lunes, 29 de mayo de 2017

Las alas de un ángel rotas (2º parte)

La policía me rodeaba por completo, sus miradas estupefactas me provocaban indiferencia.
¡Miradme!. No soy un monstruo, solo una persona que quizás cansado, a caricaturizado la forma de impartir justicia.—me repliqué a mí mismo sin articular palabra--.

Seguí sentado sobre la caja, absorto en la nada, quería obedecer. ¿Pero que me decían?.
Escuchaba sus voces pero  mi cerebro no las descifraba, ¿A lo mejor me hablaban en otro idioma? Alguien se acercó, con voz cálida como quien habla a un niño asustado, me pidió que entregara el arma, --lentamente alcé los brazos--.
 El único armamento que obraba en mi poder era un cuchillo  de unos diez centímetros de hoja. Se abalanzaron como fieras sobre mí, ni pensaba, ni quería resistirme, sólo deseaba descansar en una angosta celda, acurrucado por las sombras y el silencio.

¡Brutalidad policial! ¡Brutalidad policial!—pensé en gritar --. Imitando a las quinquis de las series policíacas televisivas. Hubiera quedado demasiado teatral y no estaba para representaciones. Si te mantienes tranquilito, calladito sin dar la lata, en general no son malas personas, algunos incluso te tratan con educación y como yo estaba dispuesto a ser el mejor alumno de la clase, dócil y obediente, todo me fue bastante bien. La evaluación de daños se saldó con un par de chichones sin importancia, fruto de la primera refriega. Se hizo cargo de mí, un mostacho con uniforme, con aire de perro mordedor, pasados los primeros escarceos, convencido de la pasividad que me movía, se convirtió en toda una madraza. 

Leídos mis derechos, sometido a los pertinentes registros, pase la primera de muchas, muchas noches, absorto en la cucaracha y su trayectoria sin sentido --digo de la cucaracha-- porque solo vi una, se afanaba en andar y desandar el mismo camino una y mil veces, cerrando los sentidos a cualquier elemento externo.
Al día siguiente— muy temprano-- me fue asignado un abogado de oficio.
Para no tener apenas nada que hacer en todo el día, porque afanarse en despertarnos tan temprano, -- pero quien manda, manda y yo estaba dispuesto a no crear problemas --.
 Desde un primer momento insistí en mí culpabilidad. Sentado en la sala de interrogatorios y observado por algunos policías, -- estaba seguro--camuflados por el viejo truco del espejo.
Continuará...

jueves, 25 de mayo de 2017

Las alas de un ángel rotas

Hoy os presento la nueva serie Las alas de un ángel rotas, espero que os guste y  disfrutéis  tanto leyéndola como yo lo he hecho escribiéndola.

 --RABIA--           
Amor, odio -–puede que-- confusión y miedo. Su tierno rostro y sus cálidas palabras revolotearon a mí alrededor, habíamos encontrado la paz tan ansiada por ambos.
--¡OH, Dios!. En el silencio resonaban hermosos ecos, la familia estaba a salvo. Ahora, nada importaba, todo estaba bien.


--¡He matado a dos hombres!.  Estoy en el 24 de la calle Candelaria.—dije con un tono de voz que no trasmitía sentimiento alguno --. Me sentía agotado--. Había despertado de la horrible pesadilla que se cernía sobre mis seres queridos.
Sentado en una mugrienta caja de madera, esperaba al destino, dispuesto a asumir la culpa y el castigo, la justicia de los hombres caería sobre mí por la atrocidad cometida.
Las ideas se escapaban de mi mente como seres alados que huyeran de la ignominia.
 No deseaba observar su rostro, ojos incrédulos fijos en la nada, encerrados en un persistente mutismo. Me acerqué sin desearlo, sus facciones se veían claramente iluminadas por el tragaluz de la escalera.
Una carcajada surgió del silencio, fue retumbando en la mugre de las paredes hasta que desapareció entre el alboroto de  sirenas que se abría paso en la lejanía, ululaban como locas cortando violentamente el silencio de la noche, acercándose a toda velocidad.


