miércoles, 30 de abril de 2014

Las Largas Noches de Elena (4º parte)

La luz del sol la obligó a cerrar violentamente los ojos quedando cegada por unos instantes, su calor la envolvía suavemente atravesando las finas fibras de la vaporosa blusa, reconfortada, le mostró el rostro a su benefactor y con cierta premura se encajó las gafas de sol. 
La oscuridad de los cristales le devolvió la ansiada visión del bello entorno. La calle sin trafico le permitía disfrutar del murmullo de las aguas del Sena a su paso por la bella isla, dos señoras de cierta edad paseaban un par de Yorkshires terrier, mimados e impertinentes, ni ellos mismos sabían si querían pasear o protestar, tirando de sus correas sin control, un caballero de cierta edad pero de buena planta, leía muy interesado el Le Monde, entre los claroscuros de un centenario árbol, disimuladamente se fijó en ella por unas décimas de segundo, volviendo a su lectura casi de inmediato, Elena encaminó sus pasos sin rumbo, dejó que sus pensamientos se mezclaran con la brisa y volaran libres, alejando los malos augurios, poco a poco entró en un estado de ensoñación, el espíritu escapó sin control a tierras lejanas, remotas, realidad y fantasía se mezclaron sin permiso descontroladamente.
Elena paseaba por una la verde pradera, la gravedad no parecía tener poder sobre su cuerpo y sus saltos le permitían caídas a cámara lenta, el cabello se elevaba  como en un anuncio de champú, sus saltos de gacela eran precedidos por un Golden Retriever color canela muy claro, casi blanco y aunque no reconocía el perro de ninguna etapa de su vida, si estaba segura de que se llamaba Fluflo. 
Un barco lleno de turistas con la música a toda pastilla la sobresaltó, Fluflo repitió en voz alta intentando darle verosimilitud al nombre.
--¡Fluflo!, ¡no!, yo no le haría eso a un perro, es un nombre estúpido –dijo, negando con la cabeza y en voz alta--. Está claro que los sueños son una estupidez sin sentido la mayoría de las veces.
El escandaloso barco turístico se alejó con rapidez y la calma volvió a la zona como un regalo para los transeúntes, acostumbrados a que el único disturbio, fuera el canto de los pájaros o el ruido ocasional del motor de un coche.
Su estomago rugió haciéndola bajar a Elena a la tierra, intentando decidir donde podría saciar el apetito, miró a su alrededor, la gente sentada sobre la hierba disfrutaba del hermoso día y en un banco apenas a diez metros de distancia, el hombre del periódico, podría casi jurar que era el mismo hombre, cuarenta y muchos, bien vestido, con aire señorial, nada llamativo para la zona, pero Elena le resultaba familiar sin saber la razón, quizás era un vecino y lo había visto más veces sin percatarse de ello, ciertamente estaba algo paranoica, sin querer darle mas importancia se alejó buscando un lugar donde comer algo, no recordaba cuando fue la última vez que ingirió algo de alimento. 
Su lugar favorito, un viejo local, regentado por una joven pareja que decidió conservar todo el encanto retro, restaurando sin permitir que perdiera la pátina que le daba ese regustillo a otro tiempo, cuando la vida era menos ajetreada y las personas se ruinan para charlar de sus cosas o de otras cosas y un café era solo una excusa para pasar una tarde con amigos.
Nada más entrar, un joven la acompañó hasta la mesa, ofreciéndome las exquisiteces de la casa, pidió un té helado y una tregua para decidir entre tanto manjar. 
El chico que me había traído el ramo de flores, estaba apostado junto a otros jóvenes frente a la cristalera, parecía estar dándole buen uso a mi generosa propina, al percatarse de mi presencia, me miró con desconfianza, yo le regalé una sonrisa a modo de tregua, el me hurtó la mirada y abandonó el local en pocos minutos, ahora iba asustando a la gente, desde luego me estaba convirtiendo en una verdadera bruja, esbocé una amarga sonrisa y volví a la carta con cierta resignación.
--Garçons, s'il vous plaît.
En unos segundos el joven atendió amablemente mi comanda, mientras esperaba, el deambular de la gente por la calle me distraía. El hombre del periódico, volvió a reaparecer en escena, está vez la miró sin recato, fijándose en ella descaradamente, se llevó la mano a la cabeza como si tocara un sombrero imaginario para saludar y se perdió en el interior de una tienda de delicatessen, la oscuridad del interior lo engullió, tras atravesar el umbral de la puerta, con la boca aún medio abierta por la sorpresa, tuve que recomponerme ante la voz que llamaba mi atención.
--¡Mademoiselle!, su comida. ¿Desea algo más?,-dijo el joven camarero--.
--No, gracias –le contesté totalmente ausente—
