jueves, 28 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (38º parte)

Lo más cerca que dejaba el transporte publico era a un kilómetro de la mansión y hubiera sido mucho esperar que nos hubieran mandado a alguien para recogernos.
El campo todavía seco por el paso del verano, comenzaba a verdear, en breve se mimetizarían los árboles con las altas hiervas, cubriéndolo de un verde clorofilado. El carril de acceso a la casa se había convertido en un auténtico pedregal, un tropezón tras otro nos llevó a nuestro destino final, por ese motivo disfrutamos más de la visión del suelo que del paisaje. 

Los pies le frenaron en seco, fijé la vista, y allí estaba aquella mole de piedra, se veía con claridad como el constructor intentó darle un cierto aire victoriano, no creo que se pudiera sentir orgulloso, se asemejaba más, a una prisión o a un manicomio del siglo pasado.
Una meseta con una gran construcción en el centro y sin un mal árbol o planta que le alegrara el entorno, una alfombra marrón se extendía alrededor como vengativo símbolo de devastación y dejadez por parte de los habitantes de la casa.
Un perro famélico, medio ciego, se acercó a nosotros renqueando, con cierto aire agresivo, ella se agachó y con voz muy dulce –le dijo –
--¡Canela!. ¿No te acuerdas de mi bonita?.—La perra se acercó aun recelosa sin creerse muy bien lo que oía, pero confiando en su olfato, se dejó acariciar por la mano que portaba la voz amiga.

Un muchacho larguirucho y destartalado, con la cara llena de granos, producto de un virulento acné juvenil, nos salió al paso, con aire huraño y desconfiado –nos dijo--.
--¡Esto es una propiedad privada!. ¡Si no se largan enseguida soltare a los perros!—vocifero todo lo alto y desagradable que pudo.
Cuando iba a contestar para identificarnos y que no cumpliera su delicada advertencia.  Una mujer de prominentes redondeces, el pelo recogido en un extraño moño pegado a su nuca --más que un peinado se podría calificar de parásito--, de mal color en la cara, facciones endurecidas que le afeaban el aspecto bonachón que portaba.
--¡Aparta chalado!—asestándole un fuerte capón en la nuca, -- trastabillo hasta chocar con la pared que le frenó la inminente caída—al mal alimentado y por lo que comprobé no mejor tratado desgraciado--.
--¡Niña, ven aquí!—aquella aseveración tan imperativa, me hizo temer por la seguridad de Lucía, así que la seguí a escasos centímetros, dispuesto a defenderla con mi vida y pensando que venir aquí había sido peor idea de lo que pensé en un principio.
La expresión le cambio cuando por fin tuvo a la niña entre sus brazos, estrechándola con fuerza vi el amor que le profesaba aquella oronda y malhumorada mujer.
Tiró de nosotros hacia la cocina, ofreciéndonos algo de comer y un refresco, pero el pellizco que teníamos en el estómago solo nos permitió beber para refrescarnos, ya que la lengua parecía adherida al paladar de por vida.
--Catalina, si la abuela ve, que nos das algo, te matara a ti y me hará vomitarlo a mí.
--¡Eso será por encima de mi cadáver! – dije – enfatizando mucho mis palabras.
--No os preocupéis, están almorzando tu tío y ella en el comedor, están en la otra parte del edifico, no os ha visto llegar, todavía tardara un rato, van por el primer plato. Cuéntame, quien es este guapo mozo, que con tanto fervor te protege.
--¡Mi marido!
Se le lleno la boca al decirlo. Me inflé de orgullo como un pez globo.
--¡Dios mío!.—dijo, llevándose la mano al cuello como si le faltara el aire, reflejando perplejidad en su mirada--. Mi niña como he rezado para que nuestro Señor te protegiera. ¡Tantas desgracias!. – Y los ojos se les ahogaron en pena.
--Estoy embarazada de tres meses.
Aquella curtida cara por  el sol y endurecida por las  vilezas de la vida, rompió a llorar. Secándose los ojos con el mandil que protegía su ropa de inoportunas manchas, le dio dos sonoros y generosos besos.
--¡Vete de aquí lo antes posible y no vuelvas!.—dijo casi en un grito--. ¡Qué esa vieja bruja nunca vea a tu hijo!.—Con manos temblorosas, encerró en ellas las de Lucía.
Con una resolución en su voz que me puso los bellos como escarpias –dijo--.
--Lo mataría antes de permitirlo.
Creo que fue en aquel momento cuando me di cuenta del alcance de la tragedia familiar.
Continuará...

lunes, 25 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (37º parte)

Aquella tarde de vuelta a casa, llevaba una desagradable sensación en la boca del estómago, no pasaría mucho tiempo hasta averiguar que tenía motivos para ello.
Su presencia desde el primer momento en que la vi, tuvo algo mágico, aunque hubieran pasado escasas horas de su marcha, verla de nuevo era una especie de bendición conjurada por las buenas hadas.
La encontré muy seria sentada en el salón, meditaba sobre algo que la abstraía tanto que no escuchó la puerta al abrirse, cauteloso me senté a su lado, abrazándola le di un beso en su incipiente vientre que apenas si se veía abultado.
--¿Ocurre algo?. Al escucharme se sobresalto, estaba tan inmersa que no notó mi presencia.

