jueves, 27 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (21º parte)

Enfilé de nuevo la recta carretera que conectaba con la autovía sin prestar demasiada atención a lo que me rodeaba, --mentalmente reconstruí todo lo ocurrido, intentando esclarecer si en medio de todo lo que estaba cayendo ese policía y yo, -- saqué la tarjeta del bolsillo para confirmar su nombre Gabriel Luján --, habíamos estado coqueteando, -- hubo algo que me puso los pelos de punta --. ¿Era nombre de ángel o de arcángel? ¿Mera casualidad?. No lo se, pero los pelillos de la nuca se me encresparon atraídos por un potente imán invisible.
--¡No me lo puedo creer! -- ja, ja – y el esbozo de la carcajada sonó como un grito de auxilio--.

Nunca pensé que contestaría a tantas preguntas, fueron interminables y agotadores días de responder a lo mismo, me mantenía firme en la postura adoptada, ensayaba ante el espejo para no contradecirme, hasta llegar al desmayo.
Estaban perdidos, realmente no había pistas, ni motivaciones, cambiaban de rumbo una y otra vez siguiendo pistas que no los conducía a nadie, callejones sin salida.
Gabriel siempre estaba presente, su mirada me tranquilizaba y poco a poco todo concluyó, el caso se aparcó y como todo en esta vida, otros acontecimientos ocuparon el lugar de este. Semanas después, por fin, me dejaron volver a casa, Gabriel tuvo la amabilidad de ofrecerse a acompañarme, -- nada hubiera sido más de mí agrado --. Tenía que apartarlo de la nueva vida que me tocaba vivir, en esta nueva etapa solo había  cabida para Rufo, el castigo no se si sería equiparable al pecado pero por lo menos, si justo el sacrificio.
El primer día fue extrañamente aterrador, observé el entorno con curiosidad, las frías calles las sentía más mías que nunca, pero las almas seguían parapetadas tras los cristales, cortinas que se mueven sutiles como mecidas por inoportunas ráfagas de aire, sombras que pasan raudas, solo captadas por el rabillo del ojo.  Y fue entonces cuando tuve la certeza de que la condena sería vivir dos vidas, una atenazada por la culpa y otra como vengadora de la maldad y tendría que aprender a compaginarlas.
Nos quedaríamos allí todos, yo viva y ellos muertos, asegurándome que jamás abandonaran el lugar en busca de nuevas victimas.

Gabriel lo intentaba, llamaba todos los días y alguno que otro se presentaba por sorpresa, no comprendía porque me empeñaba en seguir habitando en un lugar maldito, envuelto en un lúgubre recuerdo que con los años se volvería mito, lugar de reunión de curiosos en busca del morbo de lo oculto.
Al mirarlo lo sentía cómplice, descargaba la culpa que tanto pesaba, pero a la vez conseguía que no lo olvidara ni un segundo, su compañía me confundía, quería librarme de él y cuando no estaba, era como si el cielo se desprendiera, oprimiéndome hasta asfixiarme.
Pensaba. --¡Hoy le diré que no!, sin embargo la boca decía lo que la cabeza no quería y el corazón saltaba de emoción ante el encuentro, me descubría diciéndole. ¡Ven!, --con una risa sofocada y casi con aire de suplica --, la actitud infantil me llenaba de enojada vergüenza. ¿De dónde estaba sacando ese grado de estupidez?.  

Por las noches un murmullo ensordecedor invade el sueño, un impulso irrefrenable me obliga a dirigirme a la ventana en un estado similar al sonambulismo, allí están ellos, la estúpida cabeza doblada hacia la derecha, los ojos desencajados del asqueroso viejo... todos apostados frente a la casa y entonces algo me hace volver a la realidad, pero cuando salgo a comprobarlo, nadie acecha tras los cristales, el murmullo ha cesado y solo Rufo y yo compartimos el tiempo y el espacio, enciendo la televisión y la observo sin fijarme en nada, hasta que el tedio rinde los párpados.
Continuará...

jueves, 20 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (20º parte)

Los pobres policías hacían lo que podían en aquel caos de caras perplejas, se hablaba de ataque terrorista de suicidio colectivo, daban vueltas como perros ciegos sin respuesta a las preguntas. 

