lunes, 26 de junio de 2017

Las alas de un ángel rotas (11º parte)

Fui a coger como siempre al ascensor, la conciencia jugaba conmigo, al abrirse las puertas podía estar esperándome mi defuncionado amigo y ante esta sospecha, salvé los tres pisos raudo, saltando los escalones de tres en tres, metí la llave en la cerradura, un vecino alertado por el ruido asomó la nariz por una pequeña rendija de la puerta, con tono jocoso y burlón cambiando el timbre de mi voz le di las buenas noches. Cerré la gruesa madera que me servía para aislarme del exterior, apoyándome en ella para sentir la seguridad de hogar.

Esperé en vano a mi amigo el búho nival, supe que algo malo había hecho ya que durante siete años no falto ni una noche a su cita, pero desde aquel día jamás volvió, eso me hizo pensar que quizás no fuera lo que yo pensaba. ¡Bueno no sé!. Lo que sí puedo asegurar es que todavía lo echo de menos y anhelo su compañía. Quizás cuando cumpla penitencia por mis pecados me perdone.

La mañana siguiente se presentó fría como es de esperar de un 24 de Diciembre. Con cierto aire de clandestinidad, compré varios periódicos, para recoger los comentarios de la gente, me senté a ojearlos en una cafetería cercana a casa. Allí todo el mundo me conocía, me seria fácil recabar información.

Una pequeña reseña en la página de sucesos es lo único que pude encontrar, al parecer el pobre diablo no tenía muchos amigos. Se llamaba Ricardo Méndez Pérez, se hablaba de ajuste de cuentas por algún asunto de drogas. En lo del ajuste de cuentas no iban muy mal encaminados, yo lo  había hecho por otras personas, como a nadie le interesaba el tema, pensé que lo mejor seria olvidarse del incidente. La vida básicamente es desagradable, para unos, más que para otros.

No solo me mostraba insensible ante la mala acción, sino que me sentía insuflado de vida. Con tortuosa frialdad, salí del local me acomodé bajo mi ropa de abrigo, tiré todos los noticiarios en la primera papelera que encontré y disfrute del ambiente navideño. Efectué algunas compras, llegando a bromear con las dependientas, sentía dentro de mí que la rabia se adormecía, estas navidades había un hijo de puta menos pisando la tierra y eso me hacía sentirme muy feliz.
Continuará...

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