El rictus de mi boca se descompuso en lo que quiso ser una sonrisa de despechado gozo.
¿A qué venía tanta prisa?. No pensaba moverme, -- todo llega a su fin y esta historia había tocado fondo--. Ya no tenía donde ir.
Un sutil aire de mofa se reflejó en mi rostro, contemplando los dos cadáveres tendidos sobre la sucia baldosa, -- blanca, negra, blanca, negra, formando una diagonal perfecta--. Solo podía pensar en la simetría de las líneas, en quien se habría comido el paquete de patatas que reposaba arrugado tan displicentemente sobre el suelo, como si todo aquello no fuera asunto suyo, una patada involuntaria de una anónima bota mandó el envoltorio al rincón más alejado, lo seguí con terquedad, en ese momento era el motor de mí existencia.


¿Conservarían  todavía su calor?. ¡Puede!. Pero no la vida, para seguir cometiendo injusticias, atrocidades amparados en la justicia, encubiertos por esa señora ciega que todo lo ve, pero calla, cómplice de la hipocresía y  cobardía humana.        
-- ¡Admirado Rey Salomón!. Cuanto añoré tu justa justicia durante todos estos años. Como odiaba los tan traídos y llevados derechos humanos, los cuales parecían solo hechos para proteger a delincuentes, asesinos, terroristas. ¿Dónde estaban los derechos de los que quedaban despanzurrados en las calles, muertas en sus casas?. ¿Y los de sus hijos y familiares?. Que no solo tenían que aprender a vivir sin sus seres queridos, sino guardar su rabia ante sentencias inverosímiles. Sufrir la maldición de saber más de lo que somos capaces de soportar.
Continuará...

jueves, 11 de mayo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (Final)

Las pequeñas campanadas que emitía internet tras cada pulsación me sobresaltaban de forma esperada, el lago de los  cisnes en versión cibernética comenzó a sonar y la taza de café que sostenía entre los dedos volvió a volar como un pajarillo, salpicando el lechoso contenido sobre lo que pilló en su recorrido, el estallido de la loza sobre el suelo rebotó en los oídos como una bomba.

--¡Joder! –exclamé oprimiéndome el pecho, notando los latidos tan rápidos que era imposible contabilizarlos.
--¡Diga! – contesté sobresaltada por el alboroto, sosteniendo el auricular del teléfono con cierto malestar--.
--¿Cómo estás?. Me has dejado preocupado. ¿Qué te pasa te noto muy alterada?.
--Nada, estaba la casa en silencio y me he sobresaltado.
--¿Pero estás bien?.
--Si, quédate tranquilo que no pasa nada, --y en la voz se leyó la necesidad de deshacerme de él --.
--¿Quieres que vuelva cuando termine o prefieres que lo deje para otro día?.
El silencio volvió a descubrir el estado de ánimo.
--Te pido que si he hecho algo incorrecto me lo digas, por favor, --volvió a increparme con la pregunta --.
--Gabriel, siento todo esto, vuelve cuando resuelvas tus cosas y no te preocupes más.
--Bien, -- dijo por aburrimiento y no por convicción.
Colgué el teléfono y supe que tenía poco tiempo para aclarar mis dudas. La visión de aquellas alas negras, significaban algo, estaba segura y entonces escribí lo que llevaba temiendo toda la tarde y la campanilla de aviso que la página había sido encontrada, sonó como el doblar de campanas por un muerto.

El arcángel volvió a la tierra con perfil de mancebo, embajador y mensajero de justicia.
Gabriel uno de los tres arcángeles principales, los únicos ángeles con nombre. En la tradición bíblica considerado ángel de la muerte, mensajero de Dios, es quien vigila la entrada al Edén para evitar que entren los hijos de Adán y Eva.
Gabriel es definido de muchas formas, entre ellas ángel de la anunciación, resurrección, misericordia, venganza, muerte y revelación.
Arcángeles, una categoría de ángeles. Los arcángeles son los penúltimos, antes de los propios ángeles, (tal como indica el prefijo “arc”, que significa superior). La palabra “ángel” deriva del griego “ángelos”, significa mensajero, cuyas responsabilidades incluyen la organización armoniosa del universo habitado.
Los ángeles son seres inteligentes, capaces de sentir. Son una especie diferente a la especie humana. Existen en una frecuencia vibratoria levemente más fina que aquella con la que nuestros sentidos físicos están afinados. Esto significa que no podemos percibirlos comúnmente con nuestros ojos y oídos, pero ellos si pueden percibirnos a nosotros. 

 La voz de Gabriel resonó a mí espalda, no me asusté sabía lo que iba a pasar y quizás fuera lo mejor que podía ocurrir.
--¿Desde cuando lo sabes?.
Sin volverme le contesté, quería conservar esa mirada cristalina, tierna, el recuerdo de sus labios sobre la piel, la respiración entrecortada del hombre, la calidez de su cuerpo atrapándome como una tela de araña. Quería al hombre y no a lo que ahora mismo fuera.
--Mírame. Vuélvete hacía mí.
--¡No!,  --dije rotunda, no me da la gana --. Haz lo que tengas que hacer y déjame en paz. Ya sabes lo que he hecho y en el fondo sabía que algo pasaría.
Extraño hasta el final, pensé que en algún descuido algún alma errante se cobraría la deuda, pero esto es tan ...y las palabras se quedaron enganchadas en algún lugar entre el estómago y la garganta, una risa lejos de todo humor sustituyó las palabras.
--¿Tienes miedo?, -- preguntó cual amante preocupado --.
--¡Esto es el colmo! – deja de susurrarme como si me amaras, como si sintieras lo que está pasando. ¿Os divertís mucho arriba o donde estéis, con la estupidez humana, verdad?.
--¡Mírame!, --su voz sonó como un trueno--. Perdóname, no quería gritar, pero todo esto me esta sacando de quicio. ¿Me tienes miedo?.
--Supongo que sí, pero ahora mismo estoy tan perpleja, que no sabría decirte.
--Entonces. ¿Por qué no me miras?.
--Porque quiero conservar al hombre y ahora no se lo que eres.
--¿Qué crees, que he cambiado de aspecto?.
Su aliento era tan cálido como sus palabras, respiraba sobre mi cuello y lentamente se iba acercando, presentía que de un momento a otro los labios resbalarían con deseo, bajando lentos sin prisa, calientes y dulces y vibré estremecida.
--Gabriel. ¿Qué eres?. ¿Ángel o demonio?.¿Quién me posee?.
--¿Quién quieres que lo haga?,-- respondió con la voz entrecortada --.
--Hazlo tú Gabriel, seas lo que seas.
--Esto no tenía que estar pasando, pagaré un precio por ello.
Fue lo último que alcanzaron a escuchar mis pecadores oídos., impreso en la pantalla del ordenador, la figura clásica del arcángel clásico y su leyenda.
Cayó suavemente sobre mí y sus alas se desplegaron como por arte de magia, envolviéndome con suavidad, su respiración acompasada y sus caricias me acompañaran en la eternidad.
   
 Y así es como un pueblo de fantasmas se transformó en un lugar conocido, un punto en el mapa que la gente señalaba y reconocía, se llenó de curiosos que deambulan las calles en busca de lo ocultó, lo extraño. Decidí quedarme para vigilar, mis ojos siempre permanecerían abiertos expectantes ante la mínima anomalía para evitar que vuelva la ignominia. -- ¡Si reconocen el lugar estaré encantada de acogerlos!--. ¡La curiosidad tiene un precio!, yo pagué el mío con mi vida, no quise seguir a Gabriel, él tenía sus propias cuentas que pagar.

El gran pino se bate en duelo con el beligerante viento que lo reta amenazando con sesgar el florido mocho que lo corona y si prestan atención adivinaran una silueta entre las sombras, en la torre de la iglesia, en lo más alto y otra más pequeña que olisquea el viento para avisarme de cualquier amenaza, alcen la mano y saluden. No duden ni por un momento que hallaran respuesta. ¡Porque no siempre todo lo que existe es visible!. 

                                                             -FIN-

 

martes, 9 de mayo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (23º parte)

Las campanas suenan con un toque enloquecido, los badajos golpean el metal con violencia desmedida, corro hacia la calle, grito al campanario. ¿Quién toca las campanas?. Recorro la calle empedrada, los pies descalzos se hieren con los guijarros del camino, un sonido familiar llega hasta mis oídos, corrijo la dirección y allí están, dos filas de almas errantes, sus trajes talares los ocultan de miradas ajenas, las capuchas protegen las facciones, mi presencia las atrae, al unísono me muestran la indecencia de sus huesos desnudos, pelados de carne, blancos, fríos, sus mandíbulas se abren las baten en una risa fingida que suena como el castañeteo de un pájaro loco. El batir de unas alas suena en lo alto del campanario, un ángel o un demonio muestra sus grandes alas negras tan hermosas como él mismo, mi boca grita un nombre que se ahoga en la garganta antes de escapar.
Una música machacona me trepana los tímpanos, la confusión es total no se donde estoy, quien soy, y un alarido que parece de un  extraño me desgarra la garganta.   

Gabriel sigue dormido, su pecho sube y baja acompasado, sereno, los párpados cerrados, la boca levemente abierta, acaricio la suave piel para asegurarme que su presencia no es un espejismo de la mente y está allí en cuerpo, ¿y en alma?, sólo Rufo parece alertado ante el alboroto, golpea su hocico sobre mi mano para llamar la atención, brindándome su apoyo, lo acarició encontrando la fuerza que a mí me está fallando.

Una fuerza me atrae hacia sí, --son los brazos de Gabriel que me oprimen contra su pecho--, pero esta vez no lo percibo como una caricia, una muestra de apoyo, sino como algo que me sujeta y oprime, haciendo que la respiración se me entrecorte. Un incontrolable impulso me obliga a deshacerme de su abrazo.
--¡Suéltame! – le grité con voz desgarrada --. Rufo le ladró excitado, ante la extraña situación, daba pequeños saltitos sobre sus dos patas delanteras sin moverse del sitio, mostrando sus dientes en actitud agresiva. Gabriel retrocedió asombrado ante la violencia del momento.
--¿Qué os pasa?. Si se puede saber, --dijo con aire exasperado--.¿Os habéis vuelto locos el perro y tú?.
Una extraña musiquilla rompió la aspereza del momento. Busqué inquieta la procedencia de la intrusión.
--¡Es mi móvil!, -- exclamó Gabriel, aliviado de que lo sacara del incomodo momento –
--¡Gabriel Luján!, -- contestó con voz enérgica, no dejando que se leyera en ella el tenso momento que estábamos viviendo --. Llegaré lo antes posible, -- respondió tras unos segundos de escucha --.

Por un instante me miró con dureza, como un dique capaz de sostener las más embravecidas aguas. Aturdida, le esquivé hábilmente. Rufo se había calmado y aunque permanecía atento a los movimientos,  su comportamiento era el de siempre y yo aunque seguía muy alterada intentaba justificar el escándalo. Mi sombra se estiraba intentando rozarlo, al darme cuenta, cambie la posición para que el hecho no ocurriera.
--¡Lo siento! He tenido un sueño horrible del que no podía despertar. ¡Discúlpame!, --y aunque sonó a suplica, no pasaba de una mera disculpa sin convicción --.
--¿Puedo tocarte?. O me morderéis el perro y tú.
--Por favor, no seas así, lo estoy pasando mal.
--Lo sé, perdóname por ser tan desagradable, -- me arrastró hasta su pecho, un escalofrío recorrió la espalda de punta a punta y nada tenía que ver con lo de la noche anterior. Su beso quedó estampado en la frente como una marca.
Lo observé mientras su coche se alejaba calle arriba y me sentí libre sin su presencia. Los recuerdos me asaltaban bajo la niebla de la memoria y los ruidos me ensanchaban bajo el silencio de la noche que caía pesadamente sobre la casa.
Continuará...

miércoles, 3 de mayo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (22º parte)

