sábado, 8 de julio de 2017

Las alas de un ángel rotas (14º parte)

En mi caso la única fantasía que deseaba, pasaba por lo imposible, la  purificación, si eso era posible a estas alturas. Abrir los poros y sacar la culpa, tristeza, maldad que en ellos se incrustaron durante estos años, una humeante y ardiente sauna parecía el sitio ideal. Sin decir que serian discretas con mi herida. Ellas deseaban tratar con la policía mucho menos que yo.

La  claustrofóbica decoración provocaría rechazo en cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, grotescas litografías representando a gordezuelas damas copulando en cualquier postura imaginable, provocaban cierta desazón. Las paredes cubiertas por un entelado rojo sangre, último grito en los setenta y bastante bien conservado por cierto, atraían como moscas recuerdos que deseaba deshacerme de ellos. Aún así pagué por toda la noche a una descarada madame que no dudo en meterme mano con insolente desparpajo. Tanteando sin ningún tipo de disimulo mis glúteos, riendo descarada ante mis avergonzados aspavientos. Después de un pequeño interrogatorio sobre mis preferencias, decidió asignarme a Cocó.

 Me condujo hasta la humeante sauna, la temperatura reinante era tan alta que pensé que deseaba desplumarme como un pavo en Navidad, mi herida reaccionó ante el calor sangrando copiosamente. Entre aquella persistente niebla apareció enigmática mi acompañante, su cuerpo cubierto-- seguramente para combinarlo con el resto del decorado.—Con una toalla roja como la sangre, que por cierto corría ya hasta mi tobillo.
--¡Hola, cariño!. Me llamo Cocó. ¿Qué deseas que haga?.
Que te marches dije mentalmente, pero mis labios permanecieron cerrados como una cámara acorazada.
--Quitarte la toalla, por favor. El color sobrecoge un poco –se le escapó una estúpida risita—sin ningún pudor la dejo resbalar por sus costados, caderas  y acariciando sus prietos muslos de veinte añera, calló a sus pies. El rostro pasaba inadvertido, ante aquel cuerpo que sin lugar a dudas habría que estar muerto para ignorarlo, llenaba hasta el último rincón del pensamiento quitándole importancia a cualquier agente fuera de su anatomía perfecta, provocativa, voluptuosa. Cuando pude dejar de examinar sus puntiagudos pezones rosados que bailaban una exótica danza con el mas nimio de sus movimientos, el pubis rapado tipo mohicano, -- resaltando un extraño pero atractivo color rojizo--. La pequeña cintura parecía modelada por un artífice de la escultura, habiendo acompasado igualmente sus caderas, la imaginé bailando sobre mí, con parsimoniosa lentitud, trasportándome a paraísos lejanos y deseados, rozando esos prietos pezones sobre la piel de mi pecho. Aquellos pensamientos me estaban animando notablemente. Para variar, atravesé rápido la distancia que me separaba del rostro y comprobé complacido que lo acompañaba unas juveniles y bellas facciones, la boca pequeña pero hecha para cubrir los cuerpos de lujuriosos besos, las largas y negras pestañas hacían resaltar unos ojos grandes y grises, cálidos albergues para despojados como yo, pómulos redondos y sobresalientes le daban el aire de una niña revoltosa y juguetona, todo esto culminaba en una melena recogida anárquicamente casi del mismo tono que cubría su monte de Venus. Con curiosa insolencia – pregunté--.
--¿Todo es natural, o usas tinte en alguna parte de tú cuerpo?.
--¿Tú que crees?. Es cierto el color es algo extraño, pero yo no pude elegir, nací así. Si te desagrada, gustosamente te cambiaran de chica, -- un creciente enojo se leyó en sus palabras--.
--No te equivoques, eres de mí total agrado, perdona si te he ofendido, sólo era curiosidad, pero supongo que estarás harta de tanta curiosidad.-- Intentando calmar su enfado con palabras de complacencia--.
--Un poco, pero no debía de haberte dicho nada, disculpa.
Continuará...

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