jueves, 28 de junio de 2012

Presentación

¡Hola amigos lectores!
Bienvenidos a mi blog, soy Vamp una contadora de historias, escritora por vocación, mi mayor anhelo es compartir con todos ustedes los relatos que salen de mi imaginación plasmándola en este papel cibernético con la idea de llegar al mayor número de amigos posibles.
De mí os diré poco, ya que considero que lo importante es lo que cuento y como lo cuento, no lo que soy o quien soy. Me considero ciudadana del mundo, aunque nací fuera de España consecuencia del trabajo de mí padre, y por eso de que cuando un niño decide nacer poco le importa el lugar donde se encuentre. Cursé estudios de peritaje para complacer a la familia, desde los veinte años he vivido en muchos lugares y realizado muchos trabajos, pero siempre con el bolígrafo pegado a la mano para plasmar en el papel todo lo que deseaba contar.
Tengo una hija la cual es mi mayor orgullo y el motor de todas las cosas que hago, siempre he querido que pudiera ver en mí el valor del esfuerzo y la lucha para llegar a conseguir lo que deseas, nada es imposible si estas dispuesto a perseverar en el esfuerzo.
Espero que los relatos ya sean largos o cortos cumplan su misión, asustaros un poquito.
Gracias por entrar en mí mundo.
Vamp.

Historias de terror: SORPRESA DE NAVIDAD


Su pelambre húmeda languidecía sobre su cuerpo, temblaba aterido por el intenso frío de la tarde, más que perro, parecía pollo caído y rescatado del río.
El paisaje lucía monocolor, solo roto por algunos árboles desnudos de paliformes brazos alzados hacia el cielo, implorando un poco de sol que los librara de aquel gélido e incomodo inquilino que los cubría con su manto de desolación, ese desagradable habitante que parecía asolar toda la tierra conocida, obligado a mover su cuerpo de pinocho, olvidado por un viejo Gepeto sin forma y sin futuro aparente, deforme y a merced de las inclemencias climáticas en contra de su voluntad.
Una pequeña mancha oscura en el horizonte anunciaba visita, aunque se acercaba con rapidez, la frialdad de la tarde y la ingente cantidad de copos helados que se estaban acumulando en la entrada, invitaba a cerrar la puerta con urgencia, se suponía que lo que se acercaba venía hacia la casa, ya que la finca más cercana se hallaba a un par de kilómetros en otra dirección naturalmente.
El pobre perro se preguntaba que terrible diablura había cometido para condenarlo a morir congelado, sus quijadas chocaban incontroladas y el temblor le hacia parecer beodo con el equilibrio mantenido a duras penas. Sabía que a veces rompía alguna cosa, cuando su rabo se sentía descontrolado por la alegría, o la gula lo cegaba con ansia desmesurada,  pero estaba seguro que nada tan grave como para que el veredicto fuera  esta inminente y prematura muerte. La hostilidad – termino quizás demasiado suave para definirlo-- y el mal carácter de su nuevo amo eran consabidos, aun así, aquello le perecía excesivo. Decidido a buscar una solución, suplicaba pegado a la ventana por su perruna vida, lanzando unos gemidos que a cualquiera le hubieran ablandado el corazón, los ojillos se le rebozaban en pena recordando a su anterior amo y su agradable vida junto a él, arañaba los cristales de la ventana más cercana a la puerta con la perdida esperanza de que aquel luciferino ser que ahora lo mantenía en aquella terrible situación, se apiadara –pero como ablandar el órgano que estaba seguro que no poseía--.  Aquel perro de digno porte, orgulloso hijo líder de la manada, poseedor de un magnifico pedigrí por parte materna, se sentía perdido desde la ausencia de su verdadero amo, un maravilloso  anciano que murió hacia solo un par de meses y con él que había compartido sus primeros cuatro años de existencia.
