-¡Niña idiota! ¡Niña idiota! –seguía gritando, poseída por una fuerza imparable-. Totalmente
aturdida miraba en todas direcciones intentando buscar una salida digna y
discreta a esa rocambolesca situación, aquella mujer se había vuelto
loca, sin pensármelo dos veces la abracé con todas mis fuerzas, obligando a su
pequeño cuerpo a obedecer mis deseos.
-¡Siento el alboroto, disculpad a la señora Bartán!, está algo
disgustada conmigo y muy cansada, disculpen las molestias, enseguida lo
solucionamos y todos podremos descansar, no volverá a pasar, buenas noches y
disculpen.
- Yo mantenía agarrada a la
señora Bartán con todas mis fuerzas, la mano sobre su boca, ella oponía la resistencia que podía. La
gente medio dormida parecía no haber sido consiente de la agresión que la
anciana señora estaba recibiendo por mi parte, poco a poco cada vecino volvió a
su hogar deseando olvidar el incidente, en aquel rellano alumbrado por la luz de la luna que se colaba
indiscreta por el gran ventanal, solo quedamos las dos alborotadoras.
Sin aflojar la presión sobre la anciana la empuje con violencia a el
interior de su piso y cuando intentó zafarse de mis manos y librarse de la
mordaza para volver a gritarme improperios, giré mis manos hábilmente para
intentar volverla, se agarró con fuerza
al marco de una puerta, un crujido seco retumbó en mis oídos, el cuerpo de la
vieja señora se desplomó por su propio peso golpeándose, ya sin conocimiento
contra el borde de una pequeña mesa.
Incrédula y estupefacta observé
ese encogido cuerpo, apenas un bulto sobre la baldosa, rodeada de una mortal
penumbra, no podía salir de mi asombro, como aquella vieja loca me había metido
en semejante lío, que tenía que ver yo con su vida su historia y sus
demenciales chocheces, como me veía envuelta en este embrollo, era un accidenté,
pero como explicar a la policía el asunto sin salir perjudicada, ¿quién iba a
creerme?, una extranjera sin pasado, acabaría con mis huesos en la cárcel y lo
peor es que no sabría porqué.
Cerré la puerta disponiéndome a trazar un plan, aquel pequeño cuerpo en
esos momentos podría parecer algo nimio, sin embargo se me había vuelto un
grandísimo problema, que se agravaría sin yo saberlo, en breves segundos.
Apenas si había asimilado el problema en el que estaba inmersa, el
sonido del timbre del piso de enfrente rasgo la noche, estridente como el
chirrido de unas uñas sobre una pizarra, terriblemente alterada espíe por la
mirilla la puerta de mi propia casa, mi acompañante nocturno me mostraba la
espalda, se presentaba como otro problema a resolver de inmediato, analicé la
situación en décimas de segundo. Si finjo no estar, tendré que dar
explicaciones, lo mejor seria afrontar la situación en ese preciso momento,
alisándome el pelo con las manos de forma instintiva, improvisé sobre la
marcha.
--Abrí la puerta de la señora Bartán, asegurándome de no cerrarla del
todo tras de mí.
¿Que te pasó cambiaste de opinión por el camino?, -- le pregunté con el
sarcasmo y aplomo que pude reunir, me miró con asombro emerger de entre las
sombras de la casa de mi vecina.
--¿Me he confundido de puerta?
--No,-- le respondí con desparpajo--, mi vecina se encontraba algo
indispuesta y la he ayudado, ya está dormida.
--Siento haber sido inoportuno.
La verdad que ahora mismo no puedo atenderte, si no es importante
preferiría dejarlo para otro momento.
Visiblemente incomodo, --dijo--.
--Lo siento, mañana nos vemos, -- visiblemente aturdido, abandonó con
paso enérgico sin mirar atrás el lugar, un portazo fue la pista del estado de
ánimo que se encontraba el maduro galán. No podía pararme a sacar conclusiones,
tenía un trabajo mucho más importante y comprometido.
