miércoles, 8 de marzo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (11º parte)

Necesitaba ampararme de miradas indiscretas y la lluvia ayudaría a encubrir los movimientos, -- la visión se volvió borrosa --, el aroma de los frutales en flor se coló sin pedir permiso por la ventana abierta, inundándolo todo, se esfumó con la misma rapidez que llegó, la situación era tan irreal que no la hubiera imaginado ni en la peor de las pesadillas, el temblor de las manos era casi imperceptible pero suficiente para hacer caer el vaso que sostenía entre los dedos.

Azocada tras la ventana observé, la casa sin pestañear, esperando el momento propicio, intentando por todos los medios que la presión no me pudiera --. ¿Cuál era el momento propicio?--. Me sentía agotada, pero la mente permanecía lucida, observé por última vez la destartalada casa, las pequeñas ventanas, bajé la escalera sin pensármelo dos veces, abrí la puerta de la calle, llené los pulmones de aire fresco, limpio del atardecer y el animo mejoró.

Los segundos que trascurrieron entre el toque con los nudillos en la puerta y la apertura de la misma, parecieron días, lustros, me quedé mirándola en silencio, al escuchar su voz un escalofrío me recorrió la espalda, cual golpe certero de un látigo que azota el animo, la voluntad.
--¡Hola, hija que deseas! – su tono era inocente y amable, sin embargo su voz sonó   turbia, con mirada maliciosa escrutaba cada uno de mis gestos, estudiándome.
--¿Podría hablar un momento con usted? – con gesto dubitativo me franqueo el paso, en silencio salvamos la distancia hasta el salón y con un ademán de la mano me ofreció un asiento, la lengua se me enredó al intentar hablar, ante el extraño comportamiento la mirada de la vieja se volvió errática.
En ese instante supe que era el momento, si no lo hacia en ese preciso instante, no lo haría, metí la mano en el bolsillo, -- allí estaba el pañuelo --, le rodeé la piel flácida de la garganta  y con un movimiento rápido y seco, su cuello crujió como una nuez cascada y cayendo suavemente hacia un lado, apenas si le dio tiempo a oponer resistencia, sus ojos quedaron fijos en el techo, su expresión se debatía entre el escándalo y la perplejidad, accidentalmente la rocé para recuperar el arma homicida, se me resistió un poco al quedar enganchada en un pliegue, una arcada acudió veloz, logré controlarla con una mueca esperpéntica.
--Una fina lluvia que en poco segundos se convirtió en tromba, comenzó a caer de nuevo, como si el cielo reprobando los hechos, demostrara su pena.
Continuará...

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