Estaba más hambrienta de lo que pensaba y el aroma de los alimentos finamente cocinados, me hizo salivar, olvidando por un momento al impertinente individuo, durante el tiempo que degusté la comida solo pensé en disfrutar del momento, de lo demás me preocuparía mas tarde, nada ni nadie iba a estropearme mi instante gastronómico, o eso creía yo, cuando mi paladar sucumbía ante un postre de muerte por chocolate y mi cerebro procesaba el placer de fundirse el chocolate negro, blanco y con leche, aquella figura ante mí, me hizo atragantarme, tras la servilleta, tosía intentando no ahogarme.
--¡Discúlpeme! --dijo la negra silueta--, no pretendía incomodarla.
Casi sin voz todavía afectada por el susto y entre toses, le contesté.
--¡Va por el mundo asustando a la gente! –le dije sin disimular el enojo—
--Esta claro que usted y yo no tenemos forma de empezar una conversación en condiciones, no sabe cuanto siento lo que ha pasado, --y su tono de voz sonó apesadumbrado--.
La silueta tomó forma y por fin descubrí por qué me resultaba familiar, era el cretino del aeropuerto, al que despaché con cajas destempladas, no se pude tener más mala suerte, idiotas hay por todas partes, pero solo a mí me pasa que vivan en mi mismo vecindario.
--¿Puedo sentarme?, necesito que me permita compensar este agravió
--No existe tal agravio, yo me he asustado y punto, tampoco pasa nada, márchese tranquilo, sus disculpas han sido más que suficientes para mí.
Estaba claro que aquel hombre no tenía la más mínima intención de darse por vencido, así que quedaban dos caminos o le decía directamente que se fuera y no volviera a mirarme o lo dejaba hacer, elegí la menos violenta y llamativa.
--Siéntese, por favor,--dije sin convencimiento—
Para él fue suficiente, se apresuró a sentarse y con una sonrisa de oreja a oreja y el entusiasmo de un niño frente a un dulce deseado, --me dijo--.
Deseo. ¡No rectifico!, necesito invitarla a algo, no puedo perdonarme el susto que le he dado, --insistió, pertinaz como una plaga bíblica--.
Segura de no poder deshacerme del caballero, acepté a regañadientes.
--¡Esta bien!, tomaría un café.
--¡Magnifico!, me llamo Bruno Pescarelli --dijo, absolutamente entusiasmado—.
--Elena,-- dije muy a mi pesar--.
--Simplemente Elena,-- dijo acariciando mi nombre con su voz--.
--Elena, no le parece suficiente.
--Me parece lo que a usted le parezca, Elena, un nombre bello y con fuerza, suficiente para una mujer como usted, no necesita nada más. 
Resultó ser un elocuente conversador, no exento, de cierto humor, sin darme cuenta llevábamos horas hablando de arte, viajes, incluso era un gran entendido en moda, sabía escuchar, el momento exacto de hacer una broma, tanta perfección me estaba poniendo los pelos de punta, ignoraba que tantas virtudes fueran capaces de reunirse en el cuerpo de hombre. El envoltorio no estaba mal tampoco, cuarenta y muchos pero sin nada  que envidiar a un hombre más joven, delgado, piel bronceada, con una espesa cabellera castaña, ojos marrones y una sonrisa cautivadora. 
Como pueden suponer paseamos, cenamos, volvimos a pasear y me descubrí riéndome despreocupada como una adolescente cautivada por su príncipe azul, hacía años que no me reía así, que no vivía una velada o que no me permitía una velada como esa, ahora temía la hora de la despedida, deshacerme de Bruno no resultaría fácil, tendría que recurrir a todas mis armas.
No había ni la menor duda de la autenticidad de su sangre mezclada, entre Francia e Italia, por sus venas corría el encanto francés, junto con la picaresca italiana, era un pícaro encantador y travieso como un niño, sin embargo fue sorprendente hasta para mí con la facilidad que abandono una causa por la que yo creía lucharía hasta las últimas consecuencias.
--¡Elena!,--dijo con cierta teatralidad--, me has regalado una noche fantástica, no lo olvidaré y abandonaré todo intento de insistir en una penúltima copa, si me ofreces el placentero honor de comer al mediodía con este viejo caballero, --acariciando mi mano, me la beso suavemente--.
 En ese momento me pareció una salida tan fácil, que ni siquiera me paré a pensarlo.
--¡Te recogeré a la una!,-- dijo sin darme tiempo a pensar--.
-- ¡Está bien!,-- contesté sin reflexionar y algo aturrullada por la situación.
Se alejó con paso pausado, su sombra se mezcló con la oscuridad de la noche y desapareció. 
Con la sonrisa puesta, giré la llave en la cerradura, empujando la pesada puerta con el hombro, una vez en el interior, corrí escaleras arriba sin pararme a encender la luz.
Una voz enérgica, interrumpió la entrada a mi casa.
--¡Estas loca!,--dijo casi en un grito--, acaso no tienes juicio. ¿Como sabes que ese hombre es de fiar?. ¿Qué sabes de ese individuo?
Todavía sorprendida por la intromisión y sobresaltada, --contesté airada--.
--¡Señora Bartán!,--dije en un grito--. !Se ha pasado usted de la raya!, como se atreve a espiarme e increparme por lo que yo haga con mi vida.
--¡Niña tonta y estúpida!,--grito la señora Bartán--.
Los vecinos ante tanto escándalo, se asomaron protestando, acercándose al lugar del conflicto.