Esa noche prometía ser especial, por primera vez dejé que un arrebato tonto turbara la razón, Gabriel se quedaría a pasar la noche, todo fue especial, la cena se convirtió en una improvisada fiesta, el salón se lleno con la calidez de las velas, cocinó unos platos fantásticos dignos del mejor gourmet, --una estúpida agitación se había apoderado de mí--, el delantal sobre la ajustada camisa le daba un aire sexy, desenfadado, como si su vida se hubiera desarrollado entre pucheros, sartenes y cacerolas. Lo miraba sin disimulos apoyada en el marco de la puerta. Se volvió hacia mí, con una sonrisa cautivadora, alzó la copa de vino, el liquido rojo sangre se paseó suavemente creando un pequeño remolino lamiendo el  cristal, sus labios no se despegaron y mis mejillas se encendieron como brasas incandescentes sofocándome el ánimo, superando los limites de lo recomendable, me devolvió una sonrisa en la que dejó sus fantásticos dientes a la vista, estaba tan turbada que no lo ví acercarse, sólo sentí la calidez de su carnosa boca casi rozarme suave y lentamente la piel del cuello, subió despacio dejando una fina capa de aire entre sus boca y mí piel, permitiendo que su respiración marcara el camino entre su deseo y el mío.
La copa se desprendió de sus dedos, emitiendo un sonido alegre, campanillas solo amortiguadas por el liquido que la ocupaba, todo era natural algo que tenía que pasar, al menos así paso, la turbación dio paso al deseo y el deseo a la pasión y la pasión al desenfreno. 

Sin embargo, transcurrió sin prisas cada caricia en su justo tiempo, cada gemido acompasado, un baile ensayado, las manos expertas, pasearon por la  anatomía sin complejos, ni culpa. Por fin la sensación de ingravidez fue total, los cuerpos se lamentaban cayendo en un abismo sin fin de deseos aflorados, la cabeza me daba vueltas mientras las pupilas de Gabriel se hundían en las mías, las manos se entrelazaron con fuerza en un vano intento de fusión definitiva.
 Caí en un sopor cálido, el aire olía a flores frescas, no hubo palabras, nada parecía necesitar una aclaración, sin explicación la congoja lleno los ojos de lágrimas, sacudí con fuerza la cabeza para espantarlas y la confusión nubló el entendimiento.
El miedo me estaba volviendo frágil, vulnerable, estaba flotando en un terreno muy peligroso por muy placentero y agradable que me estuviera resultando la velada. Su voz atravesó mi cerebro firme, serena, segura de lo que decía, limpia y clara como el agua fresca de un río.

--¿Te pasa algo?. ¿He hecho o dicho algo indebido que te ha molestado?.
Lo dijo de forma tan natural que sentí vergüenza por estar cohibida. Un rizo le caía desmayadamente sobre la frente dándole un aire pícaro y angelical al mismo tiempo, y su voz volvió acariciarme los sentidos, lo miré fijamente a los ojos y vi algo que hasta ahora no había reparado, un abismo insondable, aunque su voz siguiera sonando suave y sus modales fueran dulces, algo amargo emergía desde algún lugar. 

El silencio de mis labios pareció representar una amenaza, un viento desasosegante me batió, me atravesó el cuerpo como una lanza certera.
--¿Veo que estás molesta conmigo?. ¿He sido demasiado atrevido?. Te pido disculpas, quizás interprete mal las cosas, perdóname.
Sus palabras sonaron sinceras. La voz se me quebró y volví a sacudir la cabeza para ahuyentar las lágrimas.
--¡No digas tonterías, no soy ninguna niña asustada!,-- dije—elevando la voz intentando recobrar la calma perdida, disimulaba la angustia que me apretaba la garganta --. Me estás mal interpretando, es que han pasado muchas cosas, demasiadas para pasarlas por alto.

--Tienes razón, --dijo-- intentando cambiar de tema --. ¿Cenamos?. Con el estomago lleno se ven las cosas de otra manera, --y me mostró una sonrisa tan dulce, como fríos se me antojaron sus ojos. Al pasar junto a mí, alargó la mano y por unos segundos la retuvo entre sus dedos.

La cena trascurrió entre palabras a medio decir y sonrisas cómplices, los minutos anteriores parecían no haber existido, ese sentimiento extraño se diluyó entre el  bamboleo de las llamas al viento y el cálido resplandor que desprendían las velas.
Continuará...