--Mañana voy a visitar a... el abogado me llamó hace una hora. Me ha dicho que esta furiosa por la estratagema y que no espere comprensión por su parte.
--¡Cómo que vas! –dije con serio enfado --. Ahora somos tú y yo, juntos, donde vayas iré yo. De todas formas que dice esa majadera.
--¡Pero qué estratagema y qué comprensión!.¡Tú deberías denunciarla por intentar robarte!. –Bramé con la cara enrojecida de ira--. ¡Bruja asquerosa!. Lucía no tienes que ir sino te encuentras con fuerzas— contestó con tal firmeza que quedé sorprendido--.
--No faltaría por nada del mundo. Voy a terminar con esta situación de una vez por todas.
Puso rumbo a la cocina y cuando entre en ella trajinaba frenética.
--¿Tienes hambre?—pregunto aquello como si no hubiera pasado nada--. Si lo quería tomar así, mejor, le seguí la corriente. Duli entró con su característico movimiento de rabo, golpeando los muebles a su paso como los palillos de un tambor, jadeando y con la lengua medio colgando y babeando, cabeceaba mi pierna buscando una muestra de cariño.
--¡Hola perrita loca!. ¿Cómo están los rasputines?. ¿Comen mucho?. ¡Claro que sí!. ¿Quiéres salir?.—Lucía nos miraba con cariño.
--Sácala un poco, pobrecita, mientras preparare algo de comer para los tres.
--¿No te importa?. ¿Cuánto tiempo podemos tardar sin que nos prohíbas la entrada?.
Besé su tripa y luego su boca. Volví la cara antes de abrir la puerta, seguida de la perra dando grandes muestras de alegría. Nos contemplaba con una expresión tan dulce que la pena acudió a mí, nublándome la visión. Corrí y la estreché con fuerza contra mi pecho.
--No me dejes nunca, amor mío.—Con rapidez desaparecí, deseaba volver y aun no había puesto un pie fuera de la casa.


Aquella noche, no fue de insomnio, pero sí de inquietud. Lucía daba vueltas coceándome, algunas palabras sin conexión aparente, salían de su boca, incluso en varias ocasiones pensé que no dormía. No sé que mal sueño la acunaba, por desgracia no podía ofrecerme a soñar por ella.


Por mi parte, cuando por fin Morfeo decidió visitarme, tampoco fue muy tranquilizador.
Un antiguo salón de baile, sus paredes lucían en completo “desabillé”, cubiertas en su mitad por ventanales formado por  cuadradillo de madera tan vieja que con el mínimo roce se volatilizaría, terminando en arcos de medio punto, encastrado en hierro forjado, rayos de luz se filtraban imitando a una aurora boreal, dando un aire mágico y surrealista como sólo los sueños son capaces de conseguir. El silencio reinaba como único soberano, miraba alrededor pensando que hacia allí, solo, en esa enorme estancia desnuda por completo. Lucía apareció  y tendiéndome la mano, solicitó el próximo baile, danzamos al son de una silenciosa música que sólo resonaba en nuestra cabeza, reía y lloraba huérfana de sonido, por un momento pensé que me había quedado sordo. En sus ojos se reflejo terror y se desvaneció en mis brazos y una voz siseante y chillona, pronuncio mi nombre. En el centro del salón una especie de trono tallado en metal tan brillante como el oro, una figura encapuchada envuelta en una túnica morada con la que tapaba una escandalosa joroba – me dijo --. ¿Quieres saber tu destino Pablo?. Y rió con esa risa que ríen los malos en las malas películas. Delante de él, unas piedras que parecían suspendidas en el aire, giraron a gran velocidad sobre sí mismas, desparramándose por el suelo. Se desprendió de su falsa envoltura, dejando al descubierto una calavera, riendo a mandíbula batiente. Cubrí mis ojos para no ver y mis oídos para no oír, pero aquella risa se había colado en el cerebro y lo martilleaba con violencia.
--¡Pablo!. ¡Pablo!. ¿Qué tienes?. –Por lo visto manoteaba el aire, gritando como un loco.
--Un pájaro quería atacarme –dije casi sin aliento--.
Salte de la cama, seguido de la mirada de Lucia, incrédula ante la explicación.
Quería hacer alarde de buen humor,  pasé todo el rato diciendo tonterías, la mayoría de ellas sin gracia ninguna, los labios y la lengua eran incapaces de estar quietos. Sin embargo Lucia permanecía en silencio, apenas si abrió la boca.
Hacia la una del medio día, emprendimos camino a la sierra de Madrid. La abuela vivía alejada del mundanal ruido, para su pesar cada vez más amenazada por la civilización que se acercaba peligrosamente a sus dominios. Cuando se construyó se encontraba a tres horas de carruaje del centro de Madrid, corrían los años 1885 - 1886, Lucía no estaba muy segura. Lo poco que habló en el trayecto fue para decirme que se alegraba de ir a estas horas, no quería que nos cogiera el atardecer – sus palabras fueron--.
--A plena luz del sol da miedo, por la noche pavor.
Continuará...

jueves, 21 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (36º parte)

 La naturaleza pareció quedarse en suspenso por unos segundos. La culpabilidad me abrumaba. ¿Cómo podía ser tan feliz?. Mamá muerta, su asesino libre. Y sin embargo era más feliz que en toda mi vida.
Me había acostumbrado al dolor, a la frustración, al sufrimiento y no sabia como encajar el nuevo estado de animo.
Brillaba de admiración y felicidad, -- mi voz sonó grávida de emoción.
--¿Eso es verdad?. ¿De cuánto tiempo?. ¿Tú estás bien?. ¿Cuándo tendremos el bebé?. ¿Por qué no me lo has dicho antes?.—se me hizo un nudo en la garganta y no pude contener las lágrimas, me era imposible parar de llorar. Yo voy a tener un hijo, no me lo puedo creer. ¿Estás completamente segura?—ansiaba su respuesta, quería que me lo confirmara una y otra vez.