(CONTINUARÁ)    

Vamp.

lunes, 7 de abril de 2014

LAS LARGAS NOCHES DE ELENA ( 3ª parte)

Jadeante y con las pupilas dilatadas, se giró bruscamente. El tono de su voz reflejaba la  ansiedad que en aquel momento la mantenía alerta como un felino acorralado y deseoso de escapar de una amenaza, apoyada en la pared intentaba recuperar la compostura, su voz sonó chirrriante, casi estridente, como el raspar de las uñas sobre una pizarra de colegio.
--¿Señora Bartán usted nunca duerme?, ¡apenas si despuntó el día, faltan al menos un par de horas para que el barrio cobre vida! – preguntó, casi afirmando --.
Una risita muda se pintó en el rostro de la vecina cotilla, a Elena le recorrió un escalofrío por toda la espalda, aquella expresión de complicidad como si pudiera leer en ella, incluso a través de ella. ¿Aquellos ojos que sabían, o sospechaban, que ocultaba la disimulada mofa de la vieja entrometida?. Apenas en un segundo las palabras contenidas hasta ese momento en el interior de la anciana garganta, escaparon como una catarata de afirmaciones inquietantes.
--Querida niña, tu abuela vivió en esta casa durante muchísimos años y llegamos a ser casi hermanas. La guerra fue dura y eso nos hizo mujeres fuertes e independientes, tu querida abuela, de la que llevas el nombre, no es lo único que compartes, sois tan parecidas que me transportas a tiempos felices, cuando todavía ella vivía y a mi no me había abandonado la juventud y el corazón se dispara por la emoción.

Elena cada vez más incomoda, intentaba escapar de la absurda situación, se sentía intimidada, una niña pillada en falta, los nervios la estaban traicionando.
--Señora Bartán, llevo viajando toda la noche, necesito descansar un rato, si me lo permite hablaremos en otro momento de los viejos tiempos, podrá contarme todas esas cosas que compartió con la abuela y que yo desconozco.

