor del bolsillo donde lo he metido y a tientas corro a cuatro patas escaleras arriba, no dejo de mirar tras de mi, tengo la sensación de que algo o alguien me agarrará por el pie haciéndome resbalar peldaños abajo, una mesita se interpone en mi trayectoria, el jarrón que lo adorna y mi cabeza tienen un cruel encuentro, sigo a tres patas el camino que me separa de la ansiada salvación, con la mano restante me agarro la cabeza, entre los dedos me corre una masa pegajosa con estupor descubro que un trozo de cristal lo llevo clavado en la cabeza, con el poco animo que me queda lo extraigo lanzándolo contra la pared, la sangre fluye ahora libremente, tomando el ojo como cauce improvisado, un llanto histérico me hace convulsionarme, no tengo tiempo de tonterías, decido llorar mientras rebusco con dedos nerviosos entre los trastos del cajón, al notarlo una sonrisa de victoria adorna de nuevo mi cara lo agarro con fuerza, marcando el número del paladín salvador de la doncella en apuros, mientras escondida en una esquina de la ventana creo adivinar una sombra negra que pasa a toda velocidad entre los árboles, cierro las cortinas, noto la presión de su mirada, abandono de forma atropellada el dormitorio.

Un tono, dos tonos, tres tonos, la voz de Alberto me devuelve algo de cordura, entre sollozos logro contarle lo que me ocurre, mientras la sangre profana el inmaculado blanco de la camisa, la voz de Alberto me relaja y reúno valor para ir a comprobar la puerta de la cocina,  un nuevo aullido seguido de arañazos en la madera me hacen estremecer y el mundo se vuelve negro, el fusible a debido saltar,-- grito y miro en todas direcciones sin conseguir ver nada--. En ese momento de angustia pienso que vivo demasiado aislada, lo oigo arañar la madera que nos separa, el temblor de las manos me impide acertar en la cerradura, la puerta se queja al abrirse, el corazón late alocado, no puedo soportar más la tensión y en un momento de enajenación mental, permito que la puerta se abra, acompaña al crujir de la madera los gritos de Alberto intentando hacerme desistir, pero el acto está consumado y yo estoy dispuesta a morir a manos de un loco con hacha o un cuchillo, la verdad es que el instrumento que use para quitarme la vida me es indiferente.
La puerta se abre con violencia empujada por el viento, cierro los ojos y como último deseo, deseo que sea rápido que no sea un asesino hablador de esos que te cuentan una historia horrorosa mientras blanden el cuchillo con amenazas inminentes pero que no acaban de llegar, en ese momento solo puedo pensar en la camisa, no logrará mancharla, ya está manchada, definitivamente me he vuelto loca, pienso que por desgracia me ha tocado el hablador, la muerte no acaba de llegar, algo me esta rozando las piernas, abro un ojo con el que apenas consigo ver nada, la sangre se espesa pegándose a las pestañas, abro el otro y no logro salir de mi asombro.

--¡Rudof! –y el viento esparce el grito en muchos metros a la redonda, el estupor me mantiene paraliza, apenas si soy capaz de explicarle a Alberto lo que está pasando que sigue al teléfono afónico de tanto gritarme.

--¡Pasa!, pero que sepas que pienso que eres un gato odioso, estúpido, callejero, feo, imbécil-- ronronea entre las piernas para ganarse algo de leche y yo rompo en un llanto histérico imposible de controlar, oigo las últimas palabras de Alberto antes de colgar--.
--¡para allá....!.

Respiro aliviada, pero apenas he tomado una bocanada de aire cuando noto un dolor agudo entre las costillas, al intentar girarme se vuelve más agudo, otra vez ese horrible pinchazo, trabajosamente me vuelvo para descubrir al asesino silencioso y mis dos últimas reflexiones son absurdas.
--¡Qué suerte he tenido no tengo que aguantar a un plasta de asesino!. Definitivamente vivo demasiado aislada.

Rudolf intenta levantarme empujándome con la cabeza, yo le agradezco el detalle, intentando acariciarlo con las fuerzas que ya no poseo.
  
Fin

Vamp

El ayudante frenético

Aquí tenéis al ayudante trabajando frenéticamente para que pudieramos colgar el relato de hoy.


Vamp

martes, 4 de septiembre de 2012

El ayudante vuelve de vacaciones

Aquí tenemos al ayudante a su vuelta de las vacaciones, esperemos que el síndrome post vacacional no le afecte y esté operativo para desarrollar su trabajo en optimas condiciones en los próximos días.

vamp.

Los diablos juegan con fuego

Los diablos que inspiran los relatos, en sus ratos libres juegan con fuego, así practican para cuando puedan quemar a los humanos jajajajajajjajajajja.

Vamp

lunes, 6 de agosto de 2012

Make - up (2ª parte)

