martes, 4 de octubre de 2016

Las largas noches de Elena (parte 26)

Las pupilas adaptadas a la oscuridad reinante descubrieron un segundo tripulante en la embarcación, sin mediar palabra, tira de mi cuello con una violencia impropia de unos rescatadores, mi cuerpo se tensa e intentó defenderme, con rudeza me mantiene inmovilizada, Manuel reacciona intentando defenderme, aquel rudo individuo lo lanza contra el costado de la embarcación,respondo con violencia a ese inesperado ataque y pienso, que finalmente Manuel y yo estamos perdidos, los largos dedos de la abuela por fin nos han alcanzado, un ahogo me invade el pecho impidiéndome respirar con normalidad pero voy a morir matando y en un giro inesperado me zafo de aquellas toscas y fuertes manos, corro hacia Manuel intentando auxiliarle.
 
--¿Manuel estás bien?,--dije en un grito ahogado--.
--Si, no te preocupes, no me he hecho nada.
--Si vais a matarme hacedlo ya, pero dejad al chico, el viene obligado.
Una voz surge en medio de aquel caos, poniendo cordura a la situación.
--Señorita, perdone la rudeza.
Lo miro con sorpresa y sin entender nada.
--José, no se sabe comportarse, sólo pretendemos buscar en chip.
--¿Qué chip?,--preguntó sorprendida--.
--Necesitamos quitarle el chip, por las informaciones que tenemos tiene que tenerlo en el hombro derecho, mi salvaje compañero intentaba localizarlo para quitarlo y destruirlo, pero necesita aprender modales y me muestra la máquina lectora de chip, en ese momento me siento como un perro.
--Tenemos que darnos prisa, estamos perdiendo tiempo y no lo tenemos.
Siento una punzada en el hombro, seguida de una quemazón.
--Póngase esto, enseguida dejará de sangrar, es una herida superficial, nos marchamos, vamos muy retrasados.
A lo lejos escuchamos el ruido de un motor a todo gas, pulveriza el chip bajo su zapato y lo lanza al mar.
--Esto les dificultará la búsqueda pero nada más, solo nos da un pequeño margen.
 Seguimos recorriendo la costa en la más absoluta oscuridad, nuestra guía la línea iluminada de las poblaciones que vamos dejando atrás, por fin recalamos en una pequeña playa de la Línea de la Concepción en una cala casi oculta a la vista, saltamos de la embarcación y una voz que sale de entre las sombras, grita.
--Let go, Let go.
Seguimos a aquella palabras que nos reclaman en una oscuridad absoluta, la luna agonizante nos secuestra su luz y eso nos beneficia y nos perjudica, a tientas encontramos oculta tras una frondosa arboleda, y casi salida de la nada, aparece una pista de tierra y un pequeño avión. 
Un hombre muy alto con un marcado acento americano nos anuncia.
--¡Vamos!, partimos en unos segundos.
 
Antes de darnos cuenta, las luces se vuelven diminutas sobre la tierra y la negra noche nos rodea envolviéndonos en su anonimato, las pequeñas balizas de señalización del avión, son nuestra única huella en este mundo, el monótono sonido del motor nos induce al sueño, me siento muy cansada pero la incertidumbre me mantiene alerta y aunque mis párpados se empeñan en cerrarse, apenas si les permito entornarse, miro a mi alrededor y la presencia de Manuel me tranquiliza, duerme plácidamente, al final solo es un chaval y como tal actúa, aunque su madurez es digna de elogio, el ruido blanco que precede a una transmisión de radio me pone algo nerviosa y el corazón me late con fuerza, la radio confirma la llegada, estoy en manos de personas que no conozco, nuestras vidas depende de extraños y solo queda confiar o morir, quién sabe.
 
Noto el descenso en el estomago, cierro los ojos como siempre para controlar el vértigo y las ruedas tocan tierra y recorren la pista sin dificultades, un coche nos espera a pie de pista, el avión  apenas nos suelta en tierra, alza el vuelo y desaparece en el manto negro.
--Buenas noches, sean bienvenidos a la mansión Watson Edgar, entren en el coche por favor, el señor los espera, aquel hombre perfectamente uniformado, nos abre las puertas y nos da acceso a un precioso y clásico Jaguar.
 
Mi cabeza hierve de curiosidad, Manuel y yo no hemos cruzado una sola palabra en todo el viaje, nuestras miradas vuelven a chocar pero las palabras siguen presas en nuestras gargantas, creo que estamos asustados pero no vamos a reconocerlo.
 
Continuará...

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