De nuevo en la escena del asesinato, intentaba buscar una salida airosa,
cerré los ojos y recreé de nuevo lo ocurrido, la vi soltarse de mis manos, un
crujido seco y la cabeza rebotando sobre el borde de la mesita, caer como un
fardo de tela y comprobé de nuevo que seguía acurrucada como un gatito dormido.
En ese momento tomé una decisión
arriesgada y algo incoherente.
--Adiós, señora Bartán, siento mucho lo ocurrido. Cerrando la puerta
tras de mí
Dos días después la policía llamó
a la puerta, subía y bajaba las escaleras, una ambulancia, el forense, los
vecinos curioseando.
Señorita, nos han informado los vecinos que usted y la señora Bartán
discutieron acaloradamente hace dos días a altas horas de la noche y que la
señor Bartán se la veía muy afectada, ¿podría decirnos cual fue el motivo de
dicha discusión?.
¿La ambulancia para que es, se
encuentra mal la señora Bartán? --pregunté, con voz afectada--.No me perdonaría
ser la causa de su dolencia, es una señora muy temperamental y con muchas
manías, pero le tengo cierto aprecio.
Señorita la señora Bartán murió
hace dos noches.
--¡No!, --deje que mi voz se desgarrara--, eso no puede ser, la deje en
su casa gritándome, tan viva como usted y como yo, ¿qué le ha pasado?, eso no
puede ser –dije apenas con un hilo de voz, dejándome caer sobre un sillón--. Si
fue una tontería, decía que hacia ruido, que volvía muy tarde, me sentó mal y
la discusión se escapó un poco de las
manos, pero nada más, la obligué a entrar en su casa y la seguí escuchando
durante un breve lapsus de tiempo, como seguía protestando, a los pocos minutos
imperó el silencio y pensé que cansada de protestar se había marchado a la
cama.
--¿Que vínculo la unía a usted para sentirse en el derecho de increparla?,--preguntó el policía, libreta en
mano--.Si apenas la conocía, fue por lo visto, buena amiga de mi abuela y le
dio por ejercer de abuela, digo yo, no le puedo decir nada si yo evitaba
encontrarme con ella, para mi es una auténtica desconocida.
Y las preguntas siguieron y siguieron durante dos días sin descanso,
hasta que cansados de buscar vínculos y motivos que no existían, la archivaron
como muerte accidental.
Cada vez le daba la espalda a su puerta, sentía que el pelo del cogote
se volvía alambre y un escalofrío insoportable, sacudía la espalda como un
latigazo, estremeciéndome.
La noche mostraba su mejor cara, una pequeña brisa se colaba por la
ventana entre abierta, solo guiada por la luz azulada que se filtraba por la
cristalera, alcancé la pasmina, cuando el timbre rompió el bucólico momento,
sin respiración y casi sin fuerzas, espíe
por la mirilla.
--¡Bruno!—dije casi en un grito--. ¿Qué haces aquí?
--Disculpa, Elena, últimamente parece que nunca llegó en buen momento.
--Disculpa Bruno, pasa, iba a salir para dar un paseo.
--Si no te molesta te acompaño, ahora si prefieres estar sola me marcho.
--Pasa hombre que al final vas a terminar por pensar que no tengo
educación.
--¿Quieres un chupito?, a mi se me acaba de antojar, ¿coñac o whisky?
--Coñac, por favor.
El silencio se hizo tenso, el tintineo del cristal y el liquido al
llenarlos relajaron un poco el ambiente, desplazándome grácilmente hacia Bruno
le ofrecí el pequeño vaso, chocaron en un brindis que se redujo a una mirada
extraña.
--¿Salimos?—pregunté, con una sonrisa forzada--.
--¡Por supuesto!—contestó algo confuso--.
Caminábamos en silencio como dos extraños, que al fin y al cabo es lo
que éramos, apoyándome en la barandilla del río contemplé la corriente del Sena.
Bruno se sintió mareado, se sujetó la cabeza con la mano, y yo lo invité a
bajar un poco más por un acceso para las embarcaciones y sentir el frescor del
agua en nuestros pies, me miró sin verme, los ojos se le volvieron blancos,
noté como se convulsionaba, oí el impacto con el agua, lentamente salvé los cuatro
pequeños escalones, sin mirar atrás.
(CONTINUARÁ)