--¿Dónde? ¡Yo no veo más que la calle desierta! – le confirmó su compañera--. Tranquilízate y come algo, te he dejado espaguetis en el microondas, ese trabajo tuyo te hace ver alucinaciones, deberías dejarlo, --alejándose de Rosalía y hablándole como si lo hiciera con una niña pequeña para calmar su desconsuelo--.
Rosalía, algo ofendida por la falta de confianza, decidió, batirse en retirada, ante tanta incomprensión. ¡ Había visto lo que había visto y punto!.
--Me voy a duchar y después me iré a la cama, --afirmó Rosalía sintiéndose incomprendida por su amiga --.
Dejó que el agua tibia acariciara su piel envolviéndola en una agradable sensación  de bienestar y seguridad, pero no la abandonaba el desasosiego, el nudo en el estómago. Se negaba a cerrar los ojos permitiendo que el jabón los irritara y le provocaran escozor, por si al bajar la guardia de nuevo, encontraba la silueta recortada en un rincón del cuarto de baño.
 Ante el espejo empañado por el abundante vapor de agua, dudó al pasar la mano por la lisa superficie del cristal por sí descubría algo tras la engañosa cortina de vaho, dejándolo sin compasión en ese lamentable estado.
Antes de irse a dormir, volvió a escudriñar la solitaria avenida. ¡Y allí estaba!, casi invisible, mimetizado con el paisaje urbano, -- o al menos ella creía adivinarlo en un rincón oculto expectante, inerte, sin poner límites a su acoso--. Desde luego no podía saber sí su amiga estaba en lo cierto o no, pero necesitaba descansar, despejar su mente de la nebulosa de horror que la cubría, de eso estaba completamente segura. Buscó entre las escasas medicinas que guardaba en su cajón y destapando un pequeño tubo, tomó una gragea para que le ayudara a dormir libre de malos presagíos, del tío del saco o cualquier otro ser maléfico asusta niñas, así era como se sentía, como una niña tonta y asustadiza.
No le gustaba hablar o recordar su infancia, aquella noche y sin poderlo evitar rememoraba instantáneas de su vida, todo resultaba de un surrealismo imposible de entender.
En un duerme vela, vió el fingido gesto compungido de su madre, comunicándole la muerte de su padre en alta mar, la certera sensación de que le mentían, de todas formas sí el engaño rondaba su pasado, éste se había ido a la tumba con su madre. Las cómplices miradas de sus tías, los largos silencios, en los cuales hubieran desfilado un ejército de ángeles, la espartana educación, sin permitírseme el más pequeño desliz. Estaba claro que había un enigma, pero estaba segura que quedaría en el anonimato, escondido en las entrañas de sus educadoras, de las cuales rara vez obtuvo una caricia o una palabra de elogio, como sí al nacer hubiera infringido alguna ley imperdonable. Toda persona que poseía ésta información se la llevó con ella, así que por mucho que le pesara, seguiría en el mismo punto donde se hallaba en estos instantes y para siempre.
Despertó sedienta, harta de cama y con la cabeza confusa por los inconclusos sueños, una taza de té le vendría al pelo. Por la mañana todo se ve de otro color, el sol calienta las calles, los coches aceleran y usan impacientes los molestosos cláxon, el murmullo de las gentes invaden las habitaciones y los terrores que amenazan en la oscuridad, parecen estúpidas historias  urdidas por imaginaciones demasiado ágiles y vivaces, incluso pensó que quizás debería tomar en cuenta el amistoso consejo de cambiar de trabajo.
Esa misma mañana le tocó maquillar a una pobre niñita, parecía placidamente dormida, ataviada con sus mejores galas y dejó de ver su trabajo como una amenaza, olvidando la experiencia vivida la noche anterior.
Al día siguiente conoció a alguien mientras almorzaba, que le hizo desechar por completo la idea de cambiar de trabajo, pensando que se había comportado como una niña absurda. Se acercó a ella sin tapujos, sin vanas traperías de ligón barato, dándole una sensación de persona de fiar desde el primer instante, sí lo tuviera que describir diría que era  maduro sin ser viejo, ni muy alto ni bajo, más bien feo – bueno digamos feo de verdad—pero de lengua divertida, en su compañía el reloj perdía las manillas, moreno, de cabello abundante, ojos ocultos tras unas gafas oscuras, --que la prudencia hizo que la lengua anudara la pregunta. ¿Porqué ocultaba la mirada tras los negros cristales?-- de verbo fácil sin rozar la frivolidad, culto, sus anécdotas no tenían fin, el mundo, su casa y las ciudades, pequeños albergues donde repostar, nada más alejado del príncipe azul, montado en el caballo verde, con el que alguna vez todas hemos soñado, pero sí su caballero andante, no por su gallardía pero sí por los kilómetros recorridos.
La historia se reconstruyó a duras penas, un diarío con las páginas desgarradas a violentos tirones y unos amigos desconcertados como únicas pruebas. Fué tan increíble que en la vida habríamos llegado a semejantes conclusiones, porque lo imposible, dió paso a lo improbable, lo improbable a lo real.
Dos semanas más tarde, su compañera de piso regresó de unas cortas vacaciones.
Un fétido hedor, la hizo inspeccionar el dormitorio de Rosalía. Una imagen que no olvidaría  nunca y con la cual sufriría pesadillas el resto de su vida, le invadió la retina.
Rosalía, yacía boca arriba, las cortinas entreabiertas permitían contemplar la escena con claridad meridiana, destripada, abierta en canal como un cerdo, la sangre decoraba las sábanas, acentuando la crueldad de la escena y los muebles salpicados a ráfagas continuas como sí alguien se hubiera entretenido en crear una uniformidad, un adorno para su creación. Las frases sin sentido aparente, culminaban la obra de un loco en paredes y techo. Un hombre vestido y maquillado para su funeral, permanecía sentado a los pies de la cama con el corazón de Rosalía entre las manos.
Según explicó la policía aquel hombre llevaba muerto doce años.
Solo una frase aclaratoría, búrdamente trazada con el dedo, utilizando la sangre de la própia victima.
“TÉ  PROMETÍ  QUE  SERÍA  MÍA”
La investigación pudo aclarar algo las cosas, aún así, es difícil de explicar y más de creer.
El hombre sentado a los pies de la cama, era el mismo que Rosalía maquilló el día de su persecución. Y resultó ser su padre, inexplicáblemente muerto doce años antes. Fallecido en una penitenciaría psiquiatrica, encerrado hacía veinticinco años cuando ella contaba solo dos de edad, prometió a su madre con vehemencia que destriparía a su hija antes de que la apartaran de él. Estaba claro que su promesa no eran las palabras enajenadas de un pobre hombre que había perdido la razón, sino las meditadas reflexiones de un hombre atormentado, dispuesto a cumplir sus amenazas, aún teniendo que desafiar al tiempo y al espacio a lo racional y lo irracional.
El secreto que corroía a Rosalía la alcanzó de pleno, contado al parecer de primera mano por el propio protagonista, desde luego hay secretos que matan en su forma más literal y está claro que este es un ejemplo de ello. Al parecer cumplió su amenaza, aúnque para ello tuvo que escapar del más allá, para conseguirlo. ¿O quizás no?... ¡yo no lo sé!, cada cual que lo intérprete a su manera, yo solo puedo contarles lo que me contaron, advertirles de la demencia de algunos secretos y de la necesidad de reconocer una amenaza real. Porqué está claro que puede perseguirnos hasta conducirnos a nuestra propia sepultura.
Fin.

jueves, 2 de agosto de 2012

Mi ayudante

Os muestro a mi ayudante, totalmente estenuado de nuevo después de un arduo día de trabajo.

