lunes, 6 de agosto de 2012

Make - up (2ª parte)

--¿Dónde? ¡Yo no veo más que la calle desierta! – le confirmó su compañera--. Tranquilízate y come algo, te he dejado espaguetis en el microondas, ese trabajo tuyo te hace ver alucinaciones, deberías dejarlo, --alejándose de Rosalía y hablándole como si lo hiciera con una niña pequeña para calmar su desconsuelo--.
Rosalía, algo ofendida por la falta de confianza, decidió, batirse en retirada, ante tanta incomprensión. ¡ Había visto lo que había visto y punto!.
--Me voy a duchar y después me iré a la cama, --afirmó Rosalía sintiéndose incomprendida por su amiga --.
Dejó que el agua tibia acariciara su piel envolviéndola en una agradable sensación  de bienestar y seguridad, pero no la abandonaba el desasosiego, el nudo en el estómago. Se negaba a cerrar los ojos permitiendo que el jabón los irritara y le provocaran escozor, por si al bajar la guardia de nuevo, encontraba la silueta recortada en un rincón del cuarto de baño.
 Ante el espejo empañado por el abundante vapor de agua, dudó al pasar la mano por la lisa superficie del cristal por sí descubría algo tras la engañosa cortina de vaho, dejándolo sin compasión en ese lamentable estado.
Antes de irse a dormir, volvió a escudriñar la solitaria avenida. ¡Y allí estaba!, casi invisible, mimetizado con el paisaje urbano, -- o al menos ella creía adivinarlo en un rincón oculto expectante, inerte, sin poner límites a su acoso--. Desde luego no podía saber sí su amiga estaba en lo cierto o no, pero necesitaba descansar, despejar su mente de la nebulosa de horror que la cubría, de eso estaba completamente segura. Buscó entre las escasas medicinas que guardaba en su cajón y destapando un pequeño tubo, tomó una gragea para que le ayudara a dormir libre de malos presagíos, del tío del saco o cualquier otro ser maléfico asusta niñas, así era como se sentía, como una niña tonta y asustadiza.
No le gustaba hablar o recordar su infancia, aquella noche y sin poderlo evitar rememoraba instantáneas de su vida, todo resultaba de un surrealismo imposible de entender.
En un duerme vela, vió el fingido gesto compungido de su madre, comunicándole la muerte de su padre en alta mar, la certera sensación de que le mentían, de todas formas sí el engaño rondaba su pasado, éste se había ido a la tumba con su madre. Las cómplices miradas de sus tías, los largos silencios, en los cuales hubieran desfilado un ejército de ángeles, la espartana educación, sin permitírseme el más pequeño desliz. Estaba claro que había un enigma, pero estaba segura que quedaría en el anonimato, escondido en las entrañas de sus educadoras, de las cuales rara vez obtuvo una caricia o una palabra de elogio, como sí al nacer hubiera infringido alguna ley imperdonable. Toda persona que poseía ésta información se la llevó con ella, así que por mucho que le pesara, seguiría en el mismo punto donde se hallaba en estos instantes y para siempre.
Despertó sedienta, harta de cama y con la cabeza confusa por los inconclusos sueños, una taza de té le vendría al pelo. Por la mañana todo se ve de otro color, el sol calienta las calles, los coches aceleran y usan impacientes los molestosos cláxon, el murmullo de las gentes invaden las habitaciones y los terrores que amenazan en la oscuridad, parecen estúpidas historias  urdidas por imaginaciones demasiado ágiles y vivaces, incluso pensó que quizás debería tomar en cuenta el amistoso consejo de cambiar de trabajo.
Esa misma mañana le tocó maquillar a una pobre niñita, parecía placidamente dormida, ataviada con sus mejores galas y dejó de ver su trabajo como una amenaza, olvidando la experiencia vivida la noche anterior.