Del bello pelaje gris y pecho blanco que tanto habían elogiado los vecinos y había lúcido con pundonor, no quedaba ni siquiera el rastro. Del brillo y la alegría que sus ojos color zafiro trasmitían refulgiendo como luceros en medio de una noche sin luna, apenas si quedaba un ápice, ahora opacos y envejecidos por la angustia y el abandono. La esperanza se torno en desesperación cuando recordó su terrible suerte, la poca comida que le daba se la cobraba a palos aquel horroroso corazón negro, muchas veces pensó en huir, pero solo conocía este entorno y le asustaba la aventura.
Un trineo paró ante la puerta levantando un pequeño tsunami de polvo blanco y helado, que tuvo que sacudirse enérgicamente para deshacerse de la nueva capa helada que le provocaba un temblor mayor del que ya lo acompañaba, los animales que tiraban del extraño artefacto que no se parecían a nada que hubiera visto hasta ahora, -- no olían a perro, ni siquiera lo parecían --, llevaban sobre sus cabezas unas enredaderas feas y recias, como armas prestas a la batalla,  los hocicos demasiado alargados y los ojos redondos, fieros, negros, fijos en el horizonte como si ese fuera el único punto que existiera en la tierra. El hombre que los dirigía, tenía la mirada extraña, incómoda de sostener y su aura desprendía destellos confusos, pero la puerta por fin se había abierto y como la tarde no estaba para conjeturas, ni averiguaciones,  aprovechando la confusión, reptó con la habilidad y rapidez de una serpiente, escondiéndose en lo más profundo del roñoso y desvencijado sofá, acurrucándose sobre el único pico de la alfombra que quedaba con algo de color y tejido mullido.
Asistía a una escena que no entendía  bien, ni siquiera mal, simplemente no la entendía. El hombre de extraña aura no emitió sonido alguno, sin embargo su mal llamado nuevo amo, balbuceo algo que no llegó a entenderse, no lograba comprender la situación, nunca había vivido nada semejante pero algo sí lo creía seguro, su dañado lomo acabaría pagando las consecuencias de todo aquello, tapó su cabeza con las patas resignándose al inevitable golpe que dejaría dolorido sus huesos sin razón que pudiera comprender, pero aceptándolo con resignación canina, cerró los ojos con fuerza una vez más, el dolor no llegaba, pero si un sonido sordo y seco que hizo temblar las mugrientas tablas de madera del suelo de la cabaña, la impresión fue como si el techo se hubiera desprendido sobre ellos, se creyó a salvo por estar bajo el sofá, aunque sobre el mismo no había notado ninguna vibración, sin embargo la explosión fue similar a una pequeña bomba dentro de sus tímpanos. Alertado y confuso, levantó una oreja, dándole un pequeño espacio de tiempo a la otra, pero aún le faltaba valor para contemplar la escena, ya fuera parcial o total, estaba convencido que aquella oscura tarde de invierno, moriría destripado y sin razón alguna que tuviera un mínimo de lógica plausible.
Unos pasos sordos pero decididos se alejaban en la nieve, el roce de aquella maquina atroz arañando la misma y poco a poco la nada invadió el espacio, ni el viento osó romper el momento.
Cauteloso liberó un ojo de la presión de su gran pezuña, el cual permaneció cerrado, despejó el otro y aun permaneció unos segundos con sus párpados sellados por el miedo, por fin se abrieron de golpe y sin previo aviso.
Una masa viscosa se acercaba a su pezuña como poseída por una fuerza imparable, -- que no era otra cosa que el desnivel existente en el suelo de madera --, avejentado por el mal cuidado recibido. Irguiéndose con temerosa cautela, vio que aquella sustancia salía de debajo de la cabeza de su amo, apelmazando el pelo y manchando la media cara que reposaba en las tablas de la cabaña.