Vamp.

martes, 31 de julio de 2012

MAKE-UP


 La  habitación  podía resultar angosta, quizás tétrica para algunos de nosotros; sin embargo para Rosalía era  su  lugar de trabajo, se sentía a gusto envuelta en ese olor a muerte que  la  acompañaba  en  todo momento, posiblemente la persistencía de aquel hedor irrespirable en  la primigenia de sus comienzos se le hacía  antipática, ahora familiarmente amiga, le ayudaba a no sentir la soledad de su oficio.
No perturbaban su ánimo aquellos cuerpos inertes, fríos e indiferentes a cualquier presencia, conversaba con ellos, improvisando escuetos monólogos que ponía como experta ventrílocua en sus quietas lenguas, parapetadas tras sus estáticos barrotes de marfil, inventaba vivencias e historias sugeridas por sus rasgos y fisonomías.
Aquella tarde le estaba resultando particularmente tediosa, cualquier cosa la distraía transportándola a otro lugar. De todas formas su clientela no se quejaría si no le satisfacía su labor, ya habían emprendido el último gran viaje, que más daba si las ojeras se le notaban un poco más o menos, aún así, le gustaba quedar satisfecha con la labor realizada, pensaba que se lo debía a sus familias  – en alguna ocasión a pesar de los grandes esfuerzos y empleando toda su pericia, no lograba hacerlas desaparecer, este era el caso que la ocupaba, desconcentrándola especialmente --. El tipo era realmente feo, mal encarado, --sería la apreciación exacta --, obviamente  al alcance de su mano no estaban los milagros.
La desasosegaba ese ligero aire de mofa que se leía en su rostro, macilento y mórbido. El sujeto era tan antiestético que estaba seguro que la muerte le había hecho un favor. ¿De que se reiría? Una oleada de gelidez la envolvió haciéndola estremecerse en una leve convulsión que recorrió todas y cada una de sus vértebras, el vaho se escapó por sus labios como un liviano manto de sedoso tul, desvaneciéndose al instante.
Pese a los comentarios de familiares y amigos y el disimulado rechazo de extraños, no estaba arrepentida de haber aceptado este trabajo. Lo pagaban bien, nadie la molestaba, ni se recibían quejas de la clientela, que resultaba ser bastante calladita.
Pasó el pincel por última vez sobre las persistentes marcas que se adherían cual bicho remolón y pegajoso.
-- ¡Amigo!. ¡Lo siento!, es todo lo que puedo hacer por ti, no te enfades conmigo, contra la naturaleza no hay quien pueda y tú naciste realmente raro de mirar.
Tuvo que sucumbir ante la persistente sensación de incomodidad. Sentía la necesidad de perder de vista aquel rostro, por primera vez necesitaba cubrir un cuerpo con la sabana y dejar de contemplar aquella carne muerta, pero sus pupilas estaba segura la observaban sin perderse ni el más nímio de los detalles bajo los cerrados párpados, temía dejar de mirarlo por sí en ese descuido, los abría para espiarla y esa leve sonrisa pintada en sus labios se volvía más explicita , no le apetecía estar en contacto con su piel por más tiempo, aun existiéndo la limitación de los guantes de látex entre ambos.
Las identidades le eran ajenas, y así debía de ser, en raras ocasiones se interesó por sus nombres, esta  era una de estas excepciones, de todas formas, tendría que seguir con la intriga, sus jefes se habían marchado temprano, esa noche no había trabajo y si surgía alguna emergencia los localizarían en los teléfonos móviles.
Alrededor de las diez de la noche abandonó la funeraria, cerrando tras de sí la estrecha puerta que daba al callejón trasero. Nunca salía por allí, ya que el lugar resultaba demasiado solitario, pero no le quedó otra solución, las únicas llaves que obraban en su poder eran las de esa cerradura. Y desde luego no iba a compartir la noche con aquel silencioso y desconcertante desconocido que tanto la incomodaba con su callada y quieta presencia, solo pensaba en llegar a casa, tomar un baño, comer alguna cosa y si tenía suerte departir con su compañera de piso sobre alguna fruslería televisiva.
La triste farola situada delante de la puerta de salida, derramaba su agonizante luz sobre los grisáceos y húmedos adoquines que empedraban la calle dificultando la carrera, el ambarino alumbrado permitía distinguir los objetos con claridad apenas unos metros, a partir de esa distancia, todo era pura conjetura.
De espaldas a la calle mantenía una pequeña disputa con la vieja y oxidada cerradura, empeñada en salir adherida a la llave para quedar por fin libre del marco que la mantenía cautiva.
Un estrepitoso ruido a su espalda, en la zona de conjetura, le hizo subir la guardia, aguzó el oído cual leona acosada, por fin la maldita llave se soltó, provocando que la fuerza empleada y los nervios crecientes, la desplazaran fuera del pequeño tramo mal acerado, rebuscó con temblorosos dedos en el bolso una pequeña linterna que guardaba para estas ocasiones y el spray antivioladores que le regalo su compañera de piso, apuntó cautelosa la linterna en la dirección del estrépito con la esperanza de que fuera una falsa alarma, el corazón latía en su pecho desbocado como un caballo en plena carrera, las manos temblorosas hacían oscilar el haz de luz , como el láser de una discoteca al ritmo de la música, resultaba difícil fijarlo en un punto preciso.
Un gran cubo de basura se hallaba volcado sobre los adoquines y entre sus irregulares uniones se escondían una extensa gama de basuras vecinales, las cuales nos contaban las preferencias, vicios y aficiones de anónimos personajes, desperdicios de todo tipo adornaban la calle como una mugrienta alfombra de deshechos, un felino de ciudad, grande, de rubio pelaje se batió en retirada a toda velocidad con algo fuertemente apretado entre sus mandíbulas, temeroso ante la  cercanía de un humano. Quedaba claro que la fiera currupia que la había asustado, no era tal fiera, sino un ser mucho más asustado que ella, con la única intención de dormir con el estomago lleno.
--¡Dichoso minino, que susto me ha dado! --soltó el aire comprimido en los pulmones--, más  tranquila pero ansiosa por abandonar aquella notoria oscuridad e inquietante situación, le hizo apretar el paso, sin perder el ritmo, cabizbaja intentaba alcanzar la salida del callejón, cuando la estilizada silueta absolutamente indefinible de una persona, se recortó entre la escasa claridad,  un hombre alto, delgado, tocado con un sombrero,  se hallaba apostado entre las sombras, justo donde ella debía doblar la esquina. Ahogando un  grito de angustia que le anudó la garganta y le dificultó la respiración, aceleró el paso todo lo que pudo, rezando para que solo fuera un transeúnte perdido, deambulando errante en busca de su camino, parado casualmente para encender un cigarrillo, dándose unos segundos para retomar su verdadero rumbo.
¿Qué podía hacer en aquel lúgubre callejón que no conducía a ninguna parte?. La energía que debía gastar elucubrando posibilidades, prefirió usarla acelerando el paso, apretando fuertemente en su bolsillo la única arma defensiva que poseía, el spray, sus tacones resonaron raúdos en el angosto callejón, como el trotar alocado de un potranca a la carrera. No volvió la cara en ningún momento, solo llegaba a sus oídos el fuerte repicar de sus tacones contra los adoquines del suelo, provocando un extraño eco, mezclado con el latido de su corazón que amenazaba con salir por la boca en cualquier momento.
Vio acercarse su autobús, no estaba dispuesta a perderlo, se tiraría delante, si la ocasión lo requería, batiendo el record Guiness de velocidad en callejones oscuros y solitaríos, llegó a tiempo para tomarlo. Ya en la seguridad del vehículo, intentó calmarse y liberar su cabeza de malos presagíos, había sido una tonta por asustarse tanto, pero se escuchan tantas historías que es muy difícil pensar con frialdad ante situaciones de este tipo.
La noche era desapacible y los parroquianos se hallabán atrincherados en la calidez de sus hogares, el autobús viajaba sin pasajeros y el conductor junto a Rosalía disfrutaban de una total intimidad.
--¿Señorita, se encuentra bien?.  ¡La notó alterada!.
--No es nada, una tontada, el callejón por el que tengo que salir esta muy oscuro y he dejado que la imaginación pueda al sentido común.
--No la culpo, se escucha cada historía que toda precaución parece poca.
--Estaba dispuesta a tirarme ante el autobús para que parara – dijo- esbozando una sonrisa, aún salpicada de cierta angustía.
El conductor, bromeó un poco ante la posibilidad de semejante barbaridad, explicándole que aúnque no hubiera nadie en las paradas, debía respetarlas, seguir el ritual de detenerse obligatoriamente y abrir las puertas, si se recibían quejas, podía peder su trabajo y estaba en periodo de prueba.
Asintió sin prestarle mucha atención, se acababa de llevar un susto de muerte y solo deseaba recobrar la compostura, cerró los ojos, laxos por el estrés, resbaló la espalda arrastrándola sobre el plástico del asiento y le pidió al desconocido conductor que la avisara al llegar a su parada, a lo cual se prestó solicito ante la ausencia de faena.
--¡Señorita, señorita, hemos llegado!
--¡Muchas gracias! ¡Que pase una buena noche! –dijo, de forma mecánica, su pensamiento aún lo llenaba aquella figura recortada entre las sombras.
El conductor le habló, pero no fue capaz de descifrar los sonidos, solo pudo centrar su atención en el bulto que viajaba en los últimos asientos, sepultado en la negrura. ¿Cuándo subió aquel pasajero? ¿En que momento lo hizo?, --quizás se quedó transpuesta unos instantes--. No podía aseverar su convicción,  pero algo dentro de su ser le decía que aquella figura sin rostro, que de nuevo se amparaba en la oscuridad, la perseguía a ella. Antes de abrirse totalmente las puertas y sin dejar que el siseo que emiten dejara de escucharse, se lanzó al asfalto. Corrió despavorida hasta su portal, sin volver la cabeza ni un solo instante para no comprobar lo que estaba segura que pasaba a sus espaldas, la puerta se encontraba abierta, algún vecino despistado o desconsiderado, le hizo un gran favor. De un sonoro portazo atrancó la entrada, subiendo precipitadamente los escalones de dos en dos, metió la llave y girándola empujó con fuerza, provocando un gran estrépito.
--¡Rosalía! ¿Qué te ocurre? Parece que te persiguiera el mismísimo diablo.
--¡No sé quien me persigue, pero alguien lo hace!
--¡Bueno, ya estas en casa! – afirmó su compañera --. Sea quien sea, se ha que dado con dos palmos de narices. ¡Está una lista con tantísimo tarado suelto!
Rosalía, retirando la cortina, escudriño cuidadosamente la calle.
--¡Allí está!—grito histérica, señalando con un dedo tembloroso.
(Continuará)

