martes, 25 de marzo de 2014

EL HOMBRE DE HIELO Y PAJA

Por la calle abajo va un hombre de buena facha

los vecinos a su paso la mano confiados alzan.

Nada hace presagiar la tragedia que el arrastra,

el horror que se desata por una toalla sucia,

o camisa mal planchada.

Los insultos y los golpes que sus manos bien lavadas

propinan a Dulcinea, esa esposa bien amada.

Sus dulces facciones con sus modales no casan.

Tras los visillos corridos, una mirada asustada

lo vigila con prestancia.

Quiere llamar a su madre, decirle lo que le pasa,

con las manos temblorosas, el auricular levanta.

Sus manos ensangrentadas al teléfono se agarran

a duras penas consigue con el ojo que se salva

ver los números que borrosos de su retina se escapan.

Mira su alcoba con pena, donde cada noche duerme el hombre de hielo y paja.

Ese mismo que hace poco le acariciaba la cara

jurándole amor eterno, dándole vana esperanza

de una vida dulce y buena donde nada la apenara.

El teléfono ha colgado pues el miedo la atenaza

se ve envuelta en la vergüenza, vergüenza que otro, no lleva escrita en su cara.

Sus facciones son bonitas, pero solo el exterior es el que canta

por dentro es frío y negro, aunque por nada se inflama.

Ella no lo reconoce, no es la misma persona que en el altar la esperaba

por eso calla un secreto y en su vientre lo resguarda,

caja fuerte bien segura, mientras la solución aguarda.

Esa noche volverá el hombre de hielo y paja,

lo esperará sin recelo mientras la esperanza aguarda.

Sus heridas limpiará, se esconderá tras la máscara, para que nada sospeche el hombre de

hielo y paja.

FIN

Vamp.

La Ira de los Caídos

Quería haceros una recomendación sobre un libro que acaba de salir, con el título "La ira de los caídos" de Daniel Granados.
Una estrella incipiente en el panorama literario, la trama de su libro nos incita a pasar una tras otra página, el protagonista se ve atrapado en un infierno del cual tiene muy difícil salida. Su fuerza narrativa, nos impulsa a seguirlo hasta la última página.

Saludos Vamp.


martes, 18 de marzo de 2014

LAS LARGAS NOCHES DE ELENA (2ª parte)