En ese momento deseaba más que otra cosa en el mundo deshacerse de la vieja, hasta ahora vista como la vecina entrometida y cotilla, sin embargo algo le decía que la realidad podía ser muy distinta y estaba dispuesta ha llegar hasta el final, los cabos sueltos la ponían en peligro y no estaba segura hasta que punto aquella señora disfrazada de anciana cotilla, podía ser una amenaza. ¿Qué sabía?, no pensaba con la suficiente claridad, pero las últimas palabras de la señora Bartán la dejaron paralizada.
--Perdona querida niña, soy una vieja desconsiderada y pesada, conozco ese gesto, esa arruga en tu entrecejo denota el cansancio que arrastras, desde muy pequeñita sabíamos tu estado de ánimo por ese gesto.
--Bien señora Bartán, hablaremos en otro momento, gracias por la información.
La vieja señora inclinó su cabeza como signo de cortesía y aceptación, Elena quiso sonreír pero solo logró dibujar una mueca en su rostro, abandonó el rellano con rapidez, apoyó la espalda sobre la gruesa puerta de la casa y así permaneció, inmóvil, tensa, confusa, con preguntas a las que le faltaban respuestas, las piezas de aquel extraño puzzle no encajaban.
Esa casa ella la había heredado de su abuela y no recordaba haber vivido allí durante su infancia, ¿Qué escondían las palabras de la señora Bartán?, ¿Por qué ahora le contaba todo aquello y no la primera vez que la vio? ¿Por qué no podía recordar nada de lo que le había dicho aquella señora?
Recordaba perfectamente, el internado y los viajes con la abuela que duraban todas las vacaciones por distintas ciudades europeas, sus años en el campus, pero jamás visitó esa casa, solo tras la muerte de su abuela recuerda esa….quizás esos déjà-vu que la acompañaban.
Con el sol colándose por los ventanales del salón se descubrió sentada en el suelo apoyada todavía en la puerta de la calle.
--¡Necesito un baño y una taza de café, estoy perdiendo la razón definitivamente!, --dijo en voz alta, para escucharse y descartar una alucinación provocada por el cansancio--. ¡Lo primero, es lo primero¡ – siguió hablando en voz alta para escucharse--, de rodillas frente al mueble del fregadero abrió las puertas y activando un resorte disimilado hábilmente en el lateral del panel trasero, apareció como la cueva de Alibaba y surgió una habitación del pánico, perfectamente abastecida de artículos de primera necesidad y tras dos paquetes de agua mineral, la caja fuerte disimulada, deslizó los dedos por las teclas marcando la clave de aquel enigma, aliviada, volvió a gatear, quedando todo como si allí no hubiera nada extraño.
--¡Café!, --dijo canturreando e intentando olvidar por el momento aquella inquietante e incomprensible situación--. ¡Todo a su debido tiempo!, --y volvió a descubrirse hablando en voz alta--.

Sacudió la cabeza como un perro mojado por la lluvia intentando sacudirse el agua, ella se sacudía las preguntas sin respuesta que la estaban angustiando.
Su dormitorio se encontraba en penumbra, respiró profundamente y poco a poco la ropa quedó entre sus piernas, se introdujo en la bañara vacía y cerrando los ojos, tomó a sorbos lentos la taza de café, el agua caliente subía templando poco a poco su carne y sumiéndola en un duerme vela, la música clásica le hacia saltar de recuerdo en recuerdo, mezclándolos de una forma anárquica e inconexa.
--Ding-dong, sonó el timbre de la puerta.

--¡Joder!, ¡Coño!, ¡Mierda!, -- dijo encolerizada e incorporándose como si tuviera un resorte en la espalda, escupiendo agua como una esponja empapada, arrancó el albornoz de la percha, dejando un rastro imposible de perder hasta la puerta, el timbre insistía y de un manotazo abrió la puerta. Un ramo de rosas y lilium precedían a una sonrisa y esa sonrisa a un joven delgaducho de aspecto estresado, al que el grito de Elena lo intimidó hasta el punto de retroceder unos pasos, escondiéndose aún más tras el ramo de bellas flores, la sonrisa se volvió una mueca y Elena pensó que acabaría rompiendo en llanto, la situación se había vuelto una escena de vodevil.
--¿La señorita Elena?, -- preguntó el joven delgaducho, apenas en un hilo de voz--.
--¡Eso no es para mí!,-- afirmó categóricamente Elena --.
--¿No es este el 3ª A?, -- volvió a preguntar el joven a punto de echarse a llorar --.
-- ¡No puede ser!, ¿quién manda esto?, -- preguntó Elena señalando el ramo con cierto asco --.
-- No se señorita, yo solo reparto los ramos, a mí nadie me dice nada, lo siento, -- dijo con voz de llanto --.
--Está bien perdona, es que tengo un mal día, siento haberte gritado. ¡Espera!, --  cogió un buen puñado de francos y se los puso en la mano, intentando compensarle el mal rato, el muchacho escapó como un conejo asustado.
El ojo de la señora Bartán se adivinaba tras la mirilla, en un acto de cortesía extendió el brazo ofreciendo el ramo a su incombustible vecina.
Estrelló las flores contra el suelo y se tiró en el sofá, agotada por tanto disturbio.
--¡Quién está intentando tocarme las narices! ¡ No tengo amigos, no puedo permitirme tener amigos! ¡Que está pasando!, -- dijo a pleno pulmón intentando desahogarse --.