--Estoy de nueve semanas, aproximadamente nacerá en Mayo. ¿No te parece un mes fantástico?. Podremos sacarlo al sol todos lo días, muy buen tiempo, no hará frió.
--¿Y ahora qué hacemos?. ¡Cojamos un taxi para que no te canses!.
-- No, vida normal, largos paseos sin cansarme, comida sana y mañana vamos al médico, ahora tranquilo ¡Vale!. Quiero que me ayudes a criar a nuestro hijo, no que te de un infarto de la emoción.

Aquella noche, mientras Lucía descansaba, junto a ella, lloré durante horas, de pura felicidad. Tras mis lágrimas contemplaba como Duli alimentaba orgullosa de su maternidad a los cachorritos.
Tres semanas más tarde nos casamos en una pequeña iglesia de Alcalá de Henares, nuestros testigos una encantadora pareja de ancianitos que tomaban el sol en el parque, casados hacia cuarenta y cinco años. No podía haber mejor augurio que ese, así quería llegar con Lucía, viejitos, arrugaditos y cascarrabias.
Alquilé una limusina con chofer para todo el día, y me alojé en una pensión cercana a la casa y dejé a la novia, no quería atraer la mala suerte, tampoco había visto su vestido.  En estos preparativos la ayudó la taciturna  Eloisa, parecía encantada incluso la vi sonreír un par de veces. Aunque la invitamos a la boda no pudo asistir, Lucía le guardó el ramo de novia como prueba de afecto.
No comuniqué a mi albacea mis intenciones, por esas fechas se encontraba fuera de la ciudad. Yo tenia plenos poderes sobre mis finanzas,  aunque me dejaba aconsejar, -- resultaba un buen perro para olfatear buenas inversiones—me había hecho cargo de casi todo.


La limusina se paró ante la puerta de la iglesia, de un dudoso estilo gótico. En vez de una novia parecía niña de comunión, el traje recordaba a las damiselas medievales rescatadas de sus torres, se veía cortado bajo sus pechos que los hacían parecer más abundantes, el resto de la tela caía en cascada hasta sus pies dándole un aire angelical, dos flores recogían su todavía corta melena, y un pequeño bouquet de rosas blancas ocupaban las manos, nada en ella delataba su estado pero aquel ser frágil, menudo, me daría un hijo en apenas seis meses.
Nuestros deliciosos padrinos nos esperaban sentados en el primer banco de la iglesia. La habían arreglado con flores blancas, el sacerdote nos indicó que avanzáramos mientras en el órgano sonaba la marcha nupcial. Orgullosos y felices recorrimos la distancia que nos separaba del altar y nos dimos el sí. Sólo extrañamos a la perra y a Eloisa,
Apenas si eran las seis de la tarde, por fin éramos marido y mujer, me costaba hacerme a la idea de que esta preciosa mujer hubiera aceptado casarse conmigo. El cielo azul apenas hacia unos minutos, se tornaba rápido en un ligero púrpura, pasando por un azul plomizo, hasta que  por fin un azul intenso cuajado de brillantes estrellas, dio paso a nuestra noche de bodas.
Ya en la habitación del hotel pedimos que nos subieran la cena, la dirección nos obsequio con una botella de Cava.
El Tocólogo, presionado por lo pesado que me puse, sólo le faltó jurar sobre la Biblia que no existía ningún impedimento para mantener relaciones sexuales y dio luz verde para una copa.

Intentaba persuadirla de visitar a su abuela, no quería que se preocupara o que se llevara un disgusto. Le ofrecí ir solo en su lugar — pero con actitud rebelde me aseguro que no se escondería, quería afrontar el problema, para así olvidarse y liberarse de el y no actuar como ladrones en la oscuridad--. En el fondo la comprendía, sabiendo que era la única manera de atajar y vivir tranquilos. Acepté de mala gana.
Nuestras vidas habían vuelto a la rutina. Reemprendí el curso en la universidad y Lucía asistía a la escuela de arte. Yo quería que se quedara en casa a descansar, pero ante su insistencia accedí. Pintaba durante horas pero no me permitía verlo.
Continuará...

lunes, 18 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (35º parte)

