lunes, 6 de noviembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (43º parte)

--¿Qué cómoda mi postura, verdad?. Recuerda y so pena de sonar a excusa. No soy ni por lo más remoto lo que quise ser, sino lo que en la mayoría de los casos me he visto forzado, por las circunstancias. Que por supuesto, cambiaria si pudiera.

Al llegar a casa, Lucía vencida por el sueño dormía placidamente ajena al caos y la destrucción que apenas hacía media hora me rodeaba.
Limpié las señales y el olor a humo que persistía con fuerza pegado a la piel y me deshice de la ropa ennegrecida. Calmado y sintiéndome a salvo, rastreé cada rincón de mi cerebro, comprobando que aquellos hechos no existieron nunca, por tanto no podría comunicar a Lucía lo que desconocía por completo.

El otoño hacia su entrada y los árboles comenzaban a adquirir esos tonos que pasan por la gama de marrones a dorados, alfombrando la ciudad con un delicado manto de hojas. El viento las levanta transportándolas de un lugar a otro, visitando las calles y avenidas como turistas accidentales.
Por esas fechas, nuestro hijo había crecido mucho, aumentando el volumen de Lucía, se asemejaba a un barrilito con patas que andaba de aquí para allá –- lleno de vino muy dulce, sacado de la uva moscatel más empalagosa, adormecía mis sentidos y embriagaba mi espíritu, flotaba a su alrededor provocándome un sopor placentero, que me enganchó como la más duras de las drogas, convirtiéndome en adicto de por vida, por una dosis de sus labios mataría como un vulgar delincuente--. Los pies se le hinchaban desenvolviéndose con menos soltura de la que ella deseada.

La exposición estaba a punto de celebrarse, los nervios abstenían el sueño, pasaba horas masajeando sus hinchados y cansados pies, relajando sus sienes, disfrutando de su presencia a todas horas.
Y la gran noche llegó por fin, expuso junto a otros pintores noveles, nadie pasó indiferente ante su obra, sus niños ángeles, como ella los denominaba, tenían algo que te llamaba, obligándote a contemplar sus delicados y somnolientos rostros. Paso el día histérica, probándose una y otra vez vestidos, con todos lucia bella y seductora a pesar de su avanzado estado.
Por fin pisamos la sala, entró con los ojos cerrados y yo a modo de lector de Braille parlante, le explicaba lo que veía. Sus cuadros no estaban colgados, reposaban en el centro de la exposición, visibles desde cualquier ángulo.
Una pirámide formada por los seis lienzos, arrobados entre rasos azul y rosados, navegaban en etéreas nubes de tul blanco, la iluminación perfecta, realzaba cada detalle de la pintura y la gente quedaba hipnotizada por la belleza.
Mujeres adornadas como árboles de navidad paseaban copa en mano, entusiasmadas tiraban de sus talonarios deseosas de acaparar el rostro angelical de belleza enigmática. Sintiéndose felices cuando se sabían poseedoras al fin, resultó un éxito total, tanto que nadie quería quedarse sin un ángel colgado de su pared. Por supuesto que no faltaron detractores y envidiosos.


Lucía recibió más encargos de los que podría atender, sobre todo ahora que no debía cansarse con su próxima maternidad.
No aceptó ninguno pero prometió que en cuanto le fuera posible prepararía otra con más pinturas. Sin quererlo se hizo desear tanto, que el teléfono no paraba de sonar. Un placer morboso y mezquino, se apoderó de mi persona. A espaldas suyas, envié un programa de la exposición a la perversa abuela. Sé, que no lo hubiera aprobado bajo ninguna circunstancia, pero estaba tan inflado de orgullo que no tuve en cuenta su opinión, en algunos momentos temí que si no me amarraba al suelo saldría volando.  


Apenas un mes nos separaba del parto, la sensibilidad emanaba de sus poros y era muy habitual encontrármela llorosa y absorta en dolorosas maquinaciones. Recordaba sin querer todos esos días de Reyes, cumpleaños, etc... sin regalos. Lo que realmente le atormentaba era la falta de amor, la soledad, el abandono. Con memoria selectiva, anuló los malos momentos con su padrastro, enterrándolos en su memoria, sin embargo sentía con más fuerza que nunca otras cadencias. Impulsada por una fuerza invisible, calmaba su ansia comprando más botitas, otro peluche o cualquier objeto que no le hacia falta al bebé, pero aliviaba esta tensión. Volvía contenta y relajada –por mí, como si todos los días compraba un oso nuevo o miles de botas, chupetes, que más daba, su sonrisa valía para mí más que cualquier tesoro.     
No permitiría que su hijo creciera falto de atención o de cariño.

Eloisa nos visitaba con asiduidad, descubrí que bajo la arisca cubierta se escondía un
corazón tierno y dócil.
Los malos tratos dejan heridas que no se ven en el cuerpo, por mucho cicatrizante que te pongas, se niegan a cerrar. Acechan los sueños más tranquilos y asaltan el pensamiento en momentos insospechados y casi siempre inadecuados.
Continuará...

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