martes, 22 de agosto de 2017

Las alas de un ángel rotas (27º parte)

Emitió un silencioso grito y las lágrimas se precipitaron por sus mejillas, corrí a su lado y abrazándola, recolecté sus lágrimas con mis labios, ese precioso líquido que desprendían sus ojos no podía caer al suelo, ni enjuagarlo cualquier tela, para mí era como agua bendecida y ella mi diosa a la que adoraría para el resto de mi vida. Mis dedos se movieron como locos, acariciando su anatomía. La miré y sin despegar sus labios, los ojos me suplicaban que parara.

--Perdóname, lo que dije lo mantengo, cuando tú quieras y como tú quieras, ha sido solo un arrebato no volverá a pasar.
Acunando su cara en mi hombro la estremeció el llanto.
-- No llores amor mío, si lo haces te acompañaremos todos, incluido los perros y esta será una inundación -- intentaba provocar su risa—levantó el rostro enrojecido y con un halo de pena en su mirada, una sonrisa se dibujó en  sus labios.
--¿Qué tal cocinas?. Porque yo puedo morir de hambre si no tengo un abrelatas a mano. Soy experto en calentar latas.
--Bueno, digamos que no moriría de inanición.
--En mi defensa y aunque no lo parezca soy un perfecto mayordomo y un excelente recadero.
Reímos divertidos, con la perra a nuestros pies descansando. Planeamos una estrategia a seguir para averiguar donde estaba su madre. 

La observé fascinado mientras trajinaba por la cocina, era aire y luz de primavera, de tanto en tanto nos lanzaba una mirada, la veía abrirse lentamente como los postigos de una ventana, disfrutar con las pequeñas cosas que la rodeaban, aunque si permanecías atento, veías la tragedia en el fondo de su mirada, luchando por salir y a ratos, por el hecho más insignificante se cerraba su rostro como una cámara sellada y un frió silencio convivía entre nosotros. Entonces y siempre tanteando el terreno y consiguiendo sin palabras, tácito permiso, la besaba con ternura y sus defensas bajaban, eso me hacia tener la certeza, que con esfuerzo y todo el amor que pudiera darle, conseguiría al menos que no la atormentaran tanto los recuerdos y que sus ojos color chocolate se derritieran bajo mis desvelos dando paso a una época de felicidad plena, enterrando el terror de una existencia penosa y desgraciada.

Las dos semanas siguientes fueron todo lo frenéticas que le permitía las limitaciones de la convivencia con su tío, los horarios eran muy estrictos, pero con ayuda divina y de Eloisa, --digo divina—porque fue providencial ciertos acontecimientos que entretuvieron al párroco mucho más de lo habitual.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario