jueves, 29 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (12º parte)

Estas noches tan especiales solía pasarlas en casa de mi albacea, Daniel Rodríguez, intimo de mi abuela, su familia era encantadora y me recibían con los brazos abiertos, quizás por que se apiadaban de mi situación, eso solía molestarme un poco. Sin embargo, olvidaba la cuestión y cubriéndolo con un estúpido velo, disfrutaba de la fiesta y de la compañía de tan buenas y agradables personas. Su ambiente familiar seria la envidia de cualquier mujer o hijo con los hogares rotos. Se querían, se apoyaban y formaban una autentica unidad familiar, supongo que además de su honradez fue elegido por este motivo como tutor por la madre de mi progenitora.

Las cosas siguieron su curso como si nada malo hubiera pasado, la única nota discordante en mi vida, fueron unas extrañas pesadillas que olvidaba nada más despertar y a duras penas lograba reconstruirlas ya consciente, lo que siempre quedaba impreso en  mi recuerdo era la imagen del que suponía mi búho. Volaba de espaldas a mí, alejándose inexorablemente. ¿Huía?.-- Me preguntaba--. ¿Lo haría de mí?.  Su plumaje se veía salpicado por manchas rojas que resbalaban hasta el borde de sus hermosas y majestuosas alas, goteando en él vació. Esta imagen se repitió durante muchos años, tomando matices nuevos al transcurrir del tiempo. 

Negando incrédulo la existencia de un orden oculto, los esqueletos escondidos en mi armario no tardarían en salir para atormentarme con toda impunidad.
De una forma paulatina, casi sin sentirlo, volví a mi carácter huraño y taciturno, la risa habitaba en un lugar desconocido para mí.

Tenía miedo a olvidar, o lo que consideraba peor, de perdonar. Cuan equivocado estaba. El maligno parásito que incubaba en mí, sé hacia más grande y más peligroso.
Todo este sin vivir no parecía afectar a mis estudios, superaba los exámenes con facilidad concentrándome sin dificultad y con el tiempo adquirí nuevos hábitos. Una mente selectiva que olvidaba lo que le hacía daño recordar. Paseaba en plena noche al amparo de lúgubres farolas callejeras.
Continuará...

lunes, 26 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (11º parte)

Fui a coger como siempre al ascensor, la conciencia jugaba conmigo, al abrirse las puertas podía estar esperándome mi defuncionado amigo y ante esta sospecha, salvé los tres pisos raudo, saltando los escalones de tres en tres, metí la llave en la cerradura, un vecino alertado por el ruido asomó la nariz por una pequeña rendija de la puerta, con tono jocoso y burlón cambiando el timbre de mi voz le di las buenas noches. Cerré la gruesa madera que me servía para aislarme del exterior, apoyándome en ella para sentir la seguridad de hogar.

Esperé en vano a mi amigo el búho nival, supe que algo malo había hecho ya que durante siete años no falto ni una noche a su cita, pero desde aquel día jamás volvió, eso me hizo pensar que quizás no fuera lo que yo pensaba. ¡Bueno no sé!. Lo que sí puedo asegurar es que todavía lo echo de menos y anhelo su compañía. Quizás cuando cumpla penitencia por mis pecados me perdone.

La mañana siguiente se presentó fría como es de esperar de un 24 de Diciembre. Con cierto aire de clandestinidad, compré varios periódicos, para recoger los comentarios de la gente, me senté a ojearlos en una cafetería cercana a casa. Allí todo el mundo me conocía, me seria fácil recabar información.

Una pequeña reseña en la página de sucesos es lo único que pude encontrar, al parecer el pobre diablo no tenía muchos amigos. Se llamaba Ricardo Méndez Pérez, se hablaba de ajuste de cuentas por algún asunto de drogas. En lo del ajuste de cuentas no iban muy mal encaminados, yo lo  había hecho por otras personas, como a nadie le interesaba el tema, pensé que lo mejor seria olvidarse del incidente. La vida básicamente es desagradable, para unos, más que para otros.