--Lucía, hoy tenemos que hacer una visita muy importante—iba de un lado a otro recogiendo cosas y sin prestarme mucha atención, me respondió--.
--¿Dónde?—dijo algo ausente—. No tardé en atraer toda su atención.
--Al cementerio, quiero que visitemos a mi madre y la abuela.
--¿Cómo?. ¿Al cementerio?. ¿No entiendo?.
Me di cuenta, que no le había hablado nunca de mis incursiones, y consideré mejor dejar esa parte de mi vida en suspenso.
--Llevarle unas flores a las lápidas –dije corrigiendo lo dicho con anterioridad.
--¡Claro!. Cuando tú quieras.
--¿Te parece bien dentro de una hora?.
--¡Vale!
--Te noto distraída pasa algo que no me hallas dicho –el rubor se apodero de su rostro--. Y respondió con un – no-- tan poco convincente que me dio miedo insistir.
A medida que nos acercábamos a nuestro destino, los latidos de mi corazón se asemejaban a un fox-trop—Lucía notó el nerviosismo, apenas si despegué los labios desde que salí de la casa, respetando mi silencio me apretó la mano con fuerza y note como nuestros corazones latían, fuertes, poderosos, unidos por una cadena invisible pero real que nos daba fuerzas para enfrentarnos a la vida.
 
Al acercarnos, no sentí calor ante aquellos inertes ángeles de fría y vetusta piedra. Un sentimiento de desconsuelo se apoderó de mí, pero un aire cálido me acarició las mejillas, alborotándome el cabello como promesa de nueva vida y por unas décimas de segundo, algo tangible, me rozó la piel. A lo lejos, --visible sólo para mis ojos—los seres hasta ahora, los únicos más amados, alzaban sus manos para enviarme un tierno beso y comprendí que era como tenía que ser. No podía hallar esperanzas en la muerte porque no las había.
Y la tristeza se evaporó cuando Lucia me rodeo la espalda con sus brazos y aunque debimos mostrar más respeto. Tiré con suavidad de su mano, entibiando el gélido mármol con nuestro amor, besándonos.
Y Dios en su infinita misericordia, perdonándome pecados imperdonables, la primera de tres veces, ofreciéndome la redención a través de terceros.
Los sueños, la inquietud, no me abandonaron por completo, aparecían cuando menos lo esperaba. En esos instantes no me sentí atosigado por el pasado, respiraba en paz.
Unidas nuestras manos, rezamos ante las lápidas retirando las primeras hojas que nos anunciaban el invierno y recibiendo sus buenos augurios.
 
En silencio caminamos por los pasillos de tierra que nos conducían a la salida, sólo el crujir de algunas ramas al romperse bajo los pies, osaban interrumpir el momento. Ella me apretó con fuerza los dedos y nuestras miradas se fundieron en una sola y el sendero se fundió en un solo sendero, que al enfrentarlo juntos no nos producía temor.
--¡Pablo!. Tengo que darte una noticia y no se si te alegrarás, todo ha sido tan precipitado, que ni siquiera hemos tocado el tema.
--Porque ese tono tan triste, ¿Ocurre algo malo?—escruté sus ojos buscando una mala noticia. Sin embargo, me miraba con una franca sonrisa dibujada en su cara--. Me tienes en ascuas, dime que ocurre.
--¡Verás!—y me condujo hasta un banco del parque, bajo un cincuentón árbol, el sol se filtraba entre sus hojas, dibujando sombras sobre nosotros--. Tu sabes que no hemos tomado ninguna precaución. ¿Verdad?.
--¿Precaución, para que? – dije sin saber cual era el enigma--.
--¡Dios mío Pablo!. A veces parece que no estas en este mundo. Papá.
--¿Qué hablas de papá? ¿Qué papá?.
--Esto parece imposible. Pablo, vamos a tener un bebé. ¿ Tú que piensas? 
Continuará...

jueves, 14 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (34º parte)

Miré por la rendija que quedaba abierta del baño, no quise empujarla por si las bisagras chillaban delatando mi presencia. Los dos espejos que servían de decoración a derecha e izquierda estaban totalmente empañados, una leve bruma envolvía el ambiente dándole aire irreal a la escena. Metida en la bañera con la cabeza apoyada en una toalla disfrutaba de un placido sopor, sus mejillas caldeadas, rosadas como melocotones maduros y solo sus hombros suaves, blancos y bien formados ascendían como coloreados iceberg. Sumergido en el agua el resto del cuerpo, se adivinaba bajo una fina capa de espuma.

