lunes, 11 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (33º parte)

Sus entristecidos ojos pardos, los volvieron a empañar las lágrimas. Presurosa, entre indecisa y anhelante, atravesó el pasillo, hasta llegar al recibidor—la seguí en silencio con un nudo en la garganta.
Una pequeña bolsa de viaje de un verde desgastado, yacia solitaria sobre las baldosas. –La miré sorprendido y atribulado por lo que aquello podía significar--. Sus pupilas se clavaron nerviosas en las mías y en un susurro—vaciló al borde de las lágrimas, empalideciendo su rostro de puro terror--.
--¡Lo comprendo! –su voz ronca denotaba su dolor—Debí consultarte antes –con manos temblorosas se agachó con lentitud.
Me hallaba petrificado por la satisfacción –lanzando un leve gritito--. Me abalancé como un loco sobre ella. Las gotas divinas que se deslizaban por sus pálidas mejillas de suave satén, me cosquilleaban como pequeños besos. Con los ojos llenos de luz y sin apenas salirle las palabras –me dijo.

--¿Entonces no estas enfadado?.
Abrazándola, quería transmitirle todo lo que aquella decisión significaba para mí.
--Siéntete bella por dentro y por fuera por que así eres tú. Arréglate y quememos Madrid.
--Lo sienta Pablo –dijo con aire compungido, avergonzada--. Esto que llevo es lo mejor y casi lo único que poseo.
--¡Olvídate de ello!. Metete en la bañera con agua caliente, piensa en los bellos cuadros que vas a pintar y en lo mucho que te amo. Salgo, pero no tardare, tomate el tiempo que desees. Quiero ver color en esas mejillas cuando vuelva.
Deseaba tanto alcanzar la calle que bajé los escalones de dos en dos. Los vecinos acostrumbrados al aire sombrío que siempre parecía envolverme, no comprendían este súbito arrebato de alegría.

El verano tocaba a su fin, pero el aire seguía siendo cálido. Apenas si eran las seis de la tarde, gente anónima iba de acá para allá, malhumorados y con prisa como siempre, pero a mí me parecieron fantásticos.
Mentalmente, repasé las tiendas que recordaba cerca de la casa, quedando sorprendido de la cantidad y cada una con su propio estilo. Curioseé uno a uno los escaparates, falda y blusa a conjunto, en un celeste intenso, captaron mí atención, a su lado sobre una nube de algodón como si navegaran por los cielos, unas sandalias con finas tiras trenzadas del mismo tono, me pareció armonioso y a Lucía la embellecería hasta el infinito. Con la ayuda de una chica muy amable y divertida por mi inexperiencia, elegimos las tallas mediante comparaciones. Ya en la calle con el paquete envuelto para regalo me sentí satisfecho. Un oso de peluche reclamaba atención desde el escaparate de enfrente, Lucía estaba falta de cosas bellas y yo deseaba regalárselas. Hice que lo envolvieran con un gigantesco lazo, era tan mullido y de expresión tan dulce. Orgulloso de las compras seguí caminando. Muñecas de plástico y cartón intentaban parecer sexy con la ayuda de lencería muy provocativa, pero aquello no hubiera excitado ni a un pervertido sexual, calvas, con esas piernas en extrañas posturas, solo podría adoptarlas una contorsionista. Me dieron una idea, no sin cierto pudor, me introduje tímido en el luminoso local, lleno de espejos para disimular sus diminutas dimensiones, en los cuales se veía reflejada la expresión abobada que portaba. Con gran ayuda de la dependienta, más cortado que en toda mi vida, pudimos descifrar lo que era todo un enigma, di gracias por ser el único cliente. Un suave sujetador y tanga, enjaezados con bellos encajes, fue el afortunado, lo preferí en blanco para no equivocarme. Casi en la puerta me fijé en un camisón de un liviano color melocotón que se deslizaba lánguido por un cuerpo sintético, si allí parecía tan bello, que no seria en las angelicales formas de mi amor.
La siguiente parada la joyería, con más paquetes en las manos de los que podía transportar. 

Las calles se veían alumbradas ya por luz artificial, observaba detalles a los que durante años hice ojos ciegos. Bellas fachadas clásicas, dos casas gemelas, muy antiguas coronadas por malhumoradas estatuas. Doble por una avenida peatonal tragándome literalmente unos maceteros enormes que bloqueaban la calle, previniéndose de conductores inexpertos con las normas y desaprensivos, de ellos colgaban gitanillas rosas y blancas hasta acariciar el asfalto.
Con paso decidido empujé la puerta de la joyería. El joyero algo sorprendido de la paquetería me miró con amabilidad.
--¿Puedo ayudarle en algo?.
--¡Sí! –respondí resolutivo—. Deseo un anillo de compromiso. Un brillante.
Me enseñó bandejas llenas de ellos, quedé prendado de uno de diseño muy sencillo, con dos brillantes engarzados uno junto a otro. El precio era elevado pero además de la ocasión merecerlo, me lo podía permitir. La tarjeta de crédito estaba al rojo vivo pero yo era más feliz que nunca y estaba descubriendo el complicado arte de las compras.
Una caja roja como la pasión que yo sentía en esos momentos, forrada en su interior de seda negra, lo haría relucir como una estrella.
Apresuré el paso para llegar a casa, me faltaba algo. ¿Pero qué?. De pronto se encendió la bombilla, flores, flores...

Recordé una pequeña floristería, era tan reducido el local, que casi toda la mercancía se exponía en la calle, pensé que quizás lo regentaran gnomos y no necesitaban más espacio. Siempre pasaba mirando distraído, sin embargo recordaba brómelias, jacintos, tulipanes, gladiolos y otras flores exóticas de variopintos colores. Elegí un gran ramo multicolor en el cual se fundían la belleza de unas con otras.
Casi a tientas llegué al portal, por suerte, un desconsiderado vecino la había dejado abierta. Ascendí con torpeza los escalones, trastabillando en varias ocasiones. Accedí a hurtadillas a la casa, quería sorprenderla.
Continuará...

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