martes, 24 de mayo de 2016

Las largas noches de Elena 15º parte

Ring, ring, ring, sonó el teléfono llenando el espacio de lo que me pareció un ruido atronador que me trepanaba hasta el último rincón de mi cabeza.
--¡Dios mío!, --grité, buscando a tientas el culpable de semejante caos, tenía la boca seca y era incapaz de abrir el ojo derecho, por suerte la punta de mis dedos tuvieron la fortuna de tocar el auricular del aparato.
 
¿Sí, quién es?, --dije, casi en un grito--.
--¡Señorita, señorita!, --dijo una voz infantil, atropellándose al hablar, siguiendo una letanía de frases ininteligibles al entendimiento--.
--¿Manuel?, --pregunté, con aire de sorpresa y desconcierto--. Tranquilízate, habla despacio que no te entiendo, bueno, mejor sube a la habitación.
Me levante de un salto, metí la cara en el lavabo con agua fría para despejarme y poder afrontar esta misteriosa crisis, o no tan misteriosa, necesitaba un café cargado y que mi cerebro funcionara al cien por  cien. Miré la hora, ya bastante alejada del desayuno, pedí algo de comer y café a recepción.  Apenas repose el auricular de nuevo en su lugar, unos golpes fuertes e insistentes en la puerta me volvieron a la realidad más cercana.
--¿Manuel que te ha pasado?,¿ por qué estás tan alterado?.
--¡Manuel tranquilízate, y cuéntame con calma que te ha ocurrido!.
 
 Sus labios se movieron para comenzar el relato, cuando unos golpes en la puerta lo hicieron correr hasta el cuarto de baño para esconderse.
Abrí la puerta y un carrito de servicio precedía a un camarero.
--¡Gracias!, firme la nota y yo misma introduje el servicio en la habitación.
--Manuel, ven y cuéntame que te preocupa, ¿has comido algo?. Sientate a mí lado.
--¡Señorita!, --dijo, casi gritando--, han llegado al barco unos tíos vestidos de negro como cucarachas, me han dado dos horas para darle un recado, la esperan en el barco y sino llega a tiempo pasaran cosas malas que no me van a gustar, yo he salido corriendo y aquí estoy.
--Bien, no te preocupes, come algo mientras yo me visto y tranquilízate, todo se solucionará.
 
Me serví una taza de café y pase al cuarto de baño pensando una estrategia que lejos estaba de controlar, estaba en un buen conflicto, de consecuencias impredecibles.
Abandonamos juntos el hotel, dandole instrucciones concretas a Manuel.
--Manuel, vete a tu casa y sino te llamo, olvídame como si no me hubieras conocido, no vuelvas ni ha pensar en mí, ni te acerques al barco, nada, prométemelo, prométemelo, por favor.
--Señorita, no,--dijo, casi rompiendo en llanto.
¿Porqué no llamo a la policía ?,¿Y si le hacen daño?, y rompió a llorar, demostrando el lado más tierno de su infancia.
Conmovida, le sostuve su linda carita entre mis manos y le prometí que nada malo pasaría, que bajo ningún concepto alertara a la policía, que tendría mucho cuidado, que lo llamaría lo antes posible.
Unos ojos llorosos acompañaron mi marcha rumbo al puerto y yo intentaba centrarme en el momento tan complicado que me esperaba vivir en pocos minutos.
 
Pise el piso del barco sin pedir permiso, el lugar se veía desierto, estaba segura que nada más alejado de la realidad, pise el primer escalón que me conducía al interior de la bestia, estaba tan oscuro que se asemejaba a las tripas de un monstruo, una mano invisible me golpeó con fuerza y bajé de un salto todos los escalones, aterrizando con la cabeza en el suelo. Una voz salida de la penumbra dijo mi nombre y sonó a la sentencia de un juez cruel e innoble, las palabras resonaban en la estancia y empecé a calibrar el verdadero peligro que estaba viviendo.
 
Continuará...

miércoles, 18 de mayo de 2016

Las largas noches de Elena 14º parte

El local parecía repleto, al menos eso se intuía entre la casi oscuridad en la que me encontraba amparada, la música sonaba a todo volumen y el corazón latía peligrosamente alborotado, las chicas bailaba en posturas insinuantes, mesandose el pelo como gatitas perversas en busca de aceptación y cariño volátil e interesado, caricias pactadas con el alcohol como mediador necesario, labios mentirosos que decían lo que querías escuchar, posturas lascivas, dedos que rozan cuerpos febriles ansiosos de deseo.
 