Se vistió con ropa cómoda e informal, comería algo, daría un paseo, recogería la energía sanadora del sol y reflexionaría con calma sobre los acontecimientos acaecidos en las últimas horas. Cerrando la puerta a su espalda y segura de la presencia de la señora Bartán detrás de la mirilla, flexionó las rodillas y se levantó el pico de la amplia blusa e hizo una reverencia, tenía que retomar el control de la situación.
Bajó por las escaleras, saltando los escalones de dos en dos y entonando una estúpida cancioncilla infantil, un recuerdo le golpeó la mente como el disparó de un franco tirador, inesperado, oculto pero certero, la cabeza le dio un vuelco y el corazón se disparó a toda velocidad, apoyada en la esquina, el recuerdo se esfumó con la misma rapidez que apareció, lo que hace un segundo era un retrato nítido, ahora lo envolvía una espesa y densa niebla.
En la calle la fiereza de los rayos solares la cegó por un momento, buscó las gafas de sol en su bolso y encaminó sus pasos hacia el Sena.


  Continuará.......

VAMP.

martes, 25 de marzo de 2014

EL HOMBRE DE HIELO Y PAJA

Por la calle abajo va un hombre de buena facha

los vecinos a su paso la mano confiados alzan.

Nada hace presagiar la tragedia que el arrastra,

el horror que se desata por una toalla sucia,

o camisa mal planchada.

Los insultos y los golpes que sus manos bien lavadas

propinan a Dulcinea, esa esposa bien amada.

Sus dulces facciones con sus modales no casan.

Tras los visillos corridos, una mirada asustada

lo vigila con prestancia.

Quiere llamar a su madre, decirle lo que le pasa,

con las manos temblorosas, el auricular levanta.

Sus manos ensangrentadas al teléfono se agarran

a duras penas consigue con el ojo que se salva

ver los números que borrosos de su retina se escapan.

Mira su alcoba con pena, donde cada noche duerme el hombre de hielo y paja.

Ese mismo que hace poco le acariciaba la cara

jurándole amor eterno, dándole vana esperanza

de una vida dulce y buena donde nada la apenara.

El teléfono ha colgado pues el miedo la atenaza

se ve envuelta en la vergüenza, vergüenza que otro, no lleva escrita en su cara.

Sus facciones son bonitas, pero solo el exterior es el que canta

por dentro es frío y negro, aunque por nada se inflama.

Ella no lo reconoce, no es la misma persona que en el altar la esperaba

por eso calla un secreto y en su vientre lo resguarda,

caja fuerte bien segura, mientras la solución aguarda.

Esa noche volverá el hombre de hielo y paja,

lo esperará sin recelo mientras la esperanza aguarda.

Sus heridas limpiará, se esconderá tras la máscara, para que nada sospeche el hombre de

hielo y paja.

FIN

Vamp.

La Ira de los Caídos

Quería haceros una recomendación sobre un libro que acaba de salir, con el título "La ira de los caídos" de Daniel Granados.
Una estrella incipiente en el panorama literario, la trama de su libro nos incita a pasar una tras otra página, el protagonista se ve atrapado en un infierno del cual tiene muy difícil salida. Su fuerza narrativa, nos impulsa a seguirlo hasta la última página.

Saludos Vamp.


martes, 18 de marzo de 2014

LAS LARGAS NOCHES DE ELENA (2ª parte)

