lunes, 2 de octubre de 2017

Las alas de un ángel rotas (39º parte)

Por fin estaba de pie ante aquella mujer, de piel tan arrugada que parecía un campo reseco y arado, envarada sobre su silla, pegados a sus huesos apenas si se adherían un par de kilos de pellejo, tan seca como una momia después de mil años de obligado reposo en su sarcófago, no era de carne y hueso sino de acero, el iris perdido en su negra pupila, la boca apenas una raja mal cortada, con los labios hundidos en su interior. Nos observó durante minutos que parecieron horas, siglos, lustros, las piernas no tengo más remedio que reconocer que me temblaban.


Desvíe la vista hacia Lucía, siendo consciente del abismo irreconciliable que las separaba.
Era la hora de ajustar cuentas y las aguas en que nos movíamos eran muy peligrosas.-- Resultó más difícil de lo que pensé--.
 Dos pasas arrugadas tenia por manos -- unas uñas grotescamente cuidadas--, apoyadas en un bastón terminado en cabeza de dragón o serpiente --no acerté a distinguir-- y la mirada taimada, intentaba impresionarnos aun más con su silencio --como si eso fuera posible--.

El único sonido, el fluctuar de los pesados cortinajes al ser mecidos por el escaso viento que entraba por la pequeña abertura de la ventana. El tío en nombre de su dios que no se sabe cuál sería, permanecía empalado al lado de su dueña.
Sentí que una oleada de pánico incontrolable se apoderaba del animo. Como no. ¡Estaba dispuesto a morir luchando!, distraje la atención en las numerosas piezas de plata que decoraban un aparador,-- que era por cierto lo único que resplandecía bajo los furtivos rayos de sol que penetraban accidentalmente por las cortinas cerradas como si fuera plena noche--. La estancia estaba llena  de apagados resplandores del pasado, repleta de decadentes antigüedades tan deseosas de escapar como nosotros de aquel macabro y decadente mausoleo.

 Como no es fácil desembarazarse del grito de la vergüenza, vi como las palabras se le atragantaban a Lucia en la garganta como una gran bola que amenazara con ahogarla.
En principio me dirigió sus palabras con un siseo que me sonó muy familiar.
--Quizás crea que esta sirviendo a un noble propósito, pero se equivoca. Esta pequeña arpía pretende extorsionarme. ¿Claro, ya lo entiendo intentas sacar tajada de asunto?.
Las lágrimas le picaban en los ojos a Lucía, pero se negó a liberarlas.
--Siento disentir con usted. En primer lugar, hago esto porque la amo y en segundo es justo enmendar una injusticia –sus ojos echaron fuego ante tal aseveración--, sin embargo, reafirmando lo paradójico de la situación, fue una carcajada lo que salió de su garganta, imitando el tintineante sonido del reteñir del cristal.
Aquello parecía el trance de una horrible pesadilla que no acaba, para nuestra desgracia tenía tintes de alargarse.

A Lucía le flaquearon las piernas y sin pedir permiso la senté en un sillón cercano a la abuela –visiblemente enojada por el abuso de confianza, ya que no nos dio en ningún momento permiso para hacerlo--. Alzando el bastón intento golpearla, permaneció inmóvil sin pestañear, lo paré en seco y le hice una advertencia que estaba dispuesto a cumplir.
--Vieja, perversa y malvada, si levantas un sólo dedo contra ella, le partiré las dos manos antes de que alguien pueda socorrerla.
Sus ojos negros como pozos de profunda maldad, se crisparon enrojeciendo de ira. Estaba muy claro que los sentimientos los arrastraba el fuerte viento del odio, removiendo la pócima de la venganza.
Con un ademán hubiera querido hundirnos en la sima más profunda y oscura, donde monstruos desgarraran nuestras carnes y se comieran las vísceras y ella reiría disfrutando del espectáculo.

Sus palabras fueron proyectiles que nos acertaron en plena cara.
--¡Bueno, veo que vienes dispuesta a robarme mi dinero y con refuerzos!. Por cierto. 
  ¿Quién es este pimpollo que tan paladinescamente te defiende?. ¡Qué le has prometido tú cuerpo, dinero, quizás las dos cosas!.
Pretendía destrozar su ego con palabras hirientes, cáusticas.
--¡Tened la decencia de sentiros avergonzados y sus palabras volvieron a sisear, rebotando en la oscuridad de cada rincón, asustando hasta los fantasmas agazapados en las sombras. Sacudí la cabeza intentando no sucumbir al entorno—por un momento creí oír a la casa respirar, tomar movimiento lo inanimado--. Recobrando la compostura comprobé que todo seguía tan silencioso como antes, sólo alterada su natural quietud por los bramidos de la rabia.
--No tenemos de que avergonzarnos, Pablo es mi marido y no le he prometido nada, sólo quiero seguridad para mi hijo y trasladar a mi madre a un centro donde la atiendan mejor que hasta ahora.
--El tío hasta ese momento impávido ante la situación, parapetado por la autoridad suprema de su madre, palideció de tal manera que temí que diera con sus huesos en el suelo.
Sin embargo la ruindad de la vieja se reflejó en su rostro envilecido por la maldad que había regido su vida, dejando sólo cadáveres agonizantes  a su paso, su afilada mirada hacia que la sangre se paralizara en las venas y cuando abría la boca parecía emitir un leve silbido siseante, temías que en cualquier momento lanzara su venenosa lengua, larga, pegajosa, bifida, rodeando tu cuello, estrangulándote sin piedad, a menos que sucumbieras hasta el menor de sus deseos. Su presencia era como árido desierto desolado y seco donde nada florecía. Algo roía sus entrañas -- ¿No se desde cuando?. O quizás nació así, era perversa, destructiva y sin corazón, cometía atrocidades con helado aplomo, haciéndose invulnerable a cualquier sentimiento. Pero Lucía la irritaba sobre manera y el aplomo que le confería mi apoyo y mi cariño, logró hacerla perder los estribos.
--¡No tenéis ningún sentido de la moral!—dijo enloquecida – sus argumentos antes claros y bien delimitados, ahora rozaban la senilidad.
En aquel maldito lugar donde nadie había hallado la felicidad, sitiado por la pena y la muerte. Un ángel revoloteaba sobre él. A pesar de todo nacería un niño feliz, floreciendo la vida y ni aquel yermo lugar de dolor lograría impedirlo.
--Sólo quería informarte de mi decisión, si piensas que te robo, lo siento, pero sólo es tú opinión.
Se levantó dando la espalda a su abuela, yo la seguí –entonces pasó algo sorprendente—el tío salió de detrás de su madre y alcanzándonos casi en la puerta, besó a Lucía.
Cuando abandonamos la mansión, en el cielo había rastro de nubes ensangrentadas, tan ensangrentadas como el alma de la vieja que dejábamos a nuestras espaldas.
Continuará...

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