sábado, 13 de agosto de 2016

Las largas noches de Elena (22º parte)

--¿Ha pasado algo que yo deba saber, pareces nervioso?.
--No lo sé.
--¿Qué quieres decir con que no lo sabes?.
--Verás, se presentó una señora, bueno una señora, no,¿Te acuerdas de la mujer por la que me preguntaste?.
--Si, claro, la de la casa extraña.
--Si, esa misma, no te lo vas a creer, antes de venir tú, estuvo aquí, me hizo preguntas.
--¿Qué preguntas?.
--¿Cuántos vivíamos aquí?, ¿Dónde estaba mi madre?, preguntas que me han puesto muy nervioso,¿ y si llama a alguien?.
--No te preocupes, no pasará nada, olvídate del tema.
 
No quería reconocerlo pero me sentía aliviada, mi yo defensivo siempre alerta seguía desconfiando pero algo en el interior se había calmado. Pasamos un día tranquilo disfrutando del buen tiempo y de la mutua compañía. 
 
--¡Buenas noches, Manuel!
--¡Buenas noches, Elena!
Al cruzarse conmigo, me rozó la mejilla y se abrazó a mi cuello, aquellos gestos no tuvieron palabras y nos recluimos en nuestros cuartos visiblemente emocionados.
Las sábanas estaban frescas y desprendían un ligero aroma a jazmín, me arropé con ellas y el sueño acudió raudo, dejando sin voluntad a los párpados sumiéndose en la espesura del mundo de la inconsciencia, donde lo imposible se vuelve posible y los miedos entran sin carta de presentación.
 
Un cuerpo yacía junto al mío, sus traviesas y atrevidas manos recorrían toda mi anatomía inflamando el deseo y yo era incapaz de oponerme a sus mandatos, sus labios rozaban la piel del cuello, susurrando palabras atrevidas y seguían su camino sin piedad hasta los pechos, aquellos labios carnosos, suaves, me acariciaban contándome la historia de sus experiencias, respondía arqueando el cuerpo sumida en un extasis incontrolable, ni siquiera la mirada voyeur e indiscreta que intuía en la esquina, camuflada entre las sombras lograba extraerme de ese sopor que conlleva la pasión descontrolada, nada importaba más que el instante que estaba viviendo, el placer que hacía temblar a la voluntad y la garganta emitía un  gemido suave y acompasado, la sombra seguía su misión sin interrupciones, intentaba resistir pero perdido el control, la situación se volvía perversa.
 
--¡Elena! ¡Elena! ¿Qué te pasa? ¿Por qué gritas?
--¡No!,-- grité desconcertada y sin saber ni dónde estaba, ni que me estaba pasando y por unos instantes escuché una risa ahogada entre las sombras--.¡Manuel!, ¿Qué pasa?.
--¡No lo sé, estabas gritándole!, me he asustado, decías que había alguien en la oscuridad.
Dí un manotazo en el interruptor de la lampara se hizo la luz en la penumbra de la habitación. Me puse roja como un tomate, los ojos de Manuel permanecían fijos en mis pechos desnudos, un trozo de sábana sirvió para tapar la vergüenza que en ese momento convivía con nosotros.
 
--¡Bien!,--dije con toda la energía que pude reunir, estaba totalmente confundida y necesitaba quedarme a solas para tranquilizarme--. No ha pasado nada, solo una pesadilla, a veces me pasa, vuelve a dormir, todo está bien.
 
Manuel se deslizó fuera del lugar todo lo rápido que pudo, con las orejas tan rojas que parecía que las había puesto en una plancha, nada más quedarme a solas necesitaba comprobar que en la estancia no había nadie más que yo, salí al jardín y comprobé todos los rincones, no podía dormir, pero el misterioso sueño necesitaba ser resuelto, una copa me ayudaría a relajarme y me quedé allí rodeada de sonidos nocturnos, tumbada sobre la hamaca e intentando poner en orden todo aquel embrollo, por unos instantes me volvieron los recuerdos de los momentos vividos apenas hacía unos momentos y no pude contener la risa ante la ridícula situación, mis senos al viento y aquel adolescente intimidado por la situación, era tan cómico el momento que no pude más que reír incontroladamente, no estaba preparada para criar adolescentes, pero era lo que había y que podía hacer.
 
Pasé todo la mañana esperando que el teléfono sonara dándome cualquier ultimátum, pero no ocurrió nada, el tiempo transcurrió lento y calmado y yo lo dedique ha trazar un plan para resolver los misterios en los que me veía envuelta, sin saber cómo actuar exactamente.
 
Caía la noche cuando me puse manos a la obra, durante las horas anteriores había planeado el asalto a la casa encantada y enfrentarme si fuera necesario a su misteriosa moradora.
 Dejé el coche aparcado lejos y salvé la distancia a pie planeando las diferentes dificultades que me podían surgir. La hermosa construcción surgió ante mí, desde luego sería el lugar donde la abuela hubiera elegido vivir, se veía con claridad que la casa había sufrido multitud de reformas pero conservaba ese sabor victoriano con el que fue creada, diseñada con mimo para el regocijo de sus creadores, observé con detenimiento el jardín que la rodeaba, abrazándola con su verde y frondoso manto, estaba dispuesta a jugarme el todo por el todo, avancé entre las sombras y bajo su amparo sabía que aquella incursión era vital, un ruido me puso en alerta y una voz salida de las sombras, dijo.
--¡Hay alguien ahí!
 
Continuará...

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