jueves, 14 de septiembre de 2017

Las alas de un ángel rotas (34º parte)

Miré por la rendija que quedaba abierta del baño, no quise empujarla por si las bisagras chillaban delatando mi presencia. Los dos espejos que servían de decoración a derecha e izquierda estaban totalmente empañados, una leve bruma envolvía el ambiente dándole aire irreal a la escena. Metida en la bañera con la cabeza apoyada en una toalla disfrutaba de un placido sopor, sus mejillas caldeadas, rosadas como melocotones maduros y solo sus hombros suaves, blancos y bien formados ascendían como coloreados iceberg. Sumergido en el agua el resto del cuerpo, se adivinaba bajo una fina capa de espuma.

Acerqué mis labios a los suyos, rojos, carnosos, tan deseables y los rocé con delicadeza, seguí con sus cerrados y relajados párpados y finalmente acaricié su pequeña naricílla, en la que comenzaban a dibujarse algunas pecas que le agraciaban aun más si cabía las facciones. Sobresaltada abrió los ojos e intento incorporarse.
--¡Perdona! –trato de disculparse--. Me he quedado dormida.
--¡No te disculpes!. Es lo que tenias que hacer y no quiero que me pidas perdón, quiero que seas la mujer más feliz de la tierra.
Dedicándome una cálida mirada. Emergió de las aguas como una diosa pagana, tentadora y sensual.
Con un divertido acento –dijo—
--¡Sí, mi amo!
La miré extasiado como con mesuradas maneras se envolvía en una toalla.
--¡No me mires así acabaras avergonzándome!
--¡Perdona, no me canso de mirarte!
--¡Adulador!
--Ahora, quiero que cierres los ojos y me acompañes al dormitorio, entre risas la conduje hasta donde yo quería. Le había dispuesto todo sobre la cama como si se tratara del día  Navidad.
--¡Pablo!. ¿Qué es esto? –dijo con la voz hecha un susurro.
Me regocijaba en su pasmada sorpresa. Se dirigió hacia el gigantesco ramo de flores y abrazándolo cubrió su rostro y se echo a llorar. Amarla era navegar por los cielos en nubes de algodón. Con la mirada empañada por las lágrimas, abrió todos y cada uno de los paquetes, por fortuna todo era de su talla.
--¿Por qué haces esto?. Me haces sentir como una adulada cortesana y no lo merezco  ----sus ojos se nublaron--.
--¿Cuándo vas a dejar decir esas cosas?. No permitas que te sigan haciendo daño, te mereces muchas cosas que no has tenido. Pero te aseguro que eso ha cambiado ya –lloraba con una mezcla extraña entre alegría y pena.
Moví mis dedos con habilidad sobre sus costados, haciendo que se arrodillara riendo con cierto histerismo.
--¡No! ¡No!. Para no sigas. Por favor seré buena, no puedo soportar las cosquillas—reía con voz entrecortada.
--¿Serás buena y no dirás tonterías y cretineces?.
--Si, lo juro.
Para entonces me inclinaba sobre ella, casi tirada por el suelo. No sé en que momento nuestras miradas se cruzaron de soslayo. La magia se adueño de nosotros, incruste mis ojos en sus labios entre abiertos, respirando pesadamente, sus dientes asomaban tímidos entre ellos y me quemé por dentro. La besé con fiereza, respondió con naturalidad a aquel ataque, confiada, y eso me inflamó aun más. Se sentía segura. Introduje con torpeza las manos bajo la toalla, aceptándolo como parte del juego amoroso, relajó sus músculos y me dejó hacer, sabedora de que jamás dañaría ni su cuerpo ni su mente. Me sentía fascinado por mi nueva situación. Sin tapujos ni abalorios superfluos, alargué la mano alcanzando la pequeña cajita con la que quería sellar mi compromiso. La abrí y mostrándosela le hice la ansiada pregunta.
--¿Te quieres casar conmigo?.-- abrumada por los acontecimientos--. Por su rostro corrían pequeños hilos de lágrimas, deslicé el anillo por su dedo anular y un largo y apasionado beso fue su respuesta.
Exhaustos nos incorporamos, Duli hasta ahora dormida, perezosa en su rincón, se unió a nosotros y entonces sentimos que aunque formábamos un grupito lastimero, --abandonado por nuestros seres más cercanos era muy entrañable. Apoyándonos en lo bueno y en lo malo, al mirarnos, por primera vez, no nos sentimos tan solos, una esperanzadora llama calentaba nuestros corazones--.   

La esperaba impaciente por salir, me sentía hambriento, como si no hubiera probado bocado en días. Pero lo que vi, me paralizó la respiración, un ángel resbalado del cielo y caído en la tierra—cerré la boca, sobre todo para dejar de parecer un tonto pasmado.
--¿Dónde vamos?
--A un pequeño restaurante muy romántico con velas y todas esas cosas que requiere una noche tan especial como esta, recuerda que acabamos de comprometernos y eso merece una fiesta por todo lo alto.
Cogidos de la mano como dos enamorados, reímos de tonterías y nos arrullamos sin vergüenza a parecer ridículos, la gente que nos rodeaba nos traía al fresco.
La vieja luna que ha contemplado a generación tras generación de enamorados, paseaba por el firmamento con la forma de una nave vikinga, acompañándonos en nuestro recorrido, derramando su luz sobre nuestras esperanzas y alegrándose con nuestra alegría. Fue la noche perfecta, de un día perfecto.
Las siguientes semanas nos vimos envueltos en una frenética actividad, queríamos preparar la boda, necesitábamos solicitar las partidas de nacimiento, buscar una iglesia que no fuera por supuesto la de su tío, ver que fechas estaban disponibles, etc...
También estaba pendiente el traslado de su madre, y sobre todo la visita a la abuela quizás lo que más le aterrorizaba a ella de todo.
No quise postergar más, algo que debía hacer, y este fue otro día glorioso lleno de buenos presagios.
Hacia dos meses que nos entregamos en cuerpo y alma, notaba a Lucía algo inquieta, pensé que seria la visita a casa de su abuela o la cercanía de la boda.
Continuará...

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