--Póngale a la señorita lo que desee,--dijo una voz extraña junto a mí--. ¿Me permite que la invite?.
Lo miré con cierta extrañeza, mientras el camarero solícito, volvía a rellenar la copa sin preguntar.
--Me llamo Abraham,--dijo el extraño, mirándome insistentemente a los ojos--.
--Rebeca,--le contesté divertida--. Tus padres no querías que pasaras inadvertido por este mundo, Abraham, ¿Haces honor a tú nombre?.
--A veces, --contestó el desconocido--, rompimos en una carcajada al unísono.
--Eso está bien, cumplir siempre las espectativas es muy aburrido.
Me miraba, bueno no sé cómo me miraba, porque era el tercer whisky el que veía por mí y el alcohol es más miope que un topo, pero a esas alturas le había dejado tomarse bastantes libertades, sus manos volaban como mariposas indiscretas de una parte a otra de mi anatomía o más bien casi no se movían de sitios concretos, sus labios me recorrían con anhelo, la respiración entrecortada anunciaba momentos más sustanciosos.
 
--¿Salimos a tomar el aire?, aquí no se pude respirar, ni hablar,--propuse harta de ese antro--,aunque yo creo que respirar o hablar nos daba un poco igual.
--¿Dónde te alojas?. ¿Quieres que vayamos a tu casa?.
--Soy una persona sin techo, una indigente, voy donde el mundo me lleva, --solté una risotada que olía a alcohol--.
--¿Quieres que vayamos a mi casa?,tengo un apartamento cerca de aquí, con unas vistas maravillosas del puerto.
--Como todos,--espetė con una carcajada de impertinente--.
--Demos un paseo que me de el aire y deje de decir cosas tontas,--cogidos de la mano y con los tacones en la mano, pisamos la arena blanda y todavía tibia del día y al abrigo de un pinar cercano caímos inmersos en una pasión desenfrenada. 
 
Su respiración frenética marcaba la pasión que sostenía el momento y mientras su dedos se aferraban a la lujuria de la carne, sus labios sellaban partes del cuerpo prohibida al común de los mortales, dos cuerpos unidos por una lujuria sin límites, inmersos solo en el deseo de la carne, cuerpos movidos al unísono en una melodía eterna y atemporal, agotados por el extasís respiramos aliviados dándole reposo al cuerpo, dormitamos durante horas, disfrutando del aire fresco de la madrugada, de la paz del momento y de los primeros rayos de luz.
 
El alcohol se esfumaba y el cerebro comenzaba a tomar el control y aunque sin culpa por lo ocurrido, la prudencia asomaba tímidamente su patita llamándome al recato.
Con el pelo revuelto y hasta el último rincón de mi anatomía lleno de la omnipresente arena, intentaba recomponerme para parecer lo menos ridícula posible.
Abraham quería aprovechar todos y cada uno de los instantes, abrazándome con fuerza volvió a estrellar sus labios en los míos y sus manos corrían audaces a toda velocidad entre mis muslos.
 
--Sigamos la fiesta en mi apartamento, puede ofrecerte ducha, desayuno y atender cualquier deseo que me pidas,--dijo con mirada picarona, como la de un niño mirando un pastel y babea al pensar en lo que pasará cuando lo introduzca en su boca y las papilas gustativas de su lengua lo detecten--.
--Si, sería un placer, pero no, tengo cosas que hacer.
--¿A las seis de la mañana?,--dijo, casi en un grito, que se ahogo en su garganta--.
Le besé suavemente los labios y abandoné el lugar con toda la dignidad que permitía el momento.
 
Continuará...

jueves, 12 de mayo de 2016

Las largas noches de Elena 13º parte

sentir que dominó de nuevo el medio y que ningún infortunio puede condenarme a la oscuridad eterna del gran azul. Estaba profundamente afectada y confusa, quien lo diría de la Elena imparable, calculadora, pero había situaciones nuevas, algo estaba cambiando el rumbo de las cosas, la inseguridad hacia mella en mí. ¿Realmente quién era aquel hombre que reposaba ya para siempre bajo las aguas?. ¿Qué riesgos incontrolados estaba corriendo?. Mil preguntas y dudas bullían en mi cabeza. ¿O ya no era útil para la causa y querían deshacerse de un estorbo, como se habían deshecho de ese pobre desgraciado?.
Poco a poco fui bajando la presión sobre los mandos y el embarcación perdió fuerza hasta emitir un ruido agónico que la dejó varada a unos cien metros de la costa, recuperada la calma, al menos en apariencia, el motor rugió de nuevo y volví a puerto, confusa pero más tranquila, todo había sido tan rápido que necesitaba entender que estaba pasando y ¿porqué?.