martes, 24 de julio de 2012

Tanatorio

No empezaba bien el día, abrí los ojos y una arcada me invadió la garganta, al intentar incorporarme la habitación comenzó a dar vueltas, la cosa no prometía, esa mañana parecía que cambiaría la taza de café por la del váter, al recordar el  plato de pescado ingerido la noche anterior una nueva arcada volvió sin pedir permiso, el cuerpo me pedía descanso pero eso a mí jefe le traía sin cuidado, me arrastré con todo el ánimo que pude reunir hasta la cocina, rebusqué en el armario hasta que visualice con satisfacción el paquete de manzanilla, con suerte me asentaría el estómago, en ese momento lo sentía vuelto del revés, me costaba centrar la vista en un punto concreto y el leve tufillo a comida que llegaba de las viviendas colindantes estaba logrando descomponerme más de lo que ya estaba.
El aire fresco me sentaba bien, la cabeza se despejaba por momentos, ocupé como un niño obediente el puesto que me correspondía en la cola por orden de llegada, el autobús bufó al abrir las puertas y todos ascendimos como autómatas bien programados, el traqueteo que lo pone en marchar me despierta una nueva arcada que apenas puedo contener, pero que por fin y por fortuna logro controlar, cierro los ojos y me dejó llevar entre el abundante tráfico.