El cortejo fúnebre seguía su marcha imparable y en contrapartida, la vida seguía su curso como si nada hubiera pasado, mariposas multicolores libaban de flor en flor agasajándome con su hermosa presencia, el día era luminoso y soleado, una brisa suave se colaba furtiva entre el pelo y la nuca, respiré larga y profundamente, un tipo algo desastrado con pinta de no haberse afeitado, comprobaba las matriculas.

--¡Señorita! –haciéndome la sorda -- ¡Señorita! – repitió, pero esta vez me agarró del brazo --. Una descarga me recorrió de la muñeca hasta el codo, pensé que las piernas no me sostendrían, tiré el cigarrillo y al aplastarlo contra el suelo noté como el pie no me obedecía, metiendo la mano en el bolsillo para disimular el temblor que delataba el nerviosismo. Volví la cara con gesto contrariado.
--¡Discúlpeme!. Estamos comprobando el censo de personas y coches y veo que su matricula corresponde con una de mi lista.
Por un momento quedé absorta en mis pensamientos, pasado unos segundos contesté como si hubiera recobrado la memoria en ese instante.
--¡Si! – respondí con un monosílabo --, recordé lo que me decía mi madre cuando la afilada lengua intentaba meterme en problemas. “ En boca cerrada no entran moscas y en la abierta hasta lagartos. “
--¡Reside en el pueblo!
--Si
--¿Dónde estaba cuando ha sucedido la tragedia?.
--En un hotel.
--¿Si vive aquí, porque estaba en un hotel?.
--La explosión me rompió los cristales, -- las palabras salían con cuenta gotas, no deseaba dar mas información que la estrictamente necesaria, sin embargo me estaba dejando envolver por sus palabras amables y sus buenos modales.
--¿Qué explosión? – preguntó con gesto sorprendido--.
--¡Dios mío!,-- exclamó sin creérselo del todo.
--No se mueva, por favor, --me pidió con gesto cortes --. Vuelvo enseguida.
Tendría unos treinta años, sus facciones resultaban algo aniñadas, sin embargo se alejó con paso cansado e inseguro, sin saber muy bien que hacer, lo observé cambiar impresiones con alguien que debía ser su superior por el aspecto. De vuelta prosiguió con las misma cuestión.
--Bien, dice que estaba en un hotel por la rotura de sus ventanas, preguntó con entonación interrogativa.
--Si, por la explosión.
--¿Qué sabe de la explosión?.
--Nada -- dije rotunda --.
--¡Cómo que nada! – exclamó con aire algo ofuscado --. ¿Dónde vive?.
--Enfrente de la casa que explotó.
--¡Y no sabe nada, no vio nada!, -- afirmó en un tono visiblemente más airado --.
Lo seco y conciso de las respuestas lo estaba sacando de quicio, así que para no exasperarlo, decidí mostrarme un poco más habladora.
--Siento ser de poca ayuda, pero estaba durmiendo cuando escuché el estruendo, bajé acompañada del perro, al comprobar el destrozo pensé que sería mejor irme a un hotel, hasta que el seguro evaluara y arreglara los desperfectos.
--Y no sintió curiosidad, porque no decirlo, miedo, por un hecho tan insólito en un lugar así. No habló con los vecinos al salir, comentó algo, alguna cosa. ¿O le parece normal que explote la casa de la acera de enfrente?. ¿Usted coge el coche y se marcha sin más?. Por favor no me tome el pelo señorita.
--Normal o no es lo que hice, una vez llegaron los bomberos pensé que nada pintaba allí
--¿No le interesó lo que podía haberle pasado a sus vecino?
--Estaba claro que la vecina no podía sobrevivir a ese hastío, fue realmente impactante.
De todas formas la gente aquí es extremadamente reservada y yo no dejo de ser, la que viene de fuera, no comparten mucha información conmigo, así que ya no pregunto, ellos a lo suyo y yo a lo mío. Una forma de sobrevivir como otra cualquiera. Puede que usted no lo vea así, que quiere que le diga.
--Aún así, no le parece excesivo su falta de interés.
Su actitud me estaba enojando, sin pensármelo dos veces le respondí airada.
--Bueno. ¿A ústed le interesan los hechos o juzgar mi comportamiento en ésta comunidad?, yo no afirmo que este bien o mal, me limito a exponerle mis razones acertadas o equivocadas, el resto son especulaciones   --- dije con la voz algo estrangulada –
--Su comportamiento es poco menos, no digamos sospechoso, pero si extraño, -- contestó con cierto aire de mofa al notar el enojo --.
--¡No, si al final voy a ser yo la que provocó la explosión!.