Aquella situación no dejaba de ser muy rara, y por fin, la curiosidad pudo más que el miedo, olisqueaba la sustancia, no le resultaba conocida, un hedor dulzón invadía el pequeño espacio, pero no el dulce aroma de los pasteles de su antigua vecina, -- azúcar caliente, almendra tostada, calabaza hervida --, aquel humito que salía de los platos e invitaba a lamerlos sin pedir permiso y bien valía después la regañina por la maldad cometida, aquel extraño dulzor era espeso, se mezclaba con el aire y no invitaba a la travesura. El cuerpo del despótico ser que lo había maltratado con crueldad injustificada, yacía inerte sobre la madera, su boca llena de aquellos  ennegrecidos promontorios con los que devoraba ferozmente la comida que a él le negaba, permanecía cerrada, ningún sonido desagradable salía de aquella oscura y negra caverna, el aura oscura había cambiado,-- bueno no había cambiado, es que no la encontraba --. ¿Quizás se escondiera debajo de su cuerpo tirado sobre las tablas?, o él era demasiado joven, e inexperto para saber como eran las cosas--. Siguiendo su instinto y un impulso irrefrenable, alzó el hocico al cielo y comenzó a aullar como no lo había hecho en su vida, compadres de otras fincas cercanas más viejos y expertos le contestaron y resolvieron sus dudas. El olor indefinible para él por su juventud. -- ¡Era el de la muerte!. ¿Y ahora qué? Se preguntó sin encontrar respuesta alguna. 
No pensaba perecer de hambre en esa tundra inhóspita y desolada, después de un sueño reparador, acurrucado junto al hogar, dejó que su instinto salvaje se apoderara de él y sembrada  la semilla de la supervivencia, comenzó el festín. Devoró las partes más blandas y jugosas, con la ayuda de sus afilados colmillos, desgarró la carne con facilidad pero sin remordimiento, sacó los ojos con rapidez de sus cuencas, cayendo al suelo como ensangrentadas pelotas de ping-pong,  dándole un suave golpe con su almohadillada pezuña, comprobó que no se movía, las devoró con deleitado gozo. La sustancia que las envolvía y que en principio su sabor le resultó desconocido,  era sabroso de veras. Un apetito voraz se le despertó, comió sin mesura, como si de su última comida se tratara y cuando se sintió saciado, después de muchos meses de hambruna contenida, miró la cara del hombre, poco quedaba de ella, solo se le podía reconocer por sus ropas y poco más. No quería que su amo se despertara y viera el estropicio cometido, estaba convencido que si lograba levantarse lo mataría sin ningún miramiento y quizás esta vez tuviera razón, estaba confuso, era todo realmente siniestro. ¿Y sí los perros vecinos lo habían engañado?—lo mejor era asegurarse, mordió con sus poderosas mandíbulas los pantalones y arrastrándolo hacia la nieve lo abandono a su suerte, tiñendo de rojo, la inmaculada sábana que se acumulaba ya en montículos de más de un cuarto de metro. Los lobos no tardaron en aparecer atraídos por el irresistible aroma de la carroña, que en aquellas condiciones extremas significaba la diferencia entre morir o vivir. Se acurrucó frente al hogar que aún ardía con fuerza, dejando que las fieras se saciaran, nada podía hacer él, contra aquella turba enloquecida por el olor a muerte.
Nuestro amigo no lo sabía, pero en otras granjas había pasado exactamente igual que en la suya, abusadores dueños habían corrido la misma suerte.
A la mañana siguiente mientras disfrutaba de un sueño apacible con el hambre saciada, sus orejas percibieron el resbalar de lo que reconoció inmediatamente como un sonido muy familiar, el siseante deslizar de los patines sobre la nieve, venían de lejos acercándose todo lo rápido que el suelo nevado lo permitía, hasta detenerse frente la casa, el estridente murmullo creciente, expresaba la repulsa y el horror que provocaba la estampa navideña.
Lentamente la puerta se abrió, precedido por una escopeta de doble cañón, apareció una figura conocida, un vecino el cual había visto muchas veces. Inspeccionaba la cabaña no sin cierta desazón por lo que pudiera encontrar, envuelto en un aire de creciente incredulidad. Acurrucado en un rincón y con ojos desconsolados, tiritando de frió estaba nuestro amigo, no quería recibir más palos, pensaba que con su estratagema, puede que se librarse de la culpa, a lo mejor pensaban que los lobos lo atacaron desesperados por el hambre en un descuido,-- tampoco hubiera sido la primera vez --.
El hombre gritó con su grave vozarrón alertando a los que estaban fuera, entraron en tropel inundando la habitación con  preguntas sin respuestas.