El suave roce de una mano sobre su hombro la sobresalto, sus párpados se eyectaron como el asiento de un avión de combate, miró con aire de sorpresa, solo encontró la suave sonrisa de la amable azafata que le pedía cortésmente que se abrochara el cinturón de seguridad para tomar tierra. Esbozando un amable gesto, obedeció con prestancia la solicita petición. 
Sus nervios eran templados pero su corazón intentaba salir de su pecho, había sido una estupidez quedarse dormida. Elena no podía cometer esos fallos de novata, instintivamente buscó con ansiedad disimulada su equipaje de mano, sus ojos se depositaron aliviados sobre la fina piel de la bolsa, pero deseaba comprobar el contenido, esperaba que su descuido no tuviera consecuencias nefastas. 
Se movió inquieta en el asiento, el chirrido del tren de aterrizaje y el impacto de la ruedas sobre la pista hizo que su corazón saltara de nuevo a su garganta, tras esa fachada de expresiones inamovibles, un torbellino de sentimientos giraban en su interior, ella no era una mujer corriente y el más mínimo fallo podía ser nefasto para su futuro y entonces que pensaría su abuela de ella. El avión volvió a zarandearse intentando obedecer las ordenes de la torre de control., con el último estertor del motor Elena con ágiles dedos se desprendió del cinturón que la mantenía presa en aquel sillón de first class, con movimientos pausados, para que nada delatara su ansiedad por hallarse fuera de aquel pájaro de metal, se aliso la ropa y bajó el equipaje de mano, bien sujeto entre sus dedos esperaba no tropezar con ningún contratiempo. Encaró el pasillo con paso seguro y actitud indolente.
--Espero que halla tenido un buen vuelo, --le dijo la azafata con la sonrisa perpetua colgada de su boca --.
Con un movimiento elocuente de su cabeza y una leve elevación de su rictus, dio por respondida la solicitud de la azafata.
La brisa fresca de la noche parisina le dio la bienvenida a la ciudad del amor y el aeropuerto Charles de Gaulle se abrió majestuoso ante ella.
Apenas diez personas bajaron del aparato, algunos todavía adormilados por el ronroneo de los motores y lo inconveniente del horario, el vehículo que los recogió para llevarlos a la terminal parecía poseído por el espíritu de un corredor de formula 1, nos llevo dando bandazos entre los claro oscuro de las pistas, hasta que agradecidos de abandonar aquel vehículo del infierno, nos deposito en una de las entradas, los pasajeros aunque extraños nos sentimos hermanados por el alivio, mirándonos unos a otros con aire de mofa, tras unos segundos, solo un señor y yo nos dirigimos hacia la puerta de salida, los demás aceleraron el paso para recoger sus equipajes de las cintas transportadoras.
Un señor de mediana edad y traje de Armani se dirigió a mí como si la experiencia nos uniera en algo.
--Si no tiene transporte, estaré encantado de que mi chofer la acompañe donde usted desee, --se ofreció cortésmente –.
Incomoda por el ofrecimiento y molesta por el atrevimiento,-- dijo algo airada--.
--Gracias, monsieur, tengo mi propio transporte, de todas formas gracias por su amable ofrecimiento, --  pensó para ella -- cretino, si fuera una vieja desdentada o una señora fea de cierta edad no se si seria tan solicito.
-- De todas formas tenga mi tarjeta, André Nouveau, marchante de arte, si lo desea solo tiene que llamarme, -- y sus retinas brillaron con la picaresca de un lobo que babea ante la posible presa--.
--Lo siento no creo que el tiempo me lo permita,--y lo dejó con la mano extendida sujetando el pequeño papelito entre los dedos y cara de idiota.
