Jadeante y con las pupilas
dilatadas, se giró bruscamente. El tono de su voz reflejaba la ansiedad que en aquel momento la mantenía
alerta como un felino acorralado y deseoso de escapar de una amenaza, apoyada
en la pared intentaba recuperar la compostura, su voz sonó chirrriante, casi
estridente, como el raspar de las uñas sobre una pizarra de colegio.
--¿Señora Bartán usted nunca
duerme?, ¡apenas si despuntó el día, faltan al menos un par de horas para que
el barrio cobre vida! – preguntó, casi afirmando --.
Una risita muda se pintó en el
rostro de la vecina cotilla, a Elena le recorrió un escalofrío por toda la
espalda, aquella expresión de complicidad como si pudiera leer en ella, incluso
a través de ella. ¿Aquellos ojos que sabían, o sospechaban, que ocultaba la
disimulada mofa de la vieja entrometida?. Apenas en un segundo las palabras
contenidas hasta ese momento en el interior de la anciana garganta, escaparon
como una catarata de afirmaciones inquietantes.
--Querida niña, tu abuela vivió
en esta casa durante muchísimos años y llegamos a ser casi hermanas. La guerra
fue dura y eso nos hizo mujeres fuertes e independientes, tu querida abuela, de
la que llevas el nombre, no es lo único que compartes, sois tan parecidas que
me transportas a tiempos felices, cuando todavía ella vivía y a mi no me había
abandonado la juventud y el corazón se dispara por la emoción.
Elena cada vez más incomoda,
intentaba escapar de la absurda situación, se sentía intimidada, una niña
pillada en falta, los nervios la estaban traicionando.
--Señora Bartán, llevo viajando
toda la noche, necesito descansar un rato, si me lo permite hablaremos en otro
momento de los viejos tiempos, podrá contarme todas esas cosas que compartió
con la abuela y que yo desconozco.
En ese momento deseaba más que
otra cosa en el mundo deshacerse de la vieja, hasta ahora vista como la vecina
entrometida y cotilla, sin embargo algo le decía que la realidad podía ser muy
distinta y estaba dispuesta ha llegar hasta el final, los cabos sueltos la
ponían en peligro y no estaba segura hasta que punto aquella señora disfrazada
de anciana cotilla, podía ser una amenaza. ¿Qué sabía?, no pensaba con la
suficiente claridad, pero las últimas palabras de la señora Bartán la dejaron
paralizada.
--Perdona querida niña, soy una
vieja desconsiderada y pesada, conozco ese gesto, esa arruga en tu entrecejo
denota el cansancio que arrastras, desde muy pequeñita sabíamos tu estado de ánimo
por ese gesto.
--Bien señora Bartán, hablaremos
en otro momento, gracias por la información.
La vieja señora inclinó su cabeza
como signo de cortesía y aceptación, Elena quiso sonreír pero solo logró
dibujar una mueca en su rostro, abandonó el rellano con rapidez, apoyó la
espalda sobre la gruesa puerta de la casa y así permaneció, inmóvil, tensa, confusa,
con preguntas a las que le faltaban respuestas, las piezas de aquel extraño
puzzle no encajaban.
Esa casa ella la había heredado
de su abuela y no recordaba haber vivido allí durante su infancia, ¿Qué
escondían las palabras de la señora Bartán?, ¿Por qué ahora le contaba todo
aquello y no la primera vez que la vio? ¿Por qué no podía recordar nada de lo
que le había dicho aquella señora?
Recordaba perfectamente, el
internado y los viajes con la abuela que duraban todas las vacaciones por
distintas ciudades europeas, sus años en el campus, pero jamás visitó esa casa,
solo tras la muerte de su abuela recuerda esa….quizás esos déjà-vu que la
acompañaban.
Con el sol colándose por los
ventanales del salón se descubrió sentada en el suelo apoyada todavía en la
puerta de la calle.
--¡Necesito un baño y una taza de
café, estoy perdiendo la razón definitivamente!, --dijo en voz alta, para
escucharse y descartar una alucinación provocada por el cansancio--. ¡Lo
primero, es lo primero¡ – siguió hablando en voz alta para escucharse--, de
rodillas frente al mueble del fregadero abrió las puertas y activando un
resorte disimilado hábilmente en el lateral del panel trasero, apareció como la
cueva de Alibaba y surgió una habitación del pánico, perfectamente abastecida
de artículos de primera necesidad y tras dos paquetes de agua mineral, la caja
fuerte disimulada, deslizó los dedos por las teclas marcando la clave de aquel
enigma, aliviada, volvió a gatear, quedando todo como si allí no hubiera nada
extraño.
