¡Manuel! ¡Manuel! ¿Eres tú? --dije ahogando la voz—.
Todavía
impactada por la situación que estaba viviendo, llevé mis pasos
lentamente hacia la puerta, desconfiando de la sinceridad del momento,
apoyé la oreja en la puerta para comprobar que la voz era real.
--¿Manuel, eres tú?—dije para volver a comprobar que lo que estaba pasando era real y no fruto de un deseo de libertad.
--Elena, soy yo Manuel, escúchame, sé cómo salir de aquí, pero tienes que hacer lo que yo te diga.
Me costaba confiar en Manuel, aquello era tan inesperado, que ni siquiera sabía quién era yo.
Estaba
recluida en una habitación, mi carcelera era una mujer que había
llorado, cuando la creí muerta y para retorcer la situación hasta el
máximo no era mi abuela, una organización me había robado o comprado, y
yo no era yo, y la vida y los recuerdos que tenía apenas si eran
recuerdos, se podía considerara trama argumental de una novela de espías
en la que yo era la protagonista accidental.
Una voz ahogada me devolvió a este increíble instante de mi vida.
--Elena,
sé que no te fías, pero ahora no tenemos tiempo, cuando salgamos de
esta situación te explicaré todo lo que desees pero estamos en peligro,
no somos más que números y prescindibles.
Tenía razón aquel
muchacho, estaba claro que esta nueva generación, su sentido común era
mucho mayor que el de la mía, la madurez era asombrosa.
Escuché
un murmullo que se acercaba y el sentido de supervivencia se puso en
marcha, corrí hacia la cama y fingí dormir, la cerradura hizo ruido al
ser manipulada y la puerta se abrió, una voz grave dijo,
--¡El pájaro está en el nido, todo en orden!
volví
a escuchar el sonido de la cerradura al cerrarse, apenas si podía
controlar los latidos del corazón, seguí inmóvil esperando que todo
volviera a calmarse, los pasos se alejaron y el silencio reino de nuevo.
--Elena –corrí de nuevo hacia la puerta—
--La ventana se puede abrir desde dentro, ábrela.
--Si quieres que me mate dilo, por aquí no hay quien baje, este acantilado es vertical y es de noche no se ve nada.
--Escúchame
bien, en la parte izquierda a un metro tienes un arnés, toca con la
mano hay una pequeña plataforma de apenas veinte centímetros, apenas si
caben los pies, pero puedes conseguirlo, ponte el arnés y baja en línea
recta unos diez metros, veras una luz, párate, yo te ayudaré, es una
cueva de apenas metro y medio, reptando se llega hasta el sótano de esta
casa, desde allí será fácil perdernos, hay distintos pasadizos que
llevan a la playa.
Sin mediar palabra, comencé la operación
evasión, ya con el arnés puesto, a duras penas pude cerrar la ventana
para dificultar la búsqueda, una luz guió la bajada y metida en ese
pequeño hueco, la cara de Manuel me subió el ánimo, nos apretamos las
manos y a cuatro patas salvamos la distancia hasta aquel frío sótano
escapado en la roca.
--Bien Elena, una lancha nos llevará a la
costa de Gibraltar, allí, nos espera un avión que nos conducirá hasta
un pequeño aeródromo a las afueras de Londres, es privado, nos ayudarán,
les será difícil seguirnos el rastro, tendrémos que movernos rápido,
pero creo que podrémos conseguirlo.
--Manuel, yo no me puedo ir, necesito saber quién es la que he considerado mi abuela durante toda mi vida.
--Elena, no es el momento, luego puedes hacer lo que quieras.
--Lo siento Manuel, valoro mucho lo que estás haciendo, pero no puedo irme.
--¡Elena!, no hagas tonterías.
Me
volví dispuesta a volver y enfrentarme a mi abuela, parecía mentira que
un adolescente tuviera más sentido común que un adulto, pero las
lagunas que me habían acompañado durante toda la vida quería, necesitaba
resolverlas.
--¡Elena!
Sonó en medio de el silencio como un grito de auxilio, mientras yo corría hacia un futuro incierto.
Continuará...