jueves, 17 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (26º parte)

La dejé hacer, quería que ella se rindiera por si misma, que sus miedos y la capa de hielo que cubría su corazón se fundiera bajo mi influjo y cuando viniera a mí lo hiciera por propia voluntad y deseosa de ser amada. 

--Han abierto una nueva galería de arte, cerca de aquí, no se como se llama la calle, pero se llegar. ¿Te gustaría?. —la cara se le ilumino de deseo— fue en aquel momento cuando lo vi claro y sin saberlo le haría el regalo que más tarde marcaría nuestras vidas.
Después de disfrutar leyendo la felicidad en su rostro contemplando a nuevos valores de la pintura. Acongojada me dijo que teníamos que hablar que necesitaba pedirme un favor.
El reconfortante sol, por fin, había ganado la batalla a la fría neblina y sus rayos aparecían tímidos. Aquellas situaciones me abrumaban un poco por la ansiedad de no saber que estaba pasando.
Tras los grandes árboles que escoltaban la avenida, una cafetería nos invitaba a pasar. Con un ademán le hice la pregunta, franqueándole el paso como un caballero, la invite a precederme, halagada volvió su rostro dedicándome una divertida sonrisa.
Una fila de mesas y sillas  de madera de teka, colocadas  en anarquica organización  invitaban al reposo, todo lo que nos rodeaban eran efectos marineros, brújulas, sextantes, ojos de buey, hasta el camarero parecía un viejo lobo de mar con un gran bigote que nos provoco cierta risa. El lugar estaba bastante concurrido, nos instalamos en un rincón apartado para poder hablar con intimidad.

--¿Qué me querías decir?—le pregunté algo inquieto por la respuesta.
--Veras, mi abuelo antes de morir dejó un fideicomiso a favor de mi madre y mío, con la intención de que cuando cumpliera dieciocho años pudiera hacer lo que yo deseara, a sabiendas del carácter de mi abuela y con la intención de protegernos, este hecho siempre se me ha ocultado, cumplo los dieciocho dentro de una semana. En las ausencias de mi tío he logrado averiguar el nombre y la dirección del abogado y con engaños, que existe. Yo sola no tengo valor pero si tu me ayudas me enfrentaré con mi abuela y reclamaré lo que es mío. Tengo la intención de hacerme cargo de mi madre y sacarla del lugar donde la tienen, no estoy muy segura de donde es, a ella la han incapacitado pero quiero tutelarla y mandarla a un buen centro donde si no se recupera al menos tenga una buena vida, usar su herencia en que esté lo mas cómoda posible. ¿Quién sabe en que circunstancias se encontrará ahora?. Sus palabras eran una mezcla de odio y amor, su confianza en mi me desarmaba, con los ojos encendidos por la esperanza, en su rostro se reflejaba el anhelo por oír mi respuesta. 
Miré su mano con un profundo deseo de acariciarla y como si de nuevo fuera transparente, ella me la estrechó manteniéndolas entre las suyas, la turbación me confundía y con las mejillas encendidas por el deseo -- le dije que sí, que aquello no hacia falta ni preguntarlo--. 

Levantándose me dejó aun más perplejo, tiró de mí hacia el estrecho pasillo que conducía a los servicios y en un rincón oscuro, lejos de miradas curiosas y entre cajas de refrescos. Tomó la iniciativa, pegó su cuerpo al mío, en principio, fue solo un leve roce, que se convierto al cabo de unos segundos en un fuerte y apretado abrazo. Notando sus pechos contra mi pecho, dándome el beso más apasionado que había recibido nunca. Separándola y no sin cierta pesadumbre por hacerlo, -- ya que la virilidad se hallaba encendida--.
--No tienes por que hacer esto si no lo deseas, yo te quiero y te ayudare sin necesidad de hacer algo en contra de tú voluntad.
--Te equivocas, esto no tiene nada que ver con lo otro. Pensé que nunca llegaría este momento, que no podría soportar que me tocaran de nuevo y sin embargo soy yo la que necesito estar cerca de tus manos y de tu boca, sentir tu calor. He tenido helado mi cuerpo y mi corazón por falta de amor, de comprensión, tú has despertado lo más cálido que hay en mí.

Aquellas palabras fueron como el canto de un coro de ángeles, como ascender al cielo en los mismísimos brazos de los dioses.
La apreté con tanta fuerza que casi cae desmayada al suelo. Entonces se me ocurrió la feliz idea.
--¿Quiéres ver a lo rasputines?. Sólo vivo a dos manzanas de aquí, además quiero que tengas una llave y que sepas llegar por si necesitas algo, es tu casa tanto como la mía.
Al pasar por el supermercado cumplí mi promesa a Duli y compré todo lo necesario, latas para perros, leche, pan, bollos de nata y algunas cosas para prepararnos algo nosotros. Con tantas emociones nos habíamos olvidado y las tripas tenían su particular protesta.
En el apartamento reinaba un caos animado, sobre todo en mi dormitorio, abrí las ventanas para que el aire se relajara, un espeso olor se desprendía de las habitaciones, aunque Lucia disfrutaba tanto de la progenie de Duli, que parecía hipnotizada por el momento. Con tristeza en su voz me preguntó que haría con ellos. Mi respuesta fue contundente.
--Lo que tú quieras, son tuyos, esta tu casa y serás mi mujer cuando quieras casarte conmigo.
Continuará...

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