No se que me impulsó ha hacer semejante afirmación, pero nada más salir de mis labios la sangre se me helo en las venas. Intenté descifrar el impacto de aquellas palabras tras esos magníficos ojos  verdes que dejaban entrever parte del estrés, el cansancio que acumulaban,  en ese momento fui consciente que tras esa libreta de anotaciones había una persona, la barba despuntaba con premura, fruto de las prisas, la dejadez de su vestimenta podía indicar el exceso de horas de trabajo, de su boca perfecta, salían palabras que hasta cuando rebotaban enojadas en los oídos, sonaban sin aspereza, el cosmos me impulsaba a ser amable con aquel hombre y no sabía, porqué.
Otra pregunta rompió el embrujo del momento, -- estaba claro que no era consciente del impacto de su persona sobre mí --.
--Nadie es inocente hasta que no se demuestre lo contrarío, --dejó caer con cierta sorna-.
Aquella afirmación me golpeó como una inesperada pelota de pin-pon, dejándome fuera de juego por unos segundos, mi cara de perplejidad le sacó una sonrisa.
--Tampoco se es culpable hasta que no se demuestre, -- le dije- visiblemente enfadada -.
--Bueno a lo que íbamos señorita, --dijo—dando por finalizada aquel dialogo de besugos en el que habíamos caído sin saber como --.
--No me negara que su actitud peca de extraña, eso no quiere decir que yo la considere culpable de nada.
--De todas formas el trato con los vecinos era frió apenas si los conocía y con el tiempo perdí todo el interés por ellos, eso no quiere decir que no me sienta impactada por todo lo que está pasando, ni que les deseara ningún mal, ellos viven a su aire y yo al mío, punto.
Quizás no fue correcto el marcharme cuando vi la situación controlada por los bomberos, pero no pensé que hiciera daño a nadie con ello y no podía hacer nada ni había visto nada. De todas formas quisiera saber que ha pasado, tantas ambulancias. 

--No sabemos todavía, --dijo—con aire de confidencialidad --.Sorprendido por la confidencia que acababa de hacerme, cambio de actitud, con semblante de preocupación.
--Puedo volver a mí casa para evaluar daños, tengo que llamar al seguro, -- lo dije con tanta frialdad que hasta yo me asusté--.
--¡Vamos a ver!. Parece no entender la gravedad de los hechos aquí acaecidos.
--¡Todo el pueblo a muerto!, -- y casi se atragantó al decirlo, en algo que fue como un grito --.
--¿Cómo? –y la voz se me quedó dentro, el aire me faltaba y un atisbo de mareo, obligó a este nuevo e inesperado cómplice a sujetarme por el brazo.
--Lo siento, pensé que lo sabía.
Las lágrimas acudieron a los ojos y lo sorprendente es que fueron reales, sentí pena por la perdida, pero no por haberlos matado, empaticé con familiares y amigos pero no con los fallecidos, no lograba verlos como personas, solo eran demonios salidos de los infiernos y estaban de vuelta a  su hogar.