--¡Café!, --dijo canturreando e
intentando olvidar por el momento aquella inquietante e incomprensible
situación--. ¡Todo a su debido tiempo!, --y volvió a descubrirse hablando en
voz alta--.
Sacudió la cabeza como un perro
mojado por la lluvia intentando sacudirse el agua, ella se sacudía las
preguntas sin respuesta que la estaban angustiando.
Su dormitorio se encontraba en
penumbra, respiró profundamente y poco a poco la ropa quedó entre sus piernas,
se introdujo en la bañara vacía y cerrando los ojos, tomó a sorbos lentos la
taza de café, el agua caliente subía templando poco a poco su carne y sumiéndola
en un duerme vela, la música clásica le hacia saltar de recuerdo en recuerdo, mezclándolos
de una forma anárquica e inconexa.
--Ding-dong, sonó el timbre de la
puerta.
--¡Joder!, ¡Coño!, ¡Mierda!, --
dijo encolerizada e incorporándose como si tuviera un resorte en la espalda,
escupiendo agua como una esponja empapada, arrancó el albornoz de la percha,
dejando un rastro imposible de perder hasta la puerta, el timbre insistía y de
un manotazo abrió la puerta. Un ramo de rosas y lilium precedían a una sonrisa
y esa sonrisa a un joven delgaducho de aspecto estresado, al que el grito de
Elena lo intimidó hasta el punto de retroceder unos pasos, escondiéndose aún
más tras el ramo de bellas flores, la sonrisa se volvió una mueca y Elena pensó
que acabaría rompiendo en llanto, la situación se había vuelto una escena de
vodevil.
--¿La señorita Elena?, -- preguntó
el joven delgaducho, apenas en un hilo de voz--.
--¡Eso no es para mí!,-- afirmó
categóricamente Elena --.
--¿No es este el 3ª A?, -- volvió
a preguntar el joven a punto de echarse a llorar --.
-- ¡No puede ser!, ¿quién manda
esto?, -- preguntó Elena señalando el ramo con cierto asco --.
-- No se señorita, yo solo
reparto los ramos, a mí nadie me dice nada, lo siento, -- dijo con voz de
llanto --.
--Está bien perdona, es que tengo
un mal día, siento haberte gritado. ¡Espera!, -- cogió un buen puñado de francos y se los puso
en la mano, intentando compensarle el mal rato, el muchacho escapó como un
conejo asustado.
El ojo de la señora Bartán se
adivinaba tras la mirilla, en un acto de cortesía extendió el brazo ofreciendo
el ramo a su incombustible vecina.
Estrelló las flores contra el
suelo y se tiró en el sofá, agotada por tanto disturbio.
--¡Quién está intentando tocarme
las narices! ¡ No tengo amigos, no puedo permitirme tener amigos! ¡Que está
pasando!, -- dijo a pleno pulmón intentando desahogarse --.
Se vistió con ropa cómoda e
informal, comería algo, daría un paseo, recogería la energía sanadora del sol y
reflexionaría con calma sobre los acontecimientos acaecidos en las últimas
horas. Cerrando la puerta a su espalda y segura de la presencia de la señora
Bartán detrás de la mirilla, flexionó las rodillas y se levantó el pico de la
amplia blusa e hizo una reverencia, tenía que retomar el control de la
situación.
Bajó por las escaleras, saltando
los escalones de dos en dos y entonando una estúpida cancioncilla infantil, un
recuerdo le golpeó la mente como el disparó de un franco tirador, inesperado,
oculto pero certero, la cabeza le dio un vuelco y el corazón se disparó a toda
velocidad, apoyada en la esquina, el recuerdo se esfumó con la misma rapidez
que apareció, lo que hace un segundo era un retrato nítido, ahora lo envolvía
una espesa y densa niebla.
En la calle la fiereza de los
rayos solares la cegó por un momento, buscó las gafas de sol en su bolso y
encaminó sus pasos hacia el Sena.
Continuará.......
VAMP.
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