lunes, 14 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (25º parte)

Introduje la llave en la cerradura. Un asfixiante sentimiento de soledad me envolvía, el silencio hablaba por sí mismo, el pecho oprimido por la angustia. ¿Acaso ese era mi destino?. La silenciosa oscuridad filtrándose en lo más intimo de mí ser, conduciéndome sin yo desearlo sin yo...

Un inusual e intenso olor agridulce lo invadía todo. La claridad producida por el alumbrado publico se filtraba caprichoso por las ventanas, desparramándose por las baldosas creando engañosas formas que se alargaban hasta esconderse en los rincones más negros. ¿O quizás no todas eran falsas?.
Un tímido gemidito rompió el sordo mutismo, agucé el oído—casi en un grito formulé una pregunta al hueco vació que me envolvía, con la voz rota por la incertidumbre, esperé que aparecieran mis monstruos con sus cabezas destrozadas por mis propias manos. Enfrentándome a mí horror, empujé con violencia, la puerta de donde pensé que provenían.
--¡ Duli, preciosa!.—exhalé una bocanada de aire cuando estaba a punto de marearme.
--¡Cariño!,¿Y ésto que es?. Tres pequeñas  cabecitas peludas con unos preciosos morritos rosados buscaban como ciegos topos las tetas de su madre, demostrando así su instinto de supervivencia. La feliz mamá me miraba con ojos cansados pero felices por el suceso.
Cuando los cachorros quedaron satisfechos y dormidos. Limpie los restos del alumbramiento y acomodándolos en un rincón de mi habitación les preparé un cálido nidito para que criara a su dulce progenie. Con paso cansado me siguió a la cocina, encontré una lata la cual compartimos. La maternidad y en mí caso la paternidad nos había abierto el apetito. Encontramos un Brik de leche sin abrir y lo que aun era mejor sin caducar, también lo compartimos a modo de suculento postre.
--Mañana, si tu quieres. Cuando te saque a pasear, en el supermercado nos abasteceremos de viandas, te prometo que no os faltara de nada a los rasputines y a ti. Con la mirada perdida en mí, pareció entender mis palabras. Un sonido que ni siquiera captó mi oído, resonó en los de Duli. Salió rápida de la cocina,  comprendí lo que la impulsaba. 

Las manos querían marcar el numero que me comunicaría con Lucía y compartir con ella tan emotivo momento. Entristecido decidí transportarme al mundo de la inconsciencia donde podría hacer realidad mis sueños. Me sentía muy solo en aquella cama grande y fría, el sueño se negaba a poseer mis párpados como dulce amante, en el rincón donde la penumbra los cubría casi por completo, la vida bullía y la feliz mamá reposaba  tranquila sintiéndose protegida. Eso hizo que la soledad me abrumara más. Tirando la manta,  arrogándola al suelo me acurruqué con mi pequeña nueva familia.
El teléfono nos despertó a todos con insistentes timbrazos, los cachorritos chillaban solicitando su desayúno y yo corría sin saber muy bien en que dirección hacerlo.  
Con voz somnolienta y desorientado contesté.
--¡Diga!.
--¡Pablo!, Soy Lucia.
Creí que reposaba en una nube, el corazón me palpitaba de ansiedad. Veía tan clara como el sol que brillaba, su bella sonrisa, el resplandecer de sus ojos cuando se entusiasmaba con algo, su belleza abriéndose como una bella flor, la cálida inocencia que la envolvía a pesar de su azarosa vida. Dándole énfasis a mis palabras, le quería trasmitir mí alborozo por los pequeños rasputines.
Un aire nuevo y mágico, movía mi vida, por un momento la inquietud conmovió todo mi ser. Tenia miedo de ser tan feliz, cada vez que he tenido este sentimiento, ha aparecido... 

Con una mueca fría deseché esa idea del pensamiento. Sabía que mi pasado pasaría factura pero ahora no. Con altivez arrinconé malos presagios.
--Lucia, Duli, ha tenido los perritos. ¡Son preciosos!. Dime que hoy nos podremos ver, dímelo, por favor, por favor te necesito.
--Nos veremos donde siempre, pero hoy mantente poco visible, cuando me veas sígueme a distancia, yo te avisaré.

Permanecí escondido en una esquina, acechante a cualquier ruido o movimiento. La madera de la puerta de la iglesia, chilló quejumbrosa, lanzando un profundo gemido, clavé mis pupilas en ella, retrocedí como un caracol que advierte peligro, dejando sólo la punta de sus cuernos para vigilar el exterior, apenas si asomaba un ojo para poder ver lo que ocurría.
Varios hombres ensotanados, que la lógica me hizo deducir que eran curas. Salieron con aire solemne y lúgubre, esperaba que aquella reunión de cuervos no presagiara nada para nosotros, --crucé los dedos--. Desaparecieron calle abajo, entre una suave niebla azulada que cubría la ciudad a la espera de entablar batalla con el astro rey por la supervivencia. El viento levantaba las telas negras en las que enfundaban sus gordezuelas figuras—una carcajada involuntaria se escapó de mi garganta—con esos cuerpos rechonchos y acomodados a la buena vida, tendría que soplar un huracán y desplegarles un espinaquer para que se levantaran al menos veinticinco centímetros del suelo. La sonrisa se me helo en los labios.
Apareció con el rostro lleno de energía contenida, disimulé mi nerviosismo tras una mascara de idiotez.
La seguí tal como me dijo, cuando nos hallábamos a una manzana de distancia, se volvió hacia mí gentil y confiada, permitiendo a mi corazón que floreciera de nuevo.
--¡Pablo!, Perdona la comedia pero los  buenos y caritativos vecinos han vertido ciertos comentarios que como es natural han llegado a oídos de mi tío, antes que la cosa llegue a más, Eloisa nos echara una mano cuando nos queramos ver, tiene un problema parecido, a sus padres no le gusta su novio, así que fingiremos que salimos juntas y quedaremos para volver.

Eloisa era una criatura de más carnes que Lucia, de tez cetrina con amplios círculos oscuros bajo sus pestañas, de mirada triste y cierto aire de derrota en sus ademanes.
--¡Eloisa!, Muchas gracias por la ayuda—me miró sin demostrar ninguna emoción.
Un chico con el mismo halo de tristeza salió de un portal medio en ruinas, rodeo sus hombros con fuerte sentimiento de posesión, desapareciendo en la oscuridad del zaguán.
Lo que más deseaba en ese momento era fundirme en un eterno beso con Lucia, abrazarla, adivinar su piel bajo la blusa y sentir su cuerpo. Como si fuera de cristal y pudiera leer mis anhelos y pensamientos, apenas si rozó sus labios con los míos y su sabor permaneció durante todo el día en ellos. Agarró mi brazo y emprendimos la marcha con su suave trotecillo al caminar, como un potrillo disfrutando de su tiempo de recreo.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario