lunes, 7 de abril de 2014

LAS LARGAS NOCHES DE ELENA ( 3ª parte)

Jadeante y con las pupilas dilatadas, se giró bruscamente. El tono de su voz reflejaba la  ansiedad que en aquel momento la mantenía alerta como un felino acorralado y deseoso de escapar de una amenaza, apoyada en la pared intentaba recuperar la compostura, su voz sonó chirrriante, casi estridente, como el raspar de las uñas sobre una pizarra de colegio.
--¿Señora Bartán usted nunca duerme?, ¡apenas si despuntó el día, faltan al menos un par de horas para que el barrio cobre vida! – preguntó, casi afirmando --.
Una risita muda se pintó en el rostro de la vecina cotilla, a Elena le recorrió un escalofrío por toda la espalda, aquella expresión de complicidad como si pudiera leer en ella, incluso a través de ella. ¿Aquellos ojos que sabían, o sospechaban, que ocultaba la disimulada mofa de la vieja entrometida?. Apenas en un segundo las palabras contenidas hasta ese momento en el interior de la anciana garganta, escaparon como una catarata de afirmaciones inquietantes.
--Querida niña, tu abuela vivió en esta casa durante muchísimos años y llegamos a ser casi hermanas. La guerra fue dura y eso nos hizo mujeres fuertes e independientes, tu querida abuela, de la que llevas el nombre, no es lo único que compartes, sois tan parecidas que me transportas a tiempos felices, cuando todavía ella vivía y a mi no me había abandonado la juventud y el corazón se dispara por la emoción.

Elena cada vez más incomoda, intentaba escapar de la absurda situación, se sentía intimidada, una niña pillada en falta, los nervios la estaban traicionando.
--Señora Bartán, llevo viajando toda la noche, necesito descansar un rato, si me lo permite hablaremos en otro momento de los viejos tiempos, podrá contarme todas esas cosas que compartió con la abuela y que yo desconozco.

En ese momento deseaba más que otra cosa en el mundo deshacerse de la vieja, hasta ahora vista como la vecina entrometida y cotilla, sin embargo algo le decía que la realidad podía ser muy distinta y estaba dispuesta ha llegar hasta el final, los cabos sueltos la ponían en peligro y no estaba segura hasta que punto aquella señora disfrazada de anciana cotilla, podía ser una amenaza. ¿Qué sabía?, no pensaba con la suficiente claridad, pero las últimas palabras de la señora Bartán la dejaron paralizada.
--Perdona querida niña, soy una vieja desconsiderada y pesada, conozco ese gesto, esa arruga en tu entrecejo denota el cansancio que arrastras, desde muy pequeñita sabíamos tu estado de ánimo por ese gesto.
--Bien señora Bartán, hablaremos en otro momento, gracias por la información.
La vieja señora inclinó su cabeza como signo de cortesía y aceptación, Elena quiso sonreír pero solo logró dibujar una mueca en su rostro, abandonó el rellano con rapidez, apoyó la espalda sobre la gruesa puerta de la casa y así permaneció, inmóvil, tensa, confusa, con preguntas a las que le faltaban respuestas, las piezas de aquel extraño puzzle no encajaban.
Esa casa ella la había heredado de su abuela y no recordaba haber vivido allí durante su infancia, ¿Qué escondían las palabras de la señora Bartán?, ¿Por qué ahora le contaba todo aquello y no la primera vez que la vio? ¿Por qué no podía recordar nada de lo que le había dicho aquella señora?
Recordaba perfectamente, el internado y los viajes con la abuela que duraban todas las vacaciones por distintas ciudades europeas, sus años en el campus, pero jamás visitó esa casa, solo tras la muerte de su abuela recuerda esa….quizás esos déjà-vu que la acompañaban.
Con el sol colándose por los ventanales del salón se descubrió sentada en el suelo apoyada todavía en la puerta de la calle.
--¡Necesito un baño y una taza de café, estoy perdiendo la razón definitivamente!, --dijo en voz alta, para escucharse y descartar una alucinación provocada por el cansancio--. ¡Lo primero, es lo primero¡ – siguió hablando en voz alta para escucharse--, de rodillas frente al mueble del fregadero abrió las puertas y activando un resorte disimilado hábilmente en el lateral del panel trasero, apareció como la cueva de Alibaba y surgió una habitación del pánico, perfectamente abastecida de artículos de primera necesidad y tras dos paquetes de agua mineral, la caja fuerte disimulada, deslizó los dedos por las teclas marcando la clave de aquel enigma, aliviada, volvió a gatear, quedando todo como si allí no hubiera nada extraño.
--¡Café!, --dijo canturreando e intentando olvidar por el momento aquella inquietante e incomprensible situación--. ¡Todo a su debido tiempo!, --y volvió a descubrirse hablando en voz alta--.