Con gesto de dignidad se volvió, encaminó sus pasos hasta el aseo y desapareció en su interior, --su cabeza gritaba--. Pedazo de cretino, engreído, estúpido, es que no los puedo soportar,--aunque sus labios no hablaban--, al mirarse en el espejo, el entrecejo se fruncía como un perro enfurecido a punto de saltar al cuello de la victima, con la ayuda de los dedos se aliso tan desagradable gesto, con el maquillaje retocado y el peinado en su sitio, lavo sus manos y dejó correr el agua fría entre los dedos, comprobó su vestimenta y mucho más tranquila empujó la puerta del baño como si una mujer totalmente renovada saliera a escena.
Sentada en el taxi, se sintió aliviada al comprobar que lo conducía una pequeña mujer con aire de ratoncito asustado, una vocecita aflautada se escapó del asiento delantero.
--¿Cuál es el destino?,--la inusual forma de preguntarle le hizo sentir que no estaba ante una mujer vulgar y que su físico y su espíritu no estaban en concordancia--.
--Rue des Deux Ponts, en la ile de Saint-Louis, por favor.
--Enseguida, contestó el pequeño ratoncito--.
Abrió la ventanilla y el aire le golpeó la cara, con un rápido vistazo comprobó que su compañero de viaje y ella habían superado una nueva prueba, cómodamente arrellanada en el asiento posterior del vehículo, veía pasar las casas, los coches a toda velocidad, la naturaleza quedaba rápida fuera del alcance de su vista, entonces se le ocurrió una pregunta que aunque creía estúpida, no se resistió ha hacerla.
--¿No se puede fumar, verdad?
--No,--dijo la voz del asiento delantero con contundencia--, ¡pero quien se va a enterar si se fuma un cigarrillo ¡la vida es muy aburrida si se siguen todas las normas.
Sorprendida ante el arrebato del pequeño ratoncito, la vio hacerse grande y poderosa.
--¿Le apetece uno?,--le ofreció Elena--, todavía sorprendida por el arrebato de rebeldía  de le petit femme.
--Si, gracias,-- y volvió a sorprenderla con su respuesta--.
Era todavía noche cerrada, quedaban apenas dos horas para que el astro rey luciera en su reino azulado y la ciudad dormía. El alumbrado público derramaba la luz por las calles asfaltadas y eran pocos los edificios que nos miraban con sus ventanas alumbradas, anunciando algún noctámbulo o madrugador, los semáforos con marcial disciplina se encendían y se apagaban con regularidad programada, pero apenas una docena de coches estaban presentes para obedecerles.
El coche frenó suavemente y Elena pidió el importe de la carrera, dejando una más que generosa propina.
--Gracias,-- dijo el ratoncito--. Espere, por favor,-- le alargo una tarjeta--. Si desea mis servicios solo tiene que llamarme de noche o de día.
Elena al contrario que en el incidente del aeropuerto recogió la tarjeta de buen grado y la guardo en su bolso.
--No dude que lo haré,-- contestó Elena con aire de satisfacción.
El taxi se perdió en la lejanía y Elena por fin llegó a su santuario, su isla silenciosa, amable, alejada del bullicio de turistas, parisinos, coches…, contempló la fachada de su apartamento de estilo neoclásico, la señora Bartan todavía dormía, la cotilla del edificio, alguna vez había llegado a pensar que no dormía, permanentemente de guardia en su apartamento, el sol asomaba con timidez y Elena se sentía exhausta. Abrió la pesada puerta de hierro forjado y se encamino hacía el tercer piso y cuando ya pensó que podría disfrutan de un merecido descanso, arrullada por las aguas del Sena, una voz chillona a su espalda, provocó que sus bellos se encresparan como escarpias.
--¡Buenos días!, mademoiselle Elena.
Elena dio un salto apoyando la espalda contra la pared y adoptando una actitud defensiva, el corazón le latía como el de un caballo desbocado y la garganta se le seco como si hubiera absorbido hidrógeno liquido.
(CONTINUARÁ)

