jueves, 25 de mayo de 2017

Las alas de un ángel rotas

Hoy os presento la nueva serie Las alas de un ángel rotas, espero que os guste y  disfrutéis  tanto leyéndola como yo lo he hecho escribiéndola.

 --RABIA--           
Amor, odio -–puede que-- confusión y miedo. Su tierno rostro y sus cálidas palabras revolotearon a mí alrededor, habíamos encontrado la paz tan ansiada por ambos.
--¡OH, Dios!. En el silencio resonaban hermosos ecos, la familia estaba a salvo. Ahora, nada importaba, todo estaba bien.


--¡He matado a dos hombres!.  Estoy en el 24 de la calle Candelaria.—dije con un tono de voz que no trasmitía sentimiento alguno --. Me sentía agotado--. Había despertado de la horrible pesadilla que se cernía sobre mis seres queridos.
Sentado en una mugrienta caja de madera, esperaba al destino, dispuesto a asumir la culpa y el castigo, la justicia de los hombres caería sobre mí por la atrocidad cometida.
Las ideas se escapaban de mi mente como seres alados que huyeran de la ignominia.
 No deseaba observar su rostro, ojos incrédulos fijos en la nada, encerrados en un persistente mutismo. Me acerqué sin desearlo, sus facciones se veían claramente iluminadas por el tragaluz de la escalera.
Una carcajada surgió del silencio, fue retumbando en la mugre de las paredes hasta que desapareció entre el alboroto de  sirenas que se abría paso en la lejanía, ululaban como locas cortando violentamente el silencio de la noche, acercándose a toda velocidad.


El rictus de mi boca se descompuso en lo que quiso ser una sonrisa de despechado gozo.
¿A qué venía tanta prisa?. No pensaba moverme, -- todo llega a su fin y esta historia había tocado fondo--. Ya no tenía donde ir.
Un sutil aire de mofa se reflejó en mi rostro, contemplando los dos cadáveres tendidos sobre la sucia baldosa, -- blanca, negra, blanca, negra, formando una diagonal perfecta--. Solo podía pensar en la simetría de las líneas, en quien se habría comido el paquete de patatas que reposaba arrugado tan displicentemente sobre el suelo, como si todo aquello no fuera asunto suyo, una patada involuntaria de una anónima bota mandó el envoltorio al rincón más alejado, lo seguí con terquedad, en ese momento era el motor de mí existencia.


¿Conservarían  todavía su calor?. ¡Puede!. Pero no la vida, para seguir cometiendo injusticias, atrocidades amparados en la justicia, encubiertos por esa señora ciega que todo lo ve, pero calla, cómplice de la hipocresía y  cobardía humana.        
-- ¡Admirado Rey Salomón!. Cuanto añoré tu justa justicia durante todos estos años. Como odiaba los tan traídos y llevados derechos humanos, los cuales parecían solo hechos para proteger a delincuentes, asesinos, terroristas. ¿Dónde estaban los derechos de los que quedaban despanzurrados en las calles, muertas en sus casas?. ¿Y los de sus hijos y familiares?. Que no solo tenían que aprender a vivir sin sus seres queridos, sino guardar su rabia ante sentencias inverosímiles. Sufrir la maldición de saber más de lo que somos capaces de soportar.
Continuará...

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