No solo me mostraba insensible ante la mala acción, sino que me sentía insuflado de vida. Con tortuosa frialdad, salí del local me acomodé bajo mi ropa de abrigo, tiré todos los noticiarios en la primera papelera que encontré y disfrute del ambiente navideño. Efectué algunas compras, llegando a bromear con las dependientas, sentía dentro de mí que la rabia se adormecía, estas navidades había un hijo de puta menos pisando la tierra y eso me hacía sentirme muy feliz.
Continuará...

jueves, 22 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (10º parte)

Al cumplir los diecinueve años, cursé el primer año de Universidad y aunque mi abuela falleció seis meses después, entre ella y mi madre habían creado un fondo fiduciario y un albacea legal para que pudiera estudiar cualquier carrera sin sentirme apremiado por falta de dinero. No sé si lo ignora, estudié abogacía. 

Tras las numerosas perdidas acaecidas en mi vida, me instalé solo, en un luminoso apartamento cerca de la Universidad, por las noches me gustaba salir a pasear por lugares bulliciosos y escuchar las despreocupadas risas de las gentes, quizás, porque yo era incapaz de practicarla.


Un  23 de diciembre paseaba viendo como los transeúntes se afanaban por comprar los últimos regalos del día de Navidad, me distraía creando formas con el vaho que salía por mi boca, acurrucado bajo el abrigo y la bufanda, pensando en cosas triviales.
Como suele pasar en las grandes ciudades sin darme cuenta al doblar una esquina observé, que el paisaje no me era familiar, seguí caminando abrigado por el silencio. Fue roto con brutal desgarro. Aceleré el paso. 

En una callejuela de parca iluminación, una solitaria bombilla de bajo amperaje parpadeaba con ansia por disfrutar del descanso eterno, la luna se miraba con femenina  coquetería en los charcos que se habían formado en los diversos socavones, duplicando su imagen sin ningún pudor. 
Entre cajas de cartón vacías y contenedores de basura un hombre corpulento molía a golpes a alguien, por sus conmovedores lamentos y suplicas pude identificar sin ningún problema el genero de la agredida.
El viento arreció anunciando lluvia, trayendo rachas de aire helado pero no pudo enfriar la furia que se desató. 

Algo en mi interior y muy a pesar mío, cobró vida. Sin mediar palabra avance hacia ellos, con los músculos tensos y los sentidos captando el mínimo cambio a mí alrededor. Tropecé con algo que emitió un sonido metálico, me agazape sintiéndome descubierto, el ruido paso desapercibido, una rata peluda y desagradable, huía ante semejante alboroto, interrumpiendo su frugal ingesta de alimento, los ojos chocaron con una barra redonda de hierro macizo, sin pensarlo y en trance, la descargué con todas mis fuerzas sobre la cabeza de aquel gorila, la mujer al sentirse libre de sus crueles garras, arrastrándose a duras penas, se perdió entre las tinieblas de la noche. Cayó a plomo inmóvil, golpeándose contra el contenedor y luego con más fuerza sobre los adoquines. Quedé allí absorto en mí obra, paralizado por el horror.
--¿Qué debía hacer?. Llamar a la policía y decirle que había matado a una escoria de la sociedad, no pensaba ir a la cárcel por semejante tipejo. Comprobé con minuciosidad cada uno de los detalles. Mis manos se hallaban cubiertas por unos guantes de fina y reluciente piel, su pulso había desaparecido y de su nuca, la sangre manaba como de una inagotable fuente, reposé la barra sobre el suelo y desee verle la cara. ¿Me preguntaba como seria?. La luna cómplice y silenciosa ayudó a saciar mí curiosidad. Al volverlo con precaución de no mancharme de sangre, apareció su rostro ante mí.
Facciones crueles lo marcaban. Una profunda cicatriz cruzaba su ceja derecha alcanzándole el párpado, la nariz aplastada -- posiblemente rota en una pelea callejera-- dientes picados, sucios por falta de higiene, agravado por el consumo de café y tabaco. La luz de la luna filtrándose entre los dos edificios me permitió un examen exhaustivo del desgraciado, asegurándome que lo había descerebrado, dije en voz baja para la ausente victima de su crueldad.