--¡Señorita!, la estaba esperando.
Le lancé  una mirada airada, de cierta incomodidad, pero el chico era demasiado joven para entender sutilezas. Recompuse mi actitud y saqué la voz más amable y suave que podía emitir.
--¡Hola chico!, ¿cómo te llamas?.
--Manuel, me llamo Manuel,--dijo orgulloso--.
--Bien, Manuel te lanzo el cabo y asegúrame la embarcación, por favor.
--Permiso para subir a bordo, señorita.
--Permiso concedido, --le dije esbozando una sonrisa--.
Manuel lograba despertar en mi sentimientos maternales, con los cuales no se me ocurriría ofenderles, apenas si rozaba la adolescencia, pero rezuma madurez, sus ojos te miraban con franqueza, de frente, eso que desgraciadamente, la vida te hace perder a través de los años.
--¡Manuel el barco es todo tuyo,, encárgate de él, yo necesito hacer unas gestiones, si ocurre algo, deja el recado en recepción y vendré lo antes posible, de todas formas, estoy segura que te las arreglarás perfectamente sin mí,--me miró con la serenidad de un adulto--.
Caminé despacio por el embarcadero sin mirar atrás, segura de tener sus limpias pupilas clavadas en la espalda, una leve sonrisa se dibujó en el rictus de mi boca, pero seguí caminando, por miedo a convertirme en estatua de sal, si cedía al deseo de volver la vista atrás.
Bajo la ducha mientras el agua recorría limpia y tibia cada rincón de la anatomía, intentaba poner en orden la locura de los últimos acontecimientos y por primera vez, me atreví ha hacer lo impensable, salí de la ducha dejando un río de agua a mi paso y apagué aquel teléfono negro como la noche más oscura y comerme la vida como una loba, devorar víctimas sin piedad y sin control, dejar un reguero de víctimas a mi paso.
Me decidí por un vestido que poco dejaba a la especulación, realzaban esas larguísimas piernas que me había dado la naturaleza y un escote profundo, que se suavizaba según caía en la profundidad de los senos, vestida para comerme la noche, me confundí con la multitud entre luces de neón que parpadeaban y te invitaban a introducirte en el interior de sus brillantes colores, elegí uno al azar, no tenía preferencias.
--¡Un whisky, por favor!, --dije gritando a todo pulmón para que el camarero de la barra, me escuchara--.
Continuará...

miércoles, 4 de mayo de 2016

Las largas noches de Elena 12º parte

Acato las órdenes sin discutirlas.
--¡Rubén!,--gritó--, por favor sube para recoger unos cabos que se han enganchado.
Escuché el tropel subiendo las escaleras a toda velocidad, era como un perrito bien amaestrado y sentí cierta pena por él, su destino se me hacía incierto.
--Recoge esos cabos y ponlos sobre la cubierta tengo que bajar un momento, pero enseguida subo.

--Si, mi capitana, a la orden.
Me apresuro a cumplir las órdenes exactamente como me han sido trasmitidas. Se producen ruidos sin identificar que creo vienen de la cubierta, intento no pensar en los acontecimientos que ocurren fuera de la estancia donde me encuentro y en pocos minutos reina un silencio atronador, todo ha enmudecido solo ligeros golpes de pequeñas olas contra el casco, me siento a esperar, no tengo ánimos para romper el desconcertante momento, no era consciente del tiempo transcurrido.
Una voz infantil que se cuela hasta la sentina, sacándome del éxtasis.
--¡Señorita, señorita!,¿necesita usted ayuda?.
--¿Cómo?,--preguntó algo sorprendida, lanzando un grito hacia la cubierta. Asomó la cabeza y busco al portador de la misma.
--Si señorita, hago pequeños trabajos para los dueños de los barcos, soy muy bueno, cobro poquito. ¿Necesita usted algo señorita?.
--¿No eres pequeño para empezar a trabajar?.
--¡No señorita!, ya soy mayor,--dijo alzando la voz y abroncandola para parecer mayor--. 
--¿Qué edad tienes?.
--Soy fuerte y se hacer muchas cosas, --dijo algo titubeante--.
La ternura me invadió y quise ponerlo en apuros.
--Hablemos de negocios, ¿cuáles son tus honorarios?.
--¿Mis qué?.
--¿Qué cuánto me vas a cobrar?.
--¡Ah, eso!.
--¿Te parece bien, diez euros la hora?.
Se le pusieron los ojos redondos y brillantes.
--Vamos ha hacer una cosa,¿ sí te parece?.
Tengo que salir, pero no creo que tarde mucho en volver, ¿tienes teléfono?, así te llamo nada más volver, ¿vale?.
--De acuerdo señorita, no tengo teléfono, pero llame a el bar del puerto o pregunte por mí, siempre saben cómo encontrarme.
--Estamos de acuerdo,--le dije mirando a esos ojos llenos de inocencia--.
Al mando de la embarcación, vi alejarse la costa.
Eché el ancla en las coordenadas establecidas, expectante, escruté el horizonte buscando alguna señal que me indicara señales de algo. Un pequeño chapoteo llama mi atención, dos buzos emergen como monstruos marinos salidos de las aguas y sin hacer el más mínimo aprecio por mi persona, bajan a los camarotes sacan un bulto que parece un cuerpo, se tiraron al agua y desaparecieron en las profundidades.
¿Pero quienes son?, ¿De dónde salen?, ¿Son hombres peces disfrazados?, con la boca abierta soy incapaz de reaccionar, ciertos métodos me ponen los pelos de punta. A los mandos de la embarcación vuelo sobre el agua hasta que la línea de la costa me devuelve cierta tranquilidad pero mi objetivo es volver a pisar tierra.
Continuará...