sentir que dominó de nuevo el medio y que ningún infortunio puede
condenarme a la oscuridad eterna del gran azul. Estaba profundamente
afectada y confusa, quien lo diría de la Elena imparable, calculadora,
pero había situaciones nuevas, algo estaba cambiando el rumbo de las
cosas, la inseguridad hacia mella en mí. ¿Realmente quién era aquel
hombre que reposaba ya para siempre bajo las aguas?. ¿Qué riesgos
incontrolados estaba corriendo?. Mil preguntas y dudas bullían en mi
cabeza. ¿O ya no era útil para la causa y querían deshacerse de un
estorbo, como se habían deshecho de ese pobre desgraciado?.
Poco
a poco fui bajando la presión sobre los mandos y el embarcación perdió
fuerza hasta emitir un ruido agónico que la dejó varada a unos cien
metros de la costa, recuperada la calma, al menos en apariencia, el
motor rugió de nuevo y volví a puerto, confusa pero más tranquila, todo
había sido tan rápido que necesitaba entender que estaba pasando y
¿porqué?.
--¡Señorita!, la estaba esperando.
Le
lancé una mirada airada, de cierta incomodidad, pero el chico era
demasiado joven para entender sutilezas. Recompuse mi actitud y saqué la
voz más amable y suave que podía emitir.
--¡Hola chico!, ¿cómo te llamas?.
--Manuel, me llamo Manuel,--dijo orgulloso--.
--Bien, Manuel te lanzo el cabo y asegúrame la embarcación, por favor.
--Permiso para subir a bordo, señorita.
--Permiso concedido, --le dije esbozando una sonrisa--.
Manuel
lograba despertar en mi sentimientos maternales, con los cuales no se
me ocurriría ofenderles, apenas si rozaba la adolescencia, pero rezuma
madurez, sus ojos te miraban con franqueza, de frente, eso que
desgraciadamente, la vida te hace perder a través de los años.
--¡Manuel
el barco es todo tuyo,, encárgate de él, yo necesito hacer unas
gestiones, si ocurre algo, deja el recado en recepción y vendré lo antes
posible, de todas formas, estoy segura que te las arreglarás
perfectamente sin mí,--me miró con la serenidad de un adulto--.
Caminé
despacio por el embarcadero sin mirar atrás, segura de tener sus
limpias pupilas clavadas en la espalda, una leve sonrisa se dibujó en el
rictus de mi boca, pero seguí caminando, por miedo a convertirme en
estatua de sal, si cedía al deseo de volver la vista atrás.
Bajo
la ducha mientras el agua recorría limpia y tibia cada rincón de la
anatomía, intentaba poner en orden la locura de los últimos
acontecimientos y por primera vez, me atreví ha hacer lo impensable,
salí de la ducha dejando un río de agua a mi paso y apagué aquel
teléfono negro como la noche más oscura y comerme la vida como una loba,
devorar víctimas sin piedad y sin control, dejar un reguero de víctimas
a mi paso.
Me decidí por un vestido que poco dejaba a la
especulación, realzaban esas larguísimas piernas que me había dado la
naturaleza y un escote profundo, que se suavizaba según caía en la
profundidad de los senos, vestida para comerme la noche, me confundí con
la multitud entre luces de neón que parpadeaban y te invitaban a
introducirte en el interior de sus brillantes colores, elegí uno al
azar, no tenía preferencias.
--¡Un whisky, por favor!, --dije gritando a todo pulmón para que el camarero de la barra, me escuchara--.
Continuará...
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