Acerqué mis labios a los suyos, rojos, carnosos, tan deseables y los rocé con delicadeza, seguí con sus cerrados y relajados párpados y finalmente acaricié su pequeña naricílla, en la que comenzaban a dibujarse algunas pecas que le agraciaban aun más si cabía las facciones. Sobresaltada abrió los ojos e intento incorporarse.
--¡Perdona! –trato de disculparse--. Me he quedado dormida.
--¡No te disculpes!. Es lo que tenias que hacer y no quiero que me pidas perdón, quiero que seas la mujer más feliz de la tierra.
Dedicándome una cálida mirada. Emergió de las aguas como una diosa pagana, tentadora y sensual.
Con un divertido acento –dijo—
--¡Sí, mi amo!
La miré extasiado como con mesuradas maneras se envolvía en una toalla.
--¡No me mires así acabaras avergonzándome!
--¡Perdona, no me canso de mirarte!
--¡Adulador!
--Ahora, quiero que cierres los ojos y me acompañes al dormitorio, entre risas la conduje hasta donde yo quería. Le había dispuesto todo sobre la cama como si se tratara del día  Navidad.
--¡Pablo!. ¿Qué es esto? –dijo con la voz hecha un susurro.
Me regocijaba en su pasmada sorpresa. Se dirigió hacia el gigantesco ramo de flores y abrazándolo cubrió su rostro y se echo a llorar. Amarla era navegar por los cielos en nubes de algodón. Con la mirada empañada por las lágrimas, abrió todos y cada uno de los paquetes, por fortuna todo era de su talla.
--¿Por qué haces esto?. Me haces sentir como una adulada cortesana y no lo merezco  ----sus ojos se nublaron--.
--¿Cuándo vas a dejar decir esas cosas?. No permitas que te sigan haciendo daño, te mereces muchas cosas que no has tenido. Pero te aseguro que eso ha cambiado ya –lloraba con una mezcla extraña entre alegría y pena.
Moví mis dedos con habilidad sobre sus costados, haciendo que se arrodillara riendo con cierto histerismo.
--¡No! ¡No!. Para no sigas. Por favor seré buena, no puedo soportar las cosquillas—reía con voz entrecortada.
--¿Serás buena y no dirás tonterías y cretineces?.
--Si, lo juro.
Para entonces me inclinaba sobre ella, casi tirada por el suelo. No sé en que momento nuestras miradas se cruzaron de soslayo. La magia se adueño de nosotros, incruste mis ojos en sus labios entre abiertos, respirando pesadamente, sus dientes asomaban tímidos entre ellos y me quemé por dentro. La besé con fiereza, respondió con naturalidad a aquel ataque, confiada, y eso me inflamó aun más. Se sentía segura. Introduje con torpeza las manos bajo la toalla, aceptándolo como parte del juego amoroso, relajó sus músculos y me dejó hacer, sabedora de que jamás dañaría ni su cuerpo ni su mente. Me sentía fascinado por mi nueva situación. Sin tapujos ni abalorios superfluos, alargué la mano alcanzando la pequeña cajita con la que quería sellar mi compromiso. La abrí y mostrándosela le hice la ansiada pregunta.
--¿Te quieres casar conmigo?.-- abrumada por los acontecimientos--. Por su rostro corrían pequeños hilos de lágrimas, deslicé el anillo por su dedo anular y un largo y apasionado beso fue su respuesta.
Exhaustos nos incorporamos, Duli hasta ahora dormida, perezosa en su rincón, se unió a nosotros y entonces sentimos que aunque formábamos un grupito lastimero, --abandonado por nuestros seres más cercanos era muy entrañable. Apoyándonos en lo bueno y en lo malo, al mirarnos, por primera vez, no nos sentimos tan solos, una esperanzadora llama calentaba nuestros corazones--.   

La esperaba impaciente por salir, me sentía hambriento, como si no hubiera probado bocado en días. Pero lo que vi, me paralizó la respiración, un ángel resbalado del cielo y caído en la tierra—cerré la boca, sobre todo para dejar de parecer un tonto pasmado.
--¿Dónde vamos?
--A un pequeño restaurante muy romántico con velas y todas esas cosas que requiere una noche tan especial como esta, recuerda que acabamos de comprometernos y eso merece una fiesta por todo lo alto.
Cogidos de la mano como dos enamorados, reímos de tonterías y nos arrullamos sin vergüenza a parecer ridículos, la gente que nos rodeaba nos traía al fresco.
La vieja luna que ha contemplado a generación tras generación de enamorados, paseaba por el firmamento con la forma de una nave vikinga, acompañándonos en nuestro recorrido, derramando su luz sobre nuestras esperanzas y alegrándose con nuestra alegría. Fue la noche perfecta, de un día perfecto.
Las siguientes semanas nos vimos envueltos en una frenética actividad, queríamos preparar la boda, necesitábamos solicitar las partidas de nacimiento, buscar una iglesia que no fuera por supuesto la de su tío, ver que fechas estaban disponibles, etc...
También estaba pendiente el traslado de su madre, y sobre todo la visita a la abuela quizás lo que más le aterrorizaba a ella de todo.
No quise postergar más, algo que debía hacer, y este fue otro día glorioso lleno de buenos presagios.
Hacia dos meses que nos entregamos en cuerpo y alma, notaba a Lucía algo inquieta, pensé que seria la visita a casa de su abuela o la cercanía de la boda.
Continuará...

lunes, 11 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (33º parte)

Sus entristecidos ojos pardos, los volvieron a empañar las lágrimas. Presurosa, entre indecisa y anhelante, atravesó el pasillo, hasta llegar al recibidor—la seguí en silencio con un nudo en la garganta.
Una pequeña bolsa de viaje de un verde desgastado, yacia solitaria sobre las baldosas. –La miré sorprendido y atribulado por lo que aquello podía significar--. Sus pupilas se clavaron nerviosas en las mías y en un susurro—vaciló al borde de las lágrimas, empalideciendo su rostro de puro terror--.
--¡Lo comprendo! –su voz ronca denotaba su dolor—Debí consultarte antes –con manos temblorosas se agachó con lentitud.
Me hallaba petrificado por la satisfacción –lanzando un leve gritito--. Me abalancé como un loco sobre ella. Las gotas divinas que se deslizaban por sus pálidas mejillas de suave satén, me cosquilleaban como pequeños besos. Con los ojos llenos de luz y sin apenas salirle las palabras –me dijo.