Totalmente a ciegas busco el interruptor sin encontrarlo, estaba claro que el día no iba todo lo bien que debería, con desgana levanto los folios que me informan de los clientes del día, tomo asiento para no desperdiciar ni un momento de relajo, sus nombres aparecen como las notas de un réquiem, el chasquido que produce el guante de látex al ajustarse a la mano, hace galopar mi corazón, me froto los párpados y por fin reúno fuerzas para retirar la sabana, esos ojos abiertos me ponen los pelos de punta.

--¡Jóder, mira que lo digo veces! ¡Cerradle los ojos que me descompone que me miren así!, -- lo digo a voz en grito, como si alguien pudiera recoger mis quejas --.Con cierta sensación de asco le arrastro los párpados, es la primera vez que la angustia se adueña de mí con tanta fuerza, el aire lo siento cargado y la respiración pesada, preparo con desgana las herramientas de trabajo.

--¡Jóder, si ya te he cerrado los ojos, como están abiertos de nuevo!. ¡No quieres morir!. Lo siento en eso no mando yo, solo os maquillo y os preparo el atuendo para que estéis presentables en vuestro último viaje.

Aquellos ojos algo saltones, los prominentes pómulos y cierta expresión socarrona en el rictus de su boca me estaban llenando de espanto.

Tengo que abandonar la estancia con cierta precipitación, tanto sobresalto me ha revuelto un poco y no respondo de lo que pueda pasar, sentado en el pequeño habitáculo, solo escucho el eterno goteo del grifo que lleva dos años estropeado, me pregunto porqué no habré puesto la radio, el silencio que me envuelve me esta aplastando el animo, con la cara mojada me miro en el espejo.

--¡Déjalo ya, Diego, que estás muy pesado esta mañana!.

Deseo quedarme sentado en el baño, sin moverme, sin hacerme notar, como una presencial fantasmal que no existe en este plano. Agarro con firmeza el picaporte, lo giro y con paso resuelto me encamino a mi destino. Los ojos siguen abiertos, no puedo recordar si se los volví a cerrar, los pensamientos giran como un torbellino, respiro con cierta dificultad.

--¡Déjame guapo!. Su párpado se cierra en algo que parece un guiño, aunque no me ha parecido que mueva los labios.

Me duele el pecho y noto en la garganta el último pom, pom de mi corazón. Es que no era un buen día.
      
FIN

jueves, 19 de julio de 2012

Perversión

Perversión o la calidez de un abrazo.
Natalia empujó la puerta de cristales que la separaba de aquella maravillosa tarde de verano, la biblioteca que siempre le pareció un lugar acogedor y seguro, se le antojaba un recinto polvoriento y triste, demasiado silencioso para un corazón que latía con tanta fuerza que temía perderlo en cualquier rincón.
La música atropelló el silencio, un coche no muy lejano voceaba las notas como un feriante su producto, lejos de molestarle casaba perfectamente con su estado de animo.
La crisálida había salido del capullo y se sentía una bella mariposa de colores exuberantes, el artífice de aquella milagrosa transformación el discreto y romántico Eduardo.
Aún después de muchas horas, Natalia, seguía sintiendo la calidez de su mano entre los dedos, la respiración sobre su pelo y ese cosquilleo en las orejas que la estaba haciendo perder la cordura , la situación por inesperada, se le escapaba de su realidad, formó una sonrisa al acudir los recuerdos de la noche anterior.
La luz del día se disolvía y a paso ligero salvaba la distancia que la separaba de Eduardo, las piernas le flojeaban de la emoción y se sintió ridícula por un momento, pero no lograba ser dueña de sus pensamientos de una forma coherente.
Deseaba tocar sus manos, acariciar su boca y matar a esa Natalia remilgada, llena de perjuicios, de complejos que la habían obligado a permanecer aislada de estas maravillosas sensaciones que la estaban arrollando con la fuerza de un tren de mercancías.
Su corazón saltó como pelota en su pecho cuando le alcanzó la luz del cartel anunciador de la cafetería, escudriñó las cristaleras que daban a la calle y no lo distinguió entre los clientes que disfrutaban de sus consumiciones charlando animadamente unos con otros, una punzada de pavorosa duda se le clavo como un certero cuchillo que le provocó una risotada nerviosa que no pudo contener y dirigiéndose a ella misma en voz alta y con tono condescendiente se tranquilizó a sí misma.
--- ¡No seas insegura e infantil Natalia, aún faltan dos minutos para la hora convenida!.
Una excusa tan bien argumentada no pudo por menos que devolverle la confianza, la firmeza para salvar la distancia que la separaba de la pesada puerta que le permitiría acceder a aquel local elegido para su tercera cita.
Los parroquianos que ocupaban las mesas aquí y allá, diseminados de forma aleatoria, no repararon en la presencia de Natalia que buscaba con la avidez de un sabueso la presencia de su amado escondido en algún rincón poco visible, el tiempo se le paró por unos instantes y notó como el aire dejaba de acudir a sus pulmones.
Tras media hora de espera, dio por concluida la cita, Eduardo no acudiría, se sintió humillada y aferrada fuertemente a su bolso, abandonó el lugar, ahora notaba sus piernas pesadas, apenas si era capaz de alcanzar la distancia que la separaba de la parada del autobús.
Las puertas silbaron al cerrarse, sobresaltando a Natalia rescatándola de sus oscuros pensamientos.
Unos ojos se clavaban en ella con tozudez, no lograba distinguir con claridad al descarado pasajero, el vehículo salvaba a toda velocidad las calles saltándose las paradas no solicitadas, los pasajeros abandonaban el transporte poco a poco perdiéndose en la oscuridad de la noche, pero aquella insolente mirada permanecía quieta, clavándose como alfileres en su espalda. Busca con la mirada extraviada un paladín.
--¡Dios mío, mi parada! – grita en voz alta --.
Aferrada fuertemente de nuevo a su bolso, salta del autobús nada más abrir las puertas y sin esperar a que pare totalmente, pierde el equilibrio, una mano a modo de zarpa la salva de una caída segura. La respiración en su oreja la devuelve a paraísos cercanos y unos labios calientes y febriles golpean los suyos con lujuria.
Aturdida por el encuentro de su boca se escapa un nombre.
--¡Eduardo! – una pregunta acude rauda escapándose de forma atropellada.¿Qué te ha ocurrido, te estuve esperando?.
Una extraña mirada y el silencio por toda respuesta. La abraza con fuerza , mordiendo sus labios y antes de que ella pueda reaccionar ante la inusitada violencia amatoria, una afilada cuchilla se introduce en su corazón, apenas unos segundos para comprender lo que estaba pasando, su cuerpo sin vida yace inerte entre los brazos de Eduardo.
--¡Lo siento mi amor, es mi naturaleza! – dice en voz alta intentando justificar su acción, alejándose sin prisa con los ojos ahogados en lagrimas.
Natalia apenas con un hilo de vida contempla las estrellas sin entender lo que está pasando y en un último y supremo esfuerzo apenas inaudible, llama a su paladín.
--¡Eduardo!.
FIN.

