sábado, 27 de agosto de 2016

Las largas noches de Elena (parte 24)

¡Manuel! ¡Manuel! ¿Eres tú? --dije ahogando la voz—.
Todavía impactada por la situación que estaba viviendo, llevé mis pasos lentamente hacia la puerta, desconfiando de la sinceridad del momento, apoyé la oreja en la puerta para comprobar que la voz era real.
 
--¿Manuel, eres tú?—dije para volver a comprobar que lo que estaba pasando era real y no fruto de un deseo de libertad.
--Elena, soy yo Manuel, escúchame, sé cómo salir de aquí, pero tienes que hacer lo que yo te diga.
Me costaba confiar en Manuel, aquello era tan inesperado, que ni siquiera sabía quién era yo.
Estaba recluida en una habitación, mi carcelera era una mujer que había llorado, cuando la creí muerta y para retorcer la situación hasta el máximo no era mi abuela, una organización me había robado o comprado, y yo no era yo, y la vida y los recuerdos que tenía apenas si eran recuerdos, se podía considerara trama argumental de una novela de espías en la que yo era la protagonista accidental.
 
Una voz ahogada me devolvió a este increíble instante de mi vida.
--Elena, sé que no te fías, pero ahora no tenemos tiempo, cuando salgamos de esta situación te explicaré todo lo que desees pero estamos en peligro, no somos más que números y prescindibles.
Tenía razón aquel muchacho, estaba claro que esta nueva generación, su sentido común era mucho mayor que el de la mía, la madurez era asombrosa.
Escuché un murmullo que se acercaba y el sentido de supervivencia se puso en marcha, corrí hacia la cama y fingí dormir, la cerradura hizo ruido al ser manipulada y la puerta se abrió, una voz grave dijo,
--¡El pájaro está en el nido, todo en orden!
volví a escuchar el sonido de la cerradura al cerrarse, apenas si podía controlar los latidos del corazón, seguí inmóvil esperando que todo volviera a calmarse, los pasos se alejaron y el silencio reino de nuevo.
--Elena –corrí de nuevo hacia la puerta—
--La ventana se puede abrir desde dentro, ábrela.
--Si quieres que me mate dilo, por aquí no hay quien baje, este acantilado es vertical y es de noche no se ve nada.
--Escúchame bien, en la parte izquierda a un metro tienes un arnés, toca con la mano hay una pequeña plataforma de apenas veinte centímetros, apenas si caben los pies, pero puedes conseguirlo, ponte el arnés y baja en línea recta unos diez metros, veras una luz, párate, yo te ayudaré, es una cueva de apenas metro y medio, reptando se llega hasta el sótano de esta casa, desde allí será fácil perdernos, hay distintos pasadizos que llevan a la playa.
 
Sin mediar palabra, comencé la operación evasión, ya con el arnés puesto, a duras penas pude cerrar la ventana para dificultar la búsqueda, una luz guió la bajada y metida en ese pequeño hueco, la cara de Manuel me subió el ánimo, nos apretamos las manos y a cuatro patas salvamos la distancia hasta aquel frío sótano escapado en la roca.
 
--Bien Elena, una lancha nos llevará a la costa de Gibraltar, allí, nos espera un avión que nos conducirá hasta un pequeño aeródromo a las afueras de Londres, es privado, nos ayudarán, les será difícil seguirnos el rastro, tendrémos que movernos rápido, pero creo que podrémos conseguirlo.
--Manuel, yo no me puedo ir, necesito saber quién es la que he considerado mi abuela durante toda mi vida.
--Elena, no es el momento, luego puedes hacer lo que quieras.
--Lo siento Manuel, valoro mucho lo que estás haciendo, pero no puedo irme.
--¡Elena!, no hagas tonterías.
 
Me volví dispuesta a volver y enfrentarme a mi abuela, parecía mentira que un adolescente tuviera más sentido común que un adulto, pero las lagunas que me habían acompañado durante toda la vida quería, necesitaba resolverlas.
--¡Elena! 
Sonó en medio de el silencio como un grito de auxilio, mientras yo corría hacia un futuro incierto.
 
Continuará...

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