-- ¡Éste es mi regalo de Navidad, úsalo con sabiduría!.
Asegurándome que no dejaba ninguna pista, me puse en pie, girando con aire marcial sobre mis tacones. La incertidumbre me rondó, asaltándome la duda. ¿Y si estoy equivocado y el tipo se incorpora?. Emprendí una alocada carrera, comprobando unos metros más allá del callejón, que nadie me seguía, mí único perseguidor una creativa imaginación, pero tengo que reconocer que la sensación fue tan real, llegué a notar el desagradable aliento caliente y maloliente del desafortunado.

Caminé sin rumbo, confuso por lo ocurrido. La intermitencia de un neón me volvió a la realidad. Empujé la puerta de cristales, se hallaba lleno de publico que bromeaba y bebía, el calorcillo del local agradaba, pude desprenderme de los guantes la bufanda y el abrigo. Una chica algo ebria se dirigió a mí.
--¡Hola!. ¿Cómo te llamas?. Yo me llamo Clara, aunque la noche está oscura, ji, ji, ji, rió estúpida, en otro momento hubiera deseado que se volatilizara que la pulverizara un viento huracanado, haciendo desaparecer las bobas facciones que la acompañaban, pero ahora no puse reparo, seguí escuchando sus chistes tontos de beoda, invitándola a varias copas, ---volvía a ser yo mismo, controlaba de nuevo mis nervios--, dejándole pagada una más, me aseguraba su amnesia. Escabulléndome en medio de la noche, paré un taxi que circulaba por la desierta avenida, dos o tres parroquianos caminaban o al menos lo intentaban, entre tras pies y charlas  sin sentido eran los únicos testigos de mi huida.
Continuará...

lunes, 19 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (9º parte)

--¡Le contaré una anécdota muy divertida!.
El cementerio es un lugar muy grato para mí, cuando tengo una inquietud, una duda, --paseo por sus calles-- es el único lugar donde puedo visitar a mi madre, pedirle consejo, sentado sobre la fría piedra procuro transmitirle calor, cerrando los ojos siento su presencia.


 Un maravilloso día gris y lluvioso, vi entrar un cortejo fúnebre, solidarizándome con la familia por su perdida, lo acompañé. Cual no seria mi sorpresa al distinguir unas facciones que aborrecía, el cómplice de mi padre, el juez imparte injusticia. Lo presidía lloroso y demacrado, como puede imaginar, una morbosa curiosidad me impulso a llegar al fondo del misterioso suceso. Cosa de Dios o del Demonio, me daba igual. Disfrutaba viendo esa mandíbula fláccida, desencajada de dolor, el pelo cano pero tan abundante como las cejas, parasoles perfectamente ubicados para protegerse del sol y esa nariz pequeña y bulbosa que recordaba la de un Troll.  Su hija, -- su única hija -- había muerto de una brutal paliza a manos de su amantísimo esposo. Como es de esperar la sentencia fue una burla. ¡Cómo siempre!. Para la victima y para la familia.

Seguí al apenado cortejo por las adoquinadas calles, respiraba entrecortadamente incapaz de serenarme, los ojos del viejo dejaban traslucir su pesar. Llegamos ante una fachada sin apenas ornamentos, la piedra ennegrecida por el moho lucia en todo su vetusto esplendor.--¡Quizás merecía una duda razonable!--. Pero la venganza es dulce y recorre con su fuerza imparable cada fibra de nuestro ser, no razona, ni tiene piedad y tanto el cuerpo como el alma se empapa de esta dulce ambrosia.

Plantado como un ajado ciprés ante la negra puerta del panteón familiar, dejaba que el agua empapara sus ropas y pegara el pelo a su frente, las saladas lágrimas se mezclaron con el agua que prolíficamente caía del cielo, en esos momentos no parecía tan poderoso e imperturbable, tan intocable. La vida le golpeaba donde más le dolía y  pensé que por primera vez se impartía justicia. Disfruté el momento con una morbosidad sin limites, saboreando cada minuto, cada segundo, cada décima de segundo de su dolor. Esperé a que se encontrara solo y con una sarcástica sonrisa le extendí la mano –sabia que mi nombre no le sonaría a nada, así que me presente como una de sus victimas --. Le expresé mi satisfacción por el hecho ocurrido, recordándole que a cada cerdo le llega su San Martín. Sus ojos ensangrentados por el llanto me miraron turbados, incrédulos, espantados. Mientras me alejaba pisando con ruidosa seguridad el camino de grava, aspirando el olor a tierra mojada, tarareando una alegre cancioncilla.