jueves, 28 de junio de 2012

Presentación

¡Hola amigos lectores!
Bienvenidos a mi blog, soy Vamp una contadora de historias, escritora por vocación, mi mayor anhelo es compartir con todos ustedes los relatos que salen de mi imaginación plasmándola en este papel cibernético con la idea de llegar al mayor número de amigos posibles.
De mí os diré poco, ya que considero que lo importante es lo que cuento y como lo cuento, no lo que soy o quien soy. Me considero ciudadana del mundo, aunque nací fuera de España consecuencia del trabajo de mí padre, y por eso de que cuando un niño decide nacer poco le importa el lugar donde se encuentre. Cursé estudios de peritaje para complacer a la familia, desde los veinte años he vivido en muchos lugares y realizado muchos trabajos, pero siempre con el bolígrafo pegado a la mano para plasmar en el papel todo lo que deseaba contar.
Tengo una hija la cual es mi mayor orgullo y el motor de todas las cosas que hago, siempre he querido que pudiera ver en mí el valor del esfuerzo y la lucha para llegar a conseguir lo que deseas, nada es imposible si estas dispuesto a perseverar en el esfuerzo.
Espero que los relatos ya sean largos o cortos cumplan su misión, asustaros un poquito.
Gracias por entrar en mí mundo.
Vamp.

