lunes, 6 de marzo de 2017

Manzanas, peras, cerezas y viejas arpías (10º parte)

Viejas Arpías 

El cansancio no fue suficiente para silenciar el hecho, los ojos se posaron sobre las manos y un doloroso grito estremeció el silencio. Había perdido la uña del dedo índice derecho, cuatro dedos casi reventados como gusanos pisoteados, la tierra y la sangre se adhería a las heridas provocando un dolor insoportable, las enjuagué en el chorro de agua tibia, ahogando la necesidad de expresar el dolor mordiendo una toalla, cerré los párpados para soportar el horrible martirio, las introduje en un cuenco con agua oxigenada, cubriéndolas seguidamente con una solución yodada, las envolví en dos toallas limpias y agotada por el doloroso esfuerzo, me desplomé sobre el colchón. 

Rufo me despertó a lametones y profundos aullidos, lo había olvidado por completo, era evidente que necesitaba comer y salir al jardín, le llené el plato, el cual devoró con gran satisfacción, sentada en unas de las tumbonas del jardín viendo como mi amado can disfrutaba de la libertad, abrí un refresco -- no sin pocas dificultades, estaba claro que las momias no tenían que abrir latas de refrescos--, observé el liquido chocando contra el hielo y el alegre chisporroteo me evadió por un momento de las terribles circunstancias en las que me hallaba inmersa. 
Emanaba algo parecido a la serenidad pero sin embargo nada tenía que ver con ese sentimiento, en el interior un volcán en erupción se encontraba en pleno apogeo, estaba dejándome llevar por el placentero momento.
Un vecino se asomó a su terraza le lancé una mirada glacial, la cual recompensé al momento con una sonrisa inocente y complaciente, limité mí saludo a un breve movimiento de cabeza, enseguida abandoné el lugar dejando a Rufo olisqueando insectos con visible despreocupación.

Desoyendo cualquier consejo o señal de alarma, me enfrasqué en la ardua tarea de vigilar a la vecina del peinado aristocrático y reflejos malva en sus cabellos, aunque estábamos en verano, la  tarde sin previo aviso se cubrió de nubarrones negros y casi al instante el cielo lloró sobre las calles, el ruido persistente y monótono de la lluvia me estaba exasperando, los niños se retiraron de los lugares de juego con gesto apático y desganado, en pocos minutos todo quedó desierto, -- con la voz desgarré el pensamiento --.
--¡No esperaré más, esta misma tarde acabaré con esta agonía! --al levantar la cabeza, el cristal de la ventana me desveló la palidez mortecina de mi rostro, me pregunté si ese seria el aspecto que tienen los asesinos, si la máscara de la muerte la veía yo o era visible para todos --.
Era tarde para aquellas reflexiones, estaba cayendo por una pendiente y nada podía parar este descenso a los infiernos.
Continuará...

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