En el fondo mi abuela tenia razón, decía que si era paciente, la vida se encarga de poner las cosas en su lugar. Pero yo carezco de esa virtud.
Continuará...

jueves, 15 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (8º parte)

                                                           -INFIERNO-

Desde aquel día, me acompañó, un trémulo silencio, un aire huraño y deprimido. Mi abuela, quizás influida por la edad, decidió vivirlo con resignado desamparo, yo no pude. Mi ira era tan fuerte que incluso exteriorizarla me costaba un gran esfuerzo, así que la viví para mí, guardándola y permitiéndole la salida en contadas ocasiones, pero cuando esto ocurría, me era imposible controlarla incluso casi ni recordarla.


--Como es de esperar la justicia se mantuvo en su línea y aunque mi madre no pudo recuperarse y su corazón se apagó como una vela gastada, el juez Don Antonio Llamazares Sánchez, no encontró la paliza como causa de la muerte, se le condenó por golpearla y lo sentenciaron simplemente a cuatro años de cárcel, por más que se apeló y recurrió la sentencia, el todo poderoso juez se salió con la suya y una vez más al igual que tantos otros se convertía en cómplice de asesinato.

---Nunca lo entendí y perdone mi tozudez. Se lo pregunto a usted como abogado. ¿Si  encubro un asesinato, un robo o cualquier otro acto delictivo, la ley me castigara por cómplice?. Un juez lo hace con asesinos, maltratadores y él imparte justicia. Perdóneme pero no lo entiendo, ni la mayoría de gente sencilla y corriente, quizás estos problemas no se resuelven, porque muchos de estos jueces, ellos mismos son maltratadores. Y porque al fin y  al cabo que tiene que ver la ley con la justicia.
¡No me mire con esa cara!. Tampoco hace falta que me responda a estas alturas, no creo que tenga mucho sentido.

En los dos años siguientes por complacer a la abuela, visite innumerables psicólogos, psiquiatras, terapeutas como puede ver sin ningún resultado, ya que me encuentro en una habitación pagada por el estado.

La desesperación, ese sentimiento insoportable que te hace desear la muerte, se alivia con el tiempo, se hace más llevadero, el corazón deja de oprimirte en el pecho, dificultándote la respiración, pero nunca te abandona, vive por siempre para ti y por ti, haciéndose más latente exclusivamente en fechas muy especiales como navidades, cumpleaños u eventos extraordinarios.
La cosa aun se puso mejor, esto era la ley de Murphy, si algo puede salir mal, esta claro que tarde o temprano saldrá mal. A los dos años por buen comportamiento el estado arrojó a otro asesino a la calle y encima, parecía tener derecho a quitarle la custodia a mi abuela ya que por su edad, se la concedieron  temporalmente. Gracias a que no escatimó recursos monetarios en abogados y que yo casi tenia los diecisiete años, entre aplazamientos y juicios logramos que no me movieran de su lado.
Llamaba en plena noche intentando asustarnos, pero ya no podía hacerlo más de lo que lo había hecho, matando a mi madre.
Continuará...

lunes, 12 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (7º parte)

Un búho blanco de ojos redondos y afilado pico, acudió por primera vez aquel día a mi ventana. Su mirada penetrante me incomodaba, el volver de su cabeza me recordaba algo demoníaco, sobrenatural. Nunca compartí la experiencia con nadie, temía las burlas y la incredulidad. A lo largo de mi vida ha sido mi confidente leal y mudo, acabé anhelando su visita con verdadera ansiedad. En vacaciones y otras fiestas en las que cambiábamos de domicilio, me preocupaba que no me encontrara, sin embargo él parecía no tener problemas, siempre lo hallaba en mi ventana esperando su recompensa, luego escuchaba paciente mis temores. Así fue durante mucho tiempo hasta que cambio mi forma ...
--Eso mejor se lo explico más adelante.


