--¡Buenos días!. Me llamo Cecilia del Valle y soy su abogada de oficio, espero que colabore conmigo en todo lo posible. No le engañaré su caso presenta una muy difícil solución, las pruebas son concluyentes, además por lo que leo en el informe, usted se declara culpable. ¿Tiene algo que contarme?.
--Y yo le pregunto a usted. ¿Tiene tiempo de escucharme?. Mi historia es muy larga y complicada, no sólo he cometido este crimen sino otros que deseo confesar.
Aunque quiso disimularlo, pequeños destellos de desconcierto y menosprecio se instalaron en su mirada.
No me odie todavía, espere un poco para hacerlo, no espero, ni tampoco quiero su compasión, pero si su ecuanimidad, me la debe como abogado.
--¡ Estoy de acuerdo con usted!. Comience cuando lo desee.
Sentados frente a frente en aquella habitación fría y desangelada se veía frágil. ¿Qué puede impulsar a una mujer tan delicada a andar todo el día tratando con lo peor de la sociedad?, grupo en el que me incluía en esos momentos.
De Cecilia se podían decir muchas cosas, pero no que fuera una mujer bella, sí con cierto atractivo. Siempre vestida con discreta elegancia, de maneras exquisitas, el cabello acariciaba sus hombros en mechones negros y pesados que ella con constancia mantenía a raya tras sus pequeñas y bien formadas orejas, sus cejas ligeramente arqueadas hacia arriba, le daban un aire de picara inocencia, de labios finos, afresados, coloreados apenas con una suave capa de brillo y sus ojos negros como ardientes ópalos—se clavaban en los míos intentando discernir los hechos con pulcra claridad-- formando un conjunto singular. Creo que era consciente de ello, pero también lo era de su gran personalidad que compensaban su falta de belleza física, ayudaba notablemente su charla inteligente y agradable. La prestancia y la tranquilidad habitaban en su interior, me sentía afortunado de tenerla como representante y creo que ella era participe de mi aprobación.
Continuará...
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