--Es lo mismo que en las otras granjas. ¡No sé que ha podido pasar! -- esta es la quinta que nos encontramos en la misma circunstancia. El perro aterrorizado y el dueño medio comido por los lobos en la nieve.
Una mano acarició su cabeza, que él intentó esquivar en un principio temiendo lo peor, descubriendo con agrado que no era más que una falsa alarma, hacia tanto tiempo que no recibía una muestra de afecto y le era difícil distinguir los palos de lo arrumacos.
Nos transportaron a todos los afortunados huérfanos en un improvisado camión, nos apretujamos unos contra otros, buscando más calor perruno que corporal, sin importar talla, raza, color o condición, algunos me eran conocidos nos habíamos encontrado en ocasiones al ir a comprar provisiones.
Todos teníamos historias parecidas, nuestros amos eran personas de mal corazón que nos usaban más para descargar su odio, que como protección o compañía, ninguno sintió su perdida, pero sí miedo a un futuro incierto. ¿Qué nos depararía esta nueva etapa?, los viejos nos tranquilizaron y tenían razón. --¿Qué podía empeorar?, lo malo ya lo conocíamos--.¿Por qué perder la esperanza?, seguro que el futuro nos traería algo mejor que lo que teníamos.
Aquella noche mientras descansábamos en el granero de un granjero como albergue improvisado, resguardados de las inclemencias de la noche, entre cantos navideños, aromáticos efluvios procedentes de las cocinas cercanas, intentábamos borrar de nuestra memoria la experiencia vivida horas atrás, todos guardábamos silencio, nada quedaba por decir.
Seguro que la dueña de la posada estaba cocinando su deliciosa tarta de arándanos con nata y chocolate caliente, deslizándose por la cubierta suavemente hasta invadir los bordes, estofado de buey –¡seguro que nos guardaba los huesos! –-,  su pavo relleno de carne picada con la crujiente piel dorada al horno, aquellos pensamientos nos mantenían distraídos, con las bocas babeantes de deseo, despreocupados de un futuro, ya, casi presente.
Sin embargo el alegre sonido de unas tintineantes campanitas rompió nuestra fingida calma, estremeciéndonos al reconocer de nuevo el peculiar deslizar del extraño  patín sobre la nieve, alertados, aguzamos los sensibles oídos y los desarrollados olfatos.
El macabro hombre de ojos incómodos y extraña aura pasó ante la puerta, dejando a su paso mezcladas con el viento unas risotadas que lograron erizarnos hasta el último pelo y meter el rabo entre las patas, se alejó golpeando con fiereza el aire que rodeaba a esos animales que no parecían perros, ni olían a perros, pero que obedecían fielmente sus ordenes, esos ojos enloquecidos exigieron nuestro agradecimiento,-- quedamos confundidos --, deseando no tener que verlo nunca más y sobre todo que no viniera a cobrarse el favor, ya que nadie se lo había pedido.
Creo que lo consideró un presente de navidad. Se alejó tan rápida e inesperadamente como llegó, la confusión dio paso al disfrute del regalo. Por macabro que fuera el extraño presente, era un regalo y más si son fechas navideñas.
Olvidamos su cara, aunque ahora que intento recordar.--¿Qué cara?—aquellos ojos enloquecidos y la extraña aura que lo envolvía es lo que queda del recuerdo, y aunque ahora soy lo suficientemente viejo como para no temer al hombre del saco, si temo al hombre del aura extraña.
Y todos los años cuando el humo de las chimeneas envuelve al pueblo en dulces aromas, recuerdo las campanillas y los perros que no olían a perro y al poco lo olvido mientras los huesos del pavo se deshacen en mis fauces.
 Si escuchan unas campanillas y su perro deja de oler a perro, escrute los ojos de su vecino, nunca se sabe lo que el destino nos puede deparar. Por sí acaso, traten bien a sus perros, nunca se sabe cuando les pueden hacer un regalo.
FIN.

Os presento a mi ayudante, que trabaja sin descanso, es el mejor del mundo.



Vamp.