El suave roce de una mano sobre su hombro la sobresalto, sus párpados se eyectaron como el asiento de un avión de combate, miró con aire de sorpresa, solo encontró la suave sonrisa de la amable azafata que le pedía cortésmente que se abrochara el cinturón de seguridad para tomar tierra. Esbozando un amable gesto, obedeció con prestancia la solicita petición. 
Sus nervios eran templados pero su corazón intentaba salir de su pecho, había sido una estupidez quedarse dormida. Elena no podía cometer esos fallos de novata, instintivamente buscó con ansiedad disimulada su equipaje de mano, sus ojos se depositaron aliviados sobre la fina piel de la bolsa, pero deseaba comprobar el contenido, esperaba que su descuido no tuviera consecuencias nefastas. 
Se movió inquieta en el asiento, el chirrido del tren de aterrizaje y el impacto de la ruedas sobre la pista hizo que su corazón saltara de nuevo a su garganta, tras esa fachada de expresiones inamovibles, un torbellino de sentimientos giraban en su interior, ella no era una mujer corriente y el más mínimo fallo podía ser nefasto para su futuro y entonces que pensaría su abuela de ella. El avión volvió a zarandearse intentando obedecer las ordenes de la torre de control., con el último estertor del motor Elena con ágiles dedos se desprendió del cinturón que la mantenía presa en aquel sillón de first class, con movimientos pausados, para que nada delatara su ansiedad por hallarse fuera de aquel pájaro de metal, se aliso la ropa y bajó el equipaje de mano, bien sujeto entre sus dedos esperaba no tropezar con ningún contratiempo. Encaró el pasillo con paso seguro y actitud indolente.
--Espero que halla tenido un buen vuelo, --le dijo la azafata con la sonrisa perpetua colgada de su boca --.
Con un movimiento elocuente de su cabeza y una leve elevación de su rictus, dio por respondida la solicitud de la azafata.
La brisa fresca de la noche parisina le dio la bienvenida a la ciudad del amor y el aeropuerto Charles de Gaulle se abrió majestuoso ante ella.
Apenas diez personas bajaron del aparato, algunos todavía adormilados por el ronroneo de los motores y lo inconveniente del horario, el vehículo que los recogió para llevarlos a la terminal parecía poseído por el espíritu de un corredor de formula 1, nos llevo dando bandazos entre los claro oscuro de las pistas, hasta que agradecidos de abandonar aquel vehículo del infierno, nos deposito en una de las entradas, los pasajeros aunque extraños nos sentimos hermanados por el alivio, mirándonos unos a otros con aire de mofa, tras unos segundos, solo un señor y yo nos dirigimos hacia la puerta de salida, los demás aceleraron el paso para recoger sus equipajes de las cintas transportadoras.
Un señor de mediana edad y traje de Armani se dirigió a mí como si la experiencia nos uniera en algo.
--Si no tiene transporte, estaré encantado de que mi chofer la acompañe donde usted desee, --se ofreció cortésmente –.
Incomoda por el ofrecimiento y molesta por el atrevimiento,-- dijo algo airada--.
--Gracias, monsieur, tengo mi propio transporte, de todas formas gracias por su amable ofrecimiento, --  pensó para ella -- cretino, si fuera una vieja desdentada o una señora fea de cierta edad no se si seria tan solicito.
-- De todas formas tenga mi tarjeta, André Nouveau, marchante de arte, si lo desea solo tiene que llamarme, -- y sus retinas brillaron con la picaresca de un lobo que babea ante la posible presa--.
--Lo siento no creo que el tiempo me lo permita,--y lo dejó con la mano extendida sujetando el pequeño papelito entre los dedos y cara de idiota.