--¡Hablábamos de mis temores, bien!. No volvimos a ver a este hombre, ni visitas, ni señales de vida. Comencé a prometerme una existencia tranquila junto a mi madre y mi abuela.
El día de mi catorce cumpleaños, amanecí cansado y sin ganas de asistir a clase, el cielo se veía cubierto por una suave bruma. Escruté el rostro de mamá buscando un punto de debilidad que me permitiera quedarme en casa, con voz dulce e insistente no permitió que me saliera con la mía, al volverme para decirle adiós con la mano sólo distinguí su silueta recortada sobre la claridad que se proyectaba a su espalda.  

En el colegio olvidé mis temores, para la hora de regreso, había cambiado mi estado de animo. Abrí la puerta de un golpe como solía hacerlo siempre. Una depravada oscuridad reinaba en toda la casa. Una especie de grito salió por mi boca, la nariz aleteaba enloquecida dificultándome la respiración, la sangre corría por las venas a velocidad de vértigo, cerré y abrí los ojos creyéndolo una alucinación. Era incapaz de creer lo que estaba contemplando, el odio reconcomía mi alma, al aflorarme profundos sentimientos de ira, menosprecio y dolor. Levanté la mirada al cielo acechando a Dios, para intentar descubrir si veía estas cosas, si estaba en todos sitios como decían los curas. Y lo maldije una y otra vez por no proteger a una de sus hijas. Esperaba que éste fatal desenlace no nos llevara  a una trágica resolución.

Los cuadernos y libros revolotearon como pájaros inexpertos, estrellándose contra el suelo, impulsados por una convulsión súbita.
--¡Mamá!. Y el grito se ahogo en la garganta.
 Las paredes estaban decoradas macabramente con arañazos de sangre, reposaba sobre una alfombra roja, vertida por ella misma, extendida en su huída en busca de la salvación. Su bello y apacible rostro desfigurado a golpes, el párpado izquierdo casi colgaba en su totalidad, el prominente fluido rojo dificultaba la evaluación de las heridas, con la mano derecha se presionaba el estómago, tímidos hilos de sangre se escapaban entre sus dedos. La abracé besándola sin importarme otra cosa que estar junto a ella. Sin embargo la urgente necesidad de auxiliarla me hizo buscar el teléfono, no me fue fácil, el salón presentaba visibles señales de lucha, arrancado, pude distinguirlo bajo unos cojines, no estaba dañado. Con torpes y temblorosas manos y sin dejar de consolarla, pedí ayuda a la policía, atropellándome en mi relato. En una letanía monótona e interminable sólo acertaba a decir, mi dirección, repitiendo con insistencia, ¡Mamá!, ¡Mamá!, ¡Mamá!.
Continuará...

jueves, 8 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (6º parte)

--¡Pablo!—gritó, haciendo que su voz rebotara en mi interior como una pelota certera y directa--. Crees que nos regalan las cosas pequeño saco de mierda –dijo—abriendo y cerrando ese pozo negro, por el que sólo escupía odio.

Lo miré desconcertado sin saber que pasaba en ese momento, --de dos zancadas me alcanzó con las zarpas de oso que poseía por manos, agarrándome con tal fuerza por el cuello, que creí que la columna acabaría entre sus dedos--. Cogió el vaso de leche, --que por cierto estaba casi vacío-- y estrellándolo contra mis labios con violencia, vertió las últimas gotas sobre la camisa limpia. Un dolor agudo estalló en la boca, --como una brusca explosión de fuegos artificiales, sintiendo que la piel me abrasaba--, poniendo la mano sobre ella por puro reflejo, comprobé que la sangre fluía copiosamente, alarmado verifiqué que por suerte sólo el labio sufría daños, mis dientes se habían salvado. Mi madre alarmada lanzó un grito, acudiendo al instante a socorrerme. Las lágrimas quisieron traicionarme, no iba a darle esa satisfacción, las engullí con entereza y corrí a mi habitación.

El escándalo comenzó al instante, con la cabeza presa de la almohada intentaba no escuchar, hasta que  el grito de mamá despertó al paladín de damas en apuros que todo  hombre –y quiero subrayar la palabra “hombre”,”no-rata”, vive en nuestro interior--. Corrí despavorido a socorrerla, la cosa no paso de unos gritos y una bofetada que le hizo perder el equilibrio.
Lloré larga y mansamente en sus brazos, reprimiendo la angustia por gritar y la sensación de pánico, acepté  su sonrisa cómplice y tierna. Cada vez que veía a ese hombre -- y era mucho más a menudo de lo que yo deseaba --, a duras penas podía mal disimular mi rencor, eso no beneficiaba demasiado la convivencia, pero era imposible mostrarle otro rostro al verdugo – a éste ser que me estaba robando la infancia y la pubertad--.
Seis meses más tarde y desengañada de toda posibilidad de convivencia, solicitó la separación. Su corazón estaba débil, el médico aconsejó tranquilidad absoluta. Se presentaron partes médicos, denuncias, fotografías y declaraciones de vecinos y amigos, solicitando la expulsión inmediata de este hombre de la casa. Pareció aceptar aquello con aire seco e imperturbable. No puedo recordar que dijo, pero si una inquietante precipitación en su voz, una calma fría y lúcida. No exteriorizo emoción alguna y eso me asustaba más que cualquier otra cosa. ¿Quizás tuviera ya un plan preconcebido?. O quizás yo olfateara en el aire temores que sólo existían en la mente de un niño asustado.
Continuará...

martes, 6 de junio de 2017

Las alas de un ángel (rotas 5º parte)

La abuela poseía una agradable finca en el campo, rodeada de árboles con una enorme pradera frente al porche. Una construcción de madera muy antigua, con dos pisos y muchas habitaciones para jugar y ser feliz. En un rincón del amplio salón, una gran chimenea de piedra, repleta de marcos, de plata, madera, tela, metálicos, antiguos, modernos, con fotos de personas ya muertas o bien que nunca había conocido.

Corría emulando al zorro justiciero, atizador en ristre, vengando afrentas infringidas a bellas damas, mi madre me miraba a través de los grandes ventanales que daban a ese verde y maravilloso prado salpicado de flores multicolores amapolas, margaritas, lirios silvestres, en esos momentos me gustaba refugiarme en su regazo sintiendo que ningún mal podría alcanzarme mientras esas manos me protegieran.
No quise preguntar nada, tampoco ellas tuvieron fuerzas para mentirme, ni para decirme la verdad, se suponía que tan cruel era una cosa como la otra. ¿Cómo se le explica a un niño que su padre golpea a su madre?. ¿Qué excusa le puedes dar?. ¿Qué está loco?—pues que lo encierren, lo diría hasta un bebé--. ¡Pero no! La figura paterna es necesaria –dicen los entendidos—da igual que lo que tú emules como adulto sea a un asesino, un drogadicto, un sinvergüenza.........—lo importante es la sangre, el portador de esperma puede deshacer tu cerebro hasta convertirlo en huevo hilado, ¡Pero recuerda, es tú padre, haga lo que haga y te convierta en lo que te convierta!. Yo lo veo como la sustitución del derecho de pernada---sin lógica pero de una veracidad que le hiela la sangre a cualquier persona que le afecte el problema. 

Cuando más felices éramos y la normalidad parecía volver a nuestras vidas. Casi a finales de septiembre, -- me encontraba ahogando hormigas--. Una nube de polvo como un destructor tornado se acercó por el camino de tierra que conducía hasta la casa. 


Perdí las ganas de seguir ejecutando bichos que nada me habían hecho y corrí por instinto junto a mi madre.
--¿Qué te pasa Pablo?. --Le señalé el camino--. ¡Si, viene un coche!. ¿Y qué?. Será alguna visita o la tienda que nos trae la compra.
Sabía que no, lo vi acercarse cada vez con más nitidez, inexorable, como una maldición bíblica. El coche rojo del hombre que se había casado con mi madre, de su verdugo. Me escondí bajo las tablas del porche y lloré mi mala suerte con impotencia y rabia.
Los oí llamarme, taponé los oídos con mis dedos, los introduje tan fuerte y tan profundo que llegué a hacerme daño en ellos, mi abuela creo que supo todo el tiempo donde me encontraba, pero respetó mi decisión. 

Mi madre intentó explicarme lo inexplicable, acepté por ella, regresamos a casa a finales de septiembre. Nunca volví a marcharme al colegio como antes, siempre temía encontrarme un coche de policía o mi madre golpeada de nuevo. Rezaba por las noches para que sufriera un accidente o muriera de alguna enfermedad rápida pero devastadora, dejándonos tranquilos, pero eso nunca sucedió, debe ser que Dios no atiende ese tipo de peticiones por muy justas o necesarias que nos parezcan. 

Transcurridos casi diez meses, con una chulería insultante, volvió a mostrarnos su faceta más diabólica, poniendo de nuevo nuestras vidas en jaque.
Esa fatídica mañana de domingo se levantó de mal humor, mamá me pidió que me metiera en mi habitación y no hiciera ruido, hasta que se calmara un poco  o decidiera salir a dar un paseo—usando ese tono tan dulce que acariciaba los sentidos--. Obedecí al instante y de buen grado, no había cosa que me resultara más placentera que no encontrarme en el mismo lugar que él, pero buscaba gresca y estaba dispuesto a provocarla si fuera necesario para justificar su mala sangre.
Continuará...

sábado, 3 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (4º parte)

--LIMBO--

 Todo comenzó hace muchos años, quizás esto hubiera pasado igual, aunque mi vida se desarrollara de otra manera. No lo sé.
En casa de mis padres siempre se respiró una calma tensa, o al menos así lo recuerdo, mi madre parecía un gato al borde de engancharse al techo al menor ruido, cualquier movimiento a su alrededor la alteraba, sólo en raras ocasiones se veía relajada y sonriente, pasado el tiempo pude observar que esos periodos siempre coincidían con las ausencias del que yo por aquel entonces llamaba feliz y despreocupado, papá. También hay que puntualizar que no eran muy frecuentes, ya que su trabajo resultaba ser bastante sedentario y monótono.


El día de mi décimo cumpleaños amaneció luminoso, el sol brillaba calentando la tierra, haciendo crecer flores multicolores en el campo, los pajarillos cantaban felices desde las ramas de los árboles y yo me sentía pletórico. Volví corriendo del colegio, deseaba ver el regalo que me habían comprado en casa. Por la tarde se celebraría como todos los años una pequeña fiesta, sólo mis dos íntimos amigos y mi abuela materna, la única que aún  vivía. Mi felicidad era completa, el profesor de matemáticas estaba enfermo así que nos permitieron salir una hora antes del cole, lo tomé como un regalo especial, por ser un día especial, solo se cumple una vez al año, tampoco me parecía tanto pedir que ese día pasaran cosas distintas a lo habitual.
Sin embargo la casa estaba diferente, el silencio lo envolvía todo,  un escalofrió recorrió mi columna de arriba abajo, alterándome el animo. Mi madre algo sorprendida por la prematura llegada, salió de la cocina intentando disimular, pero su callado llanto se clavó en mi corazón como aguda aguja de acero candente.


--¿Qué ha pasado mamá?. ¿Qué tienes en la cara?.—las lágrimas acudieron raúdas, resbalando copiosamente por mis mejillas—
--¡No te asustes mi amor!. Me he caído, sólo es un golpe.
Pasé mis pequeños dedos sobre su cara con la esperanza de aliviar su dolor.
¡Ven mami, agáchate!. Te daré muchos, muchísimos besitos para que se te cure pronto.
 Mis labios besaron suavemente una y otra vez su golpeada piel.
--¿A qué ya te duele menos? –más que una pregunta fue un ruego.
--¡Claro que sí!. Ahora veamos tu tarta de cumpleaños.
Los dos intentábamos disimular la pena que nos ahogaba, pero deseaba tanto verla feliz, que hubiera hecho cualquier cosa. Una terrible sospecha anidó en el corazón, la sensación aún sin pruebas de que algo anormal y terrible se cernía sobre nuestras cabezas. Una pequeña luz de alarma parpadeaba incesante en mi interior advirtiéndome de un inminente peligro. Cuanta verdad había en ese aviso.

