sábado, 6 de agosto de 2016

Las largas noches de Elena (21ª parte)

El zumbido del motor se interrumpió, el rostro de un hombre me mirába insistentemente, abría y cerraba la boca pero no lograba entender lo que decía, sin pensármelo un segundo reaccione por instinto y en menos de un segundo su cuello estaba bajo mi zapato. El hombre gritaba, y por fin pude entenderlo, reveindicaba su identidad de inocente, gritando.

--¡No me mate! ¡No me mate, soy el piloto, soy el piloto!, ¡La he traído a casa! –levantaba las manos en señal de inocencia y como recurso para que mi pie no lo ahogara--.
--¡Lo siento! –dije, dejando de ejercer presión  y ofreciéndole mi mano en señal de disculpa.

El hombre se puso en pie por sí solo apartándose de mí lo más posible, en un grito me espetó.
--¡Está loca o que le pasa! ¡Por poco  me mata! ¡Un coche le está esperando!.
Dos luces en la oscuridad se encendieron y se apagaron, volví la cara antes de marcharme hacia el pobre hombre.
--Lo siento de verdad, --dije, en un susurro--, de veras que lo siento.
--Si, claro, --dijo el hombre sin mirarme y dirigiéndose de nuevo hacia la cabina para perderme de vista casi seguro.
A paso ligero me encaminé hacia las luces que me hacían señales.
--¡Buenas días!.
--¡Buenos días, señora!.
Era un coche corriente, para pasar desapercibidos, nadie se fijaría en ese coche, eso me dio mucha tranquilidad. Arropada en su interior esperé a llegar a mi destino, por fin el entorno me resultaba familiar y como un arma de guerra me rearme para poner todos mis sentidos en alerta, sobre el terreno tomaría las decisiones.

Vi alegarse el coche y solo desee correr y volver a montarme, alejarme lo más posible de aquel lugar, dejar de pensar en Manuel, en la que parecía ser mi abuela fallecida hace años, en la voz robótica tras el teléfono, en los viajes sorpresas y huir a una playa idílica y tomar el sol sin preocupaciones, sin sobresaltos, pero esa no era mi vida y pensar en ello solo una utopía, debía resolver cada cosa paso a paso y comprar mi libertad al precio exigido, o me costaría la vida.

 Una risa morbosa se apoderó de mi garganta, supongo que por no llorar y pensé en el desperdicio de vida, no había disfrutado de esas pequeñas cosas que el común de los mortales no le da importancia, por corrientes, una noche de amor, una comida en familia, un paseo sin nada que hacer, sin tipos estrafalarios que salen de la nada y me pareció mi vida una farsa estupida y la risa se me hizo incontenible.
Algo me saco de ese tonto ataque de fantasía, devolviendome a la cruda, dura y absurda realidad.

Escondida tras la espesa vegetación que rodeaba la casa, pude observar a Manuel compartiendo confidencias con la misteriosa señora de la casa encantada o poseída y que podría pasar por el doble de la que conocí como mi abuela, pensé en la mentira que se me estaba convirtiendo la vida, aquella mujer había usurpado el lugar de mi verdadera abuela, la había llorado y extrañado como un ser muy querido o sería mi verdadera abuela y me había vendido por dios sabe que oscura razón, la furia me invadió.
Los vi despedirse, la señora salvo la distancia entre ella y un coche que la esperaba, desapareció en su interior y se alejó a un destino desconocido.

Necesitaba un segundo para recomponer las ideas, la cabeza me daba vueltas y las dudas martilleaban constantemente mi ánimo, ¿Qué estaba pasando?, ¿Quién era Manuel?, había acojido a un enano disfrazado, que se hacía pasar por un niño, la dantesca situación me provocó una risa nerviosa que me obligó a apretar fuertemente las manos contra la boca o me acabarían escuchando en Marte.
Tomé todo el aire que pude en los pulmones de aquella cálida mañana, observé cada pequeño detalle que me rodeaba, el zumbido de los insectos, el trinar de los pájaros, el sol que se cuela entre las hojas de los árboles acariciando las mejillas y decidí enfrentarme a mi incierto destino.

--¡Hola Manuel!—dije, sabiendo que no me había escuchado llegar, dio un grito de sorpresa y un plato calló de sus manos estrellándose contra el suelo y repartiendo trozos por toda la habitación--.
--¡Elena! –dijo, en un grito que se ahogo en su garganta--. Me has asustado.
Su cara se veía blanca, apenas si podía distinguirse de la pared y yo me debatía entre varios sentimientos, se precipitó hacia mí regalándome un abrazo con tal fuerza que logró confundirme, me pregunté. ¿Será tan buen actor, que lo siento verdadero?, se lo devolví con reservas.
--¿Cómo ha ido todo en mi ausencia? –le pregunté mirándole fijamente a la cara.
--Bueno, --dijo titubeando y su voz sonó temblorosa.


Continuará...

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