viernes, 10 de febrero de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (4º parte)

El monótono y estridente repiqueteo del timbre, provocó aquel rápido tamborileo del corazón.
--¡Jesús!, tengo que cambiar ese dichoso aparato –el sonido de aquellas palabras me devolvió a la realidad--.
--¡Si! ¿Quién es?—las palabras brotaron sin la menor dificultad a pesar de sentirme espesa como el chocolate--.
--¡Hola! Soy Isabel, quería saber si bajarás hoy por piedras a la finca.
En aquel momento la simple idea de cargar con las susodichas me provocó un gran quebranto, agité las manos como si fueran pajarillos azotados por una gran ventisca intentando justificarme, ya que nadie podía verme--.
--Lo siento no podría moverlas del suelo, hoy me siento totalmente agotada, quizás mañana.
Su voz sonó dura, contrariada, posiblemente tenía los planes hechos y yo le había desmontado el tema del transporte.
Las gentes de aquí solo quieren escuchar lo que desean, sino es lo acertado, se vuelven gruñonas, ásperas y frías.
--¡Vale!.¡Hasta mañana! –dijo – si mediar más palabras.
Ya estaba acostumbrada a tales arrebatos y a la falta de tacto.
--¡Hasta mañana! ¡Simpática!, el chofer hoy se ha dado de baja—dije cuando ya no podía oírme--.
Tendida sobre la cama dejé que los rayos solares jugaran con las pestañas, calentándome el rostro y quizás el alma, el día prometía ser caluroso, sin embargo sentía la piel fría como serpiente hibernando, bajé al jardín, el sol me inflamó el cabello  emanando un intenso color azulado. Estaba claro que no podía concentrarme en nada, ni siquiera en la belleza que me rodeaba, aún con las gafas de sol puestas el reflejo de la luz en las blancas paredes me cegaba.
El día paso indolente, sin pena ni gloria, estaba claro que yo no había pasado por él, la jornada tocaba a su fin, sin embargo la luz seguía entrando a raudales por las abundantes ventanas, pintando las paredes de un escandaloso anaranjado, todo estaba en su lugar, los objetos adecuadamente alineados en mesas y estantes, los libros perfectamente ordenados. Exhalé un profundo suspiro y sucumbí a las bondades del cómodo relax que ofrecía la cama. La película que daban en televisión adormecía la conciencia y yo abría y cerraba los párpados como bombilla programada
--¿Dónde estará el mando?—las palabras pronunciadas en alto, provocaron eco en el vacío, Rufo levantó la cabeza como toda ayuda, volviendo a ser ignorada al segundo siguiente.
Por fin los dedos toparon con el dichoso trozo de plástico, aprendido de memoria del uso, acerté a la primera, la musiquilla anunció que la maniobra era correcta y continué sumida en el tonto mundo del sueño, lo más parecido a la muerte que podemos experimentar en vida.

Allí estaba de nuevo ese rancio olor que precedía a la sensación de una presencia, pero en aquella ocasión el hedor repugnante era lo de menos, me sonreía con esos grisáceos y separados dientes, el cabello se descolgaba por la cabeza como bicho grasiento, las canas salpicaban aquella cosa infecta que le adornaba la cabeza -- no la hubiera movido de allí ni un huracán --, parecía pegajoso plástico adherido al lugar, los ojos pequeños, ratoniles, surcados por pequeñas culebrillas rojas, fijos, inertes en mí persona, las manos viejas y arrugadas se aferraban a la madera que adornaba los pies de la cama, el rictus de sus labios se podría decir que estaba en posición de reír pero su boca no reía.
No podía pensar, apreté fuertemente los ojos y cuando se abrieron de nuevo, no sabía si aquello había sido verdad o producto del sueño. --¿Cómo podía haber entrado mí vecino en la casa? --. Recorrí alocada y erráticamente todas las habitaciones de punta a punta.
--¿Dios mío?—grité a todo pulmón --. ¿Qué está pasando?. ¿Qué es esto?.
Por si acaso froté tanto y con tanta fuerza el lugar donde podría haber estado la mano, que rallé el barniz de la madera.
No dormiría nunca más, permanecería en vigilia hasta que resolviera aquel  horrible misterio. Cada vez que cerraba los ojos volvía aquella visión.
Continuará...

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