--No, como ya le he dicho he estado fuera.
En esos momentos Rufo saltó del coche y vino a sentarse junto a mí, mostrándome todo su afecto. Las palabras se templaron en solo unos segundos
--¿Este perro es suyo? – preguntó – pasándole la mano por el lomo en señal de aprobación.
--Si, -- y la voz apenas si me salió del cuerpo--.
--¿Tiene donde quedarse? – preguntó solicito --. Familiares o amigos a quien acudir.
-- ¡No! – respondí y sonó tan rotundo como una sentencia. Ya veré que hago, -- exclamé un poco confusa por la situación y el cansancio.
Todo el mundo estaba a lo suyo, confusos, asombrados, tristes, expectantes, confundidos, había para todos los gustos.
--Tome mi tarjeta, llámeme en cuanto tenga un lugar para quedarse, no se le olvide, tendrá que estar localizable hasta que se aclare toda esta cuestión, que se presenta peliaguda. Si necesita algo o recuerda alguna cosa por pequeña que le parezca, -- y dijo la frase --. “No dude en llamarme de noche o de día”, -- ¿No se por qué?, me sonó a cita más que a recomendación policial --.

Sin decir nada, me di la vuelta, sin dejar de sentir su mirada clavada en la espalda, me introduje en el coche – no dejó de observarme mientras cambiaba impresiones con otro policía --, lentamente logré abrirme paso entre toda aquella confusión.
Continuará...

lunes, 17 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (Cerezas) (19º parte)

Era el momento de volver, el incendio y la rotura de los cristales me serviría de coartada y explicaría la ausencia en la medida de lo posible, los problemas los iría resolviendo a medida que surgieran.
No sabría decir si estaba preocupada, el único sentimiento, la única sensación, paz, el peligro ya no estaba latente, la acción, --el fin justifica los medios --. ¡La verdad!, no sabría que decirles, lo que había que hacer estaba hecho.

Flores blancas y rosadas amontonadas en múltiples racimos, cubrían los campos trepando por los troncos hasta casi no permitirte distinguir atisbo de hojas, lo verde sucumbía al color inmaculado, incontables cerezos presidían los campos que daban acceso al pueblo.
Enfilé la carretera con animo incierto, los sentimientos saltaban a cada segundo como una pulga inquieta, apenas me separaban de la realidad doscientos metros y paré, el motor seguía zumbando de forma adormecedora, extraje un cigarrillo del bolso y enseguida las volutas de humo me rodearon serpenteando alrededor, formando caprichosas espirales, cambiando del blanco al rosa y del rosa al azul bajo el influjo del caprichoso astro que calienta e ilumina amaneceres y atardeceres.

Un cortejo me hizo caer cual manzana madura atraída por la inexorable gravedad, el sonido apenas reconocible se acercaba con rapidez, primero, apenas un punto de color en la lejanía que se alargaba como objeto indefinido y que poco a poco se iba definiendo, una fila interminable de silenciosas ambulancias, delatada su presencia apenas por los motores, sin duda me pareció la cosa más macabra que nunca había tenido el disgusto de presenciar, una mano invisible me obligó a volverme, las almas de los muertos eran transportadas a su pesar, pegaban los rostros a las ventanillas de las ambulancia, sus bocas se abrían y se cerraba en un interminable grito que no llegaba a los oídos, apreté los ojos tan fuerte como me fue posible desvaneciéndose el mal augurio.
Aparentando tranquilidad continué el camino, miré la escena con expresión rígida y en un momento de debilidad, vi acechantes peligros en todas direcciones.
Policía, cámaras, de todas las televisiones, médicos, paramédicos, sanitarios, curiosos, familiares, amigos, unos lloraban, otros permanecían absortos por el asombro, aquello era una torre de Babel, todos gritaban, unos buscaban respuestas al enigma, otros la noticia, las manos portadoras de micrófonos se afanaban en una incasable lucha, la búsqueda de bocas habladoras y caras dolientes que expresaran la tragedia acaecida para engalanarse con la primicia que les daría sin lugar a dudas, un nombre en los medios de comunicación.

