Las campanas suenan con un toque enloquecido, los badajos golpean el metal con violencia desmedida, corro hacia la calle, grito al campanario. ¿Quién toca las campanas?. Recorro la calle empedrada, los pies descalzos se hieren con los guijarros del camino, un sonido familiar llega hasta mis oídos, corrijo la dirección y allí están, dos filas de almas errantes, sus trajes talares los ocultan de miradas ajenas, las capuchas protegen las facciones, mi presencia las atrae, al unísono me muestran la indecencia de sus huesos desnudos, pelados de carne, blancos, fríos, sus mandíbulas se abren las baten en una risa fingida que suena como el castañeteo de un pájaro loco. El batir de unas alas suena en lo alto del campanario, un ángel o un demonio muestra sus grandes alas negras tan hermosas como él mismo, mi boca grita un nombre que se ahoga en la garganta antes de escapar.
Una música machacona me trepana los tímpanos, la confusión es total no se donde estoy, quien soy, y un alarido que parece de un extraño me desgarra la garganta.
Una música machacona me trepana los tímpanos, la confusión es total no se donde estoy, quien soy, y un alarido que parece de un extraño me desgarra la garganta.
Gabriel sigue dormido, su pecho sube y baja acompasado, sereno, los párpados cerrados, la boca levemente abierta, acaricio la suave piel para asegurarme que su presencia no es un espejismo de la mente y está allí en cuerpo, ¿y en alma?, sólo Rufo parece alertado ante el alboroto, golpea su hocico sobre mi mano para llamar la atención, brindándome su apoyo, lo acarició encontrando la fuerza que a mí me está fallando.
Una fuerza me atrae hacia sí, --son los brazos de Gabriel que me oprimen contra su pecho--, pero esta vez no lo percibo como una caricia, una muestra de apoyo, sino como algo que me sujeta y oprime, haciendo que la respiración se me entrecorte. Un incontrolable impulso me obliga a deshacerme de su abrazo.
--¡Suéltame! – le grité con voz desgarrada --. Rufo le ladró excitado, ante la extraña situación, daba pequeños saltitos sobre sus dos patas delanteras sin moverse del sitio, mostrando sus dientes en actitud agresiva. Gabriel retrocedió asombrado ante la violencia del momento.
--¿Qué os pasa?. Si se puede saber, --dijo con aire exasperado--.¿Os habéis vuelto locos el perro y tú?.
Una extraña musiquilla rompió la aspereza del momento. Busqué inquieta la procedencia de la intrusión.
--¡Es mi móvil!, -- exclamó Gabriel, aliviado de que lo sacara del incomodo momento –
--¡Gabriel Luján!, -- contestó con voz enérgica, no dejando que se leyera en ella el tenso momento que estábamos viviendo --. Llegaré lo antes posible, -- respondió tras unos segundos de escucha --.
Por un instante me miró con dureza, como un dique capaz de sostener las más embravecidas aguas. Aturdida, le esquivé hábilmente. Rufo se había calmado y aunque permanecía atento a los movimientos, su comportamiento era el de siempre y yo aunque seguía muy alterada intentaba justificar el escándalo. Mi sombra se estiraba intentando rozarlo, al darme cuenta, cambie la posición para que el hecho no ocurriera.
--¡Lo siento! He tenido un sueño horrible del que no podía despertar. ¡Discúlpame!, --y aunque sonó a suplica, no pasaba de una mera disculpa sin convicción --.
--¿Puedo tocarte?. O me morderéis el perro y tú.
--Por favor, no seas así, lo estoy pasando mal.
--Lo sé, perdóname por ser tan desagradable, -- me arrastró hasta su pecho, un escalofrío recorrió la espalda de punta a punta y nada tenía que ver con lo de la noche anterior. Su beso quedó estampado en la frente como una marca.
Lo observé mientras su coche se alejaba calle arriba y me sentí libre sin su presencia. Los recuerdos me asaltaban bajo la niebla de la memoria y los ruidos me ensanchaban bajo el silencio de la noche que caía pesadamente sobre la casa.
Continuará...
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