--¿Entonces no estas enfadado?.
Abrazándola, quería transmitirle todo lo que aquella decisión significaba para mí.
--Siéntete bella por dentro y por fuera por que así eres tú. Arréglate y quememos Madrid.
--Lo sienta Pablo –dijo con aire compungido, avergonzada--. Esto que llevo es lo mejor y casi lo único que poseo.
--¡Olvídate de ello!. Metete en la bañera con agua caliente, piensa en los bellos cuadros que vas a pintar y en lo mucho que te amo. Salgo, pero no tardare, tomate el tiempo que desees. Quiero ver color en esas mejillas cuando vuelva.
Deseaba tanto alcanzar la calle que bajé los escalones de dos en dos. Los vecinos acostrumbrados al aire sombrío que siempre parecía envolverme, no comprendían este súbito arrebato de alegría.

El verano tocaba a su fin, pero el aire seguía siendo cálido. Apenas si eran las seis de la tarde, gente anónima iba de acá para allá, malhumorados y con prisa como siempre, pero a mí me parecieron fantásticos.
Mentalmente, repasé las tiendas que recordaba cerca de la casa, quedando sorprendido de la cantidad y cada una con su propio estilo. Curioseé uno a uno los escaparates, falda y blusa a conjunto, en un celeste intenso, captaron mí atención, a su lado sobre una nube de algodón como si navegaran por los cielos, unas sandalias con finas tiras trenzadas del mismo tono, me pareció armonioso y a Lucía la embellecería hasta el infinito. Con la ayuda de una chica muy amable y divertida por mi inexperiencia, elegimos las tallas mediante comparaciones. Ya en la calle con el paquete envuelto para regalo me sentí satisfecho. Un oso de peluche reclamaba atención desde el escaparate de enfrente, Lucía estaba falta de cosas bellas y yo deseaba regalárselas. Hice que lo envolvieran con un gigantesco lazo, era tan mullido y de expresión tan dulce. Orgulloso de las compras seguí caminando. Muñecas de plástico y cartón intentaban parecer sexy con la ayuda de lencería muy provocativa, pero aquello no hubiera excitado ni a un pervertido sexual, calvas, con esas piernas en extrañas posturas, solo podría adoptarlas una contorsionista. Me dieron una idea, no sin cierto pudor, me introduje tímido en el luminoso local, lleno de espejos para disimular sus diminutas dimensiones, en los cuales se veía reflejada la expresión abobada que portaba. Con gran ayuda de la dependienta, más cortado que en toda mi vida, pudimos descifrar lo que era todo un enigma, di gracias por ser el único cliente. Un suave sujetador y tanga, enjaezados con bellos encajes, fue el afortunado, lo preferí en blanco para no equivocarme. Casi en la puerta me fijé en un camisón de un liviano color melocotón que se deslizaba lánguido por un cuerpo sintético, si allí parecía tan bello, que no seria en las angelicales formas de mi amor.
La siguiente parada la joyería, con más paquetes en las manos de los que podía transportar. 

Las calles se veían alumbradas ya por luz artificial, observaba detalles a los que durante años hice ojos ciegos. Bellas fachadas clásicas, dos casas gemelas, muy antiguas coronadas por malhumoradas estatuas. Doble por una avenida peatonal tragándome literalmente unos maceteros enormes que bloqueaban la calle, previniéndose de conductores inexpertos con las normas y desaprensivos, de ellos colgaban gitanillas rosas y blancas hasta acariciar el asfalto.
Con paso decidido empujé la puerta de la joyería. El joyero algo sorprendido de la paquetería me miró con amabilidad.
--¿Puedo ayudarle en algo?.
--¡Sí! –respondí resolutivo—. Deseo un anillo de compromiso. Un brillante.
Me enseñó bandejas llenas de ellos, quedé prendado de uno de diseño muy sencillo, con dos brillantes engarzados uno junto a otro. El precio era elevado pero además de la ocasión merecerlo, me lo podía permitir. La tarjeta de crédito estaba al rojo vivo pero yo era más feliz que nunca y estaba descubriendo el complicado arte de las compras.
Una caja roja como la pasión que yo sentía en esos momentos, forrada en su interior de seda negra, lo haría relucir como una estrella.
Apresuré el paso para llegar a casa, me faltaba algo. ¿Pero qué?. De pronto se encendió la bombilla, flores, flores...

Recordé una pequeña floristería, era tan reducido el local, que casi toda la mercancía se exponía en la calle, pensé que quizás lo regentaran gnomos y no necesitaban más espacio. Siempre pasaba mirando distraído, sin embargo recordaba brómelias, jacintos, tulipanes, gladiolos y otras flores exóticas de variopintos colores. Elegí un gran ramo multicolor en el cual se fundían la belleza de unas con otras.
Casi a tientas llegué al portal, por suerte, un desconsiderado vecino la había dejado abierta. Ascendí con torpeza los escalones, trastabillando en varias ocasiones. Accedí a hurtadillas a la casa, quería sorprenderla.
Continuará...

jueves, 7 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (32º parte)

Foto de Teresa Salvador
De vuelta a casa, esta se hacia grande, fría, sin ella estaba vacía, la cama me resultaba tan ancha que parecía que ocupara toda la habitación. Desesperado volví a refugiarme junto a las bolas peludas, comenzaban a dar sus primeras protestas, intentando salir de paseo, cayéndose y tropezando continuamente con sus ojos de topo.
Tiré de la manta y me acurruqué junto a ellos, él más avispado, buscó refugio en mi pecho, lo malo fue cuando intento sacar alimento de donde era imposible, para combatir su cabezonería encontré la solución, mi dedo meñique sustituyó la teta de su madre y sin sacar nada cayó en un profundo sueño.

