martes, 19 de enero de 2016

Las Largas Noches de Elena (7º parte)

Ring, ring, ring, miré el aparato con el ceño fruncido, me había echo ilusiones de tomar una copa y un baño, dejar que el agua caliente acariciara hasta el ultimo rincón de mí cuerpo y que el vapor me llevará a ese dulce sopor entre la vigilia y el sueño, pero aquellos timbrados indicaban todo lo contrario y mis  ilusiones cayeron en picado como un pájaro alcanzado por un tiro certero e inoportuno.
--¡Aló!.
Una voz monótona e impersonal me devolvió a una realidad mucho más incómoda y comprendí, que aquello no iba a pasar.
Apenas si disponía de dos horas para recoger precipitadamente mis cosas y llegar al aeropuerto, mi destino, el aeropuerto Marco Polo.
Me sentía cansada y deseaba ignorar aquella llamada pero a la vez era consciente de la imposibilidad de hacer realidad mi deseo.
Arropada en el taxi, dejé pasar con aire de tristeza a la Torre Eiffel, zarandeé la melancolía y dejé que el aire golpeara mi rostro y me alejara de allí, a otro lugar.

--- ¡Vuelo de Air France a Venecia efectuará su salida en breves minutos, se ruega a los pasajeros que embarquen de inmediato!.
No podía perder ese vuelo, corrí sorteando pasajeros y obstáculo, jadeante alcancé la puerta de embarque, la sonriente azafata me confirmó que había alcanzado mi objetivo, sudorosa y visiblemente agitada me dejé ayudar por otra auxiliar de vuelo a ocupar el asiento que me correspondía.
Apenas diez pasajeros ocupábamos el Boeing, todos sentados a una prudencial distancia por si acaso alguno cometía la osadía de dirigirle la palabra al otro y lo contaminaba con un saludo de cordialidad humana.

        La penumbra reinante y el ronroneo constante del motor me sumieron lentamente en un sopor casi invencible,  sin apenas ser consciente de ello, se anunció la inminente llegada al aeropuerto de destino.
 Venecia me acogía como tantas otras ciudades europeas y el personaje que daba nombre a su aeropuerto, Marco polo, me hacía solidarizarme con el aventurero,  llevaba toda mi vida viajando como una maleta perdida buscando dueño de un sitio a otro.

Una voz nasal e incomoda, anunciaba la salida de las maletas por la cinta, noticia que yo ignoré, agarrada a mi equipaje de mano como único valuarte, abandoné el gran hall de aquel aeropuerto.
 En el exterior un extraño me aborda, entregándome un mensaje que solo yo entendí, en silencio aquel peculiar personaje me traslado en un lujoso vehículo con lunas tintadas hasta un taxi acuático.
El ruido del motor fue mi única compañía hasta el embarcadero del hotel NH Collection Venecia Palazo Barroci, orientado al gran canal, el puente Rialto, me daba un falso estatus de turista.
Mientras confirmaba mi reserva ponía en orden la estrategia a seguir, en ese momento solo me apetecía, un baño de agua tibia y dormir hasta que mi cuerpo se saciará, nada más lejos de lo que iba a pasar, mi cabeza estaba a pleno rendimiento, comprobé donde estaba cada cámara y cada salida, localizaciones y vías de escape ante la remota posibilidad de un improbable contratiempo.
Sobre la cama encontré un sobre, un número, era el número de la sentencia, la puerta del sentenciado escapaba del alcance de las cámaras de seguridad, otra ventaja, era el acceso fácil a la misma por la terraza.

--¡Discúlpeme, podría ayudarme!, me miró con aire de sorpresa. Irrumpí en su habitación vía terraza, dejé que el vestido se deslizara suavemente entre mis piernas, y el deseo jugó como siempre a mi favor, nublándole el sentido común.

Avancé con lentitud como una gata acechando a su presa, escuché acelerarse su respiración, me extendió los brazos suplicantes y mis piernas lo montaron a horcajadas, el anhelo creció y sus ojos se entornaron, inducida por la piedad dejé pasar unos minutos, liberé la aguja de pelo que adornaba mi peinado, con mi mano izquierda, acaricié su nuca, atrayéndolo hacia mis pechos, él vivía el momento intensamente con sus labios febriles, con la derecha y con la habilidad adquirida de años de práctica, en apenas unos segundos, la aguja perforó su carne, apenas un pequeño estertor  delató la crudeza del instante.
Volví la cabeza para contemplar la escena y recoger el vestido, antes de abandonar el lugar. La sentencia se había cumplido, allí estaba con los ojos cerrados, parecía en paz.

A primera hora de la mañana abandoné el hotel, nadie parecía haber dado la señal de alarma, embarqué en un taxi acuático y dejé que la brisa fresca de la mañana se llevará las preocupaciones, mi destino, España, la soleada y alegre España.

Continuará…