Al día siguiente conoció a alguien mientras almorzaba, que le hizo desechar por completo la idea de cambiar de trabajo, pensando que se había comportado como una niña absurda. Se acercó a ella sin tapujos, sin vanas traperías de ligón barato, dándole una sensación de persona de fiar desde el primer instante, sí lo tuviera que describir diría que era  maduro sin ser viejo, ni muy alto ni bajo, más bien feo – bueno digamos feo de verdad—pero de lengua divertida, en su compañía el reloj perdía las manillas, moreno, de cabello abundante, ojos ocultos tras unas gafas oscuras, --que la prudencia hizo que la lengua anudara la pregunta. ¿Porqué ocultaba la mirada tras los negros cristales?-- de verbo fácil sin rozar la frivolidad, culto, sus anécdotas no tenían fin, el mundo, su casa y las ciudades, pequeños albergues donde repostar, nada más alejado del príncipe azul, montado en el caballo verde, con el que alguna vez todas hemos soñado, pero sí su caballero andante, no por su gallardía pero sí por los kilómetros recorridos.
La historia se reconstruyó a duras penas, un diarío con las páginas desgarradas a violentos tirones y unos amigos desconcertados como únicas pruebas. Fué tan increíble que en la vida habríamos llegado a semejantes conclusiones, porque lo imposible, dió paso a lo improbable, lo improbable a lo real.
Dos semanas más tarde, su compañera de piso regresó de unas cortas vacaciones.
Un fétido hedor, la hizo inspeccionar el dormitorio de Rosalía. Una imagen que no olvidaría  nunca y con la cual sufriría pesadillas el resto de su vida, le invadió la retina.
Rosalía, yacía boca arriba, las cortinas entreabiertas permitían contemplar la escena con claridad meridiana, destripada, abierta en canal como un cerdo, la sangre decoraba las sábanas, acentuando la crueldad de la escena y los muebles salpicados a ráfagas continuas como sí alguien se hubiera entretenido en crear una uniformidad, un adorno para su creación. Las frases sin sentido aparente, culminaban la obra de un loco en paredes y techo. Un hombre vestido y maquillado para su funeral, permanecía sentado a los pies de la cama con el corazón de Rosalía entre las manos.
Según explicó la policía aquel hombre llevaba muerto doce años.
Solo una frase aclaratoría, búrdamente trazada con el dedo, utilizando la sangre de la própia victima.
“TÉ  PROMETÍ  QUE  SERÍA  MÍA”
La investigación pudo aclarar algo las cosas, aún así, es difícil de explicar y más de creer.
El hombre sentado a los pies de la cama, era el mismo que Rosalía maquilló el día de su persecución. Y resultó ser su padre, inexplicáblemente muerto doce años antes. Fallecido en una penitenciaría psiquiatrica, encerrado hacía veinticinco años cuando ella contaba solo dos de edad, prometió a su madre con vehemencia que destriparía a su hija antes de que la apartaran de él. Estaba claro que su promesa no eran las palabras enajenadas de un pobre hombre que había perdido la razón, sino las meditadas reflexiones de un hombre atormentado, dispuesto a cumplir sus amenazas, aún teniendo que desafiar al tiempo y al espacio a lo racional y lo irracional.
El secreto que corroía a Rosalía la alcanzó de pleno, contado al parecer de primera mano por el propio protagonista, desde luego hay secretos que matan en su forma más literal y está claro que este es un ejemplo de ello. Al parecer cumplió su amenaza, aúnque para ello tuvo que escapar del más allá, para conseguirlo. ¿O quizás no?... ¡yo no lo sé!, cada cual que lo intérprete a su manera, yo solo puedo contarles lo que me contaron, advertirles de la demencia de algunos secretos y de la necesidad de reconocer una amenaza real. Porqué está claro que puede perseguirnos hasta conducirnos a nuestra propia sepultura.
Fin.

jueves, 2 de agosto de 2012

Mi ayudante

Os muestro a mi ayudante, totalmente estenuado de nuevo después de un arduo día de trabajo.

Vamp.