jueves, 21 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (36º parte)

 La naturaleza pareció quedarse en suspenso por unos segundos. La culpabilidad me abrumaba. ¿Cómo podía ser tan feliz?. Mamá muerta, su asesino libre. Y sin embargo era más feliz que en toda mi vida.
Me había acostumbrado al dolor, a la frustración, al sufrimiento y no sabia como encajar el nuevo estado de animo.
Brillaba de admiración y felicidad, -- mi voz sonó grávida de emoción.
--¿Eso es verdad?. ¿De cuánto tiempo?. ¿Tú estás bien?. ¿Cuándo tendremos el bebé?. ¿Por qué no me lo has dicho antes?.—se me hizo un nudo en la garganta y no pude contener las lágrimas, me era imposible parar de llorar. Yo voy a tener un hijo, no me lo puedo creer. ¿Estás completamente segura?—ansiaba su respuesta, quería que me lo confirmara una y otra vez.

--Estoy de nueve semanas, aproximadamente nacerá en Mayo. ¿No te parece un mes fantástico?. Podremos sacarlo al sol todos lo días, muy buen tiempo, no hará frió.
--¿Y ahora qué hacemos?. ¡Cojamos un taxi para que no te canses!.
-- No, vida normal, largos paseos sin cansarme, comida sana y mañana vamos al médico, ahora tranquilo ¡Vale!. Quiero que me ayudes a criar a nuestro hijo, no que te de un infarto de la emoción.

Aquella noche, mientras Lucía descansaba, junto a ella, lloré durante horas, de pura felicidad. Tras mis lágrimas contemplaba como Duli alimentaba orgullosa de su maternidad a los cachorritos.
Tres semanas más tarde nos casamos en una pequeña iglesia de Alcalá de Henares, nuestros testigos una encantadora pareja de ancianitos que tomaban el sol en el parque, casados hacia cuarenta y cinco años. No podía haber mejor augurio que ese, así quería llegar con Lucía, viejitos, arrugaditos y cascarrabias.
Alquilé una limusina con chofer para todo el día, y me alojé en una pensión cercana a la casa y dejé a la novia, no quería atraer la mala suerte, tampoco había visto su vestido.  En estos preparativos la ayudó la taciturna  Eloisa, parecía encantada incluso la vi sonreír un par de veces. Aunque la invitamos a la boda no pudo asistir, Lucía le guardó el ramo de novia como prueba de afecto.
No comuniqué a mi albacea mis intenciones, por esas fechas se encontraba fuera de la ciudad. Yo tenia plenos poderes sobre mis finanzas,  aunque me dejaba aconsejar, -- resultaba un buen perro para olfatear buenas inversiones—me había hecho cargo de casi todo.


La limusina se paró ante la puerta de la iglesia, de un dudoso estilo gótico. En vez de una novia parecía niña de comunión, el traje recordaba a las damiselas medievales rescatadas de sus torres, se veía cortado bajo sus pechos que los hacían parecer más abundantes, el resto de la tela caía en cascada hasta sus pies dándole un aire angelical, dos flores recogían su todavía corta melena, y un pequeño bouquet de rosas blancas ocupaban las manos, nada en ella delataba su estado pero aquel ser frágil, menudo, me daría un hijo en apenas seis meses.
Nuestros deliciosos padrinos nos esperaban sentados en el primer banco de la iglesia. La habían arreglado con flores blancas, el sacerdote nos indicó que avanzáramos mientras en el órgano sonaba la marcha nupcial. Orgullosos y felices recorrimos la distancia que nos separaba del altar y nos dimos el sí. Sólo extrañamos a la perra y a Eloisa,
Apenas si eran las seis de la tarde, por fin éramos marido y mujer, me costaba hacerme a la idea de que esta preciosa mujer hubiera aceptado casarse conmigo. El cielo azul apenas hacia unos minutos, se tornaba rápido en un ligero púrpura, pasando por un azul plomizo, hasta que  por fin un azul intenso cuajado de brillantes estrellas, dio paso a nuestra noche de bodas.
Ya en la habitación del hotel pedimos que nos subieran la cena, la dirección nos obsequio con una botella de Cava.
El Tocólogo, presionado por lo pesado que me puse, sólo le faltó jurar sobre la Biblia que no existía ningún impedimento para mantener relaciones sexuales y dio luz verde para una copa.

Intentaba persuadirla de visitar a su abuela, no quería que se preocupara o que se llevara un disgusto. Le ofrecí ir solo en su lugar — pero con actitud rebelde me aseguro que no se escondería, quería afrontar el problema, para así olvidarse y liberarse de el y no actuar como ladrones en la oscuridad--. En el fondo la comprendía, sabiendo que era la única manera de atajar y vivir tranquilos. Acepté de mala gana.
Nuestras vidas habían vuelto a la rutina. Reemprendí el curso en la universidad y Lucía asistía a la escuela de arte. Yo quería que se quedara en casa a descansar, pero ante su insistencia accedí. Pintaba durante horas pero no me permitía verlo.
Continuará...

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