--¿Ha pasado algo que yo deba saber, pareces nervioso?.
--No lo sé.
--¿Qué quieres decir con que no lo sabes?.
--Verás, se presentó una señora, bueno una señora, no,¿Te acuerdas de la mujer por la que me preguntaste?.
--Si, claro, la de la casa extraña.
--Si, esa misma, no te lo vas a creer, antes de venir tú, estuvo aquí, me hizo preguntas.
--¿Qué preguntas?.
--¿Cuántos vivíamos aquí?, ¿Dónde estaba mi madre?, preguntas que me han puesto muy nervioso,¿ y si llama a alguien?.
--No te preocupes, no pasará nada, olvídate del tema.
No
quería reconocerlo pero me sentía aliviada, mi yo defensivo siempre
alerta seguía desconfiando pero algo en el interior se había calmado.
Pasamos un día tranquilo disfrutando del buen tiempo y de la mutua
compañía.
--¡Buenas noches, Manuel!
--¡Buenas noches, Elena!
Al
cruzarse conmigo, me rozó la mejilla y se abrazó a mi cuello, aquellos
gestos no tuvieron palabras y nos recluimos en nuestros cuartos
visiblemente emocionados.
Las sábanas estaban frescas y
desprendían un ligero aroma a jazmín, me arropé con ellas y el sueño
acudió raudo, dejando sin voluntad a los párpados sumiéndose en la
espesura del mundo de la inconsciencia, donde lo imposible se vuelve
posible y los miedos entran sin carta de presentación.
Un
cuerpo yacía junto al mío, sus traviesas y atrevidas manos recorrían
toda mi anatomía inflamando el deseo y yo era incapaz de oponerme a sus
mandatos, sus labios rozaban la piel del cuello, susurrando palabras
atrevidas y seguían su camino sin piedad hasta los pechos, aquellos
labios carnosos, suaves, me acariciaban contándome la historia de sus
experiencias, respondía arqueando el cuerpo sumida en un extasis
incontrolable, ni siquiera la mirada voyeur e indiscreta que intuía en
la esquina, camuflada entre las sombras lograba extraerme de ese sopor
que conlleva la pasión descontrolada, nada importaba más que el instante
que estaba viviendo, el placer que hacía temblar a la voluntad y la
garganta emitía un gemido suave y acompasado, la sombra seguía su
misión sin interrupciones, intentaba resistir pero perdido el control,
la situación se volvía perversa.
--¡Elena! ¡Elena! ¿Qué te pasa? ¿Por qué gritas?
--¡No!,--
grité desconcertada y sin saber ni dónde estaba, ni que me estaba
pasando y por unos instantes escuché una risa ahogada entre las
sombras--.¡Manuel!, ¿Qué pasa?.
--¡No lo sé, estabas gritándole!, me he asustado, decías que había alguien en la oscuridad.
Dí
un manotazo en el interruptor de la lampara se hizo la luz en la
penumbra de la habitación. Me puse roja como un tomate, los ojos de
Manuel permanecían fijos en mis pechos desnudos, un trozo de sábana
sirvió para tapar la vergüenza que en ese momento convivía con nosotros.
--¡Bien!,--dije con toda la energía que pude reunir,
estaba totalmente confundida y necesitaba quedarme a solas para
tranquilizarme--. No ha pasado nada, solo una pesadilla, a veces me
pasa, vuelve a dormir, todo está bien.
Manuel se deslizó fuera
del lugar todo lo rápido que pudo, con las orejas tan rojas que parecía
que las había puesto en una plancha, nada más quedarme a solas
necesitaba comprobar que en la estancia no había nadie más que yo, salí
al jardín y comprobé todos los rincones, no podía dormir, pero el
misterioso sueño necesitaba ser resuelto, una copa me ayudaría a
relajarme y me quedé allí rodeada de sonidos nocturnos, tumbada sobre la
hamaca e intentando poner en orden todo aquel embrollo, por unos
instantes me volvieron los recuerdos de los momentos vividos apenas
hacía unos momentos y no pude contener la risa ante la ridícula
situación, mis senos al viento y aquel adolescente intimidado por la
situación, era tan cómico el momento que no pude más que reír
incontroladamente, no estaba preparada para criar adolescentes, pero era
lo que había y que podía hacer.
Pasé todo la mañana esperando
que el teléfono sonara dándome cualquier ultimátum, pero no ocurrió
nada, el tiempo transcurrió lento y calmado y yo lo dedique ha trazar un
plan para resolver los misterios en los que me veía envuelta, sin saber
cómo actuar exactamente.
Caía la noche cuando me puse manos a
la obra, durante las horas anteriores había planeado el asalto a la
casa encantada y enfrentarme si fuera necesario a su misteriosa
moradora.
Dejé el coche aparcado lejos y salvé la distancia a
pie planeando las diferentes dificultades que me podían surgir. La
hermosa construcción surgió ante mí, desde luego sería el lugar donde la
abuela hubiera elegido vivir, se veía con claridad que la casa había
sufrido multitud de reformas pero conservaba ese sabor victoriano con el
que fue creada, diseñada con mimo para el regocijo de sus creadores,
observé con detenimiento el jardín que la rodeaba, abrazándola con su
verde y frondoso manto, estaba dispuesta a jugarme el todo por el todo,
avancé entre las sombras y bajo su amparo sabía que aquella incursión
era vital, un ruido me puso en alerta y una voz salida de las sombras,
dijo.
--¡Hay alguien ahí!
Continuará...
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