Continuará...

martes, 11 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (18º parte)

Sentada en la oscuridad centré la atención en la punta incandescente del cigarrillo, solté una bocanada de humo que me envolvió en una improvisada niebla, poco a poco se disipó en pequeños hilillos que se desvanecieron lentamente.
Allí estaba divisando la lejana cúpula de la iglesia iluminada, -- me preguntaba como llegar a los depósitos de agua sin ser vista --. Setecientos cincuenta litros de cianuro esperaban en el coche a ser utilizados --, aguardé con paciencia felina a una distancia prudencial del pueblo.
Frotándome enérgicamente las manos para paliar el nerviosismo supe, que no debía demorar más el momento, enfilé la carretera, ni un alma por ningún sitio, apreté los dedos sobre el volante para controlar el temblor. El campo estaba mojado y las ruedas se hundían en el barro corriendo el peligro de quedar atrapada con semejante cargamento, a pocos metros divisé los pozos de agua que abastecían a esta pequeña población, a pesar del calor reinante y el constante zumbido de los insectos, sentía un frío glacial que me helaba la nuca. Una a una, vertí todas las garrafas, cargándolas de nuevo en el maletero, abandoné el lugar sin mirar ni una vez hacía atrás.
No podía parar, comiendo kilómetros tras el volante pasé toda la noche y cuando la mañana despuntó y el sol se asomó para dar los buenos días, supe que todo había acabado, entré en la habitación sin ser vista, por el mismo sitio que la abandoné, sobre la cama permanecí paralizada sin poder dormir hasta bien entrada la tarde, la televisión emitía programa tras programa, los actores, concursantes y presentadores, desempeñaban su labor sin que nada llegara a mis oídos, el callado movimientos de los labios acompañaban los horribles momentos de impuesta soledad. La jornada finalizó sin que la esperada noticia saltara a la opinión pública.
La camarera de piso golpeó la puerta con los nudillos. --¿Limpieza? – rasgó el silencio una voz nasal --. ¿Renuncia a la limpieza? –repitió de nuevo con cierta afectación de alegría --.

Necesitaba hacerme ver, que pensaran que no había abandonado la habitación, así que  muy a mi pesar contesté.
--¡Pase!, --y en el tono no pude disimular la desgana--. La limpieza duro lo que un cigarrillo apoyada en la barandilla de la terraza, mientras vigilaba a Rufo al que había sacado por la ventana.

Pasé la noche envuelta en oscuros y truculentos sueños que no pude recordar al despertar, solo pequeños esbozos que nada dejaban en claro, pero si la sensación de estar presa dentro de una pesadilla que no me permitía despertar, la boca tan seca que me adhería la lengua al paladar, el corazón latía taquicardico y yo luchaba denodadamente por recuperar la calma.
El televisor seguía su larga andadura de imágenes silenciosas, necesitaba un café, miento, mataba por un café, di volumen a la tele mientras tomaba una ducha, la noticia explotó en los oídos cuando casi me había envuelto en la toalla, no me lo podía creer, por fin todo acabaría, con los pies mojados corrí hacia la habitación, al pisar la baldosa perdí el equilibrio y el golpe me dejó tumbada y sin respiración, mientras el suceso era narrado por un presentador con los ojos muy abiertos, sobrecogido por el insólito hecho sin explicación, mientras la policía aseguraba que estaban sobre una pista fiable y que los culpables no tardarían en ser detenidos, se barajaba la posibilidad de un ataque terrorista.

Continuará...

jueves, 6 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (17º parte)

La pantalla del ordenador parpadeó lanzando una señal acústica al unísono. No podía mover el brazo derecho, la mejilla izquierda estaba anestesiada, me había dormido sobre mí misma, esperando una respuesta de un anónimo interlocutor por Internet, al final iba a ser verdad eso que se dice --¡en la red se encuentra de todo!--. En un correo electrónico se me pedía que ingresara el dinero en una cuenta bancaria, una vez que tuviera constancia del ingreso conocería el lugar de encuentro para entregarme la mercancía solicitada.