Vamp.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Las Largas Noches de Elena.

Por fin llegó la tan anunciada Elena, siento haber hecho esperar tanto para disfrutar, o así lo espero, y deseo, de "LAS LARGAS NOCHES DE ELENA”, espero poder deleitar a todo el que lo desee con estas aventuras cálidas y sugerentes y reitero mi agradecimiento por seguirme


Elena con paso firme salvó la distancia que la separaba de la inmensa y preciosa balconada, dándole un corto sorbo a su copa, observo a los transeúntes que empezaban a escasear por las calles, la gente poco a poco se retiraba a descansar a sus casas después de un ajetreado día en la ciudad, los coches iluminaban por unos minutos la calle en  su reptar por el asfalto, alejándose a lugares menos concurridos y en algunos casos menos iluminados, Elena sentía el impulso de dejar caer el vaso y observar con picaresca infantil como se estallaba contra el suelo, emitiendo un hondo suspiro abandono la peregrina ocurrencia, deposito la pieza de elaborado cristal sobre la balaustrada, se mesó el pelo con sus gráciles dedos y estiró el cuello algo agarrotado por el cansancio y observo de nuevo el paisaje urbano, las luces de los comercios, los escaparates adornados con artículos variopintos. 
Un leve gruñido rompió la idílica ensoñación, cerró los ojos y con un gesto de hastió volvió al interior de las habitación. Un caballero de cierta edad desparramado sobre un carísimo sillón, lucia un patético aspecto en ropa interior, se agitaba pesadamente emitiendo un leve quejido que se asemejaba al gruñido de un pequeño animal indefenso. 
Elena con un movimiento ágil, prendió el vaso antes de que este cayera al suelo de su mano y manchara la preciosa alfombra persa, hubiera sido una pena manchar tan bella pieza, lo depositó sobre la mesita y la luz de la lámpara hizo centellear el contenido del vaso casi vació, con un leve movimiento, alargó el brazo para alcanzar su bolso. Ensartado en el forro una perla destacaba solitaria y anacrónica en su ubicación, tiró de ella, y en la penumbra brilló con luz propia la aguja de sombrero de fino y pulido metal, al prenderla con dedos firmes rememoró el momento en que su abuela se la había regalado y un pequeño nudo se agarró en su garganta. 
Su preciosa abuela Carla, bella, refinada, culta, fue su primer regalo fuera del ámbito infantil, después de eso las muñecas y regalos infantiles no tenían sentido, la hizo sentirse una persona mayor.
El caballero volvía a inquietarse, se acercó por detrás y casi sin tocarlo le acarició la nuca, con la aguja sujeta entre dos dedos y con destreza de un matador de toros, le apuntilló la nuca sin salirse de las raíces de la espesa mata de cabello que prendía de su cabeza a pesar de la edad, aquel arte le daría quebraderos de cabeza a los forenses y en su rictus se dibujó una sonrisa.
El caballero no se movió, ni siquiera salió el menor sonido de su garganta, permaneció con los ojos cerrados, como dormido para la eternidad, en su rostro, no se leía sufrimiento, miedo, solo ignorancia, la ignorancia del que muere sin saber que la muerte ha venido a visitarle.
Volvió a la balconada, bebió el último sorbo de su vaso, por unos instantes pudo contemplar la cálida y tranquila noche de mayo. 
El reloj dio dos campanadas anunciando que era hora de abandonar el lugar, sin prisa aseó los dos vasos que devolvió disciplinadamente a su puesto en aquella residencia, pulió con meticulosa insistencia la aguja de sombrero, sacándole brillo a la perla en forma de lágrima que adornaba el final del improvisado estilete.
 Su vestido de seda natural comprado apenas hacia unas horas, yacía abandonado en el frío suelo de mármol, su ropa interior comprada también para adornar el evento reclamaba su atención, ese color champán del encaje, la excitaba y al deslizarlo por la calidez de su piel la hizo estremecerse en un ligero escalofrío. 
En un rápido pero minucioso vistazo comprobó el escenario, una última mirada al caballero le provocó un fugaz sentimiento de piedad, el preciado portafolios que el caballero depositó con misteriosa premura en el interior de la caja fuerte, fue arrebatado y depositado en su equipaje de mano, en el cuarto de baño comprobó que su maquillaje estuviera impecable y como quien abandona la oficina después de un duro día de trabajo cerro la puerta a su espalda. 
El ascensor parecía esperarla como un servil caballero y clavando sus tacones de aguja con crueldad en la alfombra, por fin pudo respirar el aire fresco de aquella noche de mayo.
Un coche de policía se deslizaba con lentitud por la calzada notó las pupilas de aquellos polis clavadas en ella, pero ella sabía muy bien lo que miraban, se dirigió sin dilación hacia la parada de taxis, el coche de policía aminoró la marcha para que durara un poco más la experiencia. Elena abrió la puerta del taxi con cierto aire de mofa, su tacón de quince centímetros se engancho en la alfombrilla, acostumbrada al incidente lo salvo con experta gallardía y sentada con su equipaje de mano como acompañante, ordeno al taxista que la llevara al aeropuerto.
En el baño y vestida con tejanos, ropa mucho más adecuada para viajar, repartió el dinero estratégicamente, entre ella y el equipaje de mano. La boca la notaba seca de tanto trajín, y esperando su vuelo a París cruzó las piernas con estilosa compostura y se autoinvito a una bien merecida copa de champaña.
Le gustaban los vuelos nocturnos, el aeropuerto dormita dulcemente como sus empleados, pasas casi desapercibida ante los ojos empañados de sueño de los trabajadores, todo es más relajado y tranquilo, la megafonía rasgo el bajo sonido ambiental anunciando la próxima salida del vuelo con destino a París, acabó el champaña sin prisas y como una experta viajera, se encamino hacia la puerta de embarque, una amable azafata comprobó su tarjeta y con una sonrisa y deseándole un feliz vuelo le franqueó la entrada al finger, con paso calmado como una reina que camina hacia el exilio recorrió la distancia. Unas chicas jóvenes aturrulladas y entre risas y carreras la arrollaron sin ni siquiera disculparse, ignorándolas, siguió su camino. La azafata las recrimino amablemente y por fin ocupó su asiento en first class, lejos de alborotadoras y gente pesada, colocó su equipaje de mano donde pudiera vigilarlo. 
 Le indicaron que el avión se demoraría unos minutos en salir por un tema técnico, por primera vez una pequeña sombra de duda se le alojó en la garganta, que se disipó en pocos minutos, las puertas del avión se cerraron y comprobó con satisfacción que viajaba sola en su departamento. 
Su espalda se pegó al asiento sucumbiendo a la fuerza de la inercia ejercida por el despegue, las luces quedaron en penumbra, y a través de la ventanilla todo era oscuridad, pidió un refresco, retrepo el asiento y se dispuso a ver la película que le ofrecía el vuelo. Despejó su mente de preocupaciones  y con un profundo suspiro, el ruido de los motores adormeció sus sentidos y así permaneció tranquila y serena.

Continuará....

Vamp.