martes, 26 de julio de 2016

Las largas noches de Elena (20º parte)

Con el teléfono móvil en la mano recurrí a una práctica algo extrema pero en este caso toda ayuda sería necesaria, se olía en el ambiente la conspiración, la trampa y no estaba dispuesta a caer en las garras de aún no sabía quién, escondía algún as en la manga que esperaba no lo hubieran descubierto.
 
Saqué el teléfono secreto, celosamente guardado y lo activé, apenas si tenía un minuto y tendría que volver a desactivarlo o arriesgarme a ser descubierta. 
Un número,una jerga ininteligible, fueron el resultado, solo un minuto y el teléfono de nuevo se hallaba apagado, desmontado y condenado dentro de una cajita forrada de plomo y oculta en un bolsillo casi inaccesible del bolso, en la cafetería frente al hotel esperaba el recurso que me salvaría la vida, intentaba controlar la ansiedad, envuelta en un tul de frialdad. 
 
Cuando empezaba a temerme lo peor, el camarero  trajo la cuenta y bajo el papel un sobre pequeñito, sin hacer preguntas me encaminé de nuevo hacia la habitación del hotel, apenas dos horas me separaban del evento y debía prepararme.
La palidez de mi rostro reflejaba el mal momento que estaba viviendo, pero para eso estaba el maquillaje, una ducha de apenas unos minutos en las que dejé correr suave y cálida el agua sobre mis hombros hasta cubrirme por completo, por fin estaba preparada, el espejo reflejó mi imagen, con las dos manos encajé los pechos y mesé el vestido sobre las curvas de mi fisonomía, acaricié los labios con la lengua para fijar el lápiz labial y cogí el bolso manteniendo la mente fija solo en el objetivo.

En la puerta de aquella gran casa, el mayordomo aguardaba a los invitados, por supuesto que mí nombre aparecía en la lista, salvé el obstáculo sin ninguna dificultad.
La belleza del salón donde se daba la recepción era difícil de ignorar, el veteado del mármol italiano que forraba el suelo era lo más espectacular que había visto nunca y los frescos de los techos competían con los de la Capilla Sixtina, unas majestuosa escaleras conducía al piso superior, el objetivo estaría en su despacho hasta pocos minutos después de que entrara el último invitado, bajaría para saludar cuando las puertas estuvieran controladas y la seguridad fuera perfecta, entonces saludaría por rango e importancia, era un petulante ególatra insoportable, tendría siempre ojos observándole para garantizar su seguridad, solo tenía una oportunidad, mientras permanecía en su despacho.
 
Las escaleras eran el único camino, me sorprendió no encontrar oposición a que las subiera, la tercera puerta a la derecha era el punto a salvar y un enorme guardaespaldas que cubría aquella puerta.
 Me acerqué sin prisas, él, clavaba la vista en mis insinuantes curvas, en mi mano la escopolamina, esperaba cumpliera su misión, lo dejé tocarme entre los muslos y mientras sus manos se creían con derechos no otorgados, vertí mi magia sobre su rostro y el aliento del diablo hizo el resto. Su voluntad era mía.
--Quédate aquí y no dejes entrar a nadie pase lo que pase,--le dije, casi al oído--.
Cerré la puerta a mi espalda y examiné el amplio despacho, se veía desierto, un haz de luz se escapaba de la pared y conducía al cuarto de baño, avancé sin hacer ruido y me introduje en la luz, con los pantalones por los tobillos, leía unos papeles. 
 
Al percatarse de mi presencia se sobresaltó y con tono autoritario, me dirigió la palabra.
 --¿Quién eres tú, una zorrita? ¡Me vendrá bien relajarme! ¡Suéltate el pelo!
Sin decir palabra, dejé caer lo único que cubría mi piel, con lentitud lo monté a horcajadas y mientras su atributo viril se alegraba de la monta, mi larga melena callo sobre él como una cascada, envolviéndolo. Sin piedad introduje la aguja de pelo en la base del cráneo, un último suspiro ahogado marcaba el final de sus días, no sabía quién era, pero estaba segura de que un hijo de puta menos poblaba la tierra.
 
El guardián seguía obedeciendo mis órdenes tras la pesada puerta, abandoné la lujosa mansión, un destartalado coche me hizo señales con las luces y sin pensarlo, me introduje en su interior. 
Cambié el despampanante vestido, por unos tejanos y una camiseta. 
--¡Toma!,es de marca, regálaselo a tu novia y serás recompensado durante mucho tiempo.
--¡Gracias Elena!.
--¡No, gracias a ti!, estoy segura que me estás salvando la vida.
--No es mucho lo que he podido conseguir en tan poco tiempo, la avioneta es destartalada, pero te llevará a tu destino, el piloto es de confianza y tenemos plan de vuelo, estate tranquila todo está controlado.
Desde aquel aeródromo perdido en dios sabe dónde, me elevé.
 El suelo, los árboles e Iván se hacían diminutos ante mis ojos, me acurruqué entre unos fardos y los párpados se cerraron solos.
 
Continuará...

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