jueves, 28 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (38º parte)

Lo más cerca que dejaba el transporte publico era a un kilómetro de la mansión y hubiera sido mucho esperar que nos hubieran mandado a alguien para recogernos.
El campo todavía seco por el paso del verano, comenzaba a verdear, en breve se mimetizarían los árboles con las altas hiervas, cubriéndolo de un verde clorofilado. El carril de acceso a la casa se había convertido en un auténtico pedregal, un tropezón tras otro nos llevó a nuestro destino final, por ese motivo disfrutamos más de la visión del suelo que del paisaje. 

Los pies le frenaron en seco, fijé la vista, y allí estaba aquella mole de piedra, se veía con claridad como el constructor intentó darle un cierto aire victoriano, no creo que se pudiera sentir orgulloso, se asemejaba más, a una prisión o a un manicomio del siglo pasado.
Una meseta con una gran construcción en el centro y sin un mal árbol o planta que le alegrara el entorno, una alfombra marrón se extendía alrededor como vengativo símbolo de devastación y dejadez por parte de los habitantes de la casa.
Un perro famélico, medio ciego, se acercó a nosotros renqueando, con cierto aire agresivo, ella se agachó y con voz muy dulce –le dijo –
--¡Canela!. ¿No te acuerdas de mi bonita?.—La perra se acercó aun recelosa sin creerse muy bien lo que oía, pero confiando en su olfato, se dejó acariciar por la mano que portaba la voz amiga.

Un muchacho larguirucho y destartalado, con la cara llena de granos, producto de un virulento acné juvenil, nos salió al paso, con aire huraño y desconfiado –nos dijo--.
--¡Esto es una propiedad privada!. ¡Si no se largan enseguida soltare a los perros!—vocifero todo lo alto y desagradable que pudo.
Cuando iba a contestar para identificarnos y que no cumpliera su delicada advertencia.  Una mujer de prominentes redondeces, el pelo recogido en un extraño moño pegado a su nuca --más que un peinado se podría calificar de parásito--, de mal color en la cara, facciones endurecidas que le afeaban el aspecto bonachón que portaba.
--¡Aparta chalado!—asestándole un fuerte capón en la nuca, -- trastabillo hasta chocar con la pared que le frenó la inminente caída—al mal alimentado y por lo que comprobé no mejor tratado desgraciado--.
--¡Niña, ven aquí!—aquella aseveración tan imperativa, me hizo temer por la seguridad de Lucía, así que la seguí a escasos centímetros, dispuesto a defenderla con mi vida y pensando que venir aquí había sido peor idea de lo que pensé en un principio.
La expresión le cambio cuando por fin tuvo a la niña entre sus brazos, estrechándola con fuerza vi el amor que le profesaba aquella oronda y malhumorada mujer.
Tiró de nosotros hacia la cocina, ofreciéndonos algo de comer y un refresco, pero el pellizco que teníamos en el estómago solo nos permitió beber para refrescarnos, ya que la lengua parecía adherida al paladar de por vida.
--Catalina, si la abuela ve, que nos das algo, te matara a ti y me hará vomitarlo a mí.
--¡Eso será por encima de mi cadáver! – dije – enfatizando mucho mis palabras.
--No os preocupéis, están almorzando tu tío y ella en el comedor, están en la otra parte del edifico, no os ha visto llegar, todavía tardara un rato, van por el primer plato. Cuéntame, quien es este guapo mozo, que con tanto fervor te protege.
--¡Mi marido!
Se le lleno la boca al decirlo. Me inflé de orgullo como un pez globo.
--¡Dios mío!.—dijo, llevándose la mano al cuello como si le faltara el aire, reflejando perplejidad en su mirada--. Mi niña como he rezado para que nuestro Señor te protegiera. ¡Tantas desgracias!. – Y los ojos se les ahogaron en pena.
--Estoy embarazada de tres meses.
Aquella curtida cara por  el sol y endurecida por las  vilezas de la vida, rompió a llorar. Secándose los ojos con el mandil que protegía su ropa de inoportunas manchas, le dio dos sonoros y generosos besos.
--¡Vete de aquí lo antes posible y no vuelvas!.—dijo casi en un grito--. ¡Qué esa vieja bruja nunca vea a tu hijo!.—Con manos temblorosas, encerró en ellas las de Lucía.
Con una resolución en su voz que me puso los bellos como escarpias –dijo--.
--Lo mataría antes de permitirlo.
Creo que fue en aquel momento cuando me di cuenta del alcance de la tragedia familiar.
Continuará...

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