Aquella voz me resultaba tan familiar como inquietante, pero no iba
a permitir que me aterrorizara o al menos dejara que se me notara,
ignoré la posición tan ridícula en la que me encontraba con media cara
estampada contra el suelo y espatarrada en una posición vejatoria y de
total desigualdad, intentaba ver en aquella penumbra donde había caído
uno de mis zapatos y no sé por qué razón estaba pasando de sentir él
ridículo más absoluto a un estado de furia total e irrefrenable, al
intentar incorporarme un hilillo de un líquido pegajoso se resbaló hasta
en interior del ojo, lo que ayudó a dificultar la visión de mi entorno
más sí cabía.
La voz se alzó de nuevo y yo me incorporé con la
poca dignidad que me quedaba y con una ira desmesurada que iba
creciendo dentro de mí, interumpí su monólogo gritando a todo pulmón.
--¿Quién
es usted?—reprimiendo el impulso de decirle todos los insultos que me
sabía y alguno que me apetecería inventarme--. La rabia se oía en mis
palabras y se leía en el rostro.
--¡Mi Elena!, ¡mi incorregible Elena!, la niña más querida y más rebelde de todas, --dijo la voz --.
--
Los músculos los sentí paralizados y aquellas inocentes palabras, que
parecían no tener importancia hicieron que la habitación diera vueltas
alrededor de los recuerdos reprimidos y ocultos.
--Déjese de tonterías y déjeme verle—dije algo aturdida--.
--Todo a su tiempo niña, todo a su tiempo.
Ese tono de voz, esas palabras inconclusas me tranquilizaron, envolviéndome con una capa de hipnotismo.
--¡Escucha!,
en la recepción del hotel tienes un sobre con todas las instrucciones,
conecta de nuevo el teléfono, déjate de tonterías y todo marchará sobre
ruedas. ¡Elena, mi niña!.
Abandonó el camarote sin más
explicaciones y dos tipos más a los que no veía pero intuía le siguieron
sin mediar palabra, como fieles perros guardianes adiestrados para
seguir a su amo.
Pensativa, dolorida y más confundida que
nunca permanecí inmóvil durante no sé cuánto tiempo, hasta que el móvil
me vibró en el bolsillo.
--¡Manuel, por qué has llamado!.
--¡Señorita estaba muy preocupado!, ¿No le habrán hecho daño esos hombres malos?, ¿verdad?.
--No Manuel, pero tienes que hacerme caso, la seguridad de tu persona va en ello.
No
recordaba desde cuando no escuchaba esas palabras , alguien preocupado
por mí, era tan emocionante que los ojos se me llenaron de lágrimas.
--Manuel, espérame en la habitación, dile, que la señorita Elena te ha autorizado a subir sin que yo esté, voy enseguida.
Me
limpie la sangre de un pequeño corte sobre la ceja y busqué el maldito
zapato, recompuse la ropa y el peinado y encamine mis pasos hacia un
futuro incierto y extraño, pero como decía no sé quien, esto es hoy y
mañana será otro día.
Continuará...
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