Tomé el arcén atraída por las luces de una estación de servicio y las letras luminosas que anunciaban un motel, mantuve un pequeño monólogo recomponiendo la situación. La sangre de la cara no me ayudaría mucho, --aparqué entre unos árboles y con una botella de agua que rodaba hacía siglos de alfombrilla en alfombrilla y que pensé mil veces en tirar, hice buen uso de ella--, me alisé el cabello, cerciorándome que la ropa no se encontraba manchada de sangre, --colaría a Rufo por alguna parte sin que me vieran--, llevaba el portátil en el maletero, unos días atrás lo puse allí pensando en hacer unas cosas y olvidé sacarlo. -- ¡Bendito olvido!.
El vestíbulo era como todos los vestíbulos, frío hortera e impersonal, el aire lo encontré algo viciado en el interior. Me recibió la sonrisa forzada de un recepcionista medio dormido, más preocupado de despacharme rápido que de fijarse en el estado tan lamentable en el que me encontraba, pagué dos días por adelantado y en efectivo, contándole no se que milonga de la tarjeta, para no parecer un bicho raro, pedí una habitación en la planta baja, -- con suerte podría meter al pobre perro por la ventana, le hacía tanta falta unas horas de descanso como a mí --, me marchaba cuando pensé en Internet.
--¡Disculpe! – el chico se volvió con aire ofuscado por la nueva intromisión en su búsqueda de descanso --. ¿Hay Internet en las habitaciones?.
--Si – contestó con desgana--. Pero hay que pagar un suplemento.
--Ya lo imagino – contesté explícita --.
--También lo quiere por dos días – preguntó con voz vacía --.
--Si claro, por favor, no me molesten, vengo extenuada del camino.
Asintió con la cabeza, dándome las buenas noches se apresuró a hacerse el ocupado para que no le solicitara más servicios.
Recordé que la última comida estaba tan perdida en la memoria que no podía decir cuando fue, giré en redondo, no sin antes asegurarme que el recepcionista se retiraba a la sala contigua, ignorándome totalmente.
El exceso de luz del área de servicio dejaría ciego a cualquiera, di gracias de que el dependiente tuviera en mí el mismo interés que el recepcionista, su mirada planeó sobre mi persona pero creo que apenas si existí unos segundos en el cerebro, estaba en otras cosas, en sus cosas para ser exacto, compré comida y bebida, nunca sentí tanta felicidad al ser ignorada.
Crucé el vestíbulo de la recepción rauda, sin ni siquiera parpadear para no hacer ruido, el lugar estaba silencioso y desierto. Ya en la habitación evalúe las posibilidades una cama, dos mesitas de noche, un escritorio, una silla, un televisor y la ventana que daba al aparcamiento trasero, ¡perfecto! – justamente lo que necesitaba --, abrí la ventana, apenas un metro de altura que salvar, salté al exterior, Rufo con el hocico pegado a la ventana emitía un lastimero lamento.
-- ¡Silencio Rufo!, -- hablándole en tono imperativo para asegurarme que nadie era testigo de la infracción, lo hice saltar introduciéndome casi a la vez que él, desparramados por el suelo de la habitación, quedamos unos segundos inmóviles sin saber que hacíamos allí exactamente
Después de degustar la improvisada comida nos sentimos algo mejor, lo vi dirigirse sigiloso hacia la cama, desde los pies de la misma y sobre la colcha, buscó una mirada de aprobación, -- obtuvo una caricia por respuesta --, después de lo que habíamos pasado poco importaban las normas.
Deseaba dormir más que cualquier otra cosa en este mundo, pero no era el momento, lo primero pensar, recomponer aquel lío en el que desgraciadamente me veía inmersa, las ideas pasaban a tal velocidad que me apabullaban, sin saber como, una de ellas se detuvo y se fijo en el cerebro. -- Exterminio total como si fueran termitas --. Sonaba a autentica locura, por muchas vueltas que le daba, ninguna solución era una solución, solo una chapuza momentánea para salir del paso.
--¡Es la única salida! – lo grité alto y claro y como si de un debate se tratara en el que la votación hubiera sido unánime, aprobé la propuesta y me puse manos a la obra.
--¡Disculpe! – el chico se volvió con aire ofuscado por la nueva intromisión en su búsqueda de descanso --. ¿Hay Internet en las habitaciones?.
--Si – contestó con desgana--. Pero hay que pagar un suplemento.
--Ya lo imagino – contesté explícita --.
--También lo quiere por dos días – preguntó con voz vacía --.
--Si claro, por favor, no me molesten, vengo extenuada del camino.
Asintió con la cabeza, dándome las buenas noches se apresuró a hacerse el ocupado para que no le solicitara más servicios.
Recordé que la última comida estaba tan perdida en la memoria que no podía decir cuando fue, giré en redondo, no sin antes asegurarme que el recepcionista se retiraba a la sala contigua, ignorándome totalmente.
El exceso de luz del área de servicio dejaría ciego a cualquiera, di gracias de que el dependiente tuviera en mí el mismo interés que el recepcionista, su mirada planeó sobre mi persona pero creo que apenas si existí unos segundos en el cerebro, estaba en otras cosas, en sus cosas para ser exacto, compré comida y bebida, nunca sentí tanta felicidad al ser ignorada.
Crucé el vestíbulo de la recepción rauda, sin ni siquiera parpadear para no hacer ruido, el lugar estaba silencioso y desierto. Ya en la habitación evalúe las posibilidades una cama, dos mesitas de noche, un escritorio, una silla, un televisor y la ventana que daba al aparcamiento trasero, ¡perfecto! – justamente lo que necesitaba --, abrí la ventana, apenas un metro de altura que salvar, salté al exterior, Rufo con el hocico pegado a la ventana emitía un lastimero lamento.
-- ¡Silencio Rufo!, -- hablándole en tono imperativo para asegurarme que nadie era testigo de la infracción, lo hice saltar introduciéndome casi a la vez que él, desparramados por el suelo de la habitación, quedamos unos segundos inmóviles sin saber que hacíamos allí exactamente
Después de degustar la improvisada comida nos sentimos algo mejor, lo vi dirigirse sigiloso hacia la cama, desde los pies de la misma y sobre la colcha, buscó una mirada de aprobación, -- obtuvo una caricia por respuesta --, después de lo que habíamos pasado poco importaban las normas.
Deseaba dormir más que cualquier otra cosa en este mundo, pero no era el momento, lo primero pensar, recomponer aquel lío en el que desgraciadamente me veía inmersa, las ideas pasaban a tal velocidad que me apabullaban, sin saber como, una de ellas se detuvo y se fijo en el cerebro. -- Exterminio total como si fueran termitas --. Sonaba a autentica locura, por muchas vueltas que le daba, ninguna solución era una solución, solo una chapuza momentánea para salir del paso.
--¡Es la única salida! – lo grité alto y claro y como si de un debate se tratara en el que la votación hubiera sido unánime, aprobé la propuesta y me puse manos a la obra.
Continuará...
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