Historias de terror: SORPRESA DE NAVIDAD


Su pelambre húmeda languidecía sobre su cuerpo, temblaba aterido por el intenso frío de la tarde, más que perro, parecía pollo caído y rescatado del río.
El paisaje lucía monocolor, solo roto por algunos árboles desnudos de paliformes brazos alzados hacia el cielo, implorando un poco de sol que los librara de aquel gélido e incomodo inquilino que los cubría con su manto de desolación, ese desagradable habitante que parecía asolar toda la tierra conocida, obligado a mover su cuerpo de pinocho, olvidado por un viejo Gepeto sin forma y sin futuro aparente, deforme y a merced de las inclemencias climáticas en contra de su voluntad.
Una pequeña mancha oscura en el horizonte anunciaba visita, aunque se acercaba con rapidez, la frialdad de la tarde y la ingente cantidad de copos helados que se estaban acumulando en la entrada, invitaba a cerrar la puerta con urgencia, se suponía que lo que se acercaba venía hacia la casa, ya que la finca más cercana se hallaba a un par de kilómetros en otra dirección naturalmente.
El pobre perro se preguntaba que terrible diablura había cometido para condenarlo a morir congelado, sus quijadas chocaban incontroladas y el temblor le hacia parecer beodo con el equilibrio mantenido a duras penas. Sabía que a veces rompía alguna cosa, cuando su rabo se sentía descontrolado por la alegría, o la gula lo cegaba con ansia desmesurada,  pero estaba seguro que nada tan grave como para que el veredicto fuera  esta inminente y prematura muerte. La hostilidad – termino quizás demasiado suave para definirlo-- y el mal carácter de su nuevo amo eran consabidos, aun así, aquello le perecía excesivo. Decidido a buscar una solución, suplicaba pegado a la ventana por su perruna vida, lanzando unos gemidos que a cualquiera le hubieran ablandado el corazón, los ojillos se le rebozaban en pena recordando a su anterior amo y su agradable vida junto a él, arañaba los cristales de la ventana más cercana a la puerta con la perdida esperanza de que aquel luciferino ser que ahora lo mantenía en aquella terrible situación, se apiadara –pero como ablandar el órgano que estaba seguro que no poseía--.  Aquel perro de digno porte, orgulloso hijo líder de la manada, poseedor de un magnifico pedigrí por parte materna, se sentía perdido desde la ausencia de su verdadero amo, un maravilloso  anciano que murió hacia solo un par de meses y con él que había compartido sus primeros cuatro años de existencia.
Del bello pelaje gris y pecho blanco que tanto habían elogiado los vecinos y había lúcido con pundonor, no quedaba ni siquiera el rastro. Del brillo y la alegría que sus ojos color zafiro trasmitían refulgiendo como luceros en medio de una noche sin luna, apenas si quedaba un ápice, ahora opacos y envejecidos por la angustia y el abandono. La esperanza se torno en desesperación cuando recordó su terrible suerte, la poca comida que le daba se la cobraba a palos aquel horroroso corazón negro, muchas veces pensó en huir, pero solo conocía este entorno y le asustaba la aventura.
Un trineo paró ante la puerta levantando un pequeño tsunami de polvo blanco y helado, que tuvo que sacudirse enérgicamente para deshacerse de la nueva capa helada que le provocaba un temblor mayor del que ya lo acompañaba, los animales que tiraban del extraño artefacto que no se parecían a nada que hubiera visto hasta ahora, -- no olían a perro, ni siquiera lo parecían --, llevaban sobre sus cabezas unas enredaderas feas y recias, como armas prestas a la batalla,  los hocicos demasiado alargados y los ojos redondos, fieros, negros, fijos en el horizonte como si ese fuera el único punto que existiera en la tierra. El hombre que los dirigía, tenía la mirada extraña, incómoda de sostener y su aura desprendía destellos confusos, pero la puerta por fin se había abierto y como la tarde no estaba para conjeturas, ni averiguaciones,  aprovechando la confusión, reptó con la habilidad y rapidez de una serpiente, escondiéndose en lo más profundo del roñoso y desvencijado sofá, acurrucándose sobre el único pico de la alfombra que quedaba con algo de color y tejido mullido.
Asistía a una escena que no entendía  bien, ni siquiera mal, simplemente no la entendía. El hombre de extraña aura no emitió sonido alguno, sin embargo su mal llamado nuevo amo, balbuceo algo que no llegó a entenderse, no lograba comprender la situación, nunca había vivido nada semejante pero algo sí lo creía seguro, su dañado lomo acabaría pagando las consecuencias de todo aquello, tapó su cabeza con las patas resignándose al inevitable golpe que dejaría dolorido sus huesos sin razón que pudiera comprender, pero aceptándolo con resignación canina, cerró los ojos con fuerza una vez más, el dolor no llegaba, pero si un sonido sordo y seco que hizo temblar las mugrientas tablas de madera del suelo de la cabaña, la impresión fue como si el techo se hubiera desprendido sobre ellos, se creyó a salvo por estar bajo el sofá, aunque sobre el mismo no había notado ninguna vibración, sin embargo la explosión fue similar a una pequeña bomba dentro de sus tímpanos. Alertado y confuso, levantó una oreja, dándole un pequeño espacio de tiempo a la otra, pero aún le faltaba valor para contemplar la escena, ya fuera parcial o total, estaba convencido que aquella oscura tarde de invierno, moriría destripado y sin razón alguna que tuviera un mínimo de lógica plausible.
Unos pasos sordos pero decididos se alejaban en la nieve, el roce de aquella maquina atroz arañando la misma y poco a poco la nada invadió el espacio, ni el viento osó romper el momento.
Cauteloso liberó un ojo de la presión de su gran pezuña, el cual permaneció cerrado, despejó el otro y aun permaneció unos segundos con sus párpados sellados por el miedo, por fin se abrieron de golpe y sin previo aviso.
Una masa viscosa se acercaba a su pezuña como poseída por una fuerza imparable, -- que no era otra cosa que el desnivel existente en el suelo de madera --, avejentado por el mal cuidado recibido. Irguiéndose con temerosa cautela, vio que aquella sustancia salía de debajo de la cabeza de su amo, apelmazando el pelo y manchando la media cara que reposaba en las tablas de la cabaña.
Aquella situación no dejaba de ser muy rara, y por fin, la curiosidad pudo más que el miedo, olisqueaba la sustancia, no le resultaba conocida, un hedor dulzón invadía el pequeño espacio, pero no el dulce aroma de los pasteles de su antigua vecina, -- azúcar caliente, almendra tostada, calabaza hervida --, aquel humito que salía de los platos e invitaba a lamerlos sin pedir permiso y bien valía después la regañina por la maldad cometida, aquel extraño dulzor era espeso, se mezclaba con el aire y no invitaba a la travesura. El cuerpo del despótico ser que lo había maltratado con crueldad injustificada, yacía inerte sobre la madera, su boca llena de aquellos  ennegrecidos promontorios con los que devoraba ferozmente la comida que a él le negaba, permanecía cerrada, ningún sonido desagradable salía de aquella oscura y negra caverna, el aura oscura había cambiado,-- bueno no había cambiado, es que no la encontraba --. ¿Quizás se escondiera debajo de su cuerpo tirado sobre las tablas?, o él era demasiado joven, e inexperto para saber como eran las cosas--. Siguiendo su instinto y un impulso irrefrenable, alzó el hocico al cielo y comenzó a aullar como no lo había hecho en su vida, compadres de otras fincas cercanas más viejos y expertos le contestaron y resolvieron sus dudas. El olor indefinible para él por su juventud. -- ¡Era el de la muerte!. ¿Y ahora qué? Se preguntó sin encontrar respuesta alguna. 