Era mucha pasta y ninguna la certeza de no ser estafada, pero no me quedaban opciones, más que la de confiar en un desconocido sin garantías.
Tras cumplir todos los requerimientos, me encontraba en un descampado en el fin del mundo, que me costó dios y ayuda encontrar. Unos faros encendidos en medio de la nada eran la señal, entre aquella cegadora maraña de luz, se recortaba una silueta rechoncha de poca estatura, por un instante me asaltó la duda de si me habrían mandado a un jovencito que me pegaría dos tiros, dejándome en aquel lugar remoto desangrándome, donde quien sabe si ni siquiera me encontrarían, tuve miedo de abandonar la relativa seguridad que ofrecía el coche, pero la suerte estaba echada, sólo quedaba un camino y ese era hacia delante pasara lo que pasara, acaricié a Rufo que se mantenía expectante sentado en el asiento trasero, sin querer reconocer que era mi forma de despedirme, por si las cosas no salían bien, llené los pulmones de aire, salvando la distancia que me separaba de aquella silueta más nítida por momentos.
--¡Buenas noches!—dije—hablándole aún a la silueta. La pequeña figura dio tres pasos y se hizo un hombre sin faltarle un solo detalle, ojos, nariz, boca, orejas, en fin de todo.
Que rara son las cosas, nos imaginamos al villano, feo, sucio, como si en el libro de sus facciones se pudieran esculpir las maldades, cuantas caras de ángeles esconden auténticos demonios. Un rostro amable, un hombre de mediana edad acompañado de una suave voz me contestó.
--¡Buenas noches!. ¿Le ayudo a cargar?, abra el maletero por favor, -- sonó a pregunta, pero fue un mandato en toda regla --, estaba claro que deseaba marcharse de allí lo más rápido posible.
En silencio obedecí sin pestañear, treinta garrafas de veinticinco litros en total setecientos cincuenta litros.
El extraño cerró el maletero y volviéndome a dar las buenas noches desapareció en la oscuridad como un mal sueño, vi alegarse aquellas dos luces rojas, extasiada, que se perdían hasta desaparecer en la nada como dos diabólicos ojos que me observaron hasta disolverse. Estaba allí sola, el ruido de una rama al quebrarse me devolvió a la tierra y quise ver las tres figuras con el estúpido cuello extrañamente doblado y el pasito cansino avanzando hacía mí, -- zus, pie derecho, zus, pie izquierdo, zus, zus, zus,-- primero sanaban bajito, luego fuerte, fuerte, más fuerte, hasta que ese arrastrar de pies retumbo en la oscuridad como rey absoluto, por fortuna no había parado el motor, si el diablo corría tras de mí, nunca lo sabría, pues no me quedaría a averiguarlo.
Los bajos del coche golpeaban el carril de tierra, provocando unos crujidos muy peligrosos, si tenía la mala suerte de perforar el carter perdería el aceite del coche y tendría que volver a pie, -- como justificaría un coche lleno de garrafas con sustancias peligrosas en medio de ninguna parte --, aun así, no estaba dispuesta a parar hasta que no me sintiera a salvo, varias veces perdí el camino de vuelta, estaba desorientada y sobre todo muy asustada, conduje hasta recobrar la calma en la medida de lo posible, divisé el luminoso del hostal a lo lejos, casi de casualidad había encontrado el camino de vuelta.
Paré el motor y entre las sombras que proyectaban los árboles de un improvisado bosque cercano al aparcamiento, algo se movió, un fru, fru de telas ondeando a merced del repentino viento, pensé que el ánimo se estaba volviendo jocoso y gastaba malas pasadas y a pesar de todo una sonrisa se dibujó en los labios como augurio de mejores tiempos.
Los chopos agitaban las copas con toda su fuerza, ecos de voces, murmullos entremezclados, un trueno rompió la reflexión, apenas transcurridos unos segundos la luz de un relámpago encendió la oscuridad y la tormenta arreció con tanta fuerza que parecía quererse llevar el asfalto de la calle.
Continuará...

sábado, 1 de abril de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (16º parte)

Tomé el arcén atraída por las luces de una estación de servicio y las letras luminosas que anunciaban un motel, mantuve un pequeño monólogo recomponiendo la situación. La sangre de la cara no me ayudaría mucho, --aparqué entre unos árboles y con una botella de agua que rodaba hacía siglos de alfombrilla en alfombrilla y que pensé mil veces en tirar, hice buen uso de ella--, me alisé el cabello, cerciorándome que la ropa no se encontraba manchada de sangre, --colaría a Rufo por alguna parte sin que me vieran--,  llevaba el portátil en el maletero, unos días atrás lo puse allí pensando en hacer unas cosas y olvidé sacarlo. -- ¡Bendito olvido!.