Sacudió la cabeza como un perro mojado por la lluvia intentando sacudirse el agua, ella se sacudía las preguntas sin respuesta que la estaban angustiando.
Su dormitorio se encontraba en penumbra, respiró profundamente y poco a poco la ropa quedó entre sus piernas, se introdujo en la bañara vacía y cerrando los ojos, tomó a sorbos lentos la taza de café, el agua caliente subía templando poco a poco su carne y sumiéndola en un duerme vela, la música clásica le hacia saltar de recuerdo en recuerdo, mezclándolos de una forma anárquica e inconexa.
--Ding-dong, sonó el timbre de la puerta.

--¡Joder!, ¡Coño!, ¡Mierda!, -- dijo encolerizada e incorporándose como si tuviera un resorte en la espalda, escupiendo agua como una esponja empapada, arrancó el albornoz de la percha, dejando un rastro imposible de perder hasta la puerta, el timbre insistía y de un manotazo abrió la puerta. Un ramo de rosas y lilium precedían a una sonrisa y esa sonrisa a un joven delgaducho de aspecto estresado, al que el grito de Elena lo intimidó hasta el punto de retroceder unos pasos, escondiéndose aún más tras el ramo de bellas flores, la sonrisa se volvió una mueca y Elena pensó que acabaría rompiendo en llanto, la situación se había vuelto una escena de vodevil.
--¿La señorita Elena?, -- preguntó el joven delgaducho, apenas en un hilo de voz--.
--¡Eso no es para mí!,-- afirmó categóricamente Elena --.
--¿No es este el 3ª A?, -- volvió a preguntar el joven a punto de echarse a llorar --.
-- ¡No puede ser!, ¿quién manda esto?, -- preguntó Elena señalando el ramo con cierto asco --.
-- No se señorita, yo solo reparto los ramos, a mí nadie me dice nada, lo siento, -- dijo con voz de llanto --.
--Está bien perdona, es que tengo un mal día, siento haberte gritado. ¡Espera!, --  cogió un buen puñado de francos y se los puso en la mano, intentando compensarle el mal rato, el muchacho escapó como un conejo asustado.
El ojo de la señora Bartán se adivinaba tras la mirilla, en un acto de cortesía extendió el brazo ofreciendo el ramo a su incombustible vecina.
Estrelló las flores contra el suelo y se tiró en el sofá, agotada por tanto disturbio.
--¡Quién está intentando tocarme las narices! ¡ No tengo amigos, no puedo permitirme tener amigos! ¡Que está pasando!, -- dijo a pleno pulmón intentando desahogarse --.

Se vistió con ropa cómoda e informal, comería algo, daría un paseo, recogería la energía sanadora del sol y reflexionaría con calma sobre los acontecimientos acaecidos en las últimas horas. Cerrando la puerta a su espalda y segura de la presencia de la señora Bartán detrás de la mirilla, flexionó las rodillas y se levantó el pico de la amplia blusa e hizo una reverencia, tenía que retomar el control de la situación.
Bajó por las escaleras, saltando los escalones de dos en dos y entonando una estúpida cancioncilla infantil, un recuerdo le golpeó la mente como el disparó de un franco tirador, inesperado, oculto pero certero, la cabeza le dio un vuelco y el corazón se disparó a toda velocidad, apoyada en la esquina, el recuerdo se esfumó con la misma rapidez que apareció, lo que hace un segundo era un retrato nítido, ahora lo envolvía una espesa y densa niebla.
En la calle la fiereza de los rayos solares la cegó por un momento, buscó las gafas de sol en su bolso y encaminó sus pasos hacia el Sena.


  Continuará.......

VAMP.

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