jueves, 10 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (24º parte)

Su madre procedente de familia acomodada, enganchada a las drogas y el alcohol quedó embarazada de algún tipo del que nunca se supo. Cuando contaba con diez años le encontró un padre no se sabe dónde, pasaba la vida entre casa de su abuela y las distintas recuperaciones de su madre. 

La abuela autoritaria, despótica, la recogía más por el que dirán que por el amor que le profesaba. Descargaba su odio sobre la niña al no poder hacerlo sobre su hija.
Entre ausentes delirios con su nuevo compañero pasaban la mayoría de los días, ella aprendió a cuidarse sola. El día de su décimo cumpleaños se levanto feliz, pensando que por ser un día especial a lo mejor tenia suerte y se presentaba diferente. Pero vivía en un lugar llamado “olvido”, mientras recogía en una cola su ensortijado pelo castaño y buscaba el mejor harapo que poseía, guardado celosamente en una caja de cartón donde se hallaban todos sus tesoros. Al volverse, vio al padre que tocaba esa temporada, mirándola fijamente. Ni siquiera pudo imaginar lo que se le pasaba aquel tipejo por la cabeza y mientras su madre se sumía en la alucinación y el frenesí. Él tomó, lo único puro que poseía aquel estercolero, allí dejó su inocencia y entró en un túnel de terror. La situación se mantuvo durante dos años hasta que un día se pasó con la dosis y fue a parar donde corresponde a la escoria. 

Para Lucía, verlo salir de su vida fue una liberación, su madre no opinó lo mismo y aquella noche loca por la ausencia, mientras que la niña le suplicaba que se quedara con ella, se la tragó la oscuridad de la noche, desapareció calle abajo entre farolas medio dormidas, derramando su cansada luz ambarina sobre el frió asfalto.
Permanecimos largo rato en silencio, con profunda afectación, las manos le temblaban por la emoción contenida. Se podría pensar que debía ser una chica empequeñecida y tristona, pero poseía una frágil fortaleza que la permitia renacer de sus cenizas una y otra vez.

El parque se estaba volviendo oscuro, en silencio reemprendimos la marcha.
--¿No se te habrá hecho tarde?. ¿Verdad?.
--Espero que no, hoy no soportaría una bronca.
Aceleramos el paso, la despedida se nos hizo insoportable y aquello se repetiría en cada separación. La ausencia nos resultaba tan lastimera, que no sabíamos como superarlo.
Continuará...

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