lunes, 12 de septiembre de 2016

Las largas noches de Elena (parte 25)

Voces y pasos apresurados, me frenan en seco, poco a poco se hacen más audibles y distingo claramente esa voz inconfundible que acompañó toda mi infancia y posterior adolescencia, tiemblo como una hoja a merced del viento, me aturrullo sin saber qué hacer, miró instintivamente hacia todos los lados, en esos momentos solo pienso en que indudablemente un adolescente tiene más sentido común que yo, y me dió un consejo adecuado y lo refrendan las palabras que soy capaz de distinguir con más claridad por momentos.
 
--¡Lo dije, me expresé con claridad!, su voz parecía poseída por una ira incontrolable.
Lo que pude oír segundos más tarde me dejó petrificada, el ruido seco de un tiro rompió la noche, acompañado un golpe sordo, el de un peso muerto al caer, inmediatamente esa voz autoritaria, sentencia de nuevo.
--¡Buscad, idiotas, buscad, o vuestro destino será el mismo!,--bufa como un animal salvaje y asevera.
--¡Es muy peligrosa, muy peligrosa!—y pone todo el énfasis que puede en sus palabras, su voz se vuelve ronca y ahogada--.
--La quiero viva, pero antes de que se escape no dudéis en matarla,--dice en un tono más bajo pero con convencimiento en sus palabras.
 
Salgo de mi improvisado escondite y corro hacia el único lugar que me ofrece la libertad, las lágrimas no me permiten distinguir con claridad el camino, sigo escuchando voces, carreras y golpes indiscriminados de cosas que caen al suelo con violencia, corriendo como si no hubiera un mañana salvo la distancia que me separa de mi supuesta libertad. 
Una mano sale de la nada agarrándome con fuerza, emito un gemido ahogado de terror sintiéndome atrapada, por unas décimas de segundo me creí muerta con un tiro en la cabeza y tirada como un trapo viejo y olvidado por nadie llorado, no tenía nadie en esta vida, me sentí triste y me resigné a el olvido, quizás no me merecía otra cosa, en ese momento de claudicación, una voz conocida me saca de mis lóbregas reflexiones.
 --¡Elena!.
--¡Manuel!,-- y mi voz sonó entrecortada--. ¡Tú nunca obedeces! ¡Bendita sea tu alma!.
--¡Vamos apúrate, la lancha nos espera!
 
Sin saber si me merecía aquello pero con el corazón  lleno de felicidad, navegaba hacia un nuevo destino. Vi alejarse la costa, las luces morían lentamente, abrigados por la oscuridad, el sonido de las aguas golpeando el casco marcaban el ritmo de la huída, sin luces que nos señalizará, la negrura de la noche nos engullía y el silencio roto por la violencia de las aguas, nos contaba una historia que no entendía.
 
Continuará...