Aquella noche mi búho nival, reapareció de nuevo. Majestuoso, con regio vuelo se acercó a mi ventana, lo miraba absorto, incrédulo a través de los cristales. Extendí la mano, deseoso de acariciarlo como en los viejos tiempos. Sin embargo con una hábil maniobra esquivó mi ansia. De esta forma me transmitía su frialdad y su enojo. A lo lejos vi a mi madre caminando hacia mí, con el rostro iluminado por la felicidad, la precedía la abuela, al poco y tras unas sombras aparecía Lucía, menuda con su aire casi infantil, se miraron con mutua complacencia y la felicidad se alojó en mi corazón. 

Un fuerte viento las arrastró, desapareciendo, entre una neblina que desenfocaba las imágenes y las convertía en meras sombras, esa silueta me era bien conocida, a grandes zancadas le seguí hasta llegar a la cubierta de un gigantesco transatlántico, su estridente risa hizo que todo temblara dentro de mi ser, era el asesino de mi madre que me retaba a enfrentarme a mis horrores, viví una especie de satisfacción muy cercana al pavor. Caminó hasta el borde de la cubierta, la bruma que lo cubría todo no permitía distinguir los limites, --igual que en un clásico de terror-- siguió caminando y como hipnotizado me apresuré a alcanzarle, mis pies tocaron el vació y sin nada a donde asirme, viví la pesadilla que se repetía una y otra vez. 

Caía desde la proa de un barco, precipitándome en un profundo y angustioso descenso, el metal negro como el caparazón de un escarabajo, gritos desgarradores, que no llegaban a salir de mi garganta, sino penetraban en mi interior estallándome dentro del pecho y seguía mi caída durante horas o me lo parecían. Sin embargo en esta ocasión todo se cumplía, solo había una pequeña diferencia, abajo sobre el agua negra, pacíficamente dormidas, solo alterada por dos figuras con sus brazos extendidos, atrayéndome hacia ellos con sus cuerpos deformados por mis propias manos. Un alarido que yo mismo llegué a escuchar me despertó, aturdido me puse en pie, corrí a la ventana para tomar aire fresco, y entonces caí en la cuenta que el chillido estridente no era otra cosa sino el teléfono.
--¡Diga!— dije--con visible alteración  y voz aun entrecortada.
--¡Pablo!.¿Te ocurre algo?.
--¡No!—dije sin mucho convencimiento--. Estaba dormido y me he sobresaltado.
--¿Seguro?.-- Insistió de nuevo--. ¿Vas a salir?
.--No, te espero ven lo antes posible.
--Te encuentro muy raro.-- Tranquilízate es solo un mal sueño, cuando te vea se me pasara.
--No tardo, un beso, te quiero.
--Y yo también. Corre esta casa esta vacía sin ti, mejor dicho, mi vida no tiene sentido sin ti.
Oí el clic seco al colgar el teléfono, pero permanecí con el en la mano hasta que escuché la llave entrar en la cerradura.
Avanzaba por el pasillo con ese trotecillo que tanto me gustaba y tan feliz me hacia, me golpee las piernas y ella como un perrito fiel y cariñoso acudió a sentarse en ellas. La abracé con todas mis fuerzas y hundí mi cara en su cabello, olía a lavanda, tomillo era como pasear por la campiña recogiendo hierbas aromáticas, sus manos, brazos y cuello desprendían un suave aroma a bebe recién bañado. En su bello rostro se leía las secuelas del día anterior, sus párpados algo hinchados la delataban.
--¿Porque has estado llorando? ¿Por quien?. No se lo merece seguro. ¿No has derramado demasiadas, por personas que han intentado ajar tu alma y medrar tu espíritu?.—y sus ojos volvieron a inundarse de nuevo.
--¡Pablo!, No lo entiendo. ¿Por qué me odia?.
Ahogando su voz los sollozos-- me abrazó con fuerza--. Casi en un grito con la calma perdida. Preguntaba una y otra vez. ¿Por qué? ¿Por qué?. En ese momento hubiera matado por ella. Vertía su silencioso resentimiento de años en palabras amargas.


Por desgracia hay cosas que además de no tener lógica, no tienen explicación. Quizás por eso no se pueden explicar porque no tienen lógica. Besé esos ojos de mirada triste, en un intento desesperado de animarla y devolverle la sonrisa.
Vamonos a pasear tomemos algo en una terraza de verano. ¡Hace calor!, luego te invito a cenar en un restaurante muy romántico a orillas del Manzanares –y aunque sus labios sonrieron, sus ojos ya secos lloraban calladitos, ocultos como lo habían hecho durante años. Por un momento, mi cabeza hirvió como una olla a presion y mentalmente lancé improperios contra toda autoridad humana y divina. ¿Dónde estaba su maldita justicia y protección?. Necesitamos carnet para todo, pasar test psicotécnico, revisiones medicas, etc. 

