domingo, 19 de junio de 2016

Las largas noches de Elena (17º parte)

Traspasé el umbral de la recepción y allí estaba Manuel, enmarcado en esa infancia que él intentaba disimular por encima de todo. Su pie golpeaba distraídamente la baldosa creando un juego imaginario y solo existente en su creativa mente de infante, frené el paso para recrearme en el momento, quería capturarlo y engarzarlo en esos momentos felices, formando un bello collar en la que las perlas eran recuerdos que no querías perder.
Sabía que el apego a ese chico me causaría problemas, pero algo dentro de mí me obligaba a seguir adelante, me sentía algo miserable y egoísta, a grandes zancadas salvé la distancia que nos separaba y con ternura maternal me senté a su lado en el cómodo sofá de la recepción.
--¡Señorita!,--dijo en un grito ahogado y sus jóvenes dedos me apretaron la mano y en su cara se dibujó una sonrisa de total felicidad.
--Hacia mucho tiempo que nadie se alegraba tanto de verme, --le contestė mirándolo a la cara--, ¿porqué no me has esperado en la habitación?.
--No me han dejado subir si usted no se lo decía personalmente,--dijo encogiéndose de hombros y esbozando un leve puchero en sus labios--. Yo soy un desgraciado y no se fían de mí, por si robo cosas.
--No hables en esos términos de ti, tú no eres nada de eso, es normal que desconfíen, pero lo hacen con todo el mundo, es su obligación. Espérame aquí voy a recepción a preguntar una cosa y enseguida nos vamos a cenar. ¿Tienes hambre?, yo estoy hambrienta,-- y le rocé las mejillas con el dorso de la mano.
Cogía impulso para levantarme, cuando un botones me abordó. 
 --¿Señorita Elena?, --dijo el botones--.
--Sí, --contesté--.
--Para usted,-- y me tendió un sobre--, lo han dejado hace una hora.
--¡Gracias!, busqué atropelladamente en el bolsillo una moneda para ofrecerle.
--Discúlpame un momento,--leí el contenido del sobre, dándole varios dobleces lo introduje en el bolsillo.
Sentados en la terraza de un restaurante, nos gastábamos bromas, sobre lo que había pasado por la tarde, Manuel me rozó la herida de la ceja y durante unos segundos nos mantuvimos la mirada, nunca en mi vida me sentí tan unida a alguien.
--¿Qué quieres comer?.
--Lo que usted quiera, --dijo algo cortado por la situación--.
--¡Elena!, Manuel, ¡Elena!,--le dije, animando al tuteo y la confianza.
--¿Cómo quiera señorita?,--dijo, conteniendo una fuerte risotada con su mano.
--Así no vamos a ninguna parte, le contesté, y reímos a carcajadas.
La risa se me heló en los labios.
Una mujer paseaba despreocupadamente al otro lado de la calle, charlaba con un señor muy elegante, que le prestaba toda su atención.
--Manuel,¿tú conoces a todo el mundo, verdad?,--le espeté con voz agobiada.
--¿Qué le pasa, se le ha puesto mala cara, Elena?,--dijo titubeando--.
--¿Conoces a esa señora que pasea con ese señor por el otro lado de la avenida?,¡ allí frente al mar!.
 
Continuará...

martes, 7 de junio de 2016

Las largas noches de elena (16º parte)

Aquella voz me resultaba tan familiar como inquietante, pero no iba a permitir que me aterrorizara o al menos dejara que se me notara, ignoré la posición  tan ridícula en la que me encontraba con media cara estampada contra el suelo y espatarrada en una posición vejatoria y de total desigualdad, intentaba ver en aquella penumbra donde había caído uno de mis zapatos y no sé por qué razón estaba pasando de sentir él ridículo más absoluto a un estado de furia total e irrefrenable, al intentar incorporarme un hilillo de un líquido pegajoso se resbaló hasta en interior del ojo, lo que ayudó a dificultar la visión de mi entorno más sí cabía.
 
La voz se alzó de nuevo y yo me incorporé con la poca dignidad que me quedaba y con una ira desmesurada que iba creciendo dentro de mí, interumpí su monólogo gritando a todo pulmón.
--¿Quién es usted?—reprimiendo el impulso de decirle todos los insultos que me sabía y alguno que me apetecería inventarme--. La rabia se oía en mis palabras y se leía en el rostro.
--¡Mi Elena!, ¡mi incorregible Elena!, la niña más querida y más rebelde de todas, --dijo la voz --.
-- Los músculos los sentí paralizados y aquellas inocentes palabras, que parecían no tener importancia hicieron que la habitación diera vueltas alrededor de los recuerdos reprimidos y ocultos.
--Déjese de tonterías y déjeme verle—dije algo aturdida--.
--Todo a su tiempo niña, todo a su tiempo.
Ese tono de voz, esas palabras inconclusas me tranquilizaron, envolviéndome con una capa de hipnotismo.
--¡Escucha!, en la recepción del hotel tienes un sobre con todas las instrucciones, conecta de nuevo el teléfono, déjate de tonterías y todo marchará sobre ruedas. ¡Elena, mi niña!.
Abandonó el camarote sin más explicaciones y dos tipos más a los que no veía pero intuía le siguieron sin mediar palabra, como fieles perros guardianes adiestrados para seguir a su amo. 
 
Pensativa, dolorida y más confundida que nunca permanecí inmóvil durante no sé cuánto tiempo, hasta que el móvil me vibró en el bolsillo.
--¡Manuel, por qué has llamado!.
--¡Señorita estaba muy preocupado!, ¿No le habrán hecho daño esos hombres malos?, ¿verdad?.
--No Manuel, pero tienes que hacerme caso, la seguridad de tu persona va en ello.
No recordaba desde cuando no escuchaba esas palabras , alguien preocupado por mí, era tan emocionante que los ojos se me llenaron de lágrimas.
--Manuel, espérame en la habitación, dile, que la señorita Elena te ha autorizado a subir sin que yo esté, voy enseguida.
 
Me limpie la sangre de un pequeño corte sobre la ceja y busqué el maldito zapato, recompuse la ropa y el peinado y encamine mis pasos hacia un futuro incierto y extraño, pero como decía no sé quien, esto es hoy y mañana será otro día.
 
Continuará...