El vestíbulo era como todos los vestíbulos, frío hortera e impersonal, el aire lo encontré algo viciado en el interior. Me recibió la sonrisa forzada de un recepcionista medio dormido, más preocupado de despacharme rápido que de fijarse en el estado tan lamentable en el que me encontraba, pagué dos días por adelantado y en efectivo, contándole no se que milonga de la tarjeta, para no parecer un bicho raro, pedí una habitación en la planta baja, -- con suerte podría meter al pobre perro por la ventana, le hacía tanta falta unas horas de descanso como a mí --, me marchaba cuando pensé en Internet.
--¡Disculpe! – el chico se volvió con aire ofuscado por la nueva intromisión en su búsqueda de descanso --. ¿Hay Internet en las habitaciones?.
--Si – contestó con desgana--. Pero hay que pagar un suplemento.
--Ya lo imagino – contesté explícita --.
--También lo quiere por dos días – preguntó con voz vacía --.
--Si claro, por favor, no me molesten, vengo extenuada del camino.
Asintió con la cabeza, dándome las buenas noches se apresuró a hacerse el ocupado para que no le solicitara más servicios.

Recordé que la última comida estaba tan perdida en la memoria que no podía decir cuando fue, giré en redondo, no sin antes asegurarme que el recepcionista se retiraba a la sala contigua, ignorándome totalmente.
El exceso de luz del área de servicio dejaría ciego a cualquiera, di gracias de que el dependiente tuviera en mí el mismo interés que el recepcionista, su mirada planeó sobre mi persona pero creo que apenas si existí unos segundos en el cerebro, estaba en otras cosas, en sus cosas para ser exacto, compré comida y bebida, nunca sentí tanta felicidad al ser ignorada.
Crucé el vestíbulo de la recepción rauda, sin ni siquiera parpadear para no hacer ruido, el lugar estaba silencioso y desierto. Ya en la habitación evalúe las posibilidades una cama, dos mesitas de noche, un escritorio, una silla, un televisor y la ventana que daba al aparcamiento trasero, ¡perfecto! – justamente lo que necesitaba --, abrí la ventana, apenas un metro de altura que salvar, salté al exterior, Rufo con el hocico pegado a la ventana emitía un lastimero lamento.
-- ¡Silencio Rufo!, -- hablándole en tono imperativo para asegurarme que nadie era testigo de la infracción,  lo hice saltar  introduciéndome casi a la vez que él, desparramados por el suelo de la habitación, quedamos unos segundos inmóviles sin saber que hacíamos allí exactamente   
Después de degustar la improvisada comida nos sentimos algo mejor, lo vi dirigirse sigiloso hacia la cama, desde los pies de la misma y sobre la colcha, buscó una mirada de aprobación, -- obtuvo una caricia por respuesta --, después de lo que habíamos pasado poco importaban las normas.
Deseaba dormir más que cualquier otra cosa en este mundo, pero no era el momento, lo primero pensar, recomponer aquel lío en el que desgraciadamente me veía inmersa, las ideas pasaban a tal velocidad que me apabullaban, sin saber como, una de ellas se detuvo y se fijo en el cerebro. -- Exterminio total como si fueran termitas --. Sonaba a autentica locura, por muchas vueltas que le daba, ninguna solución era una solución, solo una chapuza momentánea para salir del paso.
--¡Es la única salida! – lo grité alto y claro y como si de un debate se tratara en el que la votación hubiera sido unánime, aprobé la propuesta y me puse manos a la obra.
Continuará...