Mi pregunta y la de muchos como yo, cientos, miles, millones de corazones y ojillos temblorosos, aterrorizados. ¿Por qué cualquier tarado o tarada, psicópata, pervertido puede ser tu padre y tutor o tu madre y tutora?.
Continuará...

Foto de Teresa Sal

lunes, 4 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (31º parte)

Una gruesa verja entre negra y verde pardusco, a medio pintar nos flanqueo el camino, se veía abandonada y vieja, navegando en medio de la desgana y la falta de presupuesto por parte de los encargados del centro, estaba claro, que esa acción no reportaba beneficios y lo que allí había eran gente loca, sin sentimientos, ¡Qué mezquindad!. Lucía buscó a ciegas mi mano, la suya estaba fría como la muerte.

Personas con miradas feroces o perdidas, se apelotonaban tras los sucios cristales empañándolos con su aliento, otros se tiraban de los pelos, dándole apariencia aun más inquietante, algunos giraban sobre si mismos, haciendo repetitivas preguntas, aunque para mi lo peor eran los gritos, esas voces desgarradoras que no saben que piden, ni porque protestan, enrojeciendo sus gargantas con alaridos que nadie escucha, pero que marcan el alma y alteran el animo, sobre todo a nosotros ajenos a estas cuestiones. Esas voces muy a pesar mío se grabaron en mi cerebro.

Una enfermera con pinta de perturbada, nos condujo a una habitación comunitaria, contamos diez personas, sentadas en el suelo y apoyadas en las paredes, los colchones esparcidos indiscriminadamente—al observar nuestra cara de asombro por el lastimero estado de la habitación, nos explicó, que era muy peligroso ponerle bases para los colchones, se autolesionaban. Asentimos sin mucha convicción--. Nos señalo una esquina de aquel deprimente habitáculo, una mujer de espaldas jugueteaba con algo imaginario, se distinguía por ser la única que su cabello parecía más o menos peinado.
Lucía abrió la boca varias veces, pero ningún sonido salió de su garganta, la sustituí.
--¡Ana!—volvió su rostro hacia nosotros. ¡Ana!—volví a repetirle.
Un rostro envejecido, acompañados de una atormentada mirada, profundos cercos negros enarbolaban sus ojos, fundiéndose con sus mejillas sin color, pequeñas heridas de arañazos decoraban su frente y cuello— provocadas por peleas con otros internados allí --. Nada en ese rostro correspondía a su edad cronológica.
Abrió los párpados con lentitud, nos observó con una mirada vacía que dio paso a la indiferencia, miraba sin trasmitir ningún sentimiento—hasta que Lucía abrió la boca--.
--¡Mamá! ¡Mamá!—su ausencia de expresión cambio volviéndose felina, con una risa fría, quebradiza, morbosa, que hubiera helado el mismísimo infierno –se dirigió directamente a su hija.
--¡No me lo puedo creer!. Ha venido la putita de mi hija a verme.
Enfatizando las palabras más hirientes todo lo que pudo, parecía escupir veneno por la boca. Fue una riada de odio. En el rostro de su hija se leía el dolor que le estaba taladrando el alma, no esperaba buena acogida, pero aquello era demasiado.
Tragándose las lágrimas y sin permitirse perder la compostura –le apreté con fuerza la mano, pero creo que no lo noto, si le hubiera dado un corte estoy seguro que la ausencia de sangre habría sido total --. Le habló en un tono dulce pero autoritario.
--Madre, sólo he venido a formularte una pregunta, ¿Quiéres trasladarte a un centro de pago donde las atenciones serán mayores y tú vida será mejor?.
--¡Qué pasa, la zorra de mi madre se ha muerto por fin, y el calzonazos de mi hermano quiere redimir sus múltiples pecados!.
--¡No!. Es largo de contar y no tengo tiempo, si deseas el cambio házmelo saber ahora o si prefieres pensártelo, el centro me lo comunicará.
Nos dimos la vuelta con la intención de hablar lo antes posible con el director y marcharnos.
--¿Sigues tirandote a todo macho que se cruza en tu camino, putita?.—luego deslizando las palabras -- respondió-- Acepto tú proposición.

En esta ocasión no fue dolor lo que vi, sino rabia. Volvió su rostro tenso como cuerda de violines.-- Ana soltó una sonora y sarcástica carcajada—Lucía avanzó unos pasos y aunque en ese momento deseo abofetearla, -- Dios suele mandar fuerzas cuando más las necesitas--, sin contestar salió de la horrible estancia, al entrar en contacto con el aire algo más limpio del pasillo, fuimos conscientes del inmundo hedor que desprendía aquel sitio.

Ya fuera, Lucía volvió su rostro, una sombra negra nublaba su mirada, parecía más vieja que apenas unos minutos antes. Su madre con parsimonia se mesaba los cabellos, sus ojos de nuevo miraban sin ver, sola de nuevo con su particular infierno.
Quedó todo a la espera de las ordenes de Lucia, --no pensaba volver a entrar en contacto con su madre--. Si es que a esa monstruosidad se le podía dar tan honorable título.
Reconocimos que había ocurrido de una manera mucho más espinosa de la esperada, incluso así, demostró un inconmensurable coraje y una notable fortaleza.

Continuará...