Con gesto de dignidad se volvió, encaminó sus pasos hasta el aseo y desapareció en su interior, --su cabeza gritaba--. Pedazo de cretino, engreído, estúpido, es que no los puedo soportar,--aunque sus labios no hablaban--, al mirarse en el espejo, el entrecejo se fruncía como un perro enfurecido a punto de saltar al cuello de la victima, con la ayuda de los dedos se aliso tan desagradable gesto, con el maquillaje retocado y el peinado en su sitio, lavo sus manos y dejó correr el agua fría entre los dedos, comprobó su vestimenta y mucho más tranquila empujó la puerta del baño como si una mujer totalmente renovada saliera a escena.
Sentada en el taxi, se sintió aliviada al comprobar que lo conducía una pequeña mujer con aire de ratoncito asustado, una vocecita aflautada se escapó del asiento delantero.
--¿Cuál es el destino?,--la inusual forma de preguntarle le hizo sentir que no estaba ante una mujer vulgar y que su físico y su espíritu no estaban en concordancia--.
--Rue des Deux Ponts, en la ile de Saint-Louis, por favor.
--Enseguida, contestó el pequeño ratoncito--.
Abrió la ventanilla y el aire le golpeó la cara, con un rápido vistazo comprobó que su compañero de viaje y ella habían superado una nueva prueba, cómodamente arrellanada en el asiento posterior del vehículo, veía pasar las casas, los coches a toda velocidad, la naturaleza quedaba rápida fuera del alcance de su vista, entonces se le ocurrió una pregunta que aunque creía estúpida, no se resistió ha hacerla.
--¿No se puede fumar, verdad?
--No,--dijo la voz del asiento delantero con contundencia--, ¡pero quien se va a enterar si se fuma un cigarrillo ¡la vida es muy aburrida si se siguen todas las normas.
Sorprendida ante el arrebato del pequeño ratoncito, la vio hacerse grande y poderosa.
--¿Le apetece uno?,--le ofreció Elena--, todavía sorprendida por el arrebato de rebeldía  de le petit femme.
--Si, gracias,-- y volvió a sorprenderla con su respuesta--.
Era todavía noche cerrada, quedaban apenas dos horas para que el astro rey luciera en su reino azulado y la ciudad dormía. El alumbrado público derramaba la luz por las calles asfaltadas y eran pocos los edificios que nos miraban con sus ventanas alumbradas, anunciando algún noctámbulo o madrugador, los semáforos con marcial disciplina se encendían y se apagaban con regularidad programada, pero apenas una docena de coches estaban presentes para obedecerles.
El coche frenó suavemente y Elena pidió el importe de la carrera, dejando una más que generosa propina.
--Gracias,-- dijo el ratoncito--. Espere, por favor,-- le alargo una tarjeta--. Si desea mis servicios solo tiene que llamarme de noche o de día.
Elena al contrario que en el incidente del aeropuerto recogió la tarjeta de buen grado y la guardo en su bolso.
--No dude que lo haré,-- contestó Elena con aire de satisfacción.
El taxi se perdió en la lejanía y Elena por fin llegó a su santuario, su isla silenciosa, amable, alejada del bullicio de turistas, parisinos, coches…, contempló la fachada de su apartamento de estilo neoclásico, la señora Bartan todavía dormía, la cotilla del edificio, alguna vez había llegado a pensar que no dormía, permanentemente de guardia en su apartamento, el sol asomaba con timidez y Elena se sentía exhausta. Abrió la pesada puerta de hierro forjado y se encamino hacía el tercer piso y cuando ya pensó que podría disfrutan de un merecido descanso, arrullada por las aguas del Sena, una voz chillona a su espalda, provocó que sus bellos se encresparan como escarpias.
--¡Buenos días!, mademoiselle Elena.
Elena dio un salto apoyando la espalda contra la pared y adoptando una actitud defensiva, el corazón le latía como el de un caballo desbocado y la garganta se le seco como si hubiera absorbido hidrógeno liquido.
(CONTINUARÁ)