No pensaba perecer de hambre en esa tundra inhóspita y desolada, después de un sueño reparador, acurrucado junto al hogar, dejó que su instinto salvaje se apoderara de él y sembrada  la semilla de la supervivencia, comenzó el festín. Devoró las partes más blandas y jugosas, con la ayuda de sus afilados colmillos, desgarró la carne con facilidad pero sin remordimiento, sacó los ojos con rapidez de sus cuencas, cayendo al suelo como ensangrentadas pelotas de ping-pong,  dándole un suave golpe con su almohadillada pezuña, comprobó que no se movía, las devoró con deleitado gozo. La sustancia que las envolvía y que en principio su sabor le resultó desconocido,  era sabroso de veras. Un apetito voraz se le despertó, comió sin mesura, como si de su última comida se tratara y cuando se sintió saciado, después de muchos meses de hambruna contenida, miró la cara del hombre, poco quedaba de ella, solo se le podía reconocer por sus ropas y poco más. No quería que su amo se despertara y viera el estropicio cometido, estaba convencido que si lograba levantarse lo mataría sin ningún miramiento y quizás esta vez tuviera razón, estaba confuso, era todo realmente siniestro. ¿Y sí los perros vecinos lo habían engañado?—lo mejor era asegurarse, mordió con sus poderosas mandíbulas los pantalones y arrastrándolo hacia la nieve lo abandono a su suerte, tiñendo de rojo, la inmaculada sábana que se acumulaba ya en montículos de más de un cuarto de metro. Los lobos no tardaron en aparecer atraídos por el irresistible aroma de la carroña, que en aquellas condiciones extremas significaba la diferencia entre morir o vivir. Se acurrucó frente al hogar que aún ardía con fuerza, dejando que las fieras se saciaran, nada podía hacer él, contra aquella turba enloquecida por el olor a muerte.
Nuestro amigo no lo sabía, pero en otras granjas había pasado exactamente igual que en la suya, abusadores dueños habían corrido la misma suerte.
A la mañana siguiente mientras disfrutaba de un sueño apacible con el hambre saciada, sus orejas percibieron el resbalar de lo que reconoció inmediatamente como un sonido muy familiar, el siseante deslizar de los patines sobre la nieve, venían de lejos acercándose todo lo rápido que el suelo nevado lo permitía, hasta detenerse frente la casa, el estridente murmullo creciente, expresaba la repulsa y el horror que provocaba la estampa navideña.
Lentamente la puerta se abrió, precedido por una escopeta de doble cañón, apareció una figura conocida, un vecino el cual había visto muchas veces. Inspeccionaba la cabaña no sin cierta desazón por lo que pudiera encontrar, envuelto en un aire de creciente incredulidad. Acurrucado en un rincón y con ojos desconsolados, tiritando de frió estaba nuestro amigo, no quería recibir más palos, pensaba que con su estratagema, puede que se librarse de la culpa, a lo mejor pensaban que los lobos lo atacaron desesperados por el hambre en un descuido,-- tampoco hubiera sido la primera vez --.
El hombre gritó con su grave vozarrón alertando a los que estaban fuera, entraron en tropel inundando la habitación con  preguntas sin respuestas.
--Es lo mismo que en las otras granjas. ¡No sé que ha podido pasar! -- esta es la quinta que nos encontramos en la misma circunstancia. El perro aterrorizado y el dueño medio comido por los lobos en la nieve.
Una mano acarició su cabeza, que él intentó esquivar en un principio temiendo lo peor, descubriendo con agrado que no era más que una falsa alarma, hacia tanto tiempo que no recibía una muestra de afecto y le era difícil distinguir los palos de lo arrumacos.
Nos transportaron a todos los afortunados huérfanos en un improvisado camión, nos apretujamos unos contra otros, buscando más calor perruno que corporal, sin importar talla, raza, color o condición, algunos me eran conocidos nos habíamos encontrado en ocasiones al ir a comprar provisiones.
Todos teníamos historias parecidas, nuestros amos eran personas de mal corazón que nos usaban más para descargar su odio, que como protección o compañía, ninguno sintió su perdida, pero sí miedo a un futuro incierto. ¿Qué nos depararía esta nueva etapa?, los viejos nos tranquilizaron y tenían razón. --¿Qué podía empeorar?, lo malo ya lo conocíamos--.¿Por qué perder la esperanza?, seguro que el futuro nos traería algo mejor que lo que teníamos.
Aquella noche mientras descansábamos en el granero de un granjero como albergue improvisado, resguardados de las inclemencias de la noche, entre cantos navideños, aromáticos efluvios procedentes de las cocinas cercanas, intentábamos borrar de nuestra memoria la experiencia vivida horas atrás, todos guardábamos silencio, nada quedaba por decir.
Seguro que la dueña de la posada estaba cocinando su deliciosa tarta de arándanos con nata y chocolate caliente, deslizándose por la cubierta suavemente hasta invadir los bordes, estofado de buey –¡seguro que nos guardaba los huesos! –-,  su pavo relleno de carne picada con la crujiente piel dorada al horno, aquellos pensamientos nos mantenían distraídos, con las bocas babeantes de deseo, despreocupados de un futuro, ya, casi presente.
Sin embargo el alegre sonido de unas tintineantes campanitas rompió nuestra fingida calma, estremeciéndonos al reconocer de nuevo el peculiar deslizar del extraño  patín sobre la nieve, alertados, aguzamos los sensibles oídos y los desarrollados olfatos.
El macabro hombre de ojos incómodos y extraña aura pasó ante la puerta, dejando a su paso mezcladas con el viento unas risotadas que lograron erizarnos hasta el último pelo y meter el rabo entre las patas, se alejó golpeando con fiereza el aire que rodeaba a esos animales que no parecían perros, ni olían a perros, pero que obedecían fielmente sus ordenes, esos ojos enloquecidos exigieron nuestro agradecimiento,-- quedamos confundidos --, deseando no tener que verlo nunca más y sobre todo que no viniera a cobrarse el favor, ya que nadie se lo había pedido.
Creo que lo consideró un presente de navidad. Se alejó tan rápida e inesperadamente como llegó, la confusión dio paso al disfrute del regalo. Por macabro que fuera el extraño presente, era un regalo y más si son fechas navideñas.
Olvidamos su cara, aunque ahora que intento recordar.--¿Qué cara?—aquellos ojos enloquecidos y la extraña aura que lo envolvía es lo que queda del recuerdo, y aunque ahora soy lo suficientemente viejo como para no temer al hombre del saco, si temo al hombre del aura extraña.
Y todos los años cuando el humo de las chimeneas envuelve al pueblo en dulces aromas, recuerdo las campanillas y los perros que no olían a perro y al poco lo olvido mientras los huesos del pavo se deshacen en mis fauces.
 Si escuchan unas campanillas y su perro deja de oler a perro, escrute los ojos de su vecino, nunca se sabe lo que el destino nos puede deparar. Por sí acaso, traten bien a sus perros, nunca se sabe cuando les pueden hacer un regalo.
FIN.

Os presento a mi ayudante, que trabaja sin descanso, es el mejor del mundo.



Vamp.