 A veces escuchaba a mamá y a la abuela discutir bastante acaloradamente, en otras ocasiones mi abuela visiblemente enfadada, hablaba y hablaba, mi madre cabizbaja y llorosa escuchaba.
Faltaban cuatro días para que nos dieran las vacaciones de verano, me parecía que nada podría enturbiar mi felicidad, golpeaba cada piedra que encontraba de regreso a casa, tarareando una canción que escuché por la mañana, la alegre melodía quedó muda atrapada en mi interior. Un coche de policía estaba aparcado en la puerta de casa y los vecinos como comadrejas curioseaban alrededor, antes de alcanzar la entrada una ambulancia me obstruyó el paso, mis piernas se quedaron sin fuerzas, intentaba llamar a mi madre, correr a su encuentro, sin embargo mis pies se hallaban clavados al suelo, dos
hombres vestidos de blanco se la llevaban. En un acto supremo de desesperación, salió de mí un grito desgarrado.
--¡Mamá!. Nadie pudo impedir que llegara hasta ella, mordí, di patadas, bramé poseído por el miedo y la desesperación. Tapándose la cara con el brazo que aún le quedaba sano me tranquilizo. Pidiéndome que fuera bueno, que la abuela me cuidaría. Vi marchar el horrible coche blanco, las luces parpadeaban solicitando paso y el polvo que dejaban tras de sí sus negros neumáticos, empañaban el cristal de mis ojos. Un tacto conocido reposaba sobre el hombro, intentando sosegar la inquietud que me invadía.
Permaneció seis días en el hospital, no me dejaban entrar por ser un niño de doce años, eso no me desanimaba en absoluto. Nada más desayunar, decía irme a jugar, no era cierto, sisaba el dinero del autobús y me quedaba sentado frente a la ventana de su habitación,  no me iba hasta que ella me saludaba agitando alegremente su mano y me lanzaba un beso, que empujado por su aliento llegaba hasta mi mejilla, lo recogía guardándolo simbólicamente en el bolsillo. 

El día del alta la esperaba ansioso en la puerta con mi boletín de notas en la mano, sabía lo importante que para ella eran mis estudios y salvo un buen comportamiento, sin duda era el mejor regalo de bienvenida. Cuando apareció sentada en una silla de ruedas, el aire dejó de fluir por mis pulmones, mareado perdí el equilibrio, si no llega a ser por una buena samaritana, doy con mis huesos en el suelo. Para mí satisfacción luego comprobé que la silla de rueda era una estúpida norma hospitalaria.
El verdugo abandonó la casa tras la denuncia puesta por mamá y ese verano paso a ser el mejor de toda mi vida.
Continuará...

jueves, 1 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (3º parte)

--¡Buenos días!. Me llamo Cecilia del Valle y soy su abogada de oficio, espero que colabore conmigo en todo lo posible. No le engañaré su caso presenta una muy difícil solución, las pruebas son concluyentes, además por lo que leo en el informe, usted se declara culpable. ¿Tiene algo que contarme?.

--Y yo le pregunto a usted. ¿Tiene tiempo de escucharme?. Mi historia es muy larga y complicada, no sólo he cometido este crimen sino otros que deseo confesar.
Aunque quiso disimularlo, pequeños destellos de desconcierto y menosprecio se instalaron en su mirada.
No me odie todavía, espere un poco para hacerlo, no espero, ni tampoco quiero su compasión, pero si su ecuanimidad, me la debe como abogado.
--¡ Estoy de acuerdo con usted!. Comience cuando lo desee.  
Sentados frente a frente en aquella habitación fría y desangelada se veía frágil. ¿Qué puede impulsar a una mujer tan delicada a andar todo el día tratando con lo peor de la sociedad?, grupo en el que me incluía en esos momentos.


De Cecilia se podían decir muchas cosas, pero no que fuera una mujer bella, sí con cierto atractivo. Siempre vestida con discreta elegancia, de maneras exquisitas, el cabello acariciaba sus hombros en mechones negros y pesados que ella con constancia mantenía a raya tras sus pequeñas y bien formadas orejas, sus cejas ligeramente arqueadas hacia arriba, le daban un aire de picara inocencia, de labios finos, afresados, coloreados apenas con una suave capa de brillo y sus ojos negros como ardientes ópalos—se clavaban en los míos intentando discernir los hechos con pulcra claridad-- formando un conjunto singular.  Creo que  era consciente de ello, pero también lo era de su gran personalidad que compensaban su falta de belleza física, ayudaba notablemente su charla  inteligente y agradable. La prestancia y la tranquilidad habitaban en su interior, me sentía afortunado de tenerla como representante y creo que ella era participe de mi aprobación.
Continuará...