Vamp.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Las Largas Noches de Elena.

Por fin llegó la tan anunciada Elena, siento haber hecho esperar tanto para disfrutar, o así lo espero, y deseo, de "LAS LARGAS NOCHES DE ELENA”, espero poder deleitar a todo el que lo desee con estas aventuras cálidas y sugerentes y reitero mi agradecimiento por seguirme


Elena con paso firme salvó la distancia que la separaba de la inmensa y preciosa balconada, dándole un corto sorbo a su copa, observo a los transeúntes que empezaban a escasear por las calles, la gente poco a poco se retiraba a descansar a sus casas después de un ajetreado día en la ciudad, los coches iluminaban por unos minutos la calle en  su reptar por el asfalto, alejándose a lugares menos concurridos y en algunos casos menos iluminados, Elena sentía el impulso de dejar caer el vaso y observar con picaresca infantil como se estallaba contra el suelo, emitiendo un hondo suspiro abandono la peregrina ocurrencia, deposito la pieza de elaborado cristal sobre la balaustrada, se mesó el pelo con sus gráciles dedos y estiró el cuello algo agarrotado por el cansancio y observo de nuevo el paisaje urbano, las luces de los comercios, los escaparates adornados con artículos variopintos. 
Un leve gruñido rompió la idílica ensoñación, cerró los ojos y con un gesto de hastió volvió al interior de las habitación. Un caballero de cierta edad desparramado sobre un carísimo sillón, lucia un patético aspecto en ropa interior, se agitaba pesadamente emitiendo un leve quejido que se asemejaba al gruñido de un pequeño animal indefenso. 
Elena con un movimiento ágil, prendió el vaso antes de que este cayera al suelo de su mano y manchara la preciosa alfombra persa, hubiera sido una pena manchar tan bella pieza, lo depositó sobre la mesita y la luz de la lámpara hizo centellear el contenido del vaso casi vació, con un leve movimiento, alargó el brazo para alcanzar su bolso. Ensartado en el forro una perla destacaba solitaria y anacrónica en su ubicación, tiró de ella, y en la penumbra brilló con luz propia la aguja de sombrero de fino y pulido metal, al prenderla con dedos firmes rememoró el momento en que su abuela se la había regalado y un pequeño nudo se agarró en su garganta. 
Su preciosa abuela Carla, bella, refinada, culta, fue su primer regalo fuera del ámbito infantil, después de eso las muñecas y regalos infantiles no tenían sentido, la hizo sentirse una persona mayor.
El caballero volvía a inquietarse, se acercó por detrás y casi sin tocarlo le acarició la nuca, con la aguja sujeta entre dos dedos y con destreza de un matador de toros, le apuntilló la nuca sin salirse de las raíces de la espesa mata de cabello que prendía de su cabeza a pesar de la edad, aquel arte le daría quebraderos de cabeza a los forenses y en su rictus se dibujó una sonrisa.
El caballero no se movió, ni siquiera salió el menor sonido de su garganta, permaneció con los ojos cerrados, como dormido para la eternidad, en su rostro, no se leía sufrimiento, miedo, solo ignorancia, la ignorancia del que muere sin saber que la muerte ha venido a visitarle.
Volvió a la balconada, bebió el último sorbo de su vaso, por unos instantes pudo contemplar la cálida y tranquila noche de mayo. 
El reloj dio dos campanadas anunciando que era hora de abandonar el lugar, sin prisa aseó los dos vasos que devolvió disciplinadamente a su puesto en aquella residencia, pulió con meticulosa insistencia la aguja de sombrero, sacándole brillo a la perla en forma de lágrima que adornaba el final del improvisado estilete.
 Su vestido de seda natural comprado apenas hacia unas horas, yacía abandonado en el frío suelo de mármol, su ropa interior comprada también para adornar el evento reclamaba su atención, ese color champán del encaje, la excitaba y al deslizarlo por la calidez de su piel la hizo estremecerse en un ligero escalofrío. 
En un rápido pero minucioso vistazo comprobó el escenario, una última mirada al caballero le provocó un fugaz sentimiento de piedad, el preciado portafolios que el caballero depositó con misteriosa premura en el interior de la caja fuerte, fue arrebatado y depositado en su equipaje de mano, en el cuarto de baño comprobó que su maquillaje estuviera impecable y como quien abandona la oficina después de un duro día de trabajo cerro la puerta a su espalda. 
El ascensor parecía esperarla como un servil caballero y clavando sus tacones de aguja con crueldad en la alfombra, por fin pudo respirar el aire fresco de aquella noche de mayo.
Un coche de policía se deslizaba con lentitud por la calzada notó las pupilas de aquellos polis clavadas en ella, pero ella sabía muy bien lo que miraban, se dirigió sin dilación hacia la parada de taxis, el coche de policía aminoró la marcha para que durara un poco más la experiencia. Elena abrió la puerta del taxi con cierto aire de mofa, su tacón de quince centímetros se engancho en la alfombrilla, acostumbrada al incidente lo salvo con experta gallardía y sentada con su equipaje de mano como acompañante, ordeno al taxista que la llevara al aeropuerto.
En el baño y vestida con tejanos, ropa mucho más adecuada para viajar, repartió el dinero estratégicamente, entre ella y el equipaje de mano. La boca la notaba seca de tanto trajín, y esperando su vuelo a París cruzó las piernas con estilosa compostura y se autoinvito a una bien merecida copa de champaña.
Le gustaban los vuelos nocturnos, el aeropuerto dormita dulcemente como sus empleados, pasas casi desapercibida ante los ojos empañados de sueño de los trabajadores, todo es más relajado y tranquilo, la megafonía rasgo el bajo sonido ambiental anunciando la próxima salida del vuelo con destino a París, acabó el champaña sin prisas y como una experta viajera, se encamino hacia la puerta de embarque, una amable azafata comprobó su tarjeta y con una sonrisa y deseándole un feliz vuelo le franqueó la entrada al finger, con paso calmado como una reina que camina hacia el exilio recorrió la distancia. Unas chicas jóvenes aturrulladas y entre risas y carreras la arrollaron sin ni siquiera disculparse, ignorándolas, siguió su camino. La azafata las recrimino amablemente y por fin ocupó su asiento en first class, lejos de alborotadoras y gente pesada, colocó su equipaje de mano donde pudiera vigilarlo. 
 Le indicaron que el avión se demoraría unos minutos en salir por un tema técnico, por primera vez una pequeña sombra de duda se le alojó en la garganta, que se disipó en pocos minutos, las puertas del avión se cerraron y comprobó con satisfacción que viajaba sola en su departamento. 
Su espalda se pegó al asiento sucumbiendo a la fuerza de la inercia ejercida por el despegue, las luces quedaron en penumbra, y a través de la ventanilla todo era oscuridad, pidió un refresco, retrepo el asiento y se dispuso a ver la película que le ofrecía el vuelo. Despejó su mente de preocupaciones  y con un profundo suspiro, el ruido de los motores adormeció sus sentidos y así